jueves, 11 de febrero de 2021

Mejorable, insuperable

 

 

Horizonte de sucesos
Juan Bonilla
Renacimiento. Sevilla, 2021.

“Horizonte de sucesos”, según podemos leer en la Wikipedia y en el prólogo al más reciente libro de poemas de Juan Bonilla, es “la superficie imaginaria de forma esférica que rodea a un agujero negro”. Se llama así porque de nada de lo que ocurre más allá podemos tener información.

            A las líneas prologales,  prescindibles (la cita de un divulgador científico confunde más que aclara), le sucede un extenso texto en prosa, titulado “Aquí”, que ocupa la primera parte del libro. Parte de una ocurrencia ingeniosa: buscar en Google Maps “todas las casas en las que he vivido y hacer un mapa a ver qué sale”. La enumeración de esas casas le sirve al autor para trazar una impactante autobiografía fragmentaria. Cuando se olvida de ese propósito inicial, pasa a enumerar lugares que tuvieron algún especial significado en su vida, unos más triviales (la cafetería donde esperaba a su novia, el Café Gijón donde firmó el contrato para su primera novela ) y otros de tácito dramatismo: “Aquí, en el parque de Santa Ana de Jerez, juego al fútbol con un niño pequeño, luego volveremos juntos de la mano hacia una casa en la que pronto no me dejarán entrar y en la que todavía lo veo encerrado, a pesar de que los años lo habrán convertido en un muchacho que quizá no se acuerda nunca de sus chuts en el parque de Santa Ana”. Todos esos “aquí”, algunos ya desarrollados en otros textos del autor, y otros que se les irían añadiendo, podrían acabar conformando un libro por el estilo del  Yo me acuerdo de George Perec.

            El libro de poemas propiamente dicho comienza en la segunda parte. Sorprende el uso reiterado de la rima consonante, algo no demasiado habitual en la poesía contemporánea. Juan Bonilla es un poeta ingenioso que suele partir de una ocurrencia para desarrollar luego con aplicada artesanía el poema: en “Adolescencia”, los ensueños y las ambiciones de la adolescencia se asocian a los días de la semana y a las diversas asignaturas del programa académico: “Lunes, Carlos Martel en Poitiers, / fractales y cervezas, / ganas de huir a cualquier parte, / perderse con quien sea. / Martes, dibujo técnico / y El árbol de la ciencia, / La guerra de la Galias, / pero adónde y cuánto cuesta, / dormir en estaciones, / viajar a pie por las cunetas”.

Costumbrismo, costumbrismo andaluz como en tantos de estos poemas,  hay en “Música Ítaca”, donde una música banal permite un emocionado viaje en el tiempo. “Vencejos” aprovecha las lecciones que Bonilla aprendió en la poesía ultraísta –y que tanto deben a la greguería-- para ofrecernos una sucesión de ingeniosas comparaciones: la tarde cae “a cámara lenta / de un golpe seco en la mandíbula”, el sol del crepúsculo está “noqueado” como un boxeador, los vencejos al posarse alineados “parecen jugadores / de una selección nacional / cuando suenan los himnos”. Otro poema, “Identidad”, recrea un tema que viene de Borges (“No sé de quién recuerdo mi pasado”) y, sobre todo, de Pessoa: “estoy lleno de gente / soy tantos que no sé quién ya soy”.

            La parte tercera reúne un puñado de espléndidos poemas eróticos (“Música”, “Paradise”, “Quedarse con las ganas”), junto con alguna retorcida ocurrencia (“Filosofía”) o prescindible vulgaridad (“Caerse p’arriba” con su “bajo ti”).

            La sección titulada “Punta Umbría” recrea un día de verano, con indicación de la hora, desde el amanecer hasta el momento en que el sueño inducido –“Química” se titula el poema-- va “expandiendo su milagrosa calma”. Una imaginería de raíz vanguardista (“Por la arena mojada / dejas tus huellas solas / que el mar devorará / pues son el desayuno de su olas”), alterna con discutibles juegos de palabras (“Yo ya no fumo / ni resto” o el calambur fónico, pronunciado a la andaluza, de “Cero o no ser, / como dijo el poeta”). El poema “Periódico” utiliza muy eficazmente la técnica contrapuntística. Algo de juanramoniano hay en “Pinar” y de guilleniano en “Ría”: “Tan sólida, tan pura, / la luz del mediodía / hace del mundo partitura, / y es esa melodía / que en tus adentros suena / --andante, adagio, calma--, / la que te llena / el alma”.

            Los poemas de “Letras”, según indica el autor, están escritos sobre cierta falsilla musical.. Las líneas iniciales de “Aquí”, la prosa que inicia el libro (“Estoy bastante muerto últimamente. Ha crecido en mi corazón un pájaro. Un pájaro que come corazones”) se repiten con ligeras variantes en “Soleá”: “Estoy bastante muerto últimamente: / un pájaro crece en mi corazón: / el pájaro que come corazones”. En “El Si y el No”, subtitulado “Reguetón de Residente”, se imagina lo que habría sido su vida si en lugar de decir “no” hubiera dicho “sí” en determinadas ocasiones. Algunos de esos rechazos resultan poco verosímiles, como el que da a la editora “que me ofrece un gran premio si me animo / a terminar en dos semanas la novela / que ni estoy escribiendo ni jamás he escrito, / una gran primavera / para mis flacos bolsillos / y aun mejor que el premio, el galardón / de abandonar el ciego periodismo”. No parece que el escritor profesional que es el poeta rechazara muchas ofertas de ese tipo. Recordemos lo que afirma en la prosa inicial: “Aquí, en el Café Gijón de Madrid, una editora pone ante mí un contrato por una novela que ni siquiera pensaba escribir, pero gracias al cual se acabó vivir de prestado”.

            Continúan alternando los eficaces poemas (“El pasado”, “Alegría de la tarde”) con los habilidosos ejercicios de taller (“Respuesta del humano al replicante”, “Los poemas malditos”) en la parte última, en la que tampoco falta la falacia patética, el abusivo uso de la crónica de sucesos (“Callar a gritos”).

            Termina el libro con un irónico “Epitafio” que más bien debería haberse titulado “Evaluación final”. De la nota aclaratoria que cierra el libro sorprende –o no: confirma que Juan Bonilla no es un perfeccionista-- que nos hable de un poema, “Himno al Aire”, que no figura en el libro, o no figura al menos con ese título (probablemente se trata de “Vencejos”).

            Sobran chistes, o pretendidos chistes, sobran golpes bajos emocionales en la poesía de Juan Bonilla; falta un cierta conciencia autocrítica que evite, en los poemas con métrica tradicional, ripios y fallos rítmicos (dudosos endecasílabos como “esa cerca de cristales en picos”). O quizá no sobran: más pulido y repeinado, más respetuoso con lo que tradicionalmente se entiende por poesía, Juan Bonilla no sería Juan Bonilla y Horizonte de sucesos resultaría un libro tan aburrido y prescindible como tantos premiados libros de poemas. Tal como está resulta sin duda mejorable, pero con un puñado de poemas memorables e insuperables.



1 comentario:

  1. Muy bien, Bonilla.
    A veces es el sentido común lo que falta en cierta literatura

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