Pausa versal (Ensayos escogidos)
Denise Levertov
Traducción de José
Luis Piquero
Vaso Roto. Madrid,
2017.
Como “testimonios de vida vivida” define Denise Lavertov a
los poemas. Por eso Pausa versal, sus
ensayos escogidos, es un libro de crítica lleno de referencias autobiográficas.
Uno de sus capítulos, sin embargo, nos previene contra los excesos del
autobiografismo en literatura.
Denise
Levertov (1923-1997) nació en Gran Bretaña, pero lo mayor parte de su obra la
desarrolló en Estados Unidos, siguiendo un camino contrario al de Eliot y
similar al de Auden.
En el
“Esbozo autobiográfico” que cierra el volumen nos informa que su padre fue un
judío converso ruso, primero profesor en la Universidad de Leipzig y luego,
tras establecerse en Inglaterra, sacerdote de la iglesia anglicana; su madre
era galesa, miembro de la Iglesia de Escocia. Apenas recibió una educación
formal; se educó en casa, sin el sentimiento de pertenecer a una comunidad:
“Para los judíos, gentil; para los gentiles (laicos o cristianos), judía, o al
menos medio judía (lo que era bueno o mano según su grado de antisemitismo);
para los anglosajones, celta; en Gales, una londinense que no solo no hablaba
galés, sino que no estaba imbuida de las costumbres galesas”.
Sus notas
autobiográficas se limitan a la infancia. “Todo lo que ha sucedido en mi vida
desde entonces –quiere decirse, todo lo que tiene alguna relación con mi vida
como poeta– estaba de algún modo prefigurado en esa época”.
La exhibición
pública de la intimidad le parece deplorable. En el capítulo “La biografía y el
poeta” glosa algunos poemas de Sharon Olds (sin citar su nombre) muy
significativos al respecto. Para ella, el desahogo, el vómito confesional, el
confundir al lector con el psiquiatra es lo contrario de la literatura. Lo
mismo ocurriría con los poemas de amor: “una sensualidad evocada de un modo
restringidamente anecdótico es menos erótica que aquella menos explícita, más
estilizada, más misteriosa”.
El capitulo
dedicado a Anne Sexton nos advierte contra la tendencia (cada día más
frecuente) de considerar los problemas mentales de un autor (y en el caso de
Sexton, el suicidio final) como condición de su arte: “Reconocer que, durante
unos pocos años de su vida, Anne Sexton fue una artista a pesar de su dura lucha contra su deseo de muerte es honrar como
es debido su memoria. Identificar su amor por la muerte con su amor por la
poesía es insultar a esa lucha”.
Buena parte
de estos ensayos se dedican a defender la poesía política (Levertov estuvo muy
ligada a los movimientos contra la guerra del Vietnam) o la poesía religiosa.
Sus argumentos, en el primero de esos casos, nos recuerdan las polémicas que
tuvieron lugar en España durante los años cincuenta y sesenta en torno a la poesía
social.
Mayor
interés presentan sus reflexiones sobre fe y poesía, entreveradas de elementos
autobiográficos (como lo mejor de este libro). De un inicial escepticismo (a
pesar del ambiente familiar: su padre fue un destacado teólogo) pasó gradualmente
“a una postura de creyente cristiana”, sin ninguna conversión “dramática y
repentina”. Un cristianismo ecléctico el suyo, “hasta un grado sin duda
escandaloso para los más ortodoxos”: “Ya sea en Saint-Merri en París, en una
iglesia presbiteriana en Palo Alto o en las iglesias anglicanas de Londres o
Boston, si descubro fraternidad espiritual y un compromiso activo con mis
valores políticos, allí me quedo. Y si la liturgia y la música son de primer
orden, mejor que mejor (aunque si me obligan a escoger entre la belleza
litúrgica y una conciencia social manifiesta, mi lealtad estaría con esta
última: obras son amores)”.
Aunque
opuesta “a su estructura piramidal y a sus rígidos dogmas”, en sus últimos años
se sintió atraída por la iglesia católica debido a los movimientos relacionados
con la teología de la liberación, sin por eso dejar de sentirse a gusto “en
esas iglesias episcopalianas individuales que combinan una fuerte conciencia
social con música decente y algo de gracia litúrgica”.
Otro de los
núcleos del libro se ocupa de definir y defender las formas abiertas (propias
del siglo XX) frente a las tradicionales. Su análisis de la pausa versal (que
muchos poetas tienden a hacer desaparecer cuando leen en voz alta) resulta
particularmente ilustrativo. En el verso libre, o en las formas abiertas, como
ella prefiere llamarlas, el verso sigue existiendo, conservando su identidad,
no es solo una caprichosa disposición tipográfica, ya que “el despliegue del
poema en la página puede considerarse una partitura”, esto es, un conjunto “de
instrucciones visuales para los efectos auditivos”.
A William
Carlos Williams, a quien siempre consideró su maestro, se le dedican varios
capítulos, que insisten especialmente en precisar su lección frente a los
numerosos discípulos (la reciente película Patterson
lo demuestra) que solo vieron en él una excusa para la facilidad y la
trivialidad.
De la
mitología y de su relación con la poesía trata “Caballos alados”. A su
correspondencia con el poeta Robert Duncan, que fue su mentor y con quien
discutió punto por punto muchos de sus poemas, dedica abundantes páginas y un
emocionante epílogo que algo tiene de historia de fantasmas.
Los poemas
–propios y ajenos– incluidos casi en cada capítulo del libro, muy bien
traducido por José Luis Piquero, contribuyen al interés de Pausa versal, una reflexión sobre la poesía que, al contrario que
la más habitual crítica académica, interesa a todos aquellos a quienes les
interesa la poesía, no solo a profesores e investigadores.
"Denise Levertov, poeta y algo más."
ResponderEliminarPor Natalia Carbajosa
http://www.jotdown.es/2017/08/denise-levertov-poeta-algo-mas/