Homenaje a Borges
María Kodama
Lumen. Barcelona,
2016.
Sobre la relación entre María Kodama y Jorge Luis Borges hay
una leyenda negra y otra rosa; ambas, aunque en apariencia incompatibles, son
probablemente verdaderas.
Quizá las
más hermosas dedicatorias que un poeta haya escrito nunca se encuentran en La moneda de hierro, La cifra y Los conjurados, los tres últimos libros de versos de Jorge Luis
Borges. Son otros tantos poemas en prosa y están dedicados a María Kodama,
alumna primero, colaboradora después, con quien se casaría en Ginebra poco antes de
su fallecimiento.
Tras la
muerte de Borges, en 1986, María Kodama, discutida heredera de los derechos de
autor, se dedicó a promocionar muy eficazmente su obra por todo el mundo. Homenaje a Borges recopila una amplia
muestra de las conferencias que dio en los más diversos lugares (no suelen
indicarse).
La edición
es descuidada (carece de editor en el sentido intelectual del término, como
viene siendo habitual en los grandes grupos editoriales) y no escasea en
errores, fruto de una corrección mecánica: se habla varias veces de la “avidez”
de Kant (para referirse a la aridez de su prosa), se confunde la fecha de la
cita final con la de la conferencia “Borges y el Oriente”, se titula “Juan
Goytisolo nos presenta” (son sus primeras palabras) un texto en el que
Goytisolo no presenta a nadie… Esos descuidos (fácilmente subsanables con un
editor profesional), aunque irritantes, no limitan el interés del conjunto.
María
Kodama se muestra en estas páginas como una excelente conocedora del universo
borgiano y se ocupa, con inteligencia y erudición, de sus obsesiones
fundamentales: la memoria, las bibliotecas, el tiempo, el Oriente, el Golem,
los sueños. Son páginas divulgativas, con algún apunte autobiográfico, que es quizá
lo que más agradecerán muchos de los lectores.
Nos habla del
desagrado que Borges sentía ante uno de sus poemas más famosos, el soneto “El
remordimiento” (“He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede
cometer…), escrito tres días después de
haber muerto su madre. “Consideraba a este poema –señala Kodama– espantosamente
sentimental y carente de la distancia que éticamente debe mediar entre
experiencia y realización”.
En ese
rechazo debía haber algo de coquetería: Borges no podía ignorar que el
sorprendente comienzo (considerar la infelicidad como un pecado) ya lo alejaba
de un mero desahogo sentimental.
Acá y allá
nos va dejando pistas de su relación con Borges, que a ratos parece un tanto
fantaseada. Tenía cinco años cuando le leyeron el primer texto de Borges, uno
de sus poemas ingleses, y ella quedó impresionada para siempre, especialmente
por los dos versos finales: “Puedo darte mi soledad, mis sombras, la angustia
de mi corazón; / estoy intentando sobornarte con la incertidumbre, el peligro,
el fracaso”.
A los doce
años lo escuchó por primera vez en una conferencia; a los dieciséis comenzó a ser su alumna. Tras la muerte de la madre de Borges (en 1975) se convirtió en su
acompañante exclusiva en los viajes al extranjero. Esa relación iría pasando
por distintas fases hasta culminar “en el amor que nos habitaba, mucho antes de
que usted me lo dijera, mucho antes de que yo tuviera conciencia de mis
sentimientos”.
La
revelación de ese amor tuvo lugar en Islandia y se cuenta secretamente en el
cuento “Ulrica”, de El libro de arena.
Por eso, en la estela funeraria de Ginebra, aparece la inscripción “De Ulrica a
Javier Otárola” y la cita de la Völsunga
saga que Borges puso al frente de ese cuento.
Un
psicoanalista tendría mucho que decir de esa historia de amor. La traducción de
la cita dice así: “Tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los
dos”. Extraña inscripción como resumen de una historia amorosa. En el cuento
desaparece esa espada, pero no parece que eso suponga la realización física del
amor: “No había una espada entre los dos. Como la arena se iba el tiempo.
Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen
de Ulrica”.
Por si no
quedara claro, en el epílogo Borges señala la “afinidad” de “Ulrica” con “El
otro”, donde relata un fantasmagórico encuentro consigo mismo. La fría espada
que separaba a estos amantes –que siempre se trataron de usted, que en la intimidad,
si hemos de creer a Kodama, se daban los nombres cariñosos de Ulrica y Javier
Otárola (así, con apellido)– solo desapareció en un vago sueño erótico que tuvo
lugar en Irlanda, no en la realidad.
Extraña
historia de amor, ya digo. “Su padre la educó para mí”, indica Kodama que le
repetía a menudo Borges. Y en la “Inscripción” al frente de Historia de la noche, uno de los mejores
ejemplos del recurso de la enumeración caótica, tan característicamente suyo, entre
las razones de la dedicatoria (“Por los mares azules de los atlas… Por Venecia
de cristal y crepúsculo”) se encuentra “Por la memoria de Leonor Acevedo”, la
madre de Borges.
También hay
lugar en estas páginas para el haiku, ciertos episodios de la historia
argentina, los relatos de Cortázar. Pero son las luces y las sombras que añaden
al retrato del escritor y lo que nos dejan entrever de su extraña relación
final lo que impide que sean una prescindible pieza más en la inabarcable
bibliografía borgiana.
Excelente reseña. Señalo alguna errata. "Colabora" por "colaboradora","comenzó a su alumna" (falta "ser"), "vea" por "vez", y la más llamativa, en el título, "Ulrika" en vez de "Ulrica".
ResponderEliminarLa estupidez da grima. Por eso se inventaron los rituales.
Eliminar(María Taibo)
Estupenda reseña, querido profesor. Pero no te quedes solo con los elogios, que no nos chupamos el dedo. Reconoce que las erratas han asaltado tu texto.
ResponderEliminarUn poco de pedagogía a propósito de erratas: cuando un texto se publica en un diario impreso o en un libro, tiene un corrector externo. En el blog, no. De ahí las erratas. En este caso, se corrigen en cuanto algún amable lector las señala. No tienen mayor importancia. Y son inevitables. Qué sorpresa se llevarían algunos lectores si pudieran leer los originales de los autores que admiran tal como llegan al editor (a menos que se los haya puesto en limpio un diligente secretario).
ResponderEliminarBueno, en este caso la corrección no ha sido completa. Sigue constando "vea" donde debiera ser "vez" ("por primera y última vea"), y el título de la reseña consta ahora como "De Ulrica Javier Otárola" (falta "a"). Y, por supuesto, enteramente de acuerdo en que no tienen, las erratas, mayor importancia, y en que son inevitables.
ResponderEliminarMuchas gracias. ¡Qué maravilla sería que los libros pudieran corregirse de la misma manera!
ResponderEliminar¿Qué es un católico sin dios?
ResponderEliminarUn
meto-
mentodo
Se decía unido a la literatura. Ella no opinaba lo mismo.
ResponderEliminar(María Taibo)