La máscara o la vida. De la autoficción a la antificción
Manuel Alberca
Pálido Fuego. Málaga,
2017.
Los géneros literarios también se pasan de moda. Es lo que,
según Manuel Alberca, está ocurriendo con la autoficción, esa modalidad
narrativa que llevó a los escritos autobiográficos las libertades de la novela.
El propio Alberca le dio carta de naturaleza entre los estudiosos con El pacto ambiguo, un libro que llevaba
al título el carácter mixto de un género –o subgénero– que parecía atenerse al
“pacto autobiográfico” –autor y narrador o protagonista llevaban el mismo
nombre–, pero que lo subvertía, incurriendo en la ficción, en determinados
pasajes que el lector debía detectar por cuenta propia.
En La máscara o la vida, Alberca detecta un
cansancio de la autoficción y un regreso a la autobiografía en sentido
estricto. El diagnóstico –que mucho tiene que ver con sus preferencias de
lector– solo puede ser aceptado en general con bastantes matices.
La parte
teórica del trabajo de Manuel Alberca resulta la más endeble. Hoy en día, nos
dice el término “ficción”, además de invención, “significa también relato bien
escrito a la manera de una buena novela”. ¿Seguro? La crónica periodística de
una sesión parlamentaria, de unos incendios forestales o de una manifestación
en Barcelona, si están bien escritas, ¿se consideran hoy ficción?
No me
parece a mí que así sea y tampoco es cierto que la autobiografía actual se
caracterice porque “ha dejado de ser un género póstumo”. ¿Lo fue alguna vez? Es
cierto que algunas autobiografías se publicaron póstumas, pero también libros
de poemas, novelas, obras de teatro. Lo que parece quiere decir –pero con poca
exactitud igualmente– es que ha dejado de ser un género que se escribe “desde
la última vuelta del camino” (según el título de Baroja) para escribirse en cualquier
otro momento de la trayectoria vital. Pero siempre ha sido así, siempre han
existido memorias de infancia o de adolescencia o de guerra o de cautiverio que
se escriben cuando el autor siente que ha concluido un determinado periodo de
su vida y quiere dejar constancia antes de que se difumine en la memoria. Un hombre acabado, la magistral
autobiografía de la infancia y juventud de Papini, se publicó en 1913 y su autor
vivió hasta 1956.
Subrayo las
insuficiencias del libro de Manuel Alberca, pero eso no quiere decir que le
reste importancia. Sus tres calas en la historia de la autobiografía española
del siglo XX (generación del 98, exiliados tras la guerra civil, memorialistas
tras el fin de la dictadura), están llenas de observaciones que acreditan a un
minucioso erudito y a un atento e inteligente lector. Quizá por eso sorprende
más algún descuido. Tras indicar su escaso aprecio por los escritos
autobiográficos de Azorín –no considera como tal esa maravilla que son Las confesiones de un pequeño filósofo–,
señala que, después de abandonar la militancia anarquista, “comenzaría en 1905
su colaboración en el ABC, que habría de mantener a lo largo de
su vida”, al igual que su conservadurismo. Pero no es cierto: tras combatir la
dictadura de Primo de Rivera, se declaró republicano; abandonó el ABC
para colaborar en Crisol y en Ahora; defendió las reformas progresistas
del primer bienio y mostró su admiración por Manuel Azaña; luego, al servicio
de Juan March, siguió siendo republicano, pero más cerca de Lerroux que de los
partidos del Frente Popular. Todo esto, que él quiso que se olvidara, por
motivos obvios, durante el franquismo los conocemos muy bien desde 1987 en que Víctor
Ouimette publicó una selección de los artículos de ese periodo con el título de
La hora de la pluma.
Fuera de lugar están las
descalificaciones, no literarias, sino personales, que Alberca hace de algunos
escritores, como Baroja, a quien le traicionaría “una y otra vez su doblez, su
calculada estrategia de omisión y mentira”. Duras afirmaciones que ni se
explican ni se ejemplifican: el autor se limita a citar como fuente de
autoridad una obra de Eduardo Gil Bera más que discutible.
Manuel
Alberca defiende la autobiografía (esa cenicienta de la literatura a su
entender) con razones que no siempre podemos compartir. Afirma que los escritos
autobiográficos debemos leerlos “con gratitud”, pues sus autores “libre y
generosamente nos regalan el relato de sus vidas”. Si están mal contadas y
carecen de interés, ¿qué regalo es ese?
La
autobiografía se encuentra a caballo entre la historia y la literatura. Su
valor documental y su valor literario son cosas distintas. El valor documental
depende de la importancia del protagonista o del interés de los hechos en que
haya participado. De Cervantes o de Napoleón nos interesa cualquier anotación
que pueda encontrarse; del vecino que sube a la red las fotos de su cumpleaños.
no. El valor literario de una autobiografía depende del talento de su autor. No
hace falta que hayan ocurrido acontecimientos extraordinarios durante el año
que Baroja nos cuenta en Las horas
solitarias para que resulte un libro excepcional.
Obviedades,
ya lo sé, pero Manuel Alberca, especialista en la materia, parece olvidarlas,
como olvida que los “paratextos” (esos textos sin firma que figuran en la
contraportada o en la solapa de un libro) son publicidad, no crítica ni teoría
literaria (su análisis de ciertas obras de Manuel Vicent se basa en ellos).
“No me
cuente usted su vida” fue una frase que se hizo famosa tras el fin de la guerra
civil. La vida de los demás solo nos interesa si es extraordinaria o si se sabe
contar; a los pelmazos, hablados o escritos, no les debemos, diga lo que diga
Manuel Alberca, ninguna gratitud.
La verdad
del documento, que no tiene que ser entretenido ni estar bien escrito, es un
valor para el historiador. En la autobiografía literaria, los hechos, además de
ser verdaderos, deben estar bien contados y despertar el interés del lector. Un
documento falso carece de valor; una autobiografía mentirosa en algunos pasajes
o que no lo cuenta todo, puede seguir siendo una obra literaria apasionante.
Una buena
autobiografía nos apasiona tanto o más que una buena novela. ¿La diferencia
entre ambas? Que la primera puede ser desmentida por la realidad (nos habla de
cosas que ocurrieron fuera del libro), mientras que la segunda no. Entre una y
otra se encuentran los géneros intermedios: las novelas autobiográficas, la
autoficción, las llamadas novelas sin ficción. Manuel Alberca se ocupa de estas
cuestiones con abundante erudición, ambición teórica y algunas discutibles, por
ingenuas o no bien fundadas, opiniones personales.
El escalón para irse
ResponderEliminarcuando sabes que no van a seguirte.
El escalón húmedo y frío
al ancho mundo.
Pero ya hay otro escalón,
y es de subida.
© María Taibo