jueves, 7 de junio de 2012

El doctor Juan Ramón y Míster Jiménez

Juan Ramón Jiménez
Epistolario II 1916-1936
Edición de Alfonso Alegre Heitzmann
Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, 2012

Como Mae West, Juan Ramón Jiménez cuando era bueno era muy bueno, pero cuando era malo era mejor. El segundo tomo de su epistolario, ocupa unos años centrales en su vida y en la historia de la poesía española, los que van de 1916 (el poeta ha ido a América para casarse y vuelve estéticamente renovado) a 1936 (la última carta del volumen, escrita por Zenobia, está fechada en agosto poco antes de que abandone para siempre España). Son los años en que, agostado el modernismo, las estridencias vanguardistas darán pronto paso a lo que entonces se llamó “la nueva literatura” y más tarde la generación del 27. Para el estudioso de la literatura estas cartas (casi la mitad inéditas, bastantes de ellas no enviadas finalmente a sus destinatarios) ofrecen una cantera de datos inagotable, pero su interés está lejos de ser meramente documental.
            La poesía, salvo que sea excepcional, envejece mucho más rápidamente que la prosa (si exceptuamos la prosa poética). El Juan Ramón Jiménez metido de lleno en las polémicas literarias de su tiempo divierte más que el delicado esteta de tantos versos y tanta prosa intercambiables. Conocíamos sus enfrentamientos con Bergamín, con Salinas, con Guillén, ahora matizados con nuevos datos. Menos notorio resulta su animadversión hacia Azorín. En 1921 le hace encabezar la lista de redactores de la nueva revista Índice, pero Azorín rechaza ese honor, aunque, ante la insistencia de Juan Ramón, accede a enviar una colaboración para el número inicial. A partir de 1923, el admirado Azorín se ha convertido en todo lo contrario. “Hay que faltarle a usted al respeto”, le dice en una carta; en otra, le llama “babieco”. ¿La razón de ese cambio? Una reseña de un libro del poeta en la que, entre abundantes elogios, se le hace un posible reproche: “¡Terrible destino el del artista! Faltan palabras para expresar la integridad del pensamiento. Muchos estados espirituales no es imposible hacérselos sentir al lector. Por fina, delicada y segura que sea la técnica literaria, faltan siempre palabras para expresar un matiz, una gradación en lo sentido. Juan R. Jiménez ansía expresar muchos de esos estados espirituales, y tal vez sus esfuerzos no encuentran medios gráficos de expresión. Siempre en el alma del artista habrá un coeficiente irreductible de emotividad”. En 1953 explica la presunta animosidad de Azorín por haber colocado su colaboración para el primer número de Índice a continuación de la de Ortega. Pero no parece que ese hecho le preocupara ni poco ni mucho a Azorín, Ir en primero o en segundo lugar a quien importaba es al propio Juan Ramón, ya que esa fue precisamente la razón de su ruptura radical con Jorge Guillén. Para la revista Los cuatro vientos le había pedido una colaboración. Cuando se enteró que iba a ir en segundo lugar, tras otra de Unamuno, le envió de inmediato un telefonema: “Quedan hoy retirados trabajo y amistad”.
            Para no figurar como redactor de Índice Azorín dio la razón de que no quería molestar al periódico en que colaboraba en exclusiva, pero quizás las razones fueron más prosaicas. Por una carta a Ramón Gómez de la Serna conocemos las draconianas condiciones que Juan Ramón imponía a los “redactores” de su revista: “si has de colaborar en todos los números de Índice has de ser redactor; y si has de ser redactor has de: pagar una cuota mensual de 25 pesetas; buscar 30 suscriptores; y pagar una multa de 50 pesetas el mes en que no des tu trabajo”. Por estas cartas sabemos también que las primorosas ediciones que Juan Ramón hacía (fue el primer editor de Salinas, por ejemplo) las pagaban los autores.
            En la diatriba, Juan Ramón Jiménez no tenía igual. En el borrador de una carta dirigida a Corpus Barga (la atribución que hace el editor parece errónea), alude a José Bergamín en los siguientes términos: “Un conocido maleante, el Liendre de la Catalata, ha vertido hace días, en una de las alcantarillas de Luz, parte (me figuro que le queda más) de la inmundicia que ha venido acumulando contra mí desde el año 28”. Hasta ese año Bergamín había sido su discípulo predilecto. No más amable resulta con Guillermo de Torre, irritado porque le haya llamado precursor del ultraísmo: “¿En qué se parecen esas cosas que hacen ustedes a nada mío? En nada, claro está. Son idénticas en todo a las de Huidobro, iguales como dos castañas, como dos huevos pasados por agua, como dos bolas de billas, como dos calabacines”. Su libro Literaturas europeas de vanguardia lo considera “Guía de ferrocarriles de estaciones abolidas o inexistentes”, “Calendario de Santos y atmósferas de lo cómico”, y al autor “mariposa blanca de los prados del esdrújulo”, “desgracia de familia”. “¡Qué lástima me da de su padre!”, concluye.
            De muchos datos curiosos nos enteramos por este nutrido volumen, admirablemente prologado y editado por Alfonso Alegre Heitzmann. Por ejemplo, que la edición de sus Poesías escogidas, publicadas presuntamente en Nueva York en 1917 en realidad la realizó el poeta en Madrid, tras un encargo verbal, y que el resultado no gustó demasiado a los patrocinadores. Curiosamente uno de los motivos del desacuerdo fue la dedicatoria. Archer M. Huntington, director de la Hispanic Society, dijo que no la podía aceptar porque dicha entidad había asumido el coste de la edición; añadió algo que a Juan Ramón no podía sino molestarle profundamente: “este procedimiento atenta no solo contra el buen gusto, sino también contra la buena educación”.  
            No todo es polémica literaria en estas cartas, por supuesto. Están también las cartas familiares, a la madre y al hermano, y las cartas a los admiradores (especialmente a las admiradoras). En ellas se nos muestra otro Juan Ramón. Pero, si hemos de ser sinceros, hay que reconocer que el mejor es el peor. La bondad en literatura, o al menos en la literatura epistolar, suele dar casi siempre más tediosos resultados que los malos humores y los resquemores de la vanidad. 

4 comentarios:

  1. "La bondad en literatura, o al menos en la literatura epistolar, suele dar casi siempre más tediosos resultados que los malos humores y los resquemores de la vanidad"

    La literatura, entonces, sería más un baile del yo del hombre y la mujer, que una sabiduría que se articulase, tomara vida, forma, letra y fondo, por voluntad de transmitirla a los demás, por altruismo generoso y no de género, un didactismo y no un adorno y complacencia o danza de ego.

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  2. La literatura es muchas cosas. Y no solo de lo sublime vive el hombre. O la mujer.

    JLGM

    Siempre perdices o siempre Divinas Comedias cansan.

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  3. ¡Jajaja! Qué gran poeta, y qué tiparraco, Juan Ramón...

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  4. La literatura -se lo estuvo explicando aquél inglés con paciencia a A (la repetición es voluntaria)- es exactamente los que los que tienen el poder quieren exactamente que sea. Poco más. Los que escriben ese tipo de literatura son buenos. Algunos, que garabatean algo más y no en su ombligo, son mejores; pero los que sueñan con una literatura que diga y no se calle y sin embargo estilice y acaso forme; esos son los imprescindibles..; esto es un ejemplo; pero hay más; de contraliteratura.

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