viernes, 9 de noviembre de 2018

Lo que queda de Oliverio Girondo



Oliverio al alcance de todos
Oliverio Girondo
Trampa Ediciones. Barcelona, 2018.

Cuando se publicaron los libros de Sabato en Italia, llevaban una faja que decía: “El rival de Borges”. Al enterarse Borges, respondió malicioso: “Qué curioso. Los míos no indican el rival de Sabato”.
            El rival de Borges no fue nunca Sabato, sino Oliverio Girondo, de quien ahora se publica en España su poesía completa con el título –que se presta a equívoco, como el prefacio de Luis de Bergara– de Oliverio al alcance de todos. Luis de Bergara nos cuenta la vida de Oliverio Girondo, desde el final hasta el principio, como si fuera el propio Girondo quien la contara; al no ir adecuadamente firmada esa “Girovivencia” más de un lector se llamará a equívoco.
            Durante los años veinte y primeros treinta, Borges y Girondo se disputaron el liderazgo de la nueva poesía argentina, la que seguía la estela del ultraísmo y las vanguardias europeas. El triunfo fue para Girondo, que contaba con todas las bazas a su favor: típico representante de la oligarquía argentina con gran sentido de la autopromoción, se educó en Inglaterra y Francia, pasaba la mayor parte de su tiempo viajando por Europa,  y le gustaba ejercer de mecenas –a su cargo estuvo la revista Martín Fierro– y de elegante y generoso anfitrión.
            La personalidad arrolladora de Girondo –un poco parecida a la de Victoria Ocampo– pareció opacar a la de Borges y contribuyó sin duda a su temprano desdén por las vanguardias y al apartamiento de lo que no tardó en llamar “la equivocación ultraísta”. Hubo quizá algo más, una derrota más humillante. Oliverio Girondo se casó con Norah Lange, una amiga de Borges de la que al parecer este estaba enamorado. Edwin Williamson, en su minuciosamente delirante biografía del autor de El Aleph, dedica bastantes páginas al enfrentamiento entre Borges y Girondo e incluso llega a sostener –con peregrina argumentación– que casi la totalidad de los versos, relatos y ensayos que Borges escribió a lo largo de su vida no son más que un largo lamento por la pérdida de Norah Lange.
            Las opiniones de Borges sobre quien fue su principal rival en los años más vulnerables no pueden resultar menos favorables. En el libro que le dedicó Bioy Casares, encontramos abundantes muestras. En 1956, habla de que Gómez de la Serna, “en un rato puede escribir toda la obra de Girondo”. Al año siguiente (por estas fechas Girondo trata de recuperar protagonismo con la publicación de En la masmédula), comenta que cierto escritor tenía fama de ocurrente y que Girondo aspiraba a esa fama “solo que a él no se le ocurre nada, salvo plagiar a los demás diez años después”. En 1963, cuando Girondo publica sus últimos poemas, dictamina que en toda su vida “ha escrito una sola línea memorable”.
            Queda claro que, en el enfrentamiento entre Borges y Girondo por el liderazgo de la vanguardia argentina, el primer combate lo gano Girondo, pero la victoria final fue de Borges, quien nunca dejaría de burlarse y de menospreciar a su rival.
            Oliverio Girondo fue, ante todo, un personaje. También fue un poeta, un poeta menor si se quiere, pero un poeta. Leída ahora en conjunto su breve obra podemos comprobar que los libros que le dieron fama tienen la pátina de su tiempo, un encanto un tanto arqueológico. Se salvan por los rasgos de humor y disparate –muy en la línea de la literatura “deshumanizada”, por aplicar la terminología de Ortega–. aunque pueda resultar fatigoso el continuo recurso a la greguería.
            Veinte poemas para ser leídos en el tranvía se publicó en París en 1922, con ilustraciones del autor que ahora se reproducen. Es un libro de anotaciones viajeras, de postales turísticas en las que se trata de dar la vuelta al tópico, un poco a la manera de Paul Morand. Calcomanías, de 1925, se publicó en España y a ella se circunscribe el poeta viajero. En un ejercicio de relaciones públicas, cada poema está dedicado a una figura ilustre del momento: Enrique Díez-Canedo, Eugenio d’Ors, Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, precedidos siempre de un respetuoso “don” que disuena del pretendido aire anticonvencional del conjunto. Uno de los poemas reescribe en clave vanguardista “El tren expreso” de Campoamor y el más extenso trata de ser una personal crónica en prosa de la semana santa sevillana. Fatiga un tanto el esfuerzo por ser original en las imágenes, pero todavía nos hace sonreír algún acierto, como cuando concluye “Calle de las Sierpes” con estos versos: “Cada doscientos cuarenta y siete hombres, / trescientos doce curas / y doscientos noventa y tres soldados, / pasa una mujer”. Calcomanías fue reseñado sin mucho entusiasmo por Benjamín Jarnés en Revista de Occidente.
            El libro de más éxito de Girondo, Espantapájaros al alcance de todos (de ahí procede el título de esta recopilación), se publicó en Buenos Aires el año 1932. Para su lanzamiento se organizó un peculiar despliegue publicitario, como un gran fin de fiesta de la vanguardia. Se trata un conjunto de pequeños relatos de humor disparatado que aún conservan buena parte de su gracia. Entre ellos, hay un poema enumerativo (“Se miran, se presienten, se desean”) que hizo famoso la cantante Nacha Guevara.
            El siguiente libro, Persuasión de los días, no apareció hasta 1942, cuando ya los tiempos eran otros. Es el más intimista  y el más verdadero de su autor. Ya no pretende “epatar” ni ser más moderno que nadie. El personaje trabajosamente construido deja paso a la desolación, a la gratitud y a la piedad. Renunciando a estar en primera línea, anticipa Girondo la poesía que vendría después, la de las Odas elementales de Pablo Neruda, por ejemplo. Menos afortunado se muestra en Campo nuestro, de 1946, un canto a la pampa argentina. Arrepentido de este retorno al orden, quiere volver a encabezar la rebelión vanguardista y en 1953 publica En la masméduta, para muchos –entre los que no me cuento– su obra maestra, una mezcla del Vallejo de Trilce y los jugueteos del postismo español –que quizá no conocía– sin mayor interés: “Sombracanes / pregárgolas sangías / canes pluslagrimales / entre bastardos roces contelúricos de muy ausentes márgenes”.
            Lo que queda de Oliverio Girondo es su rechazo de lo sublime y lo pomposo, unas notas de humor y un puñado de poemas, casi todos ellos incluidos en Persuasión de los días, como los dispares  “Aparición urbana”, “Rebelión de vocablos” o “Gratitud”.
           
           
           

3 comentarios:

  1. Las rivalidades siempre son buenas para ambos rivales, así que seguro que ambos mejoraron con ella. Interesante propuesta, ya que Borges me ha gustado siempre

    Un abrazo

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  2. Me gustó mucho en una época en aquellas ediciones de Losada donde también lei a Vallejo, González Tuñón, León Felipe... Llevar a la Facultad un libro de Losada o de Rueda era casi un modo de disidencia.
    Hace mucho que no los leo pero supongo que sólo Vallejo resistiría otra lectura

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  3. Masones, masones... qué Tristones,
    parásitos de las religiones.
    Queréis creer que quiere
    el Papa vuestra “merde”,
    de todo ser Compinches...
    Seguid con vuestros planos
    que lo profundo va por otro lado,


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