Eva Moreno-Lago
Victorina Durán, una vida llamada
teatro
Renacimiento. Sevilla, 2025.
Victorina
Durán (1899-1993) fue una de las figuras más destacadas de la renovación
intelectual de los años veinte. Hija de una bailarina y de un militar, que
antes ya se había casado dos veces y tenido otras hijas, desde pequeña se movió
en los ambientes relacionados con el teatro. Quiso ser actriz, algo no bien
visto por la familia paterna, estudió en la Escuela de Bellas Artes, se inició
en la pintura y en las artes decorativas, obtuvo la cátedra de Indumentaria en
el Conservatorio de Madrid y acabaría dedicando la mayor parte de su vida al
teatro como figurinista, aunque no solo.
Eva Moreno-Lago conoce bien su
trayectoria (le dedicó su tesis doctoral), pero en Victorina Durán, una vida
llamada teatro no parece ser lo que más le importa, aunque nos rescate con
meritoria minucia su labor profesional y la renovación teatral llevada a cabo
por figuras como Cipriano Rivas Cherif y Margarita Xirgu en los años veinte y
treinta. En la historia de la literatura quedan los nombres de Lorca, Casona,
pero el teatro es algo más que texto. Y ese algo más está no solo la dirección
(que antes estaba a cargo del primer actor), sino en la escenografía y el
vestuario. En ese algo más, destaca el nombre de Victorina Durán, activa
durante más de medio siglo, primero en España, luego en Argentina y
posteriormente otra vez en España.
Lo que más parece importarle a
Moreno-Lago es la vida afectiva y sexual de Victorina Durán. Quiere convertirla
en un icono gay, en un ejemplo de vida en libertad, en un modelo para las
nuevas generaciones. Alterna así en este libro la investigación con la enfadosa
moralina, el rigor con un tono de libro de autoayuda. ¿Un ejemplo? A Victorina
“le cambiaron su rumbo, y aun así supo disfrutar cada etapa, transformarse una
y otra vez en el plano profesional. Esa capacidad de adaptarse y volver a
empezar la convierte en una mujer ejemplar y en un referente para nosotras”. Y
continúa, dirigiéndose no al común de los lectores, sino a ese cómplice
“nosotras”: “¿Cuántas veces nos hemos sentido frustradas porque las cosas no
resultaron como esperábamos? Quizás, lo que Vic nos enseña es a confiar en el
proceso, en las oportunidades, reconocer que nuestras cualidades pueden
llevarnos a lugares impensados, que no estaban en nuestros planes, pero que nos
muestran otros, quizá más maravillosos”.
Pero la vida de Victorina Durán no
parece ejemplarizar muy adecuadamente la doctrina que su biógrafa quiere
impartir. Su orientación sexual no supuso ninguna limitación en su carrera,
entre otras cosas porque la vivió privadamente, sin referirse nunca a ella en
sus actividades públicas.
En
1937, marchó de España a trabajar con Margarita Xirgu, que había iniciado una
gira americana poco antes de comenzar la guerra. Marchó como marcharon Juan
Ramón Jiménez o Alejandro Casona, para buscar una vida mejor lejos de esa
España que se había convertido en un sangriento caos, aunque siguieran apoyando
a la causa republicana. Pero Moreno-Lago no opina así. Incluye la experiencia
de Durán dentro de lo que llama “sexilio”, esto es, de aquellas formas de
exilio motivadas por la orientación sexual y no por razones políticas. La
muerte de Lorca habría sido un aviso para todas las personas que no se
ajustaban a la norma: “Ninguna disidencia sexual se iba a permitir en la España
gobernada por las tropas del general Franco. Por ese motivo, eligieron a una
persona conocida, sin una afiliación política definida, pero que había
manifestado sus preferencias sexuales”.
Lorca,
sin embargo, no había manifestado públicamente sus preferencias sexuales, al
contrario que Cernuda en varios poemas de La realidad y el deseo. Hasta
los años ochenta no se le reconoció como homosexual. Antes, los que sabían,
callaban. Solo hay que pensar en lo que tardaron en publicarse sus Sonetos
del amor oscuro a pesar de que en ellos sigue teniendo buen cuidado de no
utilizar adjetivos masculinos para referirse al destinatario. A Lorca le
mataron porque era una de las figuras literarias más populares y destacadas en
la España del Frente Popular, aparte de los rencores añadidos que pudiera haber
en Granada, “en su Granada”.
La represión sexual en la España de
Franco es innegable, pero referirse a las numerosas personas fusiladas por ser
homosexuales es una gruesa inexactitud. La Ley de Vagos y Maleantes no
implicaba la pena de muerte y menos por fusilamiento. Esa represión, más que a
las mujeres que amaban a otras mujeres, afectó especialmente a travestis y
trans, a quienes les era más difícil, por razones obvias, la entonces necesaria
discreción. El lesbianismo, por el contrario, al apartar a algunas mujeres del
matrimonio y permitirlas centrarse en su carrera, les ayudó a destacar en su
trayectoria profesional. Fue el caso de Victoria Kent o de Celia Gámez, dos
mujeres muy distintas, pero ligadas para siempre por un chotis.
Lo cierto es que Victorina Durán,
por lo que se deduce de sus escritos, publicados póstumamente o aún inéditos,
no tuvo mayores problemas para vivir una vida sexual a su manera, sin
demasiadas cortapisas, tanto en la España anterior a la guerra, como en la
Argentina del exilio (que fue, en gran parte, la Argentina de Perón) o en la
España franquista a partir de los años sesenta. Ayudó a ello el medio en que se
desenvolvió, la burguesía ilustrada y el teatro, siempre más propenso a ciertas
libertades y por eso mal visto por la gente de bien, además de la tendencia a
la invisibilidad, casi hasta ayer mismo, del amor entre mujeres: las muestras
de afecto entre amigas, besos y abrazos, siempre llamaron menos la atención que
cuando se daban entre hombres.
Moreno-Lago gusta de fantasear sobre
los amores de Victorina Durán. El caso más notable es el de sus supuestas
relaciones eróticas, además de profesionales y amicales, con Margarita Xirgu.
Cierto que no hay constancia del lesbianismo de la actriz, pero en la época
hubo rumores y “cuando el río suena, agua lleva”; además, la actriz “era amiga
cercana de figuras abiertamente homosexuales, tanto hombres como mujeres, y se
movía con naturalidad en ambientes donde la diversidad sexual era aceptada”. Y
ya se sabe –añade Moreno-Lago, que en su afán de sacar a Margarita Xirgu
póstumamente del armario elude cualquier rigor conceptual-- “dime con quién
andas y te diré quién eres”.
El
capítulo titulado “Amores lésbicos al proscenio” es una novelita de tesis LGBTIQ, una especie de ensoñación erótica
que está fuera de lugar. Más interesante el capítulo siguiente, “Una trama
difícil: su gran amor”, en el que se nos cuenta la historia de Miguel Durán
Terry, que nació en Lugones en 1901, que estudió con los jesuitas en Gijón, que
marchó a Madrid para estudiar ingeniería y pronto se convertiría en uno de los
más destacados jugadores del Atletic Club. Murió durante la revolución del 34
mientras se desplazaba al cuartel de Pelayo. Esa historia, o la más conocida
del empresario argentino Natalio Botana, uno de sus mecenas argentinos, son
bastante más interesantes que las fantasías sobre cómo supuestamente Victorina
Durán y Margarita Xirgu se abrazaban secretamente en la parte de atrás de un
coche.

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