jueves, 29 de septiembre de 2022

Cara a cara

  

Conversaciones sobre la vida
Ramón de la Vega
Sevilla. Renacimiento, 2022.
 

El género de la entrevista inventada, de los encuentros imaginarios con personajes históricos, cuenta con una larga tradición y un cierto descrédito. Ramón de la Vega consigue darle una vuelta de tuerca y en Conversaciones sobre la vida nos ofrece cuatro esbozos de novela y otros tantos debates con Schopenhauer, Freud, Nietzsche y Leopardi.

            En el prólogo —que quizá debería ser epílogo, al ocuparse del “cómo se hizo”—, nos indica que al principio pensó en dialogar desde su hoy con el ayer de cuatro de los grandes nombres de nuestra cultura; luego le pareció más verosímil dejarles esas charlas a un contemporáneo.

            En el capítulo dedicado a Schopenhauer, se trata de un personaje obsesionado con el mundo de las apariciones, el mesmerismo y las teorías del magnetismo animal. Por eso, entre las páginas del filósofo, siempre prefirió las páginas dedicadas “a las visiones de fantasmas y, en especial, sus referencias a casos tan espectaculares como el de una tal señora Smith, quien, en cierta ocasión, sentada en el salón de su casa, vio un cadáver tendido detrás de su silla y murió algunos días después, o la visión que tendría el mismísimo Goethe en un recodo del camino que le alejaba de la mujer a la que amaba cuando se vio a sí mismo, a caballo y con la misma ropa con la que en efecto cabalgaría ocho años más tarde de regreso a aquella misma mujer”.

            Quien dialoga con Freud es un diplomático de la República española destinado a París en 1934. Cuando se encuentra con el creador del psicoanálisis, en la Viena de 1938, ya sabe que la guerra está perdida. Antes nos ha hablado de la Francia que encontró en 1934: “Había cruzado los Pirineos felicitándome de poder alejarme de la agitación que vivía España y, sin embargo, una vez aquí, me encontré con un país profundamente dividido que cerca estuvo de caer en su propia guerra civil”. La mitificada historia de la Resistencia ha borrado lo que el invasor tuvo de libertador para muchos franceses: “Recuerdo la tormenta política que supuso la victoria de Léon Blum en las elecciones de mayo de 1936. La derecha parecía dispuesta a todo para provocar la caída de su Gobierno y desde muy pronto se organizaron en las calles manifestaciones en torno a un grito hoy tristemente famoso: Mieux Hitler que Blum, mejor Hitler que Blum, coreado por los antisemitas y los disciplinados grupos de la Liga de derechas”. Dialogando con Freud descubre que la guerra “sería inconcebible sin las exigencias del inconsciente y todos los oscuros instintos que este encierra”. La pesimista visión que Freud tiene del ser humano es reforzada por una cita de Goethe, el triunfador por antonomasia: “No quisiera lamentarme de mi destino, pero en el fondo solo he tenido dolor y pesadumbre a lo largo de mi vida y puedo afirmar que, en 75 años, no he gozado ni cuatro semanas de auténtico bienestar. Mi vida ha sido un perpetuo rodar de la piedra que debe volver a subir”.

            Un profesor de lengua y literatura francesa en un Gymnasium de la ciudad de Núremberg es el interlocutor de Nietzsche, a quien encuentra en la plaza San Carlo de Turín poco más de un año antes de que perdiera la razón para siempre. Ha leído sus libros, le sigue, le admire, pero no puede estar por completo de acuerdo con él. Y ese desacuerdo es lo que impide que la conversación sea un mero pretexto para resumir las ideas de Nietzsche.

            Antes del encuentro con Leopardi, en el Palazzo Cammarota de Nápoles, nos encontramos con una historia de amor y política que evoca los Episodios nacionales galdosianos. Se habla de apasionados amores imposibles en la época de la sublevación de Riego y la década ominosa posterior. En el invierno de 1835, el protagonista de esta historia, que ha descubierto los poemas de Leopardi en una librería de viejo, poemas que memoriza para tratar de acostumbrar sus sentimientos “a la cadencia de su inteligencia desengañada y luminosa”, decide viajar a Italia para encontrarse con el poeta, al que tanto admira, pero de cuyo absoluto pesimismo no puede participar. Le contrapone el ejemplo de Epicuro, quien a pesar de que sufría constantes dolores, “construyó una filosofía basada en la fortaleza de ánimo y en la superación de todos los miedos”.

            Tras discutir —por persona interpuesta— con esos cuatro analistas de la condición humana, Ramón de la Vega formula una teoría propia, que él denomina de la dualidad emocional: “por una parte, el infortunio general y, por otra, la alegría individual, dos experiencia a las que deberían darse dos respuestas diferentes”. En un caso, la averiguación de las causas del malestar y sus posibles soluciones; en el otro, la aceptación del misterioso origen psicológico de nuestros momentos de entusiasmo. Debemos racionalizar las penas, pero dejar que nos arrastren ciegamente las alegrías.

            No es necesario, sin embargo, participar de las conclusiones de Ramón de la Vega para sentirse enriquecido por un libro que aúna la ficción con el ensayo y se atreve a enfrentarse de manera no convencional con las grandes cuestiones de la existencia.

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