jueves, 25 de febrero de 2021

Historia de una ambición

 

El joven Porcel
Sergio Vila-San Juan
Destino. Barcelona, 2021.
 

A Baltasar Porcel le gustaba apostar por los caballos ganadores: en 1973 dedicó un libro a loar la exitosa revolución cultural china; en 1977 conoció al rey Juan Carlos y acabó convirtiéndose en su asesor para asuntos relacionados con Cataluña; apostó desde el principio por Jordi Pujol y en la Cataluña pujolista fue un consejero de cultura oficioso, obtuvo todos los premios oficiales y dirigió instituciones creadas especialmente para él. Murió en 2009, sin tiempo para ver la defenestración de aquellos a cuya sombra había medrado, pero con tiempo para darse cuenta que en los medios culturales su figura –tan prestigiosa a finales de los sesenta y primeros setenta-- hacía tiempo que había dejado de contar. “A pesar de que había triunfado en todos los planos –cuenta Sergio Vila-San Juan--, se quejaba. no sé si con razón o sin ella, de una cierta falta de reconocimiento al máximo nivel que le interesaba, que era el de la cultura”. En aquella Cataluña, le bastaba quejarse para obtener lo que quería: “Animé a algunos amigos comunes y pusimos en marcha un encuentro de dos días en La Pedrera sobre su obra, que propició el entonces director del centro Alex Susanna y que obtuvo una gran repercusión. Sé que este encuentro le ilusionó, y tuvo la virtud de anticiparse a varios importantes reconocimientos que siguieron después y contribuyeron a alegrar la última etapa de su vida”.

            Pero Sergio Vila-San Juan tiene el buen criterio de desentenderse de los oropeles de esa última etapa y centrarse en la “década prodigiosa”, en los diez años que van desde 1960, en que un ambicioso veinteañero llega a Barcelona dispuesto a comerse el mundo, hasta 1970, cuando es temido, respetado y admirado tanto en Barcelona como en Madrid.

            El joven Porcel constituye una investigación periodística que se lee como una novela sin ficción y que interesa no solo a los que se interesan por Baltasar Porcel, si es que alguien –fuera de su natal Mallorca-- se interesa todavía por ese figura de otro tiempo que corre el riesgo de quedar sepultada por los cascotes de los próceres a los que apoyó.

            El joven Porcel era ambicioso, pero tenía casi tanto talento como ambición y un prodigioso olfato para acercarse a quien le podía ayudar. A los dieciocho años conoció a Llorenç Villalonga, cuarenta años mayor que él, una figura importante en la sociedad de Palma. El epistolario entre ambos, Les passions ocultes, es una apasionante novela epistolar que no desmerece –y puede que gane-- unto a las otras obras de cualquiera de ellos. En Villalonga tuvo Porcel a su primer, y quizá a su mejor, maestro. Le puso en camino de ser un triunfador, le enseñó a moverse sin demasiados escrúpulos por el mundillo literario, por el mundo en general. Y en Mallorca conoció al modelo de escritor que él quería ser, Camilo José Cela, un triunfador literaria y socialmente. En la redacción de Papeles de Son Armadan,s trabajó de “chico para todo” durante dos años.

            Más tarde le dedicaría uno de sus “encuentros” –las entrevistas literarias que le hicieron famoso-- y al infautado autor de La Colmena no le gustó nada lo que dijo de él: “El centro del universo es para Camilo José Cela su persona y su obra. No de otra forma se comprendería, al margen ahora de su carrera literaria, la industrial, rentable y lujosa organización en la que se ha envuelto”. Cela responde tratando de enemistar a Porcel con el editor de Destino. “Vergés me ha enseñado tu lamentable carta, tan digna de ti”, le escribe Porcel. “En cuando a la ‘vileza’ que he escrito, debo decirte que cuantos te conocen, me aseguran que es un artículo hecho con gracia y benevolencia”. Le recuerda luego sus actividades con la censura y se defiende de que le llame “peón de brega de Lara”: “Yo he trabajado con Lara y he cobrado mi mensualidad hasta que me ha convenido. Si ello es un peonaje, aplícatelo a ti y a cuantas veces has trabajado para una empresa, desde la cadena de prensa del Movimiento hasta los intentos de que el mismo Lara te publicara dos libros, que te rechazó por considerarlos carentes de interés, y que anunciara en tu revista, a lo que se negó porque apenas si se lee”.

            A Baltasar Porcel, que ya había conseguido algún premio más o menos amañado por Villalonga, pronto Palma se le queda pequeña. A su marcha a Barcelona ayuda su relación amorosa con la mujer del subdirector del diario en que colaboraba, la escritora Concha Alós. Su historia, personal y literaria, es la más triste de las varias que se entrecruzan en este libro.

            A Pujol lo conoció Porcel en su momento más heroico, durante el consejo de guerra de junio de 1960 por propaganda ilegal (había sido uno de los promotores de la campaña contra Galinsoga, el director de La Vanguardia impuesto por Franco, y de la interpretación por parte del público del prohibido “Cant de la Senyera” en el Palau de la Música). A Pujol le sugieren que pida perdón y entonces la sentencia será de dos años y no tendrá que cumplir condena. Se niega –tras escuchar el consejo de su mujer, la luego tan denostada Marta Ferrusola-- y la condena es a siete años de cárcel “por rebelión militar”. Porcel siempre recordará ese gallardo momento cuando tiempos después le reprochaban ser un “vendido al pujolismo”.

            La relación del joven Porcel con las figuras importantes de su tiempo no fue nunca de mero parasitismo, sino de aprovechamiento mutuo. Era la estrella del momento y a Villalonga o a Pla les vino bien para que los medios catalanistas olvidaran su pasado de colaboración con el franquismo. Durante sus mejores años, Porcel jugó a ser el enfant terrible –sus artículos solían ir acompañados de resonantes polémicas-- de la literatura catalana y a hacer de puente entre Barcelona y Madrid. Coqueteó con el anarquismo y el maoísmo y eso hacía más atractiva su figura para la gente de orden.

            Sergio Vila-San Juan ha tenido a su disposición el archivo de Porcel y ha entrevistado a quienes tuvieron más trato con él, a lo que se añade su buen conocimiento personal de la época. El resultado es un libro con excelente información que no incurre en la hagiografía, pero que tampoco subraya los aspectos oscuros de un personaje que podía haber sido protagonista de una novela de Balzac o de Marsé.

             

3 comentarios:

  1. Parece interesantísimo. Gracias, JLGM. Entre éste de Vilá-San Juan y los libros de Jordi Amat ya tenemos una Historia Cultural de Cataluña. ¿La de Madrid podría ser "El cura y los mandarines"? A pesar de la "hybris" de G. Morán creo que aporta datos relevantes. ¿Qué opinas?

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  2. Que "El cura y los mandarines" es un panfleto escrito sin ningún rigor. Lo reseñé en su momento.

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  3. Sí, es verdad. Lo acabo de releer. O leer, no recuerdo si lo leí en su momento. Los comentarios a aquella crítica me parecen de altura, Creo que los lectores y comentaristas de este blog vamos degenerando

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