Manzanas robadas
Miguel d’Ors
Renacimiento,
Sevilla, 2017.
A Miguel d’Ors, como a todo verdadero poeta, no le importa
repetirse en lo fundamental, sabe que esa es la más exacta manera de ser fiel a
sí mismo. Pero cuando Miguel d’Ors dice lo que ya se ha dicho antes –por él
mismo o por otros– procura decirlo de una manera mejor o con un matiz inédito.
No hay por eso en Manzanas robadas –publicado
casi medio siglo después de su primer libro– nada de epilogal ni de redundante:
la tensión expresiva sigue siendo la misma que en sus obras mayores, idéntica
la mezcla de cotidianidad y misterio.
La poesía
de Miguel d’Ors, de tan contagiosa emotividad y tan manifiestamente ideológica
en ocasiones, engaña al lector apresurado. Está escrita siempre con la cabeza
fría, tiene mucho de deliberado ejercicio de taller. Miguel d’Ors juega con el
lenguaje y la estructura del poema tanto como el más audaz poeta vanguardista,
pero no hace alarde de ello. Sabe que la emoción poética no se consigue con el
desahogo sentimental, dejando simplemente expresarse al corazón –el corazón no
versifica–, sino con muy precisa artesanía.
Manzanas robadas nos habla de una
infancia gallega, de la emoción del paisaje, del paso de las estaciones. Y lo hace
con un lenguaje aparentemente directo, que no elude el localismo ni el
coloquialismo: las flores amarillas de las “sextas”, de la retama, aparecen en
más de un poema y a la “villavesa” (que es como llaman en Pamplona a los
autobuses) se refiere en otro .
Pero en
seguida nos sorprenden los desplazamientos calificativos, las transgresiones
gramaticales: ese “tractor adormilado”, esa “dulzura verdidorada” de las
ciruelas, esas mañanas “tan ásperas, tan negras, tan pamplona” o el “azul
frayangélico” de otra mañana; esos gallos que son “muecines de la luz
resucitada”. Una constante creatividad, un ir de sorpresa en sorpresa, que
nunca añade oscuridad al poema, que no condesciende con el sinsentido.
Los poemas
de Miguel d’Ors nos emocionan o nos hacen sonreír (pocos poetas con tanto y tan
personal sentido del humor) en una primera lectura y nos admiran cada vez más
en las sucesivas relecturas, cuando nos fijamos en los pequeños detalles y
vamos poco a poco descubriendo su precisa estructura, los secretos de taller.
Miguel
d’Ors es un poeta no solo religioso, sino directamente confesional, y eso, que
le ha deparado tantos lectores fieles, le ha alejado de otros. Pero el Miguel
d’Ors de Manzanas robadas acierta a
prescindir del doctrinarismo ideológico que lastraba otros textos suyos (el
poema “Lecciones de Historia”, de Es
cielo y es azul, tantas páginas
de Virutas de taller) y nos habla del
misterio, de la realidad que se esconde tras la realidad, de lo que no tiene
nombre y algunos llaman Dios. No oculta sus creencias, pero no las exhibe tan
agresivamente como en otras ocasiones. Con el poema “La misma partitura”, que
habla de una misa en una capilla aldeana,
consigue un poema que no habría desdeñado firmar Francis Jammes (o,
mejor quizá, Thomas Hardy), que tiene el encanto de las viejas estampas y la
precisión verbal marca de la casa.
No rehúye
Miguel d’Ors el tópico, gusta de enfrentarse a él, ofrecernos nuevas
variaciones: “Nocturno de la Caeira” y “Crepúsculo de otoño en Linza” vuelven
al tema de microcosmos y el macrocosmos, al pequeño mundo del hombre que
encierra no menos abismos que el espacio sideral; “Pájaros de antaño” recrea a
Félix Grande (“Donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver”) y a Joaquín
Sabina (“Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”);
“Materiales de construcción” recrea de manera humorística un poema de Porfirio
Barba Jacob, a su vez continuado por Cernuda y Brines; “Literatura fantástica”
se aproxima al mundo de Luis Alberto de Cuenca; la idea que está detrás de
“Ory” (imprescindible en cualquier antología dedicada al perro) ya la
desarrolló Julio Camba en un artículo.
Y no rehúye
Miguel d’Ors acercarse a temas muy trillados porque sabe que todos los grandes
temas lo son y porque esa es la manera de que destaque su originalidad (es
fácil ser original tratando un asunto trivial del que nadie se ha ocupado
antes, quizá porque no interesa a nadie). Gusta también de entreverar versos
ajenos con los suyos propios, versos por lo general muy reconocibles, como el
manriqueño “que es el morir” o “huyendo el mundanal ruido”, de Fray Luis (algo
de “menosprecio de corte y alabanza de aldea” hay en este libro de d’Ors, según
expresa la cita inicial de Ronsard).
El mundo
rural gallego, el de su infancia, está muy presente en este libro, que contiene
un puñado de poemas que forman parte (como tantos otros suyos) de lo mejor de
la literatura gallega, aunque estén escritos en un castellano entreverado del
idioma de Rosalía: “Los aperos”, “La feria de Cuspedriños”, “Pero algo hay”.
También el
montañismo, como no extrañarán los fieles lectores (una inmensa minoría) de Miguel
d’Ors. Al comienzo del libro coloca una cita de San Juan (“Mi Amado: las
montañas, / los valles solitarios nemorosos…”), que ha utilizado más de una
vez) y que se corresponde bien con poemas como “El reino”, tan lleno de pequeños
detalles exactos como todos los suyos, que nos habla de una ascensión a la vez
real y mística.
¿Algún
reparo a este libro admirable, que puede ser gustado a la vez por el lector común,
que no sabe de hipálages ni de intertextualidades, y por el especialista que se
las sabe todas? Dos, quizás. Miguel d’Ors es un poeta tan cordial como
conceptual. Sus poemas, muy a menudo, a la vez que expresan un sentimiento
desarrollan una idea. Y esa idea es falsa –o eso me parece a mí– en “Primavera
en el monte da Tomba” y en “Ser o no ser”. En el primero, el poeta se lamenta
de haber sido infiel a su destino por no haber escrito un solo verso en dos
semanas, por haber perdido el tiempo con actividades cotidianas (lavar y tender
la ropa, escribir cartas). Pero de su propia poética (léase “La feria de
Cuspedriños” o “Las ranas de Ciudad Rodrigo”)) se deduce que el poema no
comienza a escribir cuando se escriben sus versos, sino mucho antes.
“Ser o no
ser” contrapone su “biografía como de triángulo escaleno” a la de la gente
común que se apellida Fernández y son “farmacéuticos o fiscales” y se casan con
la “correspondiente gordita” y tienen hijos, etc. Pero también los fiscales y
los farmacéuticos y quienes se apellidan Fernández y se casan con “gorditas”
puedes pasarse la vida “maquinando versos”, exactamente igual que los
profesores por oposición que igualmente se casan y tienen hijos “que ya se sabe
la juventud de hoy”.
Pero son
más los poemas en que razón y corazón, artificio y verdad, se aúnan
inextricablemente para dar lugar a poemas tan minuciosamente memorables como
“Aguas estancadas”, “Sabiduría del ciruelo” o el ya citado “Las ranas de Ciudad
Rodrigo”, que tan bien ejemplifica la manera que d’Ors tiene de convertir una
anécdota banal en poesía y metapoesía.
Manzanas robadas se sitúa así entre las
obras mayores de un clásico contemporáneo, de un poeta intemporal y de ahora
mismo.
¡ Qué provocación titular un poemario en nuestra época "El misterio de la felicidad" !
ResponderEliminarEs una antología.
Eliminar"Los poemas de Miguel d’Ors nos emocionan o nos hacen sonreír [...] y nos admiran..."
ResponderEliminar¿Correcto?
Mejor quizá "nos llenan de admiración".
EliminarEn esta vag/na sociedad
ResponderEliminartodos somos de papá y mamá,
y si no te expulsarán.
mariataibo.com
No se entiende mucho, María Taibo.
EliminarEn sus fiestas pedía escrupulosamente el DNI. No quería positos en el árbol.
ResponderEliminarmariataibo.com
Este microcuento se subtitula "La disparition".
EliminarPrecioso libro que he leído maravillada. Saludos,
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