Baile en el Kremlin y otras historias
Curzio Malaparte
Traducción de Juan
Manuel Salmerón Arjona
Tusquets. Barcelona,
2016.
En 1929,
Curzio Malaparte, director de La Stampa,
uno los diarios más prestigiosos de la Italia fascista, pasó unas semanas en la
Unión Soviética, país que entonces fascinaba a los intelectuales y también,
extrañamente, a Mussolini. Las crónicas que envió desde se reunieron en el
libro Inteligencia de Lenin y la
experiencia rusa le serviría para algunas de sus más destacadas obras, como Técnica del golpe de Estado o El Volga nace en Europa.
No contento con ello, mucho
tiempo después, quiso continuar el éxito de Kaput
y de La piel, con Baile en el Kremlin, novela-reportaje
que volvía sobre el filón de aquellas al parecer inagotables experiencias
moscovitas.
Aunque en
1948 firmó un sustancioso contrato con Gallimard, aunque trabajó en él durante
años, Curzio Malaparte no fue capaz de concluir Baile en el Kremlin. Su intención era convertirse nada menos que en
el Marcel Proust de la nueva sociedad creada tras la revolución soviética. En
su opinión, había dado lugar, como en el caso de la revolución francesa, a una
nueva aristocracia, con Stalin ocupando el papel de Bonaparte. Otros de los títulos
que barajó para la nueva novela eran Du
côté de chez Stalin o Las princesas
de Moscú.
Lo que
queda de aquel empeño –un prólogo y cinco capítulos– constituye la primera
parte de Baile en el Kremlin y otras
historias, un volumen heterogéneo que necesitaría algunas precisiones más que
las que ofrece Enrico Falqui en el desganado epílogo.
¿Lo que
queda? La edición italiana de Il ballo al
Kremlino, publicada en 2012 al
cuidado de Raffaella Rodondi, lleva el subtítulo de “Materiale per un romanzo”
y ocupa más de cuatrocientas páginas; la española, no llega a las cien.
Insiste
Malaparte –como en Kaput, como en La piel– en la veracidad de sus
imaginaciones: “En esta novela, que es un fiel retrato de la nobleza marxista
de la Unión Soviética, de la haute société
comunista de Moscú, todo es real: las personas, los hechos, las cosas, los
lugares. Los personajes no son hijos de la fantasía del autor, sino que están
retratados del natural y tienen su propio nombre, su propio rostro, sus propias
palabras, sus propios gestos”.
Pero los
biógrafos de Malaparte, el más reciente Maurizio Serra, han demostrado que el
escritor no llegó a conocer personalmente a algunos de los más destacados
personajes de su libro, que no siempre estuvo donde dice que estuvo, que buena
parte de lo que cuenta como experiencia personal son experiencias que le
ocurrieron a otros.
Curzio
Malaparte fue un brillante mixtificador, capaz de ser fascista y antifascista,
comunista y anticomunista, según conviniera en cada momento. Se inventó un personaje
en sus libros, casi siempre de apariencia autobiográfica, y fuera de los
libros.
Baile en el Kremlin estaba condenado al
fracaso. Proust convivió toda su vida–era uno de ellos– con la sociedad que
retrata En busca del tiempo perdido;
Malaparte estuvo en Rusia poco más de un mes y aunque su capacidad para
convertir un gramo de experiencia en un kilogramo de literatura resultaba
proverbial no fue capaz de superar el titánico empeño que se había propuesto.
Una tragedia italiana, también incluida
en este volumen, representa otro de
sus fracasos. Se trata de una novela que comenzó a publicarse por entregas a lo
largo de 1939 y que quedó incompleta. En este caso se trataba de hacer un
análisis de la nueva sociedad creada por el fascismo y el modelo de Proust
–Malaparte siempre aspiró a emularle, como luego Truman Capote– se entremezcla
con ciertas técnicas propias de la novela intelectual, a lo Aldous Huxley, y de
la novela policial.
En el resto
del volumen alternan los cuentos, como “Los cazadores de moscas”, con
fragmentos sin demasiado sentido y quizá prescindibles (su lugar más adecuado
sería el apéndice de algún estudio sobre el autor). “El ídolo” se inicia como
un convencional relato realista sobre un oficial y una veintena de soldados
que, en el verano de 1943, han de defender la costa calabresa de un desembarco
inglés; poco a poco se va convirtiendo
en una parábola sobre el absurdo y el sinsentido del régimen mussoliniano.
Comienza Baile en el Kremlin con una suntuosa
recepción en la embajada inglesa de Moscú; termina con unas desoladas páginas
autobiográficas: “Mi madre había muerto hacía poco y yo, siguiendo sus deseos,
había decidido no regresar a París. Me encerré en mi casa de Massullo, en
Capri, y traté de escribir, de trabajar, de acabar el libro que había empezado
en Jouy-en-Josas”. Lo que queda de ese libro que no fue capaz de escribir
(“Pero algo se había quebrado en mí, algo se había apagado en mi cabeza”),
junto a los restos, a veces deslumbrantes –como las dos páginas dedicadas a Nápoles
en “La muerte en Capri”–, de otros fracasos, es lo que podemos leer en este
volumen, tan descortésmente editado (un ejemplo de lo que André Schiffrin llamó
“la edición sin editores”).
Se trata de
una recopilación que quizá solo tiene sentido traducir, cuando estén accesibles
para el lector español las principales obras de Curzio Malaparte, como una una
propina para sus admiradores más fieles.
¡Cuántas erratas! En lugar de dar constantemente lecciones de todo a todo el mundo, comienza por releerte.
ResponderEliminarLas erratas o se señalan para que sean corregidas (algo muy de agradecer) o se calla uno, desinformado anónimo que ignora que la de corrector es una de las actividades más valoradas en el mundo editorial (y que los autores suelen ser los peores correctores).
EliminarY disculpe la nueva lección, pero me lo pone muy fácil.
JLGM
¡ Vaya concepción del trabajo del escritor !
EliminarLas relecturas de un texto son la obligación exclusiva de su autor. Yo cuando publico mis textos no espero que nadie me los corrija. Y cuando publico mis libros exijo poder corregir dos veces como mínimo las pruebas de imprenta, porque el trabajo de los correctores profesionales suelen ser un desastre.
Pues muy bien. Por suerte (para mí) yo no puedo decir si en sus libros hay erratas o no (las erratas siempre las descubren otros, el autor cree que su texto está perfecto).
EliminarJLGM
Malaparte es grandísimo. Y "Kaput" un libro de cabecera que debería figurar en la mesilla de cualquier sociólogo, de cualquier psicólogo ¡de todos los políticos! y les sirviera para recordar como son los mimbres del cesto que tienen entre sus manos. En cuanto a su artículo, conciso, atinado y ejemplar. Rotundamente solvente. As usual. ¡Un abrazo, Martín!
ResponderEliminarEra imposible que emulara con éxito a Proust: este trabaja con emociones; Malaparte, con estructuras.
ResponderEliminarMiranda,
ResponderEliminarMalaparte también trabaja con emociones. Hay muy diferentes estilos de emocionarse. Y aun... yo, por ejemplo, me emociono más o menos, por unas cosas o por otras, dependiendo del día. Pero estaría por asegurarle, si me atreviera, de que Malaparte es, básicamente, un autor de emociones. Uno de los más evidentes autores de emociones de la historia de la literatura universal. Te hace sangrar los ojos. De pura emoción.
Mala cosa si necesita recurrir a la violencia.
EliminarTaibo,
EliminarYo diría, mejor, que se atreve a describir la violencia. Una violencia existente y devastadora. ;-)
Hace bien entonces.
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