Escrito en el jardín
Xuan Bello
Xordica. Zaragoza,
2017.
¿Cuál es el secreto de Xuan Bello, un escritor que parece
estar publicando siempre el mismo libro y nunca deja de sorprendernos?
Mientras
tratamos de desvelar ese secreto, nos entretenemos en anotar sus paradojas. La
primera, la extraña relación que mantiene con el español este escritor que ha
colocado –no solo él, pero él muy principalmente– el asturiano entre las
lenguas literarias de la Europa contemporánea. El libro que le dio la fama, Historia universal de Paniceiros,
aparecía como la traducción al castellano de una obra que solo existió en
asturiano algunos años después. Lo mismo ocurre con este espléndido Escrito en el jardín, traducción de un
original asturiano, Escrito nel xardín,
que no se puede localizar en ninguna biblioteca ni en ninguna librería, y la
mayoría de cuyos capítulos aparecieron, semana tras semana, en español en el
diario El Comercio.
Esa
paradoja tiene una fácil explicación. Xuan Bello no es solo el principal
escritor de hoy en asturiano, es también –y esto no suele decirse– un nombre
imprescindible en la literatura de lengua española. Razones políticas o
sentimentales le obligan a veces a disimularlo, fingiendo traducciones (parece
el caso de buena parte de las páginas de este libro) donde no las hay.
Pero estas
cuestiones interesan poco al lector común, al que le basta comenzar el primer
capítulo de Escrito en el jardín,
“Una gata llamada Prúa”, para quedar seducido. Xuan Bello sabe contar, sabe
encantar; hable de lo que hable, convierte al lector en un niño absorto que no
quiere perderse ninguna de sus palabras.
¿Y de qué
nos habla Xuan Bello en Escrito en el
jardín? De su mundo más cercano. De sus gatos, Prúa, Polo y Valentín; de su
perro Pluto, “un golden retriever”. Escuchemos la historia de Polo. Se lo
trajeron unos amigos de Gijón que se mudaban a Madrid. Era un gato adulto
incapaz de acostumbrarse a las estrecheces de un piso; se escapaba en cuanto
veía una ventana abierta. Lo trajeron en una jaula, lo soltaron ante la
puerta para darle una caricia y desapareció, visto y no visto. Estuvo tres meses
perdido. Apareció encaramado y desconfiado en el tejado, tras una chimenea. Se
le llamó, se le ofreció comida, pero nada: su sombra ágil desapareció y ya
nadie volvió a saber nada de él hasta que una noche de invierno se presentó,
maullando desesperado ante la puerta de casa. Estaba flaco, con una pata
herida, al borde de la inanición. Buscó un lugar sombrío y se arrebujó en él.
Prúa fue a saludarle muy cortés, como una señorita de las de antes, y Polo
contestó con un bufido, agotado. Al día siguiente, ya comían los dos en el
mismo plato; no volvió a desaparecer.
La historia
de sus animales domésticos, la historia de una huerta y un jardín, los
recuerdos de infancia, los de su estancia en Roma; también los parientes que emigraron
a América se suceden, se entreveran en estas páginas. Y están también los
amigos: el arquitecto Gerardo Arancón, con quien visita un caserón de Grado que
guarda un secreto; el poeta Martín López-Vega, que le descubre raros versos
chinos o eslovenos; Javier Almuzara, que le regala dos cuartetas de Omar Jayyam
y le recita, en el Foro de Roma, los versos memorables de un poeta secreto,
Bonifacio Chamorro (Xuan Bello lo apellida "Cuadra"), traductor de Horacio.
Hay muchas
citas en este libro, que puede considerarse así como una espléndida antología,
aunque no queda claro si los versos o las prosas que se citan son reales o
inventados. Lo más frecuente es que se trate de textos recreados por la memoria
fabuladora del autor. Una memoria, por cierto, que le juega alguna mala pasada,
como cuando, hablando de su gata Prúa, recuerda un verso de Baudelaire (“eres
mi oportunidad de acariciar al tigre”) que en realidad es de José Emilio
Pacheco. Su poema “Gato” dice así: “Ven, acércate más. / Eres mi oportunidad /
de acariciar al tigre / –y de citar a Baudelaire”.
A Xuan
Bello le perdonamos con gusto cualquier infidelidad erudita porque sus
inexactitudes están llenas de verdad. ¿Existió o no la poeta y pintora china
que protagoniza “Una flor pintada”? No lo sabemos. Si existió, su poema en
prosa sobre la camelia tiene dos autores; si no, solo uno. Xuan Bello la pone
en relación con la Baronesa de Soutelinho, que da nombre a una de las
variedades de camelia que florecen en su jardín, y nos descubre una historia de
amor imposible entre ellas: “Mi casa está cerca del mar, la tuya en la otra
orilla. Las lágrimas que te envío llegarán a ti con la marea”.
Los
capítulos de Escrito en el jardín van
entreverados de versos presuntamente ajenos; entre un capítulo y otro, encontramos
a veces algún poema del propio autor. Varios –“Primera elegía”, “Vultur in
fábula”, “Atardecer en Luanco”, “Variación de un verso de Dante”– aparecen
también en El llibru nuevo; otros,
son inéditos. A menudo, y esta es otra de las paradojas de Xuan Bello, resultan
de menor intensidad lírica que las prosas (algo semejante le ocurrió a otro
gran prosista que también comenzó como poeta, Francisco Umbral).
Podemos
comenzar a leer Escrito en el jardín por
cualquier parte. Por el capítulo “Un poema de Juan Gil-Albert”, por ejemplo:
“Mi gata duerme a mi lado, los pájaros en la pomarada pían en su latín, como en
aquel poema de Arnaut Daniel. La niña Lena duerme en su cuna, ovillada en mi
ternura”.
Podemos
comenzar a leer por cualquier parte. No podremos dejar de seguir leyendo. La
escritura perpetua de Xuan Bello nunca pierde su poder de hipnótica felicidad.
Los padres de Mandy, Tandy y Randy, eran... extremistas liberales. Creían en el amor libre absoluto. Pero ese concepto de libertad era precisamente lo que los mantenía unidos. La noticia de la boda de Mandy fue algo totalmente inesperado. "¿Cómo es posible que mi retoño, al que tanto he cuidado, me deje ahora por otro?", protestaba ella para sus adentros. En la ceremonia se aseguró de no llevar sus lentes, para no ser testigo de tal traición. Para la familia de John, la boda también fue una sorpresa desagradable. A su edad ya nadie esperaba que lo hiciera. Además, John era el mimado del rancho. Las mujeres de la casa se desvivían en atenciones hacia él. Su amor por los libros contribuía al respeto que todos le profesaban.
ResponderEliminar"Yo os declaro marido y mujer", sentenció Demetrius, mientras un buitre sobrevolaba en círculo la calurosa y húmeda iglesia, allá en el estado de Kansas.
****Espacio patrocinado por la SOCIEDAD HISPANA DE TEATROS CAVERNÍCOLAS****
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