jueves, 5 de mayo de 2022

Ciudadano González

  

Querido Antonio: aquí, como siempre
Ángel González
Edición de Marina Gasparini Lagrange
Papeles Mínimos. Madrid, 2022.

Para la mayoría de los lectores y estudiosos de Ángel González resultará una sorpresa la aparición de un nuevo libro suyo de sugerente título: Querido Antonio: aquí, como siempre. Contiene su correspondencia con Antonio Navas Jiménez, hijo de un represaliado del franquismo, emigrado a Venezuela en 1959.

            Antonio Navas Jiménez no era escritor, pero sí un gran lector que gustaba de mantener correspondencia con los autores que admiraba. Y ayudarles en lo que podía desde la entonces rica y libre Venezuela. No sabemos cómo entró en contacto con Ángel González. En la primera carta, de 1968, comienza el poeta agradeciéndole los libros que ha recibido y solicitándole dos “que aquí no han llegado y —por lo que parece— van a tardar en llegar”: La vuelta al día en ochenta mundos, de Julio Cortázar, y Cambio de piel, de Carlos Fuentes. Él a cambio le envía un libro de Goytisolo y otro de Valente. “Ya que pienso que la poesía le interesa”, escribe, lo que indica que entonces apenas se conocían.

            Durante los diez años siguientes, sigue el intercambio de libros, discos y revistas, a la vez que la correspondencia se va haciendo más personal. La carta del 22 de julio de 1969 comienza así: “¡Cuánto tiempo sin escribirte! Ahora, mi pereza habitual se vio complicada con la peor noticia que he recibido en mi vida: la muerte de mi madre, ocurrida el pasado día 12, de la que me enteré por teléfono, cuando menos lo esperaba. El corazón le falló de una manera imprevista y fulminante. Tú la conociste y puedes imaginarte lo que significaba para mí”.

            Pero no abundan los desahogos personales de carácter íntimo. En esa misma carta —tras agradecerle los discos de jazz que ha recibido y comunicarle el envío de un número de Cuadernos para el diálogo y otro de Ínsula— pasa a hablar de la situación política, que es el otro leit motiv de esta correspondencia: “Como ya sabrás, mañana ‘coronan’ a don Juanito. Todo sucede ante la indiferencia popular, cuya atención está más pendiente de la vuelta ciclista a Francia que de otra cosa. ¡Qué país!”. Ese don Juanito —al contrario de lo que se indica en el índice onomástico final— es Juan Carlos de Borbón, proclamado por esas fechas príncipe de España y sucesor del Generalísimo, no su padre.

            Comparte Ángel González con su corresponsal la exasperación ante la prolongación de una dictadura que parecía no iba a acabar nunca. Desde Albuquerque, Nuevo México, le escribe el 25 de octubre de 1974: “De España no sé nada. Ayer mandé una suscripción a Triunfo, porque no se puede vivir en tal indigencia de noticias de nuestro país. Cuando estuve allí, parecía que iba a presenciar el entierro del anciano general. Pero el hijo de puta se recuperó, según parece, y otra vez está al frente de los destinos patrios. ¡Increíble!”

            Esa exasperación explica ciertas bromas sobre ETA (p. 112) y el FRAP (p, 134) que hoy no se pueden repetir sin causar un farisaico escándalo y ocasionar algún denuesto a la figura del poeta. También muy de otro tiempo son los garabatos de mujeres desnudas, y los textos que los acompañan, que Ángel González envió a su amigo y que se incluyen en esta correspondencia. El gran poeta parece en ellos un españolito más de los que protagonizan las películas de Mariano Ozores o Alfredo Landa.

            Más que literario, el interés de esta correspondencia es sociológico y biográfico. Aporta muchos datos sobre la estancia del poeta en Estados Unidos, sobre sus dificultades para obtener un puesto permanente en una universidad americana y sobre sus trabajos de crítica literaria. También explicita que era lo que aspiraba a conseguir, y al fin consiguió. En diciembre de 1976, escribe: “Acaban de concederme el tenure (o permanencia) en la universidad: falta solo la decisión del presidente, pero no habrá problema. Con eso espero realizar mi sueño dorado: trabajar solo cuatro meses aquí y pasarme el resto entre Latinoamérica y España”.

            No se explaya demasiado Ángel González en los asuntos más personales. “Ya está conmigo Shirley”, le escribe en enero de 1973, y el primero de mayo siguiente: “Como sabrás por nuestros amigos comunes, ya me casé”. La correspondencia aporta nuevas pruebas para lo que ya sabíamos: que los primeros trabajos de Shirley Mangini —el excelente libro sobre Gil de Biedma publicado en 1980— son en buena parte obra de Ángel González: “Tenía que haber entregado la conferencia escrita hace más de quince días, pero no la terminé hasta ayer. Trabajé duro, sin levantar cabeza; porque, además, estoy metido también en la corrección de la tesis de mi mujer, que tiene que entregar dentro de un mes —y también es una tarea dura”. De hecho, cuando algún capítulo del Gil de Biedma se anticipó en la revista Prohemio aparecía firmado conjuntamente por Shirley Mangini y por Ángel González.

            Ayuda este epistolario (que contiene abundantes fotografías inéditas del poeta, además de los facsímiles de las cartas) a un mejor conocimiento del ciudadano Ángel González, a la vez que vierte luz sobre otro español ejemplar, Antonio Navas Jiménez, pero resulta prescindible para quienes solo se interesan por la poesía del autor de Palabra sobre palabra.

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