jueves, 5 de septiembre de 2013

Borges y Fanny. Una historia paraguaya


El otro Borges & Fani, su ama de llaves
Armando Almada Roche
UniNorte. Asunción, 2012.

En “El otro”, uno de los más conocidos relatos de El libro de arena, el adolescente Borges ginebrino se encuentra con el anciano en que se convertiría (o al revés). El Borges de 1969 le da noticias sobre el mundo actual: “Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní”.
            La lengua guaraní, tan despectivamente aludida, Borges tenía ocasión de escucharla en su propia casa. Lo sabemos por un libro desigual y fascinante. El segundo dedicado a recoger conversaciones con Epifanía Uveda de Robledo, familiarmente conocida como Fanny, la mujer que, durante casi cuarenta años, residió como empleada doméstica, junto al escritor y su madre, en el pequeño apartamento de Maipú 994. Después de su madre, fue la persona que durante más tiempo compartió la intimidad del escritor. Fanny –como tantas empleadas del servicio doméstico, entonces y ahora– era paraguaya.
            Ya en El señor Borges (2005), al cuidado de Ricardo Vaccaro, Fanny nos había contado el día a día en casa de los Borges y su enfrentamiento final, que acabó en los tribunales, con María Kodama. Las nuevas confidencias han sido recogidas por Armando Almada Roche, un escritor argentino-paraguayo. La amistad entre ambos se estableció desde el día en que visitó la casa de Borges para hacerle una primera entrevista. El guaraní, idioma que ambos hablaban, contribuyó a la sintonía mutua. Fanny, en el prólogo, evoca aquellos encuentros: “Recuerdo que él solía venir a menudo casi con cualquier pretexto, en distintos meses y años, y le sacaba fotos y le grababa horas y horas al señor Borges, que nunca se negaba. A veces, el señor me llamaba y nos hacía hablar en guaraní y él se reía y gozaba. No sé por qué le gustaba tanto este idioma”. ¿Le gustaba? Le divertía, quizá, pero lo despreciaba como propio de gente inculta, según era norma entonces, incluso entre los propios paraguayos.
            A Armando Almada Roche no solo le interesan los detalles de la relación de Fanny con Borges, sino la propia Fanny y es ella, no el escritor, quien se convierte en la verdadera protagonista del volumen. Las líneas iniciales constituyen un espléndido autorretrato hablado: “Yo soy una mujer tímida (¡no cobarde!), callada, me gusta el silencio, la soledad; me enloquecen las plantas y las flores, la paz y el trabajo. Mi sueño es tener una casa con jardín. A pesar de mis setenta y seis años, todavía disfruto mucho haciendo las labores de la casa: limpiar, lavar, planchar, hacer la comida. Cosas muy simples, pero que también necesitan de magia para que la rutina no se convierta en un suplicio. Gracias a Dios, a mis manos y a mis piernas y a mi hija Stella Maris, aun puedo cumplir con mis obligaciones de ama de casa”.
            En los doce primeros capítulos nos cuenta Fanny su vida, desde su nacimiento en Colonia Romero, un pueblecito en las afueras de General Paz, provincia de Corrientes, hasta su llegada a Buenos Aires. Son páginas llenas de pequeños detalles exactos en las que hasta los recuerdos más dolorosos resultan hermoseados por la melancolía.
            Todo el libro está puesto en boca de Fanny y se nos ofrece como el resultado de las conversaciones mantenidas con ella a lo largo de más de un año, entre febrero de 1998 y abril de 1999, cuando se cumplía el centenario del escritor, pero en algunos pasajes sus palabras resultan un tanto inverosímiles: “Su entusiasmo –nos dice presuntamente Fanny hablando de Borges–  no solo se alimentaba en las cosas grandes: las campanadas de las iglesias, la estrofa de un poema, una milonga, un tango, todo podía hacerle feliz. Y como dije antes, quería y veía especialmente lo positivo, lo productivo, la vida le resultaba, la mayoría de las veces, de una riqueza sin término, y todo lo encontraba hermoso en su plenitud. Solo tenía miedo a las peleas domésticas, al escándalo. Soportaba muchas cosas con tal de no hacer barullo. Amaba no solo a su patria, los últimos arrabales, sino a Suiza, a Inglaterra y al mundo; amaba más el porvenir que el pasado, me parece, porque aquel traía nuevas posibilidades insospechadas de la alegría y el entusiasmo; y, sin tenerle miedo a la muerte, amaba infinitamente la vida, porque se le daba todos los días llena de bellas promesas”. Aquí no escuchamos a Fanny, sino vaguedades periodísticas.
            Balzac en zapatillas, de Leon Gozlan, fue el título que inició la serie, que tanta morbosa curiosidad despierta en los lectores, de biografías de grandes hombres vistos por su ayuda de cámara. Epifanía Uveda de Robledo nos muestra a Borges, no solo en zapatillas, sino también en camisón y hasta sin ropa ninguna. Cuenta cosas, como los episodios de incontinencia urinaria, que sin duda habría sido más elegante callar.
            Pero era una mujer herida, resentida con el trato que le habían dado, y de ese resentimiento se aprovecharon algunos para arremeter contra María Kodama. Con alguna razón, pero no con toda la razón. Porque pocas dudas caben de que fue el gran amor de Borges (en la página 304, tras sembrar muchas dudas sobre el verdadero carácter de la relación entre ambos, se cuenta una anécdota muy significativa al respecto) y de que ha cuidado ejemplarmente su legado y la difusión de su obra. Con Fanny, sin embargo, se comportó de la más mezquina manera. Y no por el asunto de la herencia, sino porque, después de casi cuarenta años de relación laboral (los últimos sin sueldo como en los viejos tiempos: lo comido por lo servido), la puso en la calle de un día para otro sin indemnización ninguna. El que eso fuera posible dice muy poco de la legislación laboral de Argentina en 1986.
            El hombre Borges, racista y clasista, con mucho de irresponsable niño mimado, no parece que estuviera a la altura de su prosa y de sus versos. Humanamente no valía más que su criada, incluso es posible que valiera menos. Pero la historia de Fanny, que es la de tantos humillados y ofendidos, la de tantas mujeres paraguayas de ayer y de hoy, la conocemos gracias a su cercanía al gran escritor. De otra manera habría resultado invisible.
Este libro, tan descuidadamente escrito, tan descuidadamente impreso, nos ayuda a conocer mejor a Borges (incluso en aspectos que preferiríamos no conocer) y nos descubre, de cuerpo entero, a una mujer admirable, a una de esas mujeres que hacen posible la historia y a las que la historia nunca tiene en cuenta.         

11 comentarios:

  1. Qué maravilla. La historia de una mujer (protagonista) en la que el gran Borges aparece como personaje secundario.

    No sólo las criadas aparecen de pasada en las novelas, pero es el caso que con ellas pasa siempre.

    Se me ocurre, al hilo de ello, preguntar (por ejemplo): ¿Por qué Flaubert no escribió la historia de la sirvienta de Emma Bovary?: ésa a la que Emma despide tras regresar del baile en el castillo. Flaubert pasa de ella, dice sólo que se echó a llorar cuando Emma la despidió y a Charles le dio pena porque aquella criada le había servido durante muchos años. (Pero Charles era cobarde y no se atrevió a contradecir a su señora, no fuese a pagar su ira con él.) Y es que Emma venía rebotada porque había visto mucho glamour en el château y ahora volvía al pueblecito aquel en que se aburría tanto. Puede que la vida de aquella criada sea más interesante (y sobre todo más edificante) que la de Emma, quien a fin de cuentas era una malcriada, parásita y caprichosa que ni siquiera merecía el amor de su marido.

    Pero, como digo, Flaubert pasa olímpicamente de la criada. Dice que Emma la despidió, que la sirvienta echó unas lagrimillas…, y a otra cosa mariposa.

    Yo querría leer la historia de esa criada: una narración en la que Emma Bovary apareciera de pasada, de refilón, como un personaje secundario (“la estúpida aquella que me despidió”), casi como un “extra” perdido en el relato.

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    1. Sugiero a Aldonza la posibilidad de que ese relato acerca de la criada que Flaubert no escribió y ella echa de menos, trate de imaginarlo, y tal vez escribirlo, por sí misma. No son pocos los creadores que han contado que ciertas obras suyas surgieron precisamente de ahí, de que, queriendo poder leer determinadas cosas y no hallándolas escritas, tuvieron que hacerlo ellos. Puede ser interesante para ella, y quién sabe (eso vendrá más tarde) si para los demás. Aunque el resultado (a veces pasa) no tenga nada que ver ni con madame Bovary ni con su criada, y se queden sólo en estímulo de la propia imaginación. Que no es poco.

      (Otra cosa: me entero de la triste noticia de la muerte de Vicente Sabido, el poeta extremeño. La pongo aquí por si alguien no la conocía).

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    2. Lectora observadora10 de agosto de 2016, 19:59

      ¡Me acuerdo de esa criada! Tenía la costumbre de comerse los terrones de azúcar...

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  2. Borges decía muchas tonterías pero no hay que olvidar que en el fondo era un hombre ciego. A ver nosotros en su piel qué cosas. Saludos desde Granada.

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  3. No veo yo la relación entre estar ciego y decir tonterías.

    JLGM

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  4. "Balzac en zapatillas [1856] , de Leon Gozlan, fue el título que inició la serie, que tanta morbosa curiosidad despierta en los lectores, de biografías de grandes hombres vistos por su ayuda de cámara."

    ¿Y "Mémoires de Constant, premier valet de chambre de l'Empereur" (1830)?

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  5. Estaba pensando solo en escritores. Pero muy agradecido por la precisión.

    JLGM

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  6. Suena a basura pura y dura . Chismorreos de portera , Salsa Rosa para tontos .
    Saludos

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  7. ¿Ha leído Bob Marley alguna biografía de Borges, Napoleón, Julio César, John F. Kennedy, Nelson Mandela, Cleopatra? ¿Ha leído algún libro sobre el imperio romano, la segunda guerra mundial, la vida en la edad media? ¡Cuántos chismorreos de portera se encontrará en ellos!
    Y nada nos ayuda más a reconstruir la vida de un pueblo que los restos de su basura que se encuentran en los yacimientos arqueológicos. La verdad a menudo huele mal; la mentira suelen servírnosla bien perfumada y arreglada.

    JLGN

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  8. No seas anacrónico , el término basura arqueológica no existe ni tiene sentido literario alguno ( se les llama restos JL ) , no todo permanece .
    Por decir la verdad te matan y por decir la mentira te salvas , muy breve .

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  9. "A buen entendedor" se titula la nueva serie de mi diario. ¡Cuánto se agradece siempre encontrarse con uno!
    Basura arqueológica: los depósitos de basura de las ciudades romanas o medievales, o de otro tiempo. A eso me refiero. ¿Tan difícil es de entender?

    JLGM

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