jueves, 30 de octubre de 2025

Vida y novela de Victorina Durán

 

Eva Moreno-Lago
Victorina Durán, una vida llamada teatro
Renacimiento. Sevilla, 2025.

Victorina Durán (1899-1993) fue una de las figuras más destacadas de la renovación intelectual de los años veinte. Hija de una bailarina y de un militar, que antes ya se había casado dos veces y tenido otras hijas, desde pequeña se movió en los ambientes relacionados con el teatro. Quiso ser actriz, algo no bien visto por la familia paterna, estudió en la Escuela de Bellas Artes, se inició en la pintura y en las artes decorativas, obtuvo la cátedra de Indumentaria en el Conservatorio de Madrid y acabaría dedicando la mayor parte de su vida al teatro como figurinista, aunque no solo.

            Eva Moreno-Lago conoce bien su trayectoria (le dedicó su tesis doctoral), pero en Victorina Durán, una vida llamada teatro no parece ser lo que más le importa, aunque nos rescate con meritoria minucia su labor profesional y la renovación teatral llevada a cabo por figuras como Cipriano Rivas Cherif y Margarita Xirgu en los años veinte y treinta. En la historia de la literatura quedan los nombres de Lorca, Casona, pero el teatro es algo más que texto. Y ese algo más está no solo la dirección (que antes estaba a cargo del primer actor), sino en la escenografía y el vestuario. En ese algo más, destaca el nombre de Victorina Durán, activa durante más de medio siglo, primero en España, luego en Argentina y posteriormente otra vez en España.

            Lo que más parece importarle a Moreno-Lago es la vida afectiva y sexual de Victorina Durán. Quiere convertirla en un icono gay, en un ejemplo de vida en libertad, en un modelo para las nuevas generaciones. Alterna así en este libro la investigación con la enfadosa moralina, el rigor con un tono de libro de autoayuda. ¿Un ejemplo? A Victorina “le cambiaron su rumbo, y aun así supo disfrutar cada etapa, transformarse una y otra vez en el plano profesional. Esa capacidad de adaptarse y volver a empezar la convierte en una mujer ejemplar y en un referente para nosotras”. Y continúa, dirigiéndose no al común de los lectores, sino a ese cómplice “nosotras”: “¿Cuántas veces nos hemos sentido frustradas porque las cosas no resultaron como esperábamos? Quizás, lo que Vic nos enseña es a confiar en el proceso, en las oportunidades, reconocer que nuestras cualidades pueden llevarnos a lugares impensados, que no estaban en nuestros planes, pero que nos muestran otros, quizá más maravillosos”.

            Pero la vida de Victorina Durán no parece ejemplarizar muy adecuadamente la doctrina que su biógrafa quiere impartir. Su orientación sexual no supuso ninguna limitación en su carrera, entre otras cosas porque la vivió privadamente, sin referirse nunca a ella en sus actividades públicas.

En 1937, marchó de España a trabajar con Margarita Xirgu, que había iniciado una gira americana poco antes de comenzar la guerra. Marchó como marcharon Juan Ramón Jiménez o Alejandro Casona, para buscar una vida mejor lejos de esa España que se había convertido en un sangriento caos, aunque siguieran apoyando a la causa republicana. Pero Moreno-Lago no opina así. Incluye la experiencia de Durán dentro de lo que llama “sexilio”, esto es, de aquellas formas de exilio motivadas por la orientación sexual y no por razones políticas. La muerte de Lorca habría sido un aviso para todas las personas que no se ajustaban a la norma: “Ninguna disidencia sexual se iba a permitir en la España gobernada por las tropas del general Franco. Por ese motivo, eligieron a una persona conocida, sin una afiliación política definida, pero que había manifestado sus preferencias sexuales”.

Lorca, sin embargo, no había manifestado públicamente sus preferencias sexuales, al contrario que Cernuda en varios poemas de La realidad y el deseo. Hasta los años ochenta no se le reconoció como homosexual. Antes, los que sabían, callaban. Solo hay que pensar en lo que tardaron en publicarse sus Sonetos del amor oscuro a pesar de que en ellos sigue teniendo buen cuidado de no utilizar adjetivos masculinos para referirse al destinatario. A Lorca le mataron porque era una de las figuras literarias más populares y destacadas en la España del Frente Popular, aparte de los rencores añadidos que pudiera haber en Granada, “en su Granada”.

            La represión sexual en la España de Franco es innegable, pero referirse a las numerosas personas fusiladas por ser homosexuales es una gruesa inexactitud. La Ley de Vagos y Maleantes no implicaba la pena de muerte y menos por fusilamiento. Esa represión, más que a las mujeres que amaban a otras mujeres, afectó especialmente a travestis y trans, a quienes les era más difícil, por razones obvias, la entonces necesaria discreción. El lesbianismo, por el contrario, al apartar a algunas mujeres del matrimonio y permitirlas centrarse en su carrera, les ayudó a destacar en su trayectoria profesional. Fue el caso de Victoria Kent o de Celia Gámez, dos mujeres muy distintas, pero ligadas para siempre por un chotis.

            Lo cierto es que Victorina Durán, por lo que se deduce de sus escritos, publicados póstumamente o aún inéditos, no tuvo mayores problemas para vivir una vida sexual a su manera, sin demasiadas cortapisas, tanto en la España anterior a la guerra, como en la Argentina del exilio (que fue, en gran parte, la Argentina de Perón) o en la España franquista a partir de los años sesenta. Ayudó a ello el medio en que se desenvolvió, la burguesía ilustrada y el teatro, siempre más propenso a ciertas libertades y por eso mal visto por la gente de bien, además de la tendencia a la invisibilidad, casi hasta ayer mismo, del amor entre mujeres: las muestras de afecto entre amigas, besos y abrazos, siempre llamaron menos la atención que cuando se daban entre hombres.

            Moreno-Lago gusta de fantasear sobre los amores de Victorina Durán. El caso más notable es el de sus supuestas relaciones eróticas, además de profesionales y amicales, con Margarita Xirgu. Cierto que no hay constancia del lesbianismo de la actriz, pero en la época hubo rumores y “cuando el río suena, agua lleva”; además, la actriz “era amiga cercana de figuras abiertamente homosexuales, tanto hombres como mujeres, y se movía con naturalidad en ambientes donde la diversidad sexual era aceptada”. Y ya se sabe –añade Moreno-Lago, que en su afán de sacar a Margarita Xirgu póstumamente del armario elude cualquier rigor conceptual-- “dime con quién andas y te diré quién eres”.

El capítulo titulado “Amores lésbicos al proscenio” es una novelita de tesis LGBTIQ, una especie de ensoñación erótica que está fuera de lugar. Más interesante el capítulo siguiente, “Una trama difícil: su gran amor”, en el que se nos cuenta la historia de Miguel Durán Terry, que nació en Lugones en 1901, que estudió con los jesuitas en Gijón, que marchó a Madrid para estudiar ingeniería y pronto se convertiría en uno de los más destacados jugadores del Atletic Club. Murió durante la revolución del 34 mientras se desplazaba al cuartel de Pelayo. Esa historia, o la más conocida del empresario argentino Natalio Botana, uno de sus mecenas argentinos, son bastante más interesantes que las fantasías sobre cómo supuestamente Victorina Durán y Margarita Xirgu se abrazaban secretamente en la parte de atrás de un coche.

           

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