Ahora o nunca
Miguel Sánchez-Ostiz
Renacimiento.
Sevilla, 2022.
Miguel Sánchez-Ostiz, en los años ochenta y primeros
noventa, era uno de los nombres más destacados de la nueva literatura española.
Renovó el género del diario con La negra provincia de Flaubert, abriendo
el camino que luego seguirían otros nombres de su generación como Andrés
Trapillo o José-Carlos Llop; cultivó con fecundidad y brillantez el artículo
literario; ganó el premio Herralde de novela; destacó como poeta. Era un
escritor todo terreno, dueño de un mundo propio, imaginativo y erudito.
No ha
dejado de escribir y de publicar (apenas hay año en que no aparezcan dos o tres
nuevos libros), pero su figura literaria ha virado de la centralidad a la
marginalidad. De las editoriales con presencia en el mercado y en los
suplementos culturales —Anagrama,
Seix Barral, Espasa-Calpe—, ha pasado a otras independientes y poco visibles,
como la Pamiela de sus comienzos, dispersas por los más diversos lugares.
A ese hecho, a ese desmoronamiento
de la cima a la sima, vuelve una y otra vez en Ahora o nunca, su último
diario publicado, que se corresponde con el año 2016. La razón parece
encontrarla en la publicación de Las pirañas (1993), una novela contra
la corrupción política e inmobiliaria en la que se reconocieron algunos
personajes o personajillos de su natal Pamplona y que motivaría incluso una
agresión contra su persona. No sería la única. En este diario se refiere a
otras y en una de sus colecciones de artículos, Palabras cruzadas, encontramos
este sorprendente párrafo: “El caso es que uno de los personajes de mi novela Un
infierno en el jardín, un adolescente sin futuro o sin otro futuro que ser
un parásito y un hampón que vende mierda pura en las discotecas de la zona, y
que tenía la vaga pretensión de que en mi novela había hablado de él o de la
punta de macarras que son su familia y sus amigos y los amigos de su familia y
demás parientes e interesados, me estaba esperando en la calle de la
urbanización famosa con un bate de béisbol para partírmelo en la cabeza o
partirme la cabeza con el bate”. ¿Uno de los personajes de su novela le agrede
en la realidad porque pretende que en la novela se ha hablado de él? Misterios
de la autoficción.
Miguel Sánchez-Ostiz parece haber
pasado de la vaga y amena literatura de sus comienzos a cultivar el improperio
a la manera del austriaco Bernhard o del colombiano Fernando Vallejo y algunos
de sus paisanos han tenido menos paciencia que los de esos escritores. Pero
quizá las razones de las broncas y enfrentamientos de Sánchez-Ostiz con sus
vecinos —en este diario hay algunas muestras de ellas— no sean solo literarias.
En Ahora o nunca abundan las
referencias a su escritura diarística, a veces con desusada impiedad: “Escribir
un auténtico diario es abrirse uno mismo, asomarse, ponerse en claro, y eso no
creo que lo haya hecho nunca. Naderías, poses, balbuceos y jeremiadas. No lo he
utilizado para reflexionar, sino para dejar el huevito, me temo, la cagalita.
Franqueza con uno mismo, difícil franqueza esa”.
Es un diario este escrito, para
decirlo a la manera barojiano, “desde la última vuelta del camino”. Como afirma
Gil de Biedma en un famoso poema, envejecer y morir se convierten en el
argumento de la obra.
La madre de D., la compañera del
autor, muere y el padre ha de ser ingresado en una residencia. Pocas veces se
han escrito páginas tan desoladoras sobre lo que supone desalojar una casa y
buscar un “moridero”, uno de esos lugares terminales en los que toda desolación
tiene su asiento.
No, no son fáciles de leer estas
páginas escritas sin trampa ni cartón, a pesar de todas las dudas del autor
sobre la sinceridad de los diarios, sobre lo que hay de pose literaria en la
mayoría de ellos. Sánchez-Ostiz está entero y verdadero, con sus luces y sus
sombras, en unas páginas que no ahorran exabruptos ni jeremiadas, pero en las
que también hay lugar para los paseos por el valle del Baztán, donde vive (qué sugerentes
sus breves pinceladas paisajísticas), y para las rememoraciones de Bolivia, un
país que visitó frecuentemente y al que ha dedicado más de un libro.
Hay también un viaje a París, en el
que el hoy se mezcla con los recuerdos de otros viajes juveniles, y un
constante ir y venir a Biarritz y Bayona. No faltan las visitas a librerías de
viejo, los hallazgos en mercadillos, las evocaciones de personajes noveleros,
de sombras a lo Patrick Modiano. También está presente Baroja, del que se nos
revela uno de esos secretos que motivaron la ruptura de Sánchez-Ostiz con la
familia del escritor, después de haberle dedicado tantos estudios importantes.
En estos últimos años, tras su
ruptura con el medio literario oficial, Sánchez-Ostiz se ha convertido en un
asiduo de la redes sociales, que le han permitido seguir en contacto frecuente
con lectores y detractores. Contra ellas arremete a menudo en el diario: “No
eres tú quien maneja la red, sino la pieza cobrada sin otro arte que el haberte
dejado atrapar por señuelos varios, y el tiempo vuela”. Tienen, ciertamente,
sus ventajas, pero también importantes inconvenientes: “Antes escribía libros
siguiendo un proyecto que requería atención e intensidad. Ahora escribo tuits,
post, fragmentitos de no sé qué que llamo ‘diario volátil’ por llamarlo de
alguna manera…, pompas de jabón, aerolitos que se pierden en la niebla de la
Red”.
Escribir un diario, si es algo más
que un artificio literario, supone darle armas al enemigo. Si los detractores
de Sánchez-Ostiz leyeran estas páginas encontrarían abundantes argumentos para
denigrarle. Frente a sus espléndidos artículos de la primera época —los
recogidos en Las estancias del Nautilus, de 1997, por ejemplo— los que
escribe ahora en diarios digitales o locales “salen solos, basta un repaso de
titulares o de repique de redes sociales”, y por eso se disipan con la efímera
actualidad.
Comentarios de actualidad, sobre los
desmanes de la derecha, los sanfermines o los sucesos de Alsasua, hay bastantes
en este libro, en esta novela de un novelista que nos atrae y nos rechaza casi
en cada página, pero que no pierde nunca ese encanto descabalado de los últimos
textos barojianos.
Me incitó a leerme el libro.
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