miércoles, 5 de marzo de 2025

Los buenos sentimientos

 

José Saborit
Más vida
Pre-Textos. Valencia, 2025.

“El infierno de la literatura está lleno de buenas intenciones” afirma una frase que se atribuye a André Guide y que tiene sus variantes: “Con buenos sentimientos no se hace buena literatura”. ¿Es cierto eso? Falta añadir un adverbio para que lo sea: “Solo con buenos sentimientos no se hace buena literatura”. Ni, por supuesto, solo con malos. Las flores del mal es una de las obras maestras de la poesía universal; Las flores del bien, un merecidamente olvidado libro poético de la posguerra. Pero eso no se debe a los temas tratados en ellos ni a la bondad o maldad de los autores, sino al mayor o menor talento poético de Baudelaire en un caso y de Pemán en el otro.

            José Saborit, poeta y pintor, como Ramón Gaya, no le tema a “las palabras gastadas” como amor y vida, ni a “las palabras fatigadas” como perfecta y alegría, según indica en uno de los poemas; tampoco a los buenos sentimientos. El resultado es un libro conmovedor, que no busca la originalidad, pero que la consigue de la mejor y más difícil manera: hablando con verdad de lo que importa. No es un poeta de escuela, en el mal sentido de la palabra, pero se sabe miembro de una comunidad poética, que podríamos denominar valenciana o levantina, y los nombres de sus componentes aparecen en las dedicatorias: Lola Mascarell, Vicente Gallego, Antonio Moreno, Antonio Cabrera, Susana Benet. Son poetas de la cotidianidad trascendida, del asombro de vivir, del mirar como una forma del pensamiento.

            Uno de los poemas de Más vida se titula “Suite de Lucía”. Bajo ese título podrían integrase otros dispersos por el libro: “Encinta”, “Amor”, “Lucía la mañana”, “Primer gesto”, “Desayuno”, “Mamá”. Son los poemas de la paternidad, menos frecuentes que los de la maternidad y por su carga sentimental casi imposibles de escribir sin incurrir en el ternurismo. José Saborit lo consigue y ese es uno de los logros que conviene subrayar en este libro.

El poema “Encinta (junio 2021)” –pocos títulos en principio menos prometedores--  dice así: “Míranos: una luz sin noche, clara, / se adivina a lo lejos, / asoma tras las nubes, parpadea / y aún antes de nacer ya nos alumbra. / Todo el mundo renace / de sus propias cenizas, / se convierte en un niño / que juega ante mis ojos / y me canta los nombres / risueños de las cosas, / y las cosas no saben / seguir siendo las mismas que eran antes. / Qué ganas de jugar / ahora que amanece. / En tu vientre un latido / camina hacia nosotros. / Es la vida que viene a ser más vida”.

            El más difícil todavía lo consigue Saborit en poemas como “Por qué las flores”, ese tema que de tan manido pintores y poemas han dejado en manos de los aficionados domingueros, o “Soledad”, con su rasgo de ingenio en el verso final.

            La estética de Saborit le impide cualquier exhibicionismo culturalista, pero hay algunas resonancias. “Plumier” recrea una rima de Bécquer, convertida el arpa en un plumier que, “en un ángulo oscuro” del escritorio, “aún espera tal vez / esa mano de nieve de aquel niño / que dormita en el ángulo / oscuro de mi mano”. Un tema muy machadiano, aunque con otro enfoque, recrea “Las moscas”: “El vuelo de una mosca le distrae, / decían, y ordenaban con tono admonitorio: / preste usted atención a la palabra”. El “Beatus ille” de Horacio y Fray Luis es evocado en “Descanso”.

            El riesgo de estos poemas es el de la lección demasiado explícita. Pero ocurre pocas veces, como en el poema “Cítricos”, con esa historia final referida por un jardinero: “¿Tú sabes cómo mueren / los cítricos?, me dijo. / Cuando llegan a viejos, / después de haber vencido / hongos, plagas, sequías, / dan su canto del cisne, / una última cosecha gigantesca, / soberbia, generosa, exuberante. / Y después mueren”. En un libro de autoayuda quizá quedaría bien.

            Preferibles los poemas de final anticlimático, como “Una hoja de acelga”, cuyas “tersas nervaduras” se transforman en “el río nacarado que conquista / con su bajorrelieve minucioso / pequeñas dunas verdes / vencidas tras el vuelo” y toda ella en “el ala rota / de un ángel lujurioso”, para afirmar finalmente “que esta humilde hoja de acelga / prefiere seguir siendo lo que es, / una hoja de acelga entre otras hojas”. Y el poema termina sin rebuscadas trascendencias: “Sobre el fuego, en un cazo, / el agua empieza a hervir”.

            El mal tiene más prestigio literario que el bien, el dolor es más productivo en literatura que la felicidad, el exotismo aventurero da más juego que la cotidianidad con la que todos podemos identificarnos. Pero Saborit ha sabido ver (y ha sabido decir, casi siempre de manera memorable) lo que de verdad importa: el asombro de vivir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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