Lo mejor de Ambos Mundos
Edición y prólogo de
Ignacio Peyró
Renacimiento.
Sevilla, 2014
¿Cuál es hoy el papel del papel? ¿Se ha convertido, o está a
punto de convertirse, en materia de museo, en soporte de la nostalgia, en
antigualla donde pronto solo seguirán leyendo los que no son capaces de ponerse
al día? Ese es el discurso que escuchamos habitualmente, pero no parece que
resulte cierto. La literatura, como la información en general, nos llega hoy a
través de muchos soportes: el ordenador, las tabletas, el libro electrónico,
los llamados teléfonos inteligentes. Ninguno de ellos ha sido capaz de
desterrar el diario impreso, el libro en papel.
Ambos Mundos es el título de una revista
cultural digital publicada por la Universidad
Internacional de La Rioja.
Duró apenas un año, el 2012, y aunque continúa con otro
nombre y sus contenidos se pueden rastrear en la red, para que lo más valioso
de su contenido permanezca ha tenido que recurrir al papel. Lo mejor de Ambos Mundos se titula la
selección que ha preparado su director, Ignacio Peyró, un volumen que no es
solo lo que indica su título, sino también una excelente antología del mejor
periodismo literario actual.
“El último
poema de Osip Mandelstam” y “Hopperiana” son dos pequeñas obras de Eduardo
Jordá, especialmente la segunda, que convierte la semblanza del pintor más
literario de todos en el capítulo de una novela gótica.
También
Juan Bonilla demuestra que sabe transformar la erudición en literatura, en excelente
literatura. Sus artículos se refieren a raros vanguardistas latinoamericanos,
todos tan inverosímiles que parecen inventados. La historia de Nellie
Campobello, “realismo mágico hecho vida” la subtitula, está llena de
inverosimilitudes y termina como un relato de terror, pero todo en ella resulta
rigurosamente cierto: la realidad, al contrario que la literatura realista,
puede permitirse el lujo de ser inverosímil.
Nuevas
teselas para su inagotable e inacabable Diccionario
de las vanguardias, resultan las colaboraciones de Juan Manuel Bonet, tan
minimalistas como sus poemas, que parecen hechos de nada y están llenos de vida
vivida y leída, sugerencia y magia. “París: elegía por la vieja Hune”, la
librería que estaba entre los dos cafés míticos del Boulevard Saint-Germain, me
parece la miniatura más lograda y más Bonet.
De su
poesía, por cierto, se ocupa José-Carlos Llop, otro de esos maestros que
manejan como nadie la orfebrería del artículo literario. Y que acierta a poner
en su sitio a un autor como Carlos Fuentes, que acabó confundiendo la
literatura con el pedestal sobre el que elevar su figura de prócer.
No faltan
las excelentes reseñas en esta recopilación. Enrique García-Máiquez se ocupa de
la poesía completa de Víctor Botas, cuyos poemas “se salen del papel, para
saltar a nuestra memoria, sí, pero también para darnos una lección fundamental:
la poesía está viva, es de carne y hueso, se menea –y cómo, ay, a veces–, nos
seduce, nos hiere, nos sonríe, nos salva…”
Juan
Marqués se ocupa del libro en que Julio Neira analiza la imagen de Nueva York
en la poesía contemporánea. Trata de justificar su carácter de acrítico centón:
“a veces los malos poetas iluminan zonas y aspectos en los que jamás se
pararían los maestros, o, mejor dicho, los versos de los poetas más despistados
son insoslayadamente imprescindibles para entender cómo ha sido recibida esta
ciudad, cómo ha sido traducida a poema, cómo es sentida, recordada o imaginada”.
Pero esta afirmación tiene más que ver con la cortesía literaria que con la
crítica. De sus palabras se deduce que solo vale la pena ocuparse de los poetas
que extraen poesía de Nueva York y no de los que simplemente mencionan a Nueva
York, como la mayoría de los enumerados por Julio Neira.
Nombres
bien conocidos, como Andrés Trapiello o Luis Alberto de Cuenca, contribuyen
igualmente a esta miscelánea, pero sus aportaciones son meramente
testimoniales, prescindibles. No ocurre así con las de Jordi Amat ni, sobre
todo, con las de Fernando Castillo, quizá el más reiterado de los
colaboradores, y toda una sorpresa, al menos para mí; habla de cine y de
fotografía, de los cafés históricos, de la arquitectura militar y de un pintor
tan literario como Damián Flores. El más sugerente de sus artículos –muy en la
línea de Juan Manuel Bonet– se titula “Los Modiano de Pierre Le-Tan” y trata de
las portadas que el pintor Pierre Le-Tan preparó para las primeras ediciones de
bolsillo de las novelas de Patrick Modiano, en las que aparecen sus más
característicos escenarios: “las calles solitarias, los bulevares nocturnos,
los coches, los edificios oscuros, solo iluminados por alguna luz débil de una
ventana en la que parece existir vida, los neones, los garajes, algún hotel,
las farolas, un poco de desolación…”
No suelen
tener mucho atractivo las recopilaciones de artículos, piezas de circunstancias
que a menudo pierden su valor cuando pasa la ocasión para la que fueron
escritos. No es el caso de este volumen, de una sorprendente unidad de visión y
tono a pesar de la diversidad de autores.
Del mismo
modo que la poesía, la gran poesía, como saben muy bien los lectores del siglo
de Oro español, se encuentra más a menudo en una cancioncilla o en un soneto
que en el ambicioso poema épico, la literatura gusta del pequeño formato y
puede encontrársela con mayor frecuencia en las páginas del periódico, en papel
o digital, que en los pretenciosos volúmenes de muchas páginas.
Tienes razón, la poesía se puede encontrar en cualquier parte, se habla tanto de hojas secas tiradas en la calle, y las aves no es en el mismo cielo que van y vienen, hasta un pan duro sirve en computadora o en una hola de períodico.Saludos digitales...
ResponderEliminarMuy interesante Martín. Todo un descubrimiento. Gracias.
ResponderEliminarCatarina