Antología invisible
Rafael Courtoisie
Visor. Madrid, 2018.
La literatura se homenajea a sí misma de muchas maneras. El
pastiche es la forma extrema de admiración: un autor escribe con el estilo de
otro y trata de mimetizarse con él. Deja de ser pastiche, y se convierte en una
falsificación, cuando el nombre del autor admirado pasa del título o el
subtítulo (“A la manera de Marcel Proust”) a la firma, como hizo el editor de
Bécquer, Fernando Iglesias Figueroa, con su poema “A Elisa”, que llegó a
incluirse en las Rimas y muchos
lectores aún se saben de memoria (“Para
que los leas con tus ojos grises, / para que los cantes con tu clara voz, /
para que llenen de emoción tu pecho, / hice mis versos yo”).
Cuando se
exageran los rasgos del escritor mimetizado, cuando se le caricaturiza, nos
encontramos ante la parodia, que a veces puede ser bien humorada (recordemos la
eutrapélica Antología apócrifa, de
Conrado Nalé Roxlo) o disparatada y
malintencionadamente divertida, como Las
mil peores poesías de la lengua castellana, de Jorge Llopis, o esa obra
maestra del género que es Vidas
improbables, de Felipe Benítez Reyes, donde se caricaturizan no tanto
autores concretos como tendencias literarias.
De la
parodia y del pastiche, y también de la invención heteronímica, participa la Antología invisible de Rafael
Courtoisie, un poeta uruguayo multipremiado. Quizá el modelo más cercano se
encuentra en la Antología traducida de
Max Aub, donde se dan cita numerosos poetas inventados precedidos de una breve,
e ingeniosa por lo general, nota biográfica.
El libro de
Courtoisie carece de cualquier prólogo que nos ilustre sobre las intenciones
del autor. ¿Qué une estos cincuenta
textos, no todos poemas, no todos escritos en español? A una imitación de un
poema chino, le siguen unos versos en inglés de un probablemente inventado
Clarke Woody. Alternan los poetas inexistentes (que podríamos considerar
heterónimos) con los pastiches: inéditos de Paul Celan, Emily Dickinson, Franz
Kafka, Juan Rulfo y hasta el propio Courtoisie. A veces se indica en nota al
pie algún dato sobre el autor o la circunstancia en que fue encontrado su
texto.
Chesterton
afirmó que, al contrario de lo que suele pensarse, “divertido” no es lo
contrario de “serio”, sino de “aburrido”. Comenzamos a leer esta Antología invisible con la mejor de las
intenciones, pero pronto nos damos cuenta de que no es seria, pero eso no
significa que resulte divertida.
No es
seria: bastantes de los poetas apócrifos nacieron en el futuro, en 2036, 2096 o
incluso 2387. ¿Hay algún rasgo que diferencia a esos poetas de los actuales?
Ninguno. La fecha parece puro capricho. Leamos lo que escribe Juan Carlos
Arens, presuntamente nacido en Valencia en 2036; “Apagué la luz / y se encendió
el mundo. / La herida de vos / cerró en mí / como un poema. / La última línea /
es una cicatriz”. Y uno se pregunta si resulta verosímil que un poeta
valenciano escriba “la herida de vos”.
El capricho
parece la única razón para reunir este heterogéneo centón. ¿Por qué el inédito
de Bob Dylan, “fragmentos de una canción sin terminar”, está redactado casi
todo en español pero con algunos fragmentos en inglés? ¿Por qué el inédito de
Emily Dickinson, encontrado entre las páginas de un libro viejo, en manuscrito
de la propia autora, aparece en español mientras que el de Virginia Woolf está
en inglés? ¿Qué pintan un presunto fragmento más o menos teórico de Todorov o
unos párrafos de un supuesto cuento de Juan Rulfo?
Pronto el
lector deja de tomarse en serio estos ejercicios de taller, con mucho de broma
privada, que el autor amontona de cualquier manera en una obra que parece solo
destinada a ganar uno de tantos devaluados premios literarios como publican las
editoriales españolas. Ni siquiera tiene gracia escuchar a Donald Trump
disparatar sobre el asesinato de Kennedy.
No quiere
eso decir que no haya algunos fragmentos no desdeñables en este estropicio.
“Silvia Plath lee un poema de Vallejo antes de cometer suicidio”, si
prescindimos del título y de los dos primeros versos, es un conmovedor monólogo
dramático. Y hay alguna lograda chinería.
El juego
hay que tomárselo, como los niños, muy en serio. Fernando Pessoa atribuyó
textos a un centenar de nombres inventados, pero solo fue capaz de crear tres
poetas, cada uno con su estilo, con su biografía, con su manera de ver el
mundo: Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis. Nadie confundiría un
poema de uno con el de otro, ni tampoco con los que escribió Pessoa con su
propio nombre. Los poetas inventados por Rafael Courtoisie son todos
intercambiables, nacieran donde nacieran, hace unos años, un siglo o en un
futuro próximo o remoto.
Antología invisible es un libro que
promete lo que no da: una fiesta de la literatura. Es un libro para curiosear
en la mesa de novedades y dejar de lado mientras pensamos que hay formas más
divertidas de despilfarrar el dinero público o privado que tantos inanes
premios literarios.
Que Iglesia y Estado estén separados.
ResponderEliminarYo soy de Iglesia.
Dejo el Estado a mis conciudadanos.
© María Taibo
No sé yo, María Taibo, si estos poemas o aforismos tuyos tienen su lugar más adecuado en los comentarios a mis reseñas. En cualquier caso, no molestan.
EliminarYa que ha vuelto María Taibo, esperemos que vuelva su contrapunto: Pérez Gin Ferrer. Se le echa de menos
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