Son de bohemia
Emilio Carrere
Edición de Rafael
Inglada
Sevilla.
Renacimiento, 2018.
Emilio
Carrere nació en 1881, el mismo año que Juan Ramón Jiménez, y como él se inició
en un tardío romanticismo antes de ser deslumbrado por Rubén Darío. Tras un
titubeante primer libro, titulado precisamente Románticas, alcanza su
temprana madurez con El Caballero de la Muerte,
de 1909, aunque aumentado en sucesivas ediciones. No se moverá de la manera de
hacer de ese libro, que se inicia con un autorretrato a la manera de Manuel
Machado (“Yo soy un hombre triste, altivo y solitario / a quien brinda la luna
su ajenjo visionario”) y que incluye el poema que pronto le haría popular, “La
musa del arroyo”.
Al
contrario que Juan Ramón Jiménez, Emilio Carrere no abandonó nunca su estética
inicial. Muy al contrario, insistió una y otra vez en ella porque sabía que esos
ritmos y esos temas, escandalosamente revolucionarios en el fin de siglo, se
habían convertido en lo que la mayoría de los lectores –los de la difundida Blanco y Negro, por ejemplo, la revista que
mejor pagaba sus versos– consideraba la auténtica poesía, la poesía de siempre,
frente al arte de los años veinte, más dirigido al cerebro que al corazón.
Emilio
Carrere volvió una y otra vez en sus versos al tema de la bohemia y él mismo
quiso aparecer como “el último bohemio”. Siempre vistió como un personaje de Murger,
el autor de Escenas de la vida bohemia,
con su chalina, su capa y su pipa y su rechazo de los convencionalismos
burgueses. En realidad, era un empleado del Tribunal de Cuentas –uno de esos
empleados que se limitaban a cobrar sin aparecer por el trabajo– y un
profesional de la literatura, de colaboración asidua en todas las revistas de
la época y en las colecciones de novelas cortas tan abundantes en esos años.
Son esas
escenas de la vida bohemia, falsamente autobiográficas en la mayor parte de los
casos, lo que se lee hoy con más gusto de la poesía de Carrere. Muchos de sus
poemas están dedicados, a la manera de Fernando Fortún, a los viejos cafés. En
“Crónica y responso a los cafés románticos” hace aparecer a los escritores de
su generación: “Bohemia del año diez: chambergo, pipas, / melenas y pergeños
arbitrarios; / en honor de Rubén se quemaba un incienso / de exaltación y
ensueño en todos los cenáculos”. Junto a los olvidados que tanto juego dieron
en Lucen de Bohemia y en las
evocaciones de Juan Manuel de Prada, nos encontramos al Valle-Inclán de las
“melenas merovingias”, a Azorín con su monóculo y su paraguas rojo, a Baroja
“huraño y con su barba rala / y atestado de libros el tabardo”.
Buscaba
Carrere escandalizar y por eso uno de sus poemas se titulaba “Elogio de las
rameras”, denostada profesión que practican la mayor parte de las protagonistas
femeninas de sus versos.
Emilio
Carrere, leído hoy, es un poeta pintoresco y menor, que tuvo un discípulo
inesperado en el Baroja de Canciones del
suburbio. Muchos de sus romances,
como “Café de artistas” (“Viejo café solitario / de artistas, en donde suenan /
los románticos sollozos / del final de La Bohemia…” ) se caracterizan por la
misma algo destartalada y asordinada melodía que los epigonales poemas del
novelista que tanto irritaron a Pedro Salinas.
Son de bohemia, antología preparada por
el poeta Rafael Inglada, rescata algunos de los poemas de Emilio Carrere con
los que más benévolo se ha mostrado el paso del tiempo: “Autorretrato”, “La capa
de la bohemia”, “Estampa tragicómica del
Rastro” o “El Barrio Alto de Lisboa” (“recodos tenebrosos en donde acecha el
crimen” sobre “la blanca ciudad de las palmeras / y de los escondidos
jardinillos fragantes”).
Incluye
también otros, que son simple curiosidad, como los tres poemas publicitarios
dedicados al jabón Heno de Pravia o los que muestran la fidelidad hasta el
final de Carrere a los modelos estéticos de su juventud. “El desfile de la
victoria” recrea la rubeniana “Marcha triunfal” (“¡De nuevo los arcos
triunfales! / ¡De nuevo la gloria nos brinda sus frescos laureles!”) para
homenajear a los vencedores de la guerra civil. “París, bajo la svástica”,
escrito en 1940, reescribe sus “Glosas de la guerra”, publicadas en 1916 en Dietario sentimental; incluso repite un
verso: “Lutecia, la loca sirena, presiente su trágico fin”.
Sobran
poemas de esta antología y se echa en falta alguno, como la humorístico
“Divagación pintoresca” (“Haré un libro serio, adecuado / a mi edad, a mi calva
y a mi tripa: / La moral y la nave del
Estado / o El arte de fumar en pipa”)
o “La noche en la ciudad”, que rehúye cualquier pintoresquismo: “La noche de la
Nada / debe de ser así de negra y desolada”.
La
popularidad de Carrere, su carácter emblemático de una manera de entender la
poesía, desapareció en los años treinta, aunque en su última etapa (murió en
1947) recibieran los honores correspondientes a su fervor franquista. Se le
sigue recordando como cantor de la bohemia y del viejo Madrid. Este volumen nos
recuerda, que entre mucha caediza hojarasca, fue capaz de escribir algunos
versos pintoresca o emocionadamente memorables.
lamento no haber leído a este poeta, o no recordarle, la verdad.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por compartir
No es pedantería,
ResponderEliminarno afán de saber,
tampoco diversión,
ni es aburrimiento.
Poesía lo que es
es sola amistad.
Además de poesía, Carrere escribió varias novelas y cuentos."La torre de los siete jorobados" creo que es su novela más popular, llevada al cine por Edgar Neville en 1944. De Carrere también recuerdo haber leído algunos relatos terroríficos a lo Poe y hasta un cuento muy ambicioso en donde los personajes de ficción se rebelaban contra su creador,un poco en la línea de Unamuno o Pirandello, aunque sin el talento de estos. A mí este cuento me recordó "El señor de Pigmalión" de Jacinto Grau, otro escritor olvidado y con fama de gafe, pero de cierto interés.
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