Oliverio al alcance de todos
Oliverio Girondo
Trampa Ediciones.
Barcelona, 2018.
Cuando se publicaron los libros de Sabato en Italia,
llevaban una faja que decía: “El rival de Borges”. Al enterarse Borges,
respondió malicioso: “Qué curioso. Los míos no indican el rival de Sabato”.
El rival de
Borges no fue nunca Sabato, sino Oliverio Girondo, de quien ahora se publica en
España su poesía completa con el título –que se presta a equívoco, como el prefacio
de Luis de Bergara– de Oliverio al
alcance de todos. Luis de Bergara nos cuenta la vida de Oliverio Girondo,
desde el final hasta el principio, como si fuera el propio Girondo quien la
contara; al no ir adecuadamente firmada esa “Girovivencia” más de un lector se
llamará a equívoco.
Durante los años veinte y
primeros treinta, Borges y Girondo se disputaron el liderazgo de la nueva
poesía argentina, la que seguía la estela del ultraísmo y las vanguardias europeas.
El triunfo fue para Girondo, que contaba con todas las bazas a su favor: típico
representante de la oligarquía argentina con gran sentido de la autopromoción,
se educó en Inglaterra y Francia, pasaba la mayor parte de su tiempo viajando
por Europa, y le gustaba ejercer de
mecenas –a su cargo estuvo la revista Martín
Fierro– y de elegante y generoso anfitrión.
La personalidad
arrolladora de Girondo –un poco parecida a la de Victoria Ocampo– pareció
opacar a la de Borges y contribuyó sin duda a su temprano desdén por las
vanguardias y al apartamiento de lo que no tardó en llamar “la equivocación
ultraísta”. Hubo quizá algo más, una derrota más humillante. Oliverio Girondo
se casó con Norah Lange, una amiga de Borges de la que al parecer este estaba
enamorado. Edwin Williamson, en su minuciosamente delirante biografía del autor
de El Aleph, dedica bastantes páginas
al enfrentamiento entre Borges y Girondo e incluso llega a sostener –con
peregrina argumentación– que casi la totalidad de los versos, relatos y ensayos
que Borges escribió a lo largo de su vida no son más que un largo lamento por
la pérdida de Norah Lange.
Las
opiniones de Borges sobre quien fue su principal rival en los años más
vulnerables no pueden resultar menos favorables. En el libro que le dedicó Bioy
Casares, encontramos abundantes muestras. En 1956, habla de que Gómez de la
Serna, “en un rato puede escribir toda la obra de Girondo”. Al año siguiente
(por estas fechas Girondo trata de recuperar protagonismo con la publicación de
En la masmédula), comenta que cierto
escritor tenía fama de ocurrente y que Girondo aspiraba a esa fama “solo que a
él no se le ocurre nada, salvo plagiar a los demás diez años después”. En 1963,
cuando Girondo publica sus últimos poemas, dictamina que en toda su vida “ha
escrito una sola línea memorable”.
Queda claro
que, en el enfrentamiento entre Borges y Girondo por el liderazgo de la
vanguardia argentina, el primer combate lo gano Girondo, pero la victoria final
fue de Borges, quien nunca dejaría de burlarse y de menospreciar a su rival.
Oliverio Girondo
fue, ante todo, un personaje. También fue un poeta, un poeta menor si se
quiere, pero un poeta. Leída ahora en conjunto su breve obra podemos comprobar
que los libros que le dieron fama tienen la pátina de su tiempo, un encanto un
tanto arqueológico. Se salvan por los rasgos de humor y disparate –muy en la
línea de la literatura “deshumanizada”, por aplicar la terminología de Ortega–.
aunque pueda resultar fatigoso el continuo recurso a la greguería.
Veinte poemas para ser leídos en el tranvía se
publicó en París en 1922, con ilustraciones del autor que ahora se reproducen.
Es un libro de anotaciones viajeras, de postales turísticas en las que se trata
de dar la vuelta al tópico, un poco a la manera de Paul Morand. Calcomanías, de 1925, se publicó en España
y a ella se circunscribe el poeta viajero. En un ejercicio de relaciones
públicas, cada poema está dedicado a una figura ilustre del momento: Enrique
Díez-Canedo, Eugenio d’Ors, Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, precedidos
siempre de un respetuoso “don” que disuena del pretendido aire anticonvencional
del conjunto. Uno de los poemas reescribe en clave vanguardista “El tren
expreso” de Campoamor y el más extenso trata de ser una personal crónica en
prosa de la semana santa sevillana. Fatiga un tanto el esfuerzo por ser
original en las imágenes, pero todavía nos hace sonreír algún acierto, como
cuando concluye “Calle de las Sierpes” con estos versos: “Cada doscientos
cuarenta y siete hombres, / trescientos doce curas / y doscientos noventa y tres
soldados, / pasa una mujer”. Calcomanías
fue reseñado sin mucho entusiasmo por Benjamín Jarnés en Revista de Occidente.
El libro de
más éxito de Girondo, Espantapájaros al
alcance de todos (de ahí procede el título de esta recopilación), se
publicó en Buenos Aires el año 1932. Para su lanzamiento se organizó un
peculiar despliegue publicitario, como un gran fin de fiesta de la vanguardia.
Se trata un conjunto de pequeños relatos de humor disparatado que aún conservan
buena parte de su gracia. Entre ellos, hay un poema enumerativo (“Se miran, se
presienten, se desean”) que hizo famoso la cantante Nacha Guevara.
El
siguiente libro, Persuasión de los días, no
apareció hasta 1942, cuando ya los tiempos eran otros. Es el más intimista y el más verdadero de su autor. Ya no pretende
“epatar” ni ser más moderno que nadie. El personaje trabajosamente construido
deja paso a la desolación, a la gratitud y a la piedad. Renunciando a estar en
primera línea, anticipa Girondo la poesía que vendría después, la de las Odas elementales de Pablo Neruda, por
ejemplo. Menos afortunado se muestra en Campo
nuestro, de 1946, un canto a la pampa argentina. Arrepentido de este
retorno al orden, quiere volver a encabezar la rebelión vanguardista y en 1953
publica En la masméduta, para muchos
–entre los que no me cuento– su obra maestra, una mezcla del Vallejo de Trilce y los jugueteos del postismo
español –que quizá no conocía– sin mayor interés: “Sombracanes / pregárgolas
sangías / canes pluslagrimales / entre bastardos roces contelúricos de muy
ausentes márgenes”.
Lo que
queda de Oliverio Girondo es su rechazo de lo sublime y lo pomposo, unas notas
de humor y un puñado de poemas, casi todos ellos incluidos en Persuasión de los días, como los
dispares “Aparición urbana”, “Rebelión
de vocablos” o “Gratitud”.
Las rivalidades siempre son buenas para ambos rivales, así que seguro que ambos mejoraron con ella. Interesante propuesta, ya que Borges me ha gustado siempre
ResponderEliminarUn abrazo
Me gustó mucho en una época en aquellas ediciones de Losada donde también lei a Vallejo, González Tuñón, León Felipe... Llevar a la Facultad un libro de Losada o de Rueda era casi un modo de disidencia.
ResponderEliminarHace mucho que no los leo pero supongo que sólo Vallejo resistiría otra lectura
Masones, masones... qué Tristones,
ResponderEliminarparásitos de las religiones.
Queréis creer que quiere
el Papa vuestra “merde”,
de todo ser Compinches...
Seguid con vuestros planos
que lo profundo va por otro lado,