El crimen del conde Neville
Amélie Nothomb
Anagrama. Barcelona,
2017.
Desde el mismo título, no oculta Amélie Nothomb el punto de
partida de su obra. El crimen del conde
Neville remite a El crimen de Lord
Arthur Savile, una de las más conocidas y divertidas narraciones de Oscar
Wilde.
Por si esa
referencia no fuera suficiente, el protagonista se acuerda, ya en las primeras
páginas, de un relato “que cuenta una historia parecida”. Va a la librería del
pueblo, compra un ejemplar y lo lee –lo relee, mejor– de un tirón. Incluso nos
ofrece un resumen: “A punto de casarse con la hermosa Sybil, de la que estaba
locamente enamorado, y en el transcurso de una fiesta en Londres, Lord Arthur
Savile hizo que un famoso quiromántico le leyera la mano, y este le anunció que
iba a cometer un crimen. Víctima de la desesperación, Lord Arthur se pasó toda
la noche dándole vueltas antes de suspender su boda. Tenía que librarse del
trabajo sucio antes de unir su destino al de la mujer que amaba”.
Suspende
ahí su resumen el narrador “para preservar el placer de la lectura de los más
que probables numerosos interesados”. Acierta al hacerlo. Pocos serán los
lectores que no sientan la tentación de buscar y devorar el relato de Oscar
Wilde antes de seguir con la novela, o nada más terminarla.
No quiere
eso decir que la historia que nos cuenta Amélie Nothomb sea solo un parasitario
homenaje. Vale por sí misma: ágil, llena de quiebros sorprendentes, se lee de
un tirón, a ratos con una sonrisa en los labios y a menudo con una sensación de
irrealidad y angustia.
Los
personajes tienen algo de figuras de guiñol, parecen seres de otro tiempo
aunque la acción transcurre en época actual. Hay un castillo, un noble que pronto
se verá obligado a venderlo y que prepara su última recepción, una adolescente
desventurada, una adivina impertinente, dos hermanos que se llaman Orestes y
Electra, ambos igualmente de rara perfección y hermosura.
Entre el
cuento de hadas y la fábula dieciochesca, El
crimen del conde Neville es, como toda literatura que merece la pena, un
homenaje a la literatura. Estamos acostumbrados a que, con cierta frecuencia y
con revuelo mediático, se nos desvele un nuevo plagio, esto es, un atentado a
la propiedad literaria.
Pero la
literatura que vale la pena es siempre un trabajo colectivo. ¿Nos imaginamos al
creador del soneto patentando la estrofa y denunciando a todos los que la
utilizaran? ¿Es menos grande Shakespeare por tomar de acá y de allá los
argumentos de sus obras? ¿Góngora por volver a contar en la “Fábula de Polifemo
y Galatea” una historia cien veces contada antes? ¿O Blas de Otero por
entretejer tantos versos ajenos entre los suyos propios?
El crimen del conde Neville recoge los
principales elementos del relato de Wilde: hay una recepción, un aristócrata,
una profecía, una sorpresa final. Pero todo ello se combina de distinta manera,
llegando a un resultado que no desmerece ante el punto de partida.
Podríamos
encontrarnos solo ante un brillante ejercicio de ingenio, que no sería poco,
pero hay algo más. Lo que le da peso a la novela de Amélie Nothomb, lo que
impida que pueda considerarse únicamente como un divertido juguete, son los dos
personajes enfrentados del conde Neville y de su hija Sérieuse. El primero es
un aristócrata empobrecido que no renuncia a cumplir con los deberes que
considera inherentes a su clase, aunque para ello deba sacrificarse y
sacrificar a su familia.
Esos
deberes se han reducido a una fiesta anual en los jardines que su castillo, una
“garden party” convertida en el mayor acontecimiento social de la “remota
región de las Ardenas belgas” en que trascurre la historia.
Sérieuse
fue una niña ocurrente y feliz que, al llegar a la adolescencia, como si
hubiera recibido una maldición, se transforma en un ser apático al que “vivir
le duele como una postura incómoda”. Cuando sabe que su padre ha de cometer un
asesinato, se ofrece voluntariamente para ser sacrificada como la Ifigenia de
la leyenda de los Atridas (no en vano sus hermanos se llaman Orestes y Electra).
Una novela
dialogada y sucinta, sin un átomo de grasa, que remite al cuento de hadas y al
mito, que nos reconcilia con la ambigüedad y la magia de una literatura solo
aparentemente menor .
De los más divertidos de Amélie. Es uan autora tan joven como diferente.
ResponderEliminarUn saludo
¿Tan joven? Tiene 51 años...
Eliminar¿He ratas? (¿O no las he?) Vea el autor:
ResponderEliminar1)"Hay un castillo, un noble pronto se verá obligado a venderlo y que prepara...". Podría faltar un "que", así: "un noble que pronto...".
2) "Estamos acostumbrados a que, con cierta frecuencia y con revuelo mediático, se nos desvela..." ¿Se nos desvele?
3)"Lo que le da peso a la novela de Amélie Nothomb, lo que impida que..." ¿Lo que impide?
4) "Esos deberes se ha reducido a una fiesta..." ¿Se han reducido?
Haga el autor lo que bien le parezca. Y enhorabuena por la reseña. Con que la novela, que no conozco, valga tanto como ella, ya valdría lo suyo.