Verbigracia
Enrique
García-Máiquez
La Veleta. Granada,
2022.
Reúne el poeta Enrique García-Máiquez en Verbigracia los
seis libros que lleva publicados, desde Haz de luz (1997) hasta
el reciente —apareció
este mismo año—, Inclinación
de mi estrella. En el prólogo, afirma que le ha sorprendido la coherencia
del conjunto y que, en realidad, forman un único libro. Y tiene razón: puede ir
ganando en virtuosismo técnico y en sentido del humor, pero ya todo él estaba
en sus primeros poemas.
García-Máiquez
es un poeta sin adjetivos, uno de los grandes poetas de las últimas
generaciones, y es también un poeta confesional. Escribe para todos y escribe a
veces solo para los feligreses. Varios de sus poemas disuenan en el conjunto,
aunque a él le parezcan tan naturales —tan
poco sectarios— como los otros. Voy a limitarme a comentar uno de ellos,
“Manual de uso para la Resurrección”. Comienza en ese tono conversacional, tan
típicamente suyo: “Un segundo después de que estires la pata / darás un salto.
/ ¡Lo sabías: / la vida eterna / entera / y sin estrenar!”. Y continúa: “Pero
cuidado antes de volverte a los vivos / para sacar la lengua a los ateos /
porque era verdad aquello que avisaste / y que no te escuchaban”. No hace falta
que el poeta se pida a sí mismo que no se burle de los vivos no creyentes en el
momento de resucitar. Nadie se burla ni deja de burlarse después de muerto, por
mucho que —según García-Máiquez insiste— la resurrección sea inmediata. Estas
incoherencias catequísticas harán para algunos lectores desmerecer el volumen.
También alguna nadería —“Orstodoxia”— que podría haber quedado fuera. O cuando
se enreda con la argumentación, como en el confuso “Don Juan” o en los sofísticos
“A un irritado”, “Sex”.
Pero cuánta maestría en este libro y
cuantos verdaderos poemas, de esos que son de todos y de nadie, y que son para
siempre. Enrique García-Máiquez hace lo que quiere con el verso, la métrica
clásica no tiene secretos para él y juega a enredarla con humor, a quitarle
apolillado empaque. Es un maestro del soneto. Entre varias piezas maestras —“Ética
a Nico”, “Empujones”, la traducción del
soneto 29 de Shakespeare—, nos ofrece su versión del más famosos de los
“sonetos sonetiles”, el que escribió Lope de Vega. El último terceto explicita
que un poema es otra cosa que un hábil ejercicio: “Porque un poema es pálpito
en el pecho. / Ni guiño a la afición ni flor formal. / Cuento —sí, son catorce—
y no está hecho”.
Pero el poema podrá ser “pálpito en
el pecho”, autobiografismo, confesionalismo —y eso son muchos de los poemas de
García-Máiquez—, pero sin el artificio retórico que los sostiene no serían
nada, o no tendrían más que un interés personal.
García-Máiquez es un poeta ingenioso
que gusta de sorprender a los lectores con un guiño y a los estudiosos con
continuas referencias a la tradición literaria. En “Poema de otro día” recrea
el “Poema de un día”, de Antonio Machado: “Heme aquí al fin, profesor / de
Orientación, / y es extraño / que haya pasado en un año / de perdido a
orientador”. Se lo dedica a uno de sus más cercanos maestros, Miguel d’Ors.
Tiene otros, a los que agradecido homenajea en sucesivos textos, como Wislawa
Szymborska, Mario Quintana —a quien ha ejemplarmente traducido— o Eloy Sánchez
Rosillo.
Pocos poetas han escrito tantos
autorretratos, han jugado a mostrarse de todas las maneras, casi siempre con un
tono de autoironía. Es consciente —lo afirma en un poema— de que su riesgo
puede estar en un exceso “de transparencia y autobiografismo”. Pero sabe
también que “No hay cuidado” (así se titula el poema): “Mi secreto / al
contarlo / da paso a otro secreto / y a otro secreto cada vez mas hondo. /
Siempre queda algo —no sé qué— que no se alcanza. / Es eso lo que soy”.
Alterna García-Máiquez los haikus,
tan de moda, con las seguidillas y las soleares, sin incurrir en vacuos
exotismos ni en folklorismos. Un ejemplo de los primeros: “Un petirrojo. / Un
fuego pequeñito / para el invierno”. Otro ejemplo, “Albada”, de las
seguidillas: “Nos vemos mucho más / desde que has muerto: / te veo cada noche /
cruzar mis sueños. / La madrugada / —que es de cristal y alondra— / nos
desampara”.
Se define García-Máiquez como un
poeta “con más certezas que cervezas” y no duda en homenajear a Aquilino Duque,
“hereje democrático”, “para, muy chulo y facha, epatar a los progres, / pasar
de la censura y posar de maldito”. Pero por detrás, o al margen, de sus
certezas dogmáticas, de sus deseos de epatar, hay en él un poeta que sabe
expresar como pocos el misterio y el asombro de vivir.
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