La novela blanqueada
Iván Tosltói
Galaxia Gutenberg /
Círculo de Lectores. Barcelona, 2014
La guerra fría se manifestó también, y muy especialmente, en
el campo de la cultura. Uno de los más sonados incidentes tuvo lugar en 1957
con la publicación de la novela El doctor
Zhivago y la posterior concesión a su autor, Boris Pasternak, del premio
Nobel.
La historia
que hasta ahora nos habían contado sobre ese episodio era solo parcialmente verdadera,
dejaba fuera algunos detalles fundamentales. Iván Tolstói, descendiente del
novelista, dedica las cuatrocientas páginas de La novela blanqueada a indagar con minuciosidad que a veces parece
exagerada todo lo ocurrido en aquellos días y a reconstruir la biografía de
cuantos intervinieron en ella, traductores, editores, periodistas, varios de
ellos a la vez espías o agentes dobles.
Boris
Pasternak se nos muestra con una luz distinta. Ya no es solo el representante
de la gran cultura anterior a la
Revolución , que vive en su dacha de las afueras de Moscú desentendido de los asuntos políticos
y es milagrosamente respetado por las autoridades soviéticas incluso en la
época peor de las purgas stanilistas.
Sabíamos
que, en la publicación de El doctor Zhivago,
tuvo mucho que ver el empeño de su editor, el comunista Giangiacomo
Feltrinelli, que resistió todas las presiones de su partido y de la KGB ,
pero ignorábamos la decisiva intervención que tuvo la CIA en la aparición de la
versión rusa de la novela y en la concesión del premio Nobel.
La realidad
no puede describirse en blanco y negro. Durante la guerra fría abundaron los
episodios de guerra sucia, por parte de unos y de otros. Boris Pasternak, poeta
simbolista en sus comienzos, simpatizó luego con la Revolución y a su
justificación ideológica dedicó dos de sus obras, El año 1905 y El teniente
Schmidt, pero su contribución más valiosa –y Stalin lo supo ver muy bien– no tenía que ver con la propaganda del
régimen, sino lo que suponía que un poeta como él pudiera desarrollar
libremente su labor en la Unión Soviética.
Fue en
parte su ambigua relación con el régimen, y la conciencia de ser un
privilegiado, lo que le llevó a escribir El
doctor Zhivago, autobiografía idealizada y análisis de las últimas décadas
de la historia rusa. Diez años dedicó a la novela. Cuando la terminó, en 1955,
era la época del deshielo (el nombre del período venía dado por una novela de
Ilya Ehrenburg aparecida en 1954). Tras la muerte de Stalin y la denuncia de
sus crímenes, parecía posible en la Unión
Soviética un socialismo con rostro humano. El contacto con el
exterior se había reanudado. Los extranjeros llegaban con frecuencia a Moscú, y
una visita obligada para los turistas culturales era Peredielkino, a veinte
kilómetros de la capital, donde estaban las casas de campo de los escritores, y
entre ellas la de Pasternak, quien se había convertido en una especie de
patriarca de las letras rusas y recibía a todos como un gran señor a la antigua
usanza. A varios de esos visitantes les habló de la novela, cuya edición se
retrasaba en Rusia, y les mostró el original. Era tal su impaciencia por verla
publicada, que a más de uno le entregó una copia para que gestionara su
publicación. La que causó el escándalo la recibió Sergio D’Angelo, un periodista
italiano que era miembro del Partido Comunista, y quien le acompañó ese día a
casa del escritor fue un compañero suyo en Radio Internacional de Moscú, un tal
Vladlén Vladímorov, colaborador del KGB.
Todo lo que
vino a continuación fue un incomprensible enredo en el que los servicios de
inteligencia soviéticos jugaron muy mal sus cartas. Creyeron poder controlar a
Feltrinelli, miembro destacado del partido comunista italiano, pero este se
mostró más como un avispado editor que como un fiel militante (luego se
radicalizaría y pasaría a la lucha armada: murió en 1972 mientras trataba de
colocar una bomba).
Las
intrigas de unos y de otros acabaron convirtiendo la novela, al margen de su
valor literario, en una máquina de hacer dinero. Una vez aparecida la versión
italiana de la novela, a Feltrinelli no le interesaba que apareciera la versión
rusa, ya que de ese modo él controlaba los derechos de traducción a todas las
otras lenguas.
Los
intentos de la Unión Soviética
de mejorar su imagen tras la muerte de Stalin se venían abajo con la
publicación en el extranjero de una gran novela prohibida en su país. De
inmediato se habló de darle el premio Nobel a Pastenak para culminar la
operación propagandística. Pero había un problema. No se podía otorgar a un
autor cuya obra principal estaba inédita en la lengua en que había sido
escrita. Y Feltrinelli, cuyos ingresos económicos se verían muy mermados, se
oponía a ello. Y aquí fue donde intervino la CIA.
Cómo se
había hecho la agencia americana con el original de la novela es asunto aún no
aclarado. Iván Tolstói lo cuenta de novelera manera, aunque no hay constancia
de que las cosas ocurrieran precisamente así. En 1956, un avión aterrizó
inesperadamente en Malta, al parecer por razones técnicas, y mientras los
viajeros esperaban en una sala, se registró el equipaje hasta encontrar un
grueso manuscrito; luego lo llevaron “a una sala aislada y, bajo la luz de una
lámparas especialmente preparadas, fotografiaron en secreto sus seiscientas páginas”
para devolverlo posteriormente al avión.
La edición
rusa apareció en una editorial holandesa relacionada con Roman Jakobson, el
célebre autor del formalismo ruso, en muy buenas relaciones tanto con el KGB como con la CIA , y se
distribuyó en el pabellón del Vaticano, que estaba enfrente del soviético, a
los visitantes rusos de la exposición de Bruselas de 1958. El premio Nobel pudo
concederse sin problemas, y la gozosa aceptación primera por parte de Pasternak
y su rechazo posterior, a instancia de las autoridades rusas, resulta bien
conocido. Menos conocido resulta el doble papel que jugó el escritor ni el
tráfico de divisas, a cuenta de los derechos de autor, en que participó muy
activamente junto con su segunda mujer, Ivínskaya, condenada posteriormente a
ocho años de cárcel por tales actividades.
Hace medio
siglo, cuando ocurrieron estos hechos, el mundo era otro. Mucho de lo que se
cuenta en La novela blanqueada hoy
nos resulta incomprensible. Pero esta a ratos tediosamente detallista
investigación nos demuestra, una vez más, que la paranoica creencia de aquellos
años a ver a la CÍA detrás de los congresos,
revistas y encuentros organizados por los intelectuales liberales era
rigurosamente cierta. Durante décadas, la CIA fue el
secreto y generoso mecenas de las más importantes actividades culturales en el
llamado mundo libre.
Gracias.
ResponderEliminarEsto de comentar , como que se está acabando , es una pena pero es lo que hay
ResponderEliminarSe equivoca el segundo anónimo. No tiene más que repasar las últimas entradas de este mismo blog, o de su matriz "Café Arcadia", y verá cómo algunas son ampliamente comentadas. Lo que suele ocurrir es que se comenta para señalar un disentimiento o una posible corrección; cuando eso no se da, es fácil que haya pocos comentarios.
ResponderEliminarPues nada que no se supiera desde hace décadas.
ResponderEliminarSobre el papel de la CIA como financiadora de muchas organizaciones “apolíticas” y cómo buena parte del aparato cultural de la izquierda europea era poco menos que una dependencia de la KGB es recomendable ensayo de Herbert Lottman, La rivé gauche, publicado en los noventa por Tusquets.
No se sabían los detalles del caso Pasternak, aunque sí la implicación de la CIA (y de la KGB) en asuntos culturales.
ResponderEliminarJLGM