viernes, 3 de agosto de 2018

Autorretrato con gatos




Los días, los dones (Poesía, 1978-2018)
Emilio Barón
Eda Libros. Málaga, 2018.

Hay poetas que hacen todo lo posible por estar siempre en el centro del escenario y otros que por el contrario procuran pasar inadvertidos: no concurren a premios, no entran en polémicas, no aparecen en las antologías más llamativas.
            Es el caso del almeriense Emilio Barón, quien tras destacar fugazmente en los años ochenta, pareció quedar al margen en publicaciones provinciales y ahora reaparece con unas poesías completas escritas a lo largo de cuatro décadas, un volumen tan breve (cinco o seis poemas por año) como lúcidamente desolador.
            La primera de las cualidades que destacan en Emilio Barón es su insólita fidelidad a un maestro, Fernando Ortiz, y a una manera de entender la poesía.
            Del sevillano Fernando Ortiz (1947-2008) aprendió Emilio Barón el rigor métrico, el respeto a la tradición, el desapego de la sociedad literaria, el gusto por un cierto virtuosismo formal. Uno y otro desdeñaron la originalidad de las vanguardias para buscar otra más verdadera que no temía que se transparentaran los modelos ni incurrir en el deliberado pastiche. A Fernando Ortiz se le dedican numerosos homenajes a lo largo de estas poesías completas, una insólita muestra de generosidad.
            En contraste con esos poemas –alguno tal vez en exceso circunstancial–, están los que se dedican a los gatos. Sin olvidar la Gatomaquia de Lope de Vega, quizá ningún otro poeta español ha cantado con tanta constancia, gracia y devoción a quienes poco a poco, según aumentaba la misantropía del autor, fueron convirtiéndose en sus principales amores. El más extenso de estos poemas, “Tres”,  es también acaso el más significativo. Se subtitula “El autor, en cuatro cantos, habla de su vida a solas” y comienza refutando el subtítulo: “A solas no, que vivo con mis gatos / Luis y Possum, dos tigres muy domésticos. / Los tres en la terraza luminosa / y amplia dejamos transcurrir el tiempo”,
            Los días, los dones que es el título que Emilio Barón ha querido dar a su poesía completa constituye, antes que nada, un retrato moral del autor, al que vemos envejecer de un libro a otro. Ayuda a ello su gusto por dejar constancia de los principales hitos cronológicos en el camino de la vida. “A modo de balance” glosa, en versos de arte menor, su llegada a los treinta y cinco años; “Aniversario” se escribe una década después: “La mujer con quien vivo. Dos gatos. / Los restos de un naufragio que mueve la marea / y punzan la memoria como espinas. / Un trabajo aceptable y razonable- /mente incómodo. / La luz de cada día. / Este mes cumpliré 45 años. / La vida me retiene todavía”.
            La llegada al medio siglo le sirve para homenajear –una vez más– al amigo y maestro. El soneto titulado “A Fernando Ortiz” comienza con estos versos: “A los cincuenta años de mi vida / pienso ahora que toda una mitad, / mi buen Fernando, transcurrió asistida / por tu constante ejemplo y tu amistad”. Otro soneto se titula “Al cumplir los sesenta”.
            ¿Poesía menor, poesía circunstancial? Eso podrán pensar algunos apresurados lectores –hojeadores, más bien– de este volumen que corre el riesgo de volverse invisible –algo que quizá no desagradaría al autor– en la mesa de novedades.
            Hay en él sextinas –esos rebuscados artificios métricos que, tras el ejemplo de Gil de Biedma, volvieron a ponerse de moda en los años ochenta–, sonetillos manuelmachadianos (“Gastada / la rima / y ajada / la estima”) y sonetos, abundantes sonetos, bien con el esquema de rimas habitual o al modo inglés que popularizó Borges.  Emilio Barón se nos descubre así como uno de los maestros en esta estrofa, casi la única de las clásicas que ha seguido viva durante el siglo XX y que conserva toda su vitalidad en el XXI. Los sonetos de Emilio Barón son de muy variados tonos. A veces nos recuerdan al más grácil Lope: “A mi gato le gusta el desayuno / con Mozart que preparo en la mañana. / Se instala muy galán en la otomana / y atusa sus bigotes uno a uno”. En otras ocasiones adopta el empaque de la desengañada poesía barroca.
            Comienza esta esencializada autobiografía en verso en Canadá, donde el autor realizó sus estudios e inició su trabajo como profesor universitario, termina retirado en un rincón junto al mar de su natal Almería, cada vez más desengañado del trato con sus semejantes. Incluso el amor, o mejor los amores (más que el amor constante más allá de la muerte, Emilio Barón ha cantado los amores de una noche), van desapareciendo de unos versos de acentuada misantropía: “La familia, el Estado y el trabajo / son del hombre enemigos naturales. / No hay que jugar con esos animales. / Mejor mandarlos todos al carajo”.
            Como la Epístola moral a Fabio, uno de los referentes de Emilio Barón, Los días, los dones nos ofrece una lección de sabiduría vital, “en un estilo común y moderado / que no lo note nadie que lo vea”. No salimos indemnes de este volumen paradójico, que sabe aunar virtuosismo estilístico y corazón al desnudo.

4 comentarios:

  1. BIG BANG

    Inmenso amor.
    Todavía recojo
    mi corazón.

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  2. Sin duda interesante La buena poesía sigue viva

    Un saludo

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  3. - Look, Mandy. This a video of my friend the critic. I'd like you to meet him.
    (They watch a video)
    - I'd rather die without meeting him.

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  4. Muchísimas gracias por la reseña. En mi nombre y, estoy seguro, en el del autor. La difundo con su permiso.

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