La tribu Einaudi.
Retrato de grupo
Ernesto Ferrero
Prólogo de Manuel
Rodríguez Rivero
Trama Editorial.
Madrid, 2020.
Pocas palabras tan imprecisas como la palabra “novela”, que ciertos
periodistas y editores suelen aplicar a cualquier obra literaria en prosa de
cierta extensión. Por una vez, me gustaría incurrir en ese uso abusivo y
calificar al libro de Ernesto Ferrero que en español lleva el título de La
tribu Einaudi (el título original es más impreciso, pero también más
adecuado: I migliori anni dalla nostra vita, Los mejores años de nuestra
vida) como novela. Novela de no ficción, o sin más ficción que la que
involuntariamente se añade a cualquier recreación memorialística de la
realidad.
Ernesto
Ferrero evoca sus años de colaboración, con diversos grados de responsabilidad,
en la editorial Einaudi, una de las más importantes en la Europa de los años
sesenta y setenta, el modelo de lo que en España quisieron ser la Seix Barral
de Carlos Barral o la Alfaguara de Jaime Salinas, pero lo hace de manera que
interesa a cualquier lector, no solo a los estudiosos de la industria cultural,
al contrario de los que ocurre con el prólogo de Rodríguez Rivero, ejemplo de
escritura ensayística, pero no creativa.
Cierto que
por el libro cruzan unos cuantos nombres fundamentales de la literatura del
siglo XX –Cesare Pavese, Natalia Ginzburg, Italo Calvino, Primo Levi--, pero entremezclados
con otros personajes de los que no habíamos oído hablar y cuya peripecia no nos
interesa menos. Y no es necesario para ello que sean como Malcolm Sky que se
hallaba siempre donde no tenía que estar, al que le apasionaban las historias
de fantasmas, que tenía contacto con los servicios de inteligencia y que un día
apareció asesinado en una plaza de Turín. Cualquier oscuro profesor, cualquier sufrido
corrector de pruebas, cobra vida, se vuelve memorable en estas páginas.
El
protagonista –amado y odiado-- es Giulio Einaudi, que dirigió su editorial como
si fuera una corte del Renacimiento. Carlos Barral quiso tomarle como modelo,
pero no llegó ni de lejos a igualarle. Opuesto a él –que nunca olvida su papel
de rey Sol, en torno al cual giraba el mundo--, Italo Calvino es el laborioso
trabajador –como sus antepasados campesinos-- que disimula todo lo que puede su
talento. Ferrero cuenta una anécdota significativa: “En la primavera de 1984,
Calvino está en Sevilla con su mujer, Chiquita, argentina de nacimiento. Jorge
Luis Borges, ciego desde hace tiempo, se halla reunido en un hotel de la ciudad
con unos amigos. Los Calvino se acercan a ellos. Mientras Chiquita conversa
amablemente con su compatriota, el escritor, como siempre, se mantiene
apartado. Tanto es así que ella considera oportuno avisar: Borges, también
está Italo… Apoyado en el bastón, Borges levanta la barbilla y dice sin
inmutarse: Lo he reconocido por el silencio”. Pero en ocasiones el
silencio Italo no puede por menos de estallar, como cuando afirma en una de
esas reuniones de los miércoles que Ferrero recrea tan admirablemente: “Este
Camilo José Cela quiere que lo traten como a un Dios Todopoderoso. Es una de
las personas más vacías e insoportables de la literatura internacional”.
“El hermano
infeliz” titula el capítulo dedicado a Cesare Pavese. Ferrero considera menos
significativos el desengaño amoroso que el enfrentamiento con el editor –que él
escribe siempre con mayúscula-- entre los motivos de su suicidio: “Hasta el
último momento debió de pensar que el Editor acabaría acudiendo a la pequeña
habitación del Hotel Roma, que se inclinaría sobre la cama, le daría un leve
beso en la frente y lo despertaría. O a lo mejor sabía que el Editor, amando
tanto la vida y odiando tanto la muerte, jamás habría tenido aquel gesto
salvador para nadie”. Es probable que esa no sea la explicación más adecuada,
pero Giulio Einaudi siempre pensó que el suicidio de Pavese había sido un acto
en contra suya: “Por eso nunca llegó a perdonar a Pavese, por eso pasados
tantos años el suicidio de Pavese seguía siendo un asunto de familia: algo que
nos afectaba tanto que ni siquiera podíamos mencionarlo”.
Ferrero no
tuvo relación con Pavese –llegó a la editorial en 1963--, pero sí mucha con
otro suicida, Primo Levi. Se ha hablado mucho de las razones que llevaron a
Primo Levi a tomar esa determinación, incluso hay quien lo ha considerado una
última consecuencia de su internamiento en el campo de concentración. Ferrero
alude a otras causas, la principal de ellas “la partida que jugaba con la madre
paralizada, a la que cuidaba día y noche como un enfermero”. Aunque sabía que
era una partida mortal que solo admitía un único superviviente, se negaba a
ingresarla en una clínica; no aceptaba salvarse a costa de ella. “Pasaba horas
delante del ordenador, sin escribir, o con la madre, que lo llamaba y lo quería
permanentemente a su lado”. Muchos le oyeron el más cruel de los desahogos: “Es
peor que Auschwitz”.
Algo de
suicidio tuvo también el final de Pasolini. Ferrero lo vio por última vez,
quince días antes de que lo mataran, en el feria de Frankfurt. No quiso
alojarse en el hotel que le había reservado el editor y buscó otro “cerca de la
estación, hacia el río, en pleno barrio turco, donde el comercio sexual
adquiría las tonalidades de un matadero de cerdos, de una oscuridad sin
posibilidad de rescate”. Aquellas arriesgadas aventuras lo ponían de buen
humor: “Por la mañana, alegre y algo parlanchín, salió a hacer una compras
largo tiempo deseadas. El verdadero tesoro de Frankfurt era una tienda Adidas,
el paraíso de los equipos de fútbol, donde se vendían unos artículos futuristas
que todavía no habían llegado a Italia”. Pasolini era patrono, entrenador y
delantero de un equipo de fútbol, los Stukas, en el que ponía tanta pasión como
en la literatura o en el cine. “Se fue de Frankfurt como un bandido feliz de su
botín --concluye Ferrero el capítulo--. No sé si tuvo tiempo de sorprender a su
equipo con las camisetas de Adidas. Sin duda, con su cuerpo en el descampado de
Ostia, termina una época en la que un mundo ya perdido y degradado aún seguía
arrojando destellos de una posible regeneración”.
Aunque no
novela, sí literatura de creación –gran literatura-- esta fascinante recreación
de una época, casi tan remota ya para nosotros “como el paso de Aníbal por los
Alpes”, y de sus personajes, protagonistas o parte del coro, olvidados o
siempre recordados.
Un mundo que fue, desde la envidia, un poco nuestro.Buena recomendación.
ResponderEliminarExcelente, querido José Luis. Y acabo de ver que ya tenemos otra reseña más. Enhorabuena por lo fino y también por lo fuerte que te veo.
ResponderEliminarSí, Pasolini como Pablo Escobar. Patrón del fútbol en Colombia. Con menos dinero y otros vicios.
ResponderEliminarLa comparación, desde luego, pone la piel de gallina.
Eliminar"Exactamente 623 atentados que dejaron alrededor de 402 muertos y 1.710 heridos son adjudicados al Cartel de Medellín que lideró Pablo Escobar, en la época de mayor violencia narco en la historia de Colombia. La sangre y el dolor se apoderaron del país entre 1984 y 1993 -cuando el capo fue abatido a tiros- con asesinatos selectivos, bombas en espacios públicos, en instituciones y en medios de comunicación, y hasta hubo una explosión en un avión comercial".
Porque "Todo el que se interpusiera en los intereses de Pablo Escobar se convertía inmediatamente en su objetivo militar".
De verdad, irracional señor, o señora, ¿qué tiene que ver un poeta y cineasta como Pasolini con un asesino a gran escala como Escobar?
Los comparaba como "patrocinadores" de fútbol, cada uno a su nivel. Escobar, durante años, tuvo gran influencia política. Y su dinero también.
ResponderEliminarSe queda ud. muy corto en el número de muertos. Mató muchos más.
Pero sus relaciones con las altas esferas pueden ser interesantes, empezando por Álvaro Uribe, etc.
Por otro lado hay artistas o poetas que no tendría yo en la agenda de amigos, Villon, Caravaggio, Rimbaud...Una cosa no quita la otra. Pasolini es uno de ellos
Durante el confinamiento me aficione a las series de narcos. Pero la realidad supera con mucho la ficción. Es más interesante.
ResponderEliminarPablo Escobar fue miembro de la Asamblea Nacional, diputado. Gozaba de todos los privilegios, invulnabilidad judicial, etc. Desde 1982 a 1984. Ahí creció el Cartel de Medellín, que contaba como "socios", la cúpula, a él mismo, a Carlos Lehder(recientemente extraditado a Alemania), a los hermanos Ochoa, y a Rguez. Gacha, alias "el mejicano".
Cada uno merece un capítulo aparte. En el caso de Escobar, sus problemas vienen del asesinato de Rodrigo Lara Bonilla en 1984,
Ministro de Justicia con Betancourt.
Lara Bonilla lo había humillado en público ante la Asamblea.
El magnicidio no cuenta con la aprobación del Cartel de Cali, que temen se echen sobre todos. Como así sucedió. De aliados pasan a enemigos.
Voló el avión de Aviaco porque pensaba que en él viajaba Cesar Gaviria, pte.por entonces.
Curiosamente no cogió el avión en el último momento.
Habría para un libro, o más
Todos los libros del mundo juntos no servirían para demostrar que el patrocinio de equipos de fútbol (detalle que ambos rtienen en común con miles de personas que en nada se parecen entre sí) aproxime en nada sustancial a un criminal como Escobar y a un poeta como Pasolini.
EliminarPor lo demás, que este último fuera o no recomendable como amigo es cosa que no sabría decir; no lo conozco lo bastante. Pero no faltan testimonios de personas que lo conocieron y trataron, desde Maria Callas, por ejemplo, a Natalia Ginzburg, por otro, y de la mucha estimación que les despertaba y lo mucho que lo echaron de menos tras su muerte.
Cuando se conoce la historia de Colombia en los 80, leer entre líneas "Historia de un secuestro", de García Márquez no viene mal.
ResponderEliminarYa callo
Estimado "desconocido" su despiste es descomunal. Utilice el foro adecuado para su "perorata". Le aseguro que este, creo, no lo es.
ResponderEliminarSepan uds. ,huevones, que Víctor Menéndez ha sido y esperamos su regreso, profesor aquí. En Bogotá, colegio Reyes Católicos.
ResponderEliminarNo hablen de lo que no saben
Creí que una opción me permitía filtrar los comentarios anónimos o con pseudónimo. Parece que no. Los eliminaré en la moderación. Este no es lugar para dar rienda suelta a los prejuicios u ocurrencia de cada uno, sino para comentar educadamente la reseña concreta de una obra en concreto (si es que se cree necesario).
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