domingo, 18 de junio de 2017

De Ulrica a Javier Otárola


Homenaje a Borges
María Kodama
Lumen. Barcelona, 2016.

Sobre la relación entre María Kodama y Jorge Luis Borges hay una leyenda negra y otra rosa; ambas, aunque en apariencia incompatibles, son probablemente verdaderas.
            Quizá las más hermosas dedicatorias que un poeta haya escrito nunca se encuentran en La moneda de hierro, La cifra y Los conjurados, los tres últimos libros de versos de Jorge Luis Borges. Son otros tantos poemas en prosa y están dedicados a María Kodama, alumna primero, colaboradora después, con quien se casaría en Ginebra poco antes de su fallecimiento.
            Tras la muerte de Borges, en 1986, María Kodama, discutida heredera de los derechos de autor, se dedicó a promocionar muy eficazmente su obra por todo el mundo. Homenaje a Borges recopila una amplia muestra de las conferencias que dio en los más diversos lugares (no suelen indicarse).
            La edición es descuidada (carece de editor en el sentido intelectual del término, como viene siendo habitual en los grandes grupos editoriales) y no escasea en errores, fruto de una corrección mecánica: se habla varias veces de la “avidez” de Kant (para referirse a la aridez de su prosa), se confunde la fecha de la cita final con la de la conferencia “Borges y el Oriente”, se titula “Juan Goytisolo nos presenta” (son sus primeras palabras) un texto en el que Goytisolo no presenta a nadie… Esos descuidos (fácilmente subsanables con un editor profesional), aunque irritantes, no limitan el interés del conjunto.
            María Kodama se muestra en estas páginas como una excelente conocedora del universo borgiano y se ocupa, con inteligencia y erudición, de sus obsesiones fundamentales: la memoria, las bibliotecas, el tiempo, el Oriente, el Golem, los sueños. Son páginas divulgativas, con algún apunte autobiográfico, que es quizá lo que más agradecerán muchos de los lectores.
            Nos habla del desagrado que Borges sentía ante uno de sus poemas más famosos, el soneto “El remordimiento” (“He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer…), escrito  tres días después de haber muerto su madre. “Consideraba a este poema –señala Kodama– espantosamente sentimental y carente de la distancia que éticamente debe mediar entre experiencia y realización”.
            En ese rechazo debía haber algo de coquetería: Borges no podía ignorar que el sorprendente comienzo (considerar la infelicidad como un pecado) ya lo alejaba de un mero desahogo sentimental.
            Acá y allá nos va dejando pistas de su relación con Borges, que a ratos parece un tanto fantaseada. Tenía cinco años cuando le leyeron el primer texto de Borges, uno de sus poemas ingleses, y ella quedó impresionada para siempre, especialmente por los dos versos finales: “Puedo darte mi soledad, mis sombras, la angustia de mi corazón; / estoy intentando sobornarte con la incertidumbre, el peligro, el fracaso”.
            A los doce años lo escuchó por primera vez en una conferencia; a los dieciséis comenzó a ser su alumna. Tras la muerte de la madre de Borges (en 1975) se convirtió en su acompañante exclusiva en los viajes al extranjero. Esa relación iría pasando por distintas fases hasta culminar “en el amor que nos habitaba, mucho antes de que usted me lo dijera, mucho antes de que yo tuviera conciencia de mis sentimientos”.
            La revelación de ese amor tuvo lugar en Islandia y se cuenta secretamente en el cuento “Ulrica”, de El libro de arena. Por eso, en la estela funeraria de Ginebra, aparece la inscripción “De Ulrica a Javier Otárola” y la cita de la Völsunga saga que Borges puso al frente de ese cuento.
            Un psicoanalista tendría mucho que decir de esa historia de amor. La traducción de la cita dice así: “Tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos”. Extraña inscripción como resumen de una historia amorosa. En el cuento desaparece esa espada, pero no parece que eso suponga la realización física del amor: “No había una espada entre los dos. Como la arena se iba el tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica”.
            Por si no quedara claro, en el epílogo Borges señala la “afinidad” de “Ulrica” con “El otro”, donde relata un fantasmagórico encuentro consigo mismo. La fría espada que separaba a estos amantes –que siempre se trataron de usted, que en la intimidad, si hemos de creer a Kodama, se daban los nombres cariñosos de Ulrica y Javier Otárola (así, con apellido)– solo desapareció en un vago sueño erótico que tuvo lugar en Irlanda, no en la realidad.
            Extraña historia de amor, ya digo. “Su padre la educó para mí”, indica Kodama que le repetía a menudo Borges. Y en la “Inscripción” al frente de Historia de la noche, uno de los mejores ejemplos del recurso de la enumeración caótica, tan característicamente suyo, entre las razones de la dedicatoria (“Por los mares azules de los atlas… Por Venecia de cristal y crepúsculo”) se encuentra “Por la memoria de Leonor Acevedo”, la madre de Borges.
            También hay lugar en estas páginas para el haiku, ciertos episodios de la historia argentina, los relatos de Cortázar. Pero son las luces y las sombras que añaden al retrato del escritor y lo que nos dejan entrever de su extraña relación final lo que impide que sean una prescindible pieza más en la inabarcable bibliografía borgiana.

            

8 comentarios:

  1. Excelente reseña. Señalo alguna errata. "Colabora" por "colaboradora","comenzó a su alumna" (falta "ser"), "vea" por "vez", y la más llamativa, en el título, "Ulrika" en vez de "Ulrica".

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    1. La estupidez da grima. Por eso se inventaron los rituales.

      (María Taibo)

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  2. Estupenda reseña, querido profesor. Pero no te quedes solo con los elogios, que no nos chupamos el dedo. Reconoce que las erratas han asaltado tu texto.

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  3. Un poco de pedagogía a propósito de erratas: cuando un texto se publica en un diario impreso o en un libro, tiene un corrector externo. En el blog, no. De ahí las erratas. En este caso, se corrigen en cuanto algún amable lector las señala. No tienen mayor importancia. Y son inevitables. Qué sorpresa se llevarían algunos lectores si pudieran leer los originales de los autores que admiran tal como llegan al editor (a menos que se los haya puesto en limpio un diligente secretario).

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  4. Bueno, en este caso la corrección no ha sido completa. Sigue constando "vea" donde debiera ser "vez" ("por primera y última vea"), y el título de la reseña consta ahora como "De Ulrica Javier Otárola" (falta "a"). Y, por supuesto, enteramente de acuerdo en que no tienen, las erratas, mayor importancia, y en que son inevitables.

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  5. Muchas gracias. ¡Qué maravilla sería que los libros pudieran corregirse de la misma manera!

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  6. ¿Qué es un católico sin dios?

    Un
    meto-
    mentodo

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  7. Se decía unido a la literatura. Ella no opinaba lo mismo.

    (María Taibo)

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