jueves, 6 de enero de 2011

Giovanni Papini: Ingeniosa, virulenta diatriba


Giovanni Papini
Gog
Rey Lear,. Madrid, 2010
Traducción de Paloma Alonso Alberti



Cuanto más conocido es un autor, más desconocido se vuelve. En los años cuarenta y cincuenta, cuando su crédito en Italia descendía, se multiplicaban las ediciones de Giovanni Papini en España, y buena prueba de ello es que es uno de los autores todavía más presentes en las librerías de viejo. El furibundo ateo de los comienzos se había convertido al catolicismo y se había aproximado al fascismo. Por eso era un apestado en la Italia de posguerra y tan querido en la España franquista.
¿Repercutió ese cambio ideológico en el interés y en la calidad de su obra? Es posible que sí, porque las páginas suyas que mejor han resistido el paso del tiempo –los relatos fantásticos de El piloto ciego, por ejemplo- pertenecen a la primera época. Pero su libro más universal –y que no ha perdido nada de su capacidad de fascinación- lo escribió después de la aparatosa conversión al catolicismo. Se trata de Gog, publicado en 1931, editado por primera vez en español en 1933, traducido por Mario Verdaguer, y reeditado infinidad de veces desde entonces. Ahora aparece en una nueva versión y lo leemos como si de una obra nueva se tratase.
Ensayo, fabulación y sátira se entremezclan en este libro que retrata, como ningún otro, la crisis de los años veinte, cuando un mundo –una idea del mundo- parece haberse hundido definitivamente con los cañonazos de la Gran Guerra y las multitudes y los intelectuales se entretienen, antes de la catástrofe final, frívolamente con cualquier disparate.
El propósito de Papini con Gog no era muy distinto del que pocos años antes, en 1926, había inspirado la novela de Baroja El gran torbellino del mundo, primera entrega de la trilogía “Agonías de nuestro tiempo”. Baroja, como Papini, quiere poner en cuestión el desbarajuste intelectual que ha traído la guerra y lo hace con una leve trama novelesca y con unos personajes que se trasladan de un lugar a otro por la Europa en ruinas. No faltaba en Baroja, como no faltará en Papini, el componente antisemita que no tardaría en servir de coartada para el genonicidio.
Gog, el protagonista de Papini, representa la brutalidad del capitalismo americano, el trastrocamiento de jerarquías intelectuales surgido tras la guerra. Ha viajado por el mundo, se ha entrevistado con los grandes hombres del momento, y ha dejado constancia de lo que ha visto en un diario sin fechas.
Pero Gog es también algo más: representa al hombre viejo, negador y destructor, que Papini cree haber dejado atrás con su conversión al catolicismo. Afortunadamente se le ha quedado dentro y es a él a quien se debe que esta obra, que podía no haber pasado de un sermón contra la modernidad, haya envejecido tan poco.
El pretexto argumental –un manuscrito encontrado en un manicomio- es solo eso, un pretexto que se olvida pronto. Los capítulos pueden ser leídos con independencia unos de otros, y olvidando incluso que se trata de las memorias de un tal Gog.
La entrevista con Freud (que aún vivía cuando se publica el libro) contiene la reflexión más certera que se haya escrito sobre el psicoanálisis: “Literato por instinto y médico por la fuerza, concebí la idea de transformar una idea de la medicina –la psiquiatría- en literatura. Fui y soy poeta y novelista bajo la figura de hombre de ciencia. El psicoanálisis no es otra cosa que la transformación de una vocación literaria en términos de psicología y de patología”.
Todas las falsas entrevistas –con Henry Ford, Ghandi, Lenin, Einstein—encierran una paradójica verdad, juegan a darle la vuelta a las ideas consabidas. A ratos lo que hay de sofístico en ellas queda demasiado a la vista, pero nunca dejan de ofrecernos un motivo de asombro, una intuición feliz.
No es extraño que Borges fuera un admirador de Papini. En este libro, que apareció antes de que Borges se convirtiera en narrador, están en germen muchos de sus cuentos. La mezcla de erudición y ficción es la misma, y también el gusto por la paradoja.
Borgiano es el breve ensayo –podría ser incluido en El hacedor- titulado “El papel”: “La materia prima de la vida moderna no es el hierro, ni el petróleo, ni el carbón, ni el caucho: es el papel. Cada día caen bosques enteros bajo el hacha para proporcionar una cantidad enorme de una sustancia que no tiene la duración ni la dureza de la madera. Si las fábricas de papel se cerrasen, la civilización quedaría paralizada”. Todavía sigue siendo verdad, aunque cada vez sea menos verdad.
Unos capítulos se inclinan más hacia la ficción, otros hacia el ensayo, pero no hay ninguno que no encierre una inquietante fantasmagoría, una muestra de amargo humor.
El enloquecido mundo en ebullición de los años veinte ya no es nuestro mundo, pero de algún modo lo sigue siendo. Y la fórmula de Papini –que bebe en Jonathan Swift y en Voltaire- sigue conservando su vigencia.
A quienes se atraganten con El cementerio de Praga, esa indigesta mezcla de erudición y folletín, esa muestra de que, si a veces dormita Homero, lo que había en Umberto Eco de narrador lleva tiempo durmiendo la siesta, yo les aconsejaría que lean –o relean- Gog, ingeniosa, virulenta diatriba contra los disparates intelectuales de mundo que ya no es el nuestro y sigue siendo el nuestro.

3 comentarios:

  1. No sé, no sé, pero me da que en su nueva foto del blog, lo que aparece detrás de usted es la puerta del torno desde donde despachan sus dulces las monjitas del convento de Santa Inés, en Sevilla. ¿Me equivoco?

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  2. No es exactamente el torno, pero sí estoy en el pequeño patio al que dan la iglesia y el convento. Se trata de la puerta que se abre a la calle de Doña María Coronel.

    JLGM

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  3. Eso era: las columnas iguales, el mismo color en las puertas, y...no sé...el aire.

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