jueves, 17 de junio de 2010

Vila-Matas, Casas Ros y otras supercherías


Antoni Casas Ros,
Enigma,
Seix Barral, Barcelona, 2010.


Literatura y superchería siempre han ido de la mano. Recordemos el caso de Ossian, aquel bardo escocés del siglo III, que descubierto y traducido por Macpherson a finales del XVIII, fascinó a toda Europa, fue imitado y traducido por Goethe y por Espronceda, y no era en realidad sino una invención del presunto traductor. O el caso, más trágico, de Thomas Chatterton, que se suicidó el 24 de agosto de 1770, a los diecisiete años, nueve meses y cuatro días, porque no pudo resistir que se hiciera público que él era el autor de los poemas recién conocidos de Thomas Rowley, un poeta del siglo XV que todavía sigue fascinando.
Más reciente, y algo distinto, es el caso de los escritores famosos por no querer ser famosos, lo que podríamos llamar el síndrome Salinger. “Tal vez el verdadero misterio –cito a Rodrigo Fresán— resida no en que un escritor decida desaparecer, sino en que haya tantos escritores mostrándose demasiado”. No querer dar entrevistas, asistir a festivales literarios y programas de televisión, no querer ser otra cosa que un nombre al frente de un libro consistiría así un acto heroico y llamativo, algo de lo que pocos resultarían capaces. Olvida Fresán que esa es la situación de la mayoría de los escritores, que no es necesario hacer nada para, una vez publicado un libro, dejar que se defienda solo, no dar entrevistas, no presentarlo, etc., etc. Al contrario: lo que requiere un esfuerzo, a veces heroico, es conseguir que se hable de una obra, que llegue siquiera a las librerías, que asome en los suplementos literarios… Si un autor no quiere presencia pública, lo tiene fácil. No importa lo famoso que sea, le basta con buscar un editor –abundan— de los que imprimen un libro y se desentienden del libro.
Pero por lo general el síndrome Salinger es un recurso publicitario más: un autor sin demasiado interés finge que se oculta para tratar de despertar así algún interés. En el caso de Antoni Casas Ros se aúna la doble superchería. La solapa de sus libros (que aparecen primero en francés, en una prestigiosa editorial, y en seguida son traducidos al español) nos dice que nació en la Cataluña francesa en 1972, de madre italiana y padre catalán, que sus estudios de matemáticas se vieron interrumpidos por un accidente que le desfiguró el rostro y le llevó a ocultarse y a dedicarse a la literatura. Enrique Vila-Matas, que gusta de hacer literatura de la literatura, ha ido sembrando pistas acá y allá para que sospechemos que es una máscara suya.
En Enigma, la segunda novela de Casas Ros, ocupa Vila-Matas un lugar destacado: aparece como personaje, es el escritor más admirado por todos, se utiliza el título de una obra suya para dar nombre a la librería, Bartleby & Co., que está en el centro del relato… Pero, más que un homenaje, Enigma parece una parodia de su literaturizada literatura. Baste un ejemplo. Uno de los cuatro protagonistas –y narradores alternos— de la historia es Ricardo, un poeta inédito que se gana la vida como asesino a sueldo. Tiene una curiosa costumbre: cuando recibe la foto de la persona que ha de ejecutar, busca un poema que esté acorde con ella y lo va recitando mentalmente mientras llega al lugar del crimen; luego –antes de disparar— lo recita en voz alta ante los ojos, nos imaginamos que doblemente atónitos, de la víctima. Su carrera de eficaz asesino a sueldo termina cuando no puede realizar una ejecución porque la víctima, tras escuchar a Antonio Machado (“Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, / pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar”), no sabemos si con música de Serrat, se levanta, va hacía la biblioteca, elige parsimoniosamente un libro, se vuelve a sentar, y lee un poema de Clara Janés al desconocido que la apunta con una pistola: “Tala tu sombra / y húndete en la noche. / Yo no quiero distancia / en el abrazo. / Aléjate. / Tala tu sombra / y húndete en la noche. / Envuélvete en tu capa / y en tu nombre”.
Jorge Luis Borges se ha referido alguna vez a las carcajadas homéricas con que él y Bioy Casares interrumpían su escritura cuando se les ocurría algún nuevo disparate de Bustos Domecq o de Suárez Lynch. No sabemos si también el equipo editorial de Seix Barral que ha perpetrado esta superchería estallaría en carcajadas ante ese y otros desopilantes disparates.
¿Homenaje o parodia al mundo de Vila-Matas, a esa literatura sobre literatura que tanto fascina a algunos letraheridos? Ya hemos hablado de Ricardo, el poeta inédito que gracias a Clara Janés abandona el mundo del crimen y comienza a ser famoso porque la revista de la Asociación de Escritores Catalanes va a publicarle unos poemas. El otro personaje masculino es Joaquim, un prestigioso profesor universitario que padece el extraño mal que da título a la novela, el Síndrome Enigma, consistente en no soportar el final de la mayoría de los libros. Luego está Zoe, una alumna suya y naturalmente enamorada de él, que sueña con escribir una novela: “Intento captar lo que los demás no ven, me paso largas horas experimentando la banalidad del mundo hasta el instante en que esta comienza a exhalar un perfume, un perfume que se metamorfosea en palabras”. Sus maestros son dos autores de “crónicas del casi nada”: José Saramago y Antonio Lobo Antunes. Ella misma dice que sus textos son “frágiles como texturas cristalinas”. Naturalmente, y como no podía ser de otra manera, la novela que Zoe quiere escribir es la que estamos leyendo. Completa el cuarteto –El cuarteto de la Barceloneta podía haberse titulado el libro, parodiando a Durrell— una japonesa, Naoki, a la que un trauma sufrido a los quince años ha dejado muda, y que enloquece a los hombres, aunque ella sea insensible a su atractivo. Pura literatura, en el peor sentido de la palabra, una vez más: “Mi discurso interior se compone únicamente de frases musicales. A cada gesto corresponde una melodía que surge espontáneamente. Un gesto es Debussy, una expresión del rostro Bartók. En ocasiones, más raramente, emergen las palabras de un poeta. Pero sobre mi vida, sobre mis emociones, no oigo más que silencio, espacio vacío, o a veces aflora un haiku”. Los personajes hacen el amor de dos en dos, de tres en tres, de cuatro en cuatro, y los autores de esta novela escrita a dos, a tres o a cuatro manos juegan a parodiar la literatura erótica. O eso parece, aunque quizá hagan el ridículo en serio. Hay también un misterioso club, el Ónix, que cada día cambia de local y en el que una niña, el Ángel, decide el destino de cada uno.
Leemos Enigma, de Antoni Casas Ros, y pensamos que como broma, como homenaje a la idea que los adolescentes de cualquier edad se hacen de la literatura, no deja de tener su gracia. Una anécdota más que añadir a la historia menor de la literatura y con la que entretenerse en las tertulias literarias.

3 comentarios:

  1. Oh,Vila Matas,uno de tantos autores que nos ofrece un burro como el caballo de Gary Cooper...

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  2. Me acabo de leer el libro y creo que es una basura. Me he sentido insultado.
    Jamás he visto diálogos peor escritos. La trama es un despropósito. La idea no se sostiene por ningún lado. Casas Ros destroza una historia original por medio de un ejercicio que resulta ególatra y disparatado.
    Por cada página va creciendo la rabia de estar leyendo una auténtica porquería. El desenlace es para ponerse a llorar.
    Estoy decepcionado, sobre todo por Vila-Matas, que parece apoyarlo.
    La literatura no merece un libro así.
    Es mi opinión.

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  3. Es evidente que se trata de un novela en clave.

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