miércoles, 23 de marzo de 2022

Personal y político

 

 

Panfleto de Kronborg
Jesús del Campo
Acantilado. Barcelona, 2022.

La palabra “panfleto”, el adjetivo “panfletario” suelen utilizarse hoy en un sentido negativo, pero tienen una ilustre progenie; en su origen eran textos breves, hojas volanderas o folletos, que zaherían al poderoso, que decían lo que la información oficial callaba. A Voltaire se deben algunos de los más eficaces. En la Rusia soviética, en la España de Franco y en la Cuba de Castro tuvieron su sentido y los autores arriesgaban su libertad, o en algún caso su vida, por escribirlos.

            Este Panfleto de Kronborg de Jesús del Campo es y no es un panfleto. Jesús del Campo, nacido en Gijón en 1956, de formación anglosajona, comenzó publicando poesía en inglés, pero se dio a conocer con una novela, Los diarios clandestinos de Blancanieves, que le mostraba como un escritor culto, personal, capaz de darle la vuelta a lo consabido. En su obra de ficción ha gustado de recrear o continuar textos bien conocidos. Así Las últimas voluntades del caballero Hawkins es una peculiar segunda parte de La isla del tesoro. También ha escrito libros de viajes que se distinguen por entremezclar anecdotario personal e histórico, referencias de la alta cultura y de la cultura popular, Shakespeare con los Rolling Stone.

            Mucho de caleidoscopio, de atrevido mosaico, tiene Panfleto de Kronborg, que comienza ante el castillo de Hamlet y en muchas de sus páginas glosa el diario que Montaigne escribió durante su viaje a Italia. Jesús del Campo salta con agilidad de un tema a otro, de un personaje a otro, de Isabel Tudor a Felipe II y siempre nos sorprende, nunca nos aburre, a ratos nos admira y a menudo nos irrita. Su libro no es mera brillante errabundia por la geografía y la historia, pretende ser una obra de tesis. A su entender, la contemporaneidad se caracteriza por un enfrentamiento entre la estupidez y el talento, en el que el talento lleva cada vez más todas las de perder. Y la causa de esa derrota para él está muy clara: el triunfo del populismo.

            Gusta Jesús del Campo de afirmaciones rotundas que llaman de inmediato la atención. Un ejemplo: “El norte y el sur hablan de dinero sin ponerse de acuerdo porque un papa charló con sus cardenales en la misa de Navidad”.  Esperamos una aclaración, pero en el siguiente párrafo se pasa a otra cosa. Antes nos ha contado que, cuando Montaigne estuvo en Roma, le llamó la atención que, durante la misa de Navidad, el papa y los cardenales pasaron la mayor parte del tiempo leyendo y charlando. El salto conceptual de la observación de Montaigne a la afirmación del Jesús del Campo parece demasiado grande.

            Cuando en este libro se habla de “populismo”, ese término denigratorio de moda, no se habla de populismo en general, sino más en concreto del populismo de Podemos, aunque tal término nunca se mencione. Sí se afirma que lo alumbró el socialismo: “No se concibe el auge del populismo español sin la desidia del partido socialista que lo vio crecer y que, en vez de reprocharle su zafiedad amenazante, agachó la cabeza y lo tuvo por novedad saludable y quizá ejemplar”.

            Panfleto de Kronborg, como panfleto, resulta más simplista que eficaz. Insiste el autor una y otra vez en que buena parte de la incapacidad de España para estar a la altura de Francia, Inglaterra o su admirado Estados Unidos se debe a no haber tenido una revolución: “Así como los norteamericanos derrotaron a los ingleses en su revolución, y los franceses al Antiguo Régimen en la suya, los españoles echan de menos tener un derrotado a mano y convierten la guerra civil en algo parecido a un mito fundacional”. Se olvida Jesús del Campo que después de la victoria de los colonos norteamericanos sobre los ingleses y después de la Revolución Francesa, los españoles tuvieron un “derrotado a mano”, y no uno cualquiera, sino nada menos que Napoleón. La llamada Guerra de la Independencia —antes guerra y revolución de España— supuso el nacimiento de la nación española tal como la conocemos.

            Más afirmaciones rebatibles, esté uno o no de acuerdo con las ideas políticas de Jesús del Campo: “Los europeos occidentales no aprendieron que las guerras las puede ganar el malo, siguen pensando que el lado de la bondad se acaba imponiendo por su propio peso en la tierra de los elegidos. La condescendencia francesa hacia España está relacionada con esa creencia tan absurda. A España le pueden pasar cosas malas, a Francia no”. Eso lo podrá pensar Jesús del Campo, que tiene ideas algo peregrinas sobre el asunto, pero no los franceses: a la guerra civil española le siguió la humillante derrota francesa de 1940 y luego, tras la “liberación” y las depuraciones consiguientes, llegó la guerra de Argelia. A Francia también “le pueden pasar cosas malas”.

            No faltan la habituales diatribas contra las redes sociales o los selfies, en las que no se distingue el uso del abuso. Sorprende su elogio de la publicidad, aunque las razones que da resultan difícilmente compartibles: “La publicidad tiene, frente a las lentitudes de la literatura, el mérito de decir mucho en poco. Eso la enemista con la explicitud que azota el siglo y que, cuanto más creciente, más aborrega a quien la sufre. Y eso hace también que la publicidad, a diferencia de la literatura, sea un arte interesante”. Rebatir estas afirmaciones está al alcance de cualquiera: “las lentitudes de la literatura” podrán referirse a las novelas de muchos cientos de páginas, pero no al cuento ni a la poesía, y mucho menos en sus variantes, tan difundidas hoy, del microrrelato o el haiku. ¿La publicidad no es explícita? Puede no serlo, pero no es lo habitual. Recomendamos a Jesús del Campo que no se levante durante los intermedios publicitarios de cualquier programa de la televisión generalista y comprobará si lo es o no.

            La viñeta que nos da de los institutos de secundaria, y que pone en boca de una amiga, sí puede considerarse panfletaria y sin matices: “Directores y jefes de estudio que se emborrachan de su poder ridículo, padres que hablan como en Telecinco y linchan profesores. Alumnos indiferentes. Es como si hiciera falta que alguien viniera a decirnos que todo es una farsa, una gran mentira que se sostiene sobre el miedo”.

            Enemigo del populismo de izquierdas y de los independentismos, admirador de la Europa nórdica, no son las ideas políticas de Jesús del Campo las que nos disuenan en este libro, sino su modo de defenderlas, su manera de elevar anécdotas a contundentes categorías: “Un día de confinamientos, un hombre que caminaba frente a mí tiró al asfalto su cigarrillo antes de cruzar la calle. Lo hizo con el descuido de quien hace eso mismo muchas veces. Fue una forma de declarar su relación con los otros que empeora una comunidad. Ese cigarrillo lo barrería otra gente, ese desdén nos perjudicó. El presidente del Gobierno de España tuvo que pedirle dinero al primer ministro de los Países Bajos por eso, porque un hombre tiró su cigarrillo al suelo”.

            No se rebaja Jesús del Campo a explicarnos la relación entre un hecho y otro. Le preferimos cuando abandona el arbitrario púlpito, las generalidades sobre el carácter de las naciones, y nos habla de Walter Raleigh o de su admirado Bob Dylan.

 

9 comentarios:

  1. No se entiende cómo se puede denostar el populismo y a la vez decir que lo que le faltó históricamente a España para ser realmente grande fue una revolución. Porque no hay nada más populista que una revolución. En fin. Jesús del Campo es un tipo arbitrario.

    Un cordial saludo.

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  2. Parece un Blanco White de calderilla (por lo que relatas).

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    1. Aunque no me gusta dejar comentarios por aquí, permitidme una aclaración: no sólo Francia colaboró con la Alemania Nazi después de haber sido atacada, también Dinamarca, "el protectorado modelo" se plegó al Führer, con la honrosa excepción de algunas pocas embajadas en el exterior, encabezadas por el embajador en Washington Henrik Kauffmann. Y algo parecido a Francia ocurrió con Noruega,

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    2. Y me imagino que en Holanda y en algún otro lugar. Pero solo en Francia se formó un gobierno "libre" y afín.

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    4. Sin duda, pero a medida que la guerra avanzaba Dinamarca se plegó cada vez más a las exigencias de Berlín. Sí es cierto que tuvieron una cifra de judíos muertos bastante pequeña -comparativamente, claro es- pero porque hasta 1942 no se impusieron las leyes antisemitas y los judíos pudieron escapar a Suecia. Sin embargo, muchos comunistas no corrieron tanta suerte, pues el gobierno danés ilegalizó el partido en 1941 si la memoria no me falla y la policía danesa facilitó información. En fin, indudablemente se trata de una época complejísima y llena de matices en estos aspectos "secundarios". Un placer poder departir sosegadamente.

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  5. En mi opinión, Petain recogió la opinión mayoritaria de la sociedad francesa en 1940: adiós a libertad, igualdad y fraternidad y bienvenidos trabajo, familia y patria. La derecha francesa se había fascistizado mucho durante el periodo de entreguerras. La colaboración entre las autoridades francesas, que quedaron en pie, y los alemanes, fue intensa y progresivamente horrible. Tema judío incluido. Hasta 1943 la opinión pública no se volvió contra los colaboracionistas porque la sociedad francesa colaboró en mayor o menor medida con los ocupantes. Que se lo digan si no a los republicanos españoles. Además, la ocupación alemana al principio fue de guante blanco. Luego, las derrotas, la creciente represión y el hambre volvieron a los franceses antifascistas. Antes, no. Era lógico, porque Francia buscaba su lugar bajo el sol en el Nuevo Orden nazi. En 1944 y 1945 llegó la guerra civil y la purga de colaboracionistas.

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