Escritores
españoles en París
José Esteban
Reino de Cordelia.
Madrid, 2022.
Hubo un tiempo en que París fue la capital de la literatura
española. Ocurrió muy llamativamente en el llamado fin de siglo, en el paso del
XIX al XX, pero no solo. En esos años viajar a Paris, empaparse de París, era
la primera asignatura que tenía que cumplir quien quería seguir la carrera
literaria. Y el introductor de embajadores era Enrique Gómez Carrillo, un joven
guatemalteco que llegó a ser más parisino que los propios parisinos. En ese
tiempo, las crónicas de París constituían una sección que no podía faltar en
ningún periódico.
Pero la
fascinación por París comenzó mucho antes, en el afrancesado —nunca mejor dicho— siglo XVIII
y duró hasta bien avanzado el siglo XX, no solo para los escritores españoles,
también —y quizá con mayor intensidad— para los latinoamericanos. Sin París no
se entiende Rubén Darío, pero tampoco Julio Cortázar.
No es José Esteban el primero que se
ocupa de esa relación, pero su libro Escritores españoles en París quiere
ser el más abarcador. Comienza con Ignacio de Luzán, famoso por su poética
neoclásica, y termina con el poco conocido Lorenzo Varela, uno de los exiliados
de la guerra civil.
José Esteban, que nació en 1935, que
ha sido editor, que ha publicado cerca de cien títulos de la más variada
temática (entre ellos un Breviario del cocido y un Refranero
anticlerical), que conoce como nadie a las figuras mayores y, sobre todo, a
las menores de la llamada Edad de Plata, es un erudito que no tiene nada de
académico, ni en lo bueno ni en lo malo.
Escritores españoles en París resulta
así un libro un tanto descacharrado que repite párrafos, que equivoca fechas,
que no sigue idéntico criterio para todos los autores: de unos nos ofrece una
semblanza y de otros se limita a reproducir algún texto relacionado con París. Al
principio, nos irrita un poco este desarreglo, pero no tardamos en
perdonárselo. Ocurre con José Esteban lo que con el último Baroja, el de los
tomos de memorias y los libros escritos precisamente en París, como Paseos
de un solitario, en los que repetía anécdotas, se enredaba con la sintaxis
y juntaba y rejuntaba viejos papeles. No tardábamos en perdonárselo porque
nunca le faltaba esa cualidad que —lo decía Borges a propósito de Stevenson— hace
prescindible todas las demás: el encanto. A José Esteban no le pedimos
precisiones bibliográficas (fáciles de encontrar, por otra parte), sino que nos
llame la atención sobre autores olvidados y artículos perdidos en la selva
selvaggia —a pesar de la digitalización—
de las hemerotecas.
Aunque el volumen incluye hermosas
páginas dedicadas a la capital de Francia que fue, y sigue siendo, una de las
capitales del mundo, no es el valor literario de los textos que antologa lo que
más destaca, sino el sociológico. En un principio, lo que más llamaba la
atención de los españoles en París, era algo tan trivial, desde nuestro punto
de vista, como el que en las tiendas hubiera vendedoras. “Esta utilidad o
llámese explotación del trabajo mujeril —escribe Mesonero Romanos— es uno de los extremos en que las costumbres
francesas se apartan notablemente de las nuestras. La galantería y la
susceptibilidad española no suelen avenirse bien con la idea de hacer de la
mujer un compañero en el trabajo, y menos aún la de servirse de su atractivo
como un medio de especulación”.
Mesonero Romanos escribía en 1840.
Más de un siglo después, cuando Buñuel dicta Mi último suspiro no tiene
inconveniente en contar como una hazaña de sus años en París el utilizar el
clorhidrato de yohimbina, un afrodisíaco que añadían discretamente al champaña,
para vencer las resistencia de las chicas que se resistían a sus encantos.
Unamuno fue uno de los pocos
escritores que supo resistirse a la fascinación de París. Primo de Rivera le
desterró a Fuerteventura y un barco francés, financiado por el diario Le
Quotidien que quería convertirlo en colaborar exclusivo, le llevó a París.
Coincidió allí con Blasco Ibáñez, el otro gran opositor a la dictadura, y
asistieron juntos a algunas tertulias, aunque eran caracteres incompatibles.
Bien conocida es la anécdota en que, asomados los dos a un gran balcón sobre
los Campos Elíseos, el autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis le
dijo: “¿Qué puede echarse de menos en este lugar del mundo?”. “¡Gredos!”,
respondió Unamuno, como podía haber dicho la carretera de Zamora, “soñadero
feliz de mi costumbre”.
Algunos de los textos que incluye
José Esteban son bien conocidos, pero no nos importa volver a releerlos, como
el magnífico retrato que Julio Camba hace de Alejandro Sawa, el Max Estrella valleinclanesco,
la más clara víctima del hechizo de París, o sus precisiones gastronómicas:
“Inglaterra es un pueblo que come lo que necesita. Francia es un pueblo que
come lo que no necesita. España es un pueblo que no come lo que necesita.
Inglaterra está ágil. Francia está gorda. España está en los huesos”.
Era otra época. No se ha inventado
máquina mejor de viajar en el tiempo que la literatura. Ni más amena novela, si
se sabe contar, que la historia de la literatura y las vidas de los que la han
hecho posible, tragicomedia donde toda genialidad y todo disparate tienen su
asiento.
Las genialidades, que se indisciplinana :-)
ResponderEliminarUn abrazo, y gracias
He leído buena parte de este libro, que cayó en mis manos de forma casual. Lo encontré en un expositor de mi biblioteca habitual y me lo llevé sin tener referencia alguna sobre él ni sobre su autor. Creo que es una obra apresurada, poco trabajada y con bastante material de relleno, además de considerablemente irregular. Hay capítulos que no están mal, aunque sin ser en absoluto brillantes y otros que dejan mucho que desear. La mitad de la paginación es material de antología y no demasiado bien seleccionado. Me sorprende la benevolencia de este artículo en un crítico con fama de duro como usted.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo. El libro habría necesitado una buena revisión editorial, que el autor, un benemérito erudito cercano a los noventa años, no está en condiciones de hacer. Me dejé llevar por el atractivo del tema.
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