jueves, 19 de septiembre de 2013

Vicente Sabido: Amor y más

Amor (Antología poética)
Vicente Sabido
Renacimiento. Sevilla, 2013.

Conviene, al juzgar un libro, no incurrir en la falacia patética, no confundir la emoción que provocan el tema o las circunstancias biográficas de su autor con la emoción estética. Pero resulta inevitable, al comentar la antología de Vicente Sabido titulada escuetamente Amor, aludir a la circunstancia de que su llegada a las librerías coincide con el fallecimiento del poeta en los primeros días de septiembre.
            Vicente Sabido había nacido el año 1953 en Mérida. Comenzó sus estudios en Pamplona –donde tuvo como profesor a Miguel d’Ors, lo que resultaría determinante en su obra– y los terminó en Granada, en cuya universidad sería posteriormente profesor.
            Su trayectoria literaria comenzó muy pronto, en 1975, con un libro, Aria, muy acorde con la estética rupturista del momento. Un poema disonaba del conjunto, “Canto solar”, escrito en prosa bajo la influencia de Whitman y Saint-John Perse y con referencias al paisaje extremeño; será el único que se salve en la antología final. Poco después, con Décadas y mitos, de 1977, cambia el tono, que se vuelve en apariencia, solo en apariencia, más conservador, en coincidencia con las primeras obras, que aparecen por entonces, de poetas como Eloy Sánchez Rosillo, Fernando Ortiz o Víctor Botas. Es el momento estético antologado en Las voces y los ecos, de 1980. Miguel d’Ors –en la solapa de Amor– lo define como aquel en que “el verso y la vida vuelven a anudarse, el yo, lo autobiográfico y lo confesional recuperan su papel, se retorna a la tradición como punto de apoyo para el desarrollo del mundo personal, se busca un equilibrio entre cuidado del lenguaje y contenidos humanos”.
            Vino luego un libro fundamental, Sylva, de 1981, y, tras un largo periodo de silencio, solo roto por el breve cuaderno Adagio para una diosa muerta, la obra con la que cierra su labor creativa, Aunque es de noche, de 1994. Acababa el poeta de cumplir cuarenta años; viviría aún otros veinte, pero ya no volvería a publicar más poemas, ni parece que tampoco a escribirlos. Ni en Los cuarenta principales (1999), antología preparada por él mismo, ni en Amor no se incluye ningún inédito.
            El silencio de Vicente Sabido se asemeja al de Jaime Gil de Biedma, pero ha llamado menos la atención y no parece que nadie se haya preocupado por él. Vicente Sabido fue un poeta discreto, invisible más allá del círculo de los más atentos y avisados. Su cercanía a Miguel d’Ors –mentor y amigo, autor de las más lúcidas páginas sobre él– le benefició tanto como le perjudicó. Le benefició al ayudarle a librarse de las vaguedades de su primer libro y al subrayar la importancia de la cuestiones técnicas, de las minucias formales, tan desdeñadas por algunos vates inspirados, sin las cuales no hay verdadero poeta. Le perjudicó al opacarle un tanto con el brillo de su propia obra. Para el lector desatento y apresurado, Vicente Sabido no era más que un aplicado discípulo, un poeta grato y menor, de algún modo prescindible. Sus largos años de silencio –frente al continuo, y con frecuencia polémico, desarrollo de la obra del “maestro”– parecían abonar esa opinión.
            Amor, antología seleccionada y prologada por José Julio Cabanillas, prescinde del orden cronológico. Los poemas se agrupan en tres apartados. El primero, “Versos de amor”, se inicia con el poema “Sylva”, el más extenso de los escritos por el autor y uno de sus logros mayores. Su estructura musical de tema con variaciones recuerda a “Sepulcro en Tarquinia”, de Antonio Colinas, que quizá le sirvió como modelo, aunque el resultado sea muy distinto, más irracional y culturalista en un caso; más intimista y meditativo, en el otro.
            La sección segunda, “Versos de la niñez”, se inicia con el poema “Datos para una biografía”, dedicado a Víctor Botas. Esa dedicatoria ha sido añadida a esta edición, como ocurre con la mayoría. Todos los poemas de Amor están dedicados y esa es la única intervención que parece haber tenido el autor, que no ha vuelto –al contrario de lo que suele ser común–  sobre los viejos textos para juanramonianamente revisarlos y no siempre mejorarlos. Vicente Sabido parecía adivinar que ya no le sería posible enviar con dedicatoria autógrafa su libro y por eso ha querido que en él figure una muestra casi completa de sus afectos y admiraciones. Algunos de sus mejores poemas están en esta sección, como “Del tiempo viejo” o los machadianos “Recuerdo infantil” y “La escuela”.
            No es Vicente Sabido un poeta que guste de levantar la voz, de subrayar sus aciertos, que a menudo solo se descubren en una segunda o tercera lectura. Una excepción representan el poema “Sylva”, ya aludido, y también el que cierra la antología, “Adagio para una diosa muerta”, canto en alejandrinos a la ciudad de Mérida que tiene todo el empaque –y la majestuosa musicalidad– del mejor modernismo.
            Los poemas de la tercera sección, “Versos del tiempo adentro”, rescatan momentos de la historia general y personal; de la historia, o de la intrahistoria (así se titula uno de los mejores poemas). Vicente Sabido gusta, y en eso coincide con Miguel d’Ors (al que dedica el poema más dorsiano del conjunto “Cabina telefónica”) de pequeños detalles exactos que den sensación de verdad al poema. Disuena uno de esos detalles, el que en “España Siglo XX (Fragmento)” se atribuye a Indalecio Prieto, que no parece que en 1908, a sus veinticinco años, anduviera “viendo crecer las mazorcas en un vallín de Mieres”.
            En el 2006 reunió Vicente Sabido lo más significativo de su obra en prosa, dejando a un lado los trabajos estrictamente académicos y curriculares, en el breve volumen La lluvia de Cartago, uno de cuyos capítulos “Et in Arcadia”, recuerdo infantil cercano al poema en prosa, ha pasado a Amor. En ese libro, comentado el póstumo Las rosas de Babilonia, de Víctor Botas, escribe: “Creo que Botas, como algunos excelentes poemas, ha escrito media docena de buenos poemas y un par de docenas de excelentes versos. Y eso es mucho”. Hablaba Vicente Sabido también –y sobre todo– de sí mismo.
            Cuando la emoción del momento desaparezca, seguiremos encontrando en Amor un puñado de poemas emocionantes y minuciosamente ejemplares.

            

29 comentarios:

  1. Aunque residimos en Granada, no conocimos a Vicente Sabido y no éramos conscientes de su altura poética. Por una entrada del blog de García-Máiquez tuvimos conocimiento de sus grandes poemas y ya hemos seleccionado varios que aparecerán en ZdeP (sólo publicamos un poema al día). Valga esta maravilla como botón de muestra:

    Andabas por las calles del otoño
    calladas de humedad y el amarillo
    concierto de los árboles te amaba.
    Te amaba el cielo gris y los tejados
    umbrosos y los pájaros humildes
    y el viento oscuro y fresco de los bosques.
    Te amaban las vaguadas, las colinas
    sangrientas de amapolas.
    Y en Mérida te amaban
    los blancos capiteles, la sonrisa
    marmórea de los dioses mutilados.
    Te amaban las cigüeñas vergonzosas
    y hasta los lapiceros que mordías.

    (Lento espigaba el trigo.
    Lenta el agua buscaba las raíces.
    Lenta la yerba crece. Lento el hombre
    echa la hoz. Y trilla. Y lento amasa
    su pan con llanto y fuego.)

    (El tiempo no perdona
    ni a la roca más firme ni a la rosa
    más tierna.
    El tiempo quiebra
    los cielos más azules y las aguas
    más tersas.
    Como un cáncer
    agrieta dulces sueños, da al olvido
    palabras de pasión, gestos heroicos.)

    Perdida en el invierno.
    Perdida entre la lluvia
    fresquísima de enero.
    Subiendo por el frío.
    Subiendo por la pena.
    Subiendo por el llanto y por el gozo
    con tanta certidumbre.

    Andabas por las calles entornadas
    donde la madreselva trepa
    las altas tapias blancas.
    Andabas los pasillos soñolientos
    del instituto viejo, con tu risa
    cristal, entre los muros
    cargados de expedientes y pintadas
    ingenuas sobre el sexo y el gobierno.
    (Andabas por los ojos de tu madre
    marcándole el camino, como un faro
    en medio de la niebla.)

    (La tarde es de tormenta.
    Las nubes montañosas
    descargan su coraje por los campos.
    Agreste sinfonía
    detrás de los vitrales.
    Yo recuerdo
    los góticos pináculos de Burgos,
    en tanto la gramola toca graves
    cantigas alfonsinas.)

    Andabas por las playas de septiembre:
    almendros, sal y conchas. Conocías
    el vuelo de los pájaros marinos,
    las caras de la arena, los dibujos
    efímeros del agua entre las peñas.
    Aprendiste los himnos de las olas
    cantando jubilosas a la muerte.

    Gaviotas, arrendotes. Conocías
    la bóveda nocturna estrella a estrella
    y les dabas mil nombres misteriosos,
    helados, cristalinos,
    ya polvo en la memoria.

    (Inventa nuevos cielos.
    Inventa nuevos mares. No te canses,
    amada, de enseñarme como a un niño
    las voces del silencio en un jardín desierto, la caricia
    profunda del crepúsculo,
    la música pequeña de las lilas.)

    Ni siquiera sabemos qué es la vida,
    para qué preocuparnos del detalle:
    las curvas de la rosa, el vuelo tibio
    de una paloma blanca, y el azar
    que trajo hasta mis ojos tu mirada.

    Y yo con mis costumbres,
    al margen de tus cosas,
    al margen de tu cine y tus zapatos,
    al margen de tu blusa y tu sonrisa,
    tu tos y tus muñecas,
    tu pena, tus blue-jeans y tus amigas.

    Y yo perdiendo el tiempo
    entre los polinomios y los Beatles,
    entre la bicicleta y los Urales,
    las Tablas de la Ley y las estampas.

    Pensar que en dos minutos
    hubiera compartido tus paisajes,
    tus sueños, tu rutina.
    Que estabas a un suspiro de mis ojos,
    a un paso de mi aliento.
    Y que quedaba
    aún tanto hasta el encuentro.

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  2. (SIGUE EL POEMA)

    Tú, lejana, subiendo por el pozo
    de los años, oscuro y resbaloso.
    Subiendo por mis días sin saberlo.
    Pasando de la rosa hasta la página
    más gris de la gramática.
    Pasando del latín al tocadiscos,
    al chicle y Julio Verne.
    Subiendo por los siglos y las simas
    hasta tocar mis labios.

    Pensar que por tus huellas
    andaba sin saberlo.
    Pensar que respiraba donde el aire
    guardaba tu latido.
    Pensar que tantas veces he tocado
    el hueco de tu cuerpo.
    Pensar que he compartido tanto abril
    a un paso de tus ojos.
    Pensar que te soñaba desde niño
    y estábamos despiertos y tan cerca.

    He dado tantas vueltas
    para llegar a ti. Me he desviado
    por tanto falso atajo que es milagro
    tenerte entre mis brazos.
    Cuántos días
    brillantes como espejos. Cuántas noches
    de asfixia y alquitrán. Mi corazón
    lento sangraba. Y bajo el cielo
    helado, solitario, yo buscándote.

    Buscándote en los chopos
    de plata y en los charcos del invierno.
    Buscando entre las hojas
    tu dulce piel sedeña.
    Buscándote, perdido, como un loco
    persigue la razón en su delirio.

    Perdido en el neón y las películas.
    Perdido en los caminos cotidianos.
    Perdido entre los libros,
    y las conversaciones y las copas.
    Inútil entre inútiles sin ti.
    Cadáver entre muertos sin tu vida.

    Amor, dime el secreto
    designio de las cosas.
    Por qué el tiempo
    nos ciega, tiende trampas,
    nos pierde en laberintos.
    Amor, por qué la vida
    no es buena con nosotros, nos aprieta
    el alma hasta el gemido
    y se alimenta
    con lágrimas de sangre.

    Viniste como un sol amigo y tibio,
    como un caudal de rosas, como un viento
    de Sandro Botticelli,
    como una sinfonía
    de flautas de madera y mandolinas.

    Te adoro en tus pupilas, en tus cejas
    arqueadas y sumisas. Cómo fulge
    la frente blanca y dulce en la cascada
    castaña de tu pelo. Cómo vuela
    tu risa por mi pecho. Cómo tiembla
    mi voz enamorada
    cuando chocan mis ojos con los tuyos.

    Déjame, amor mío, en este instante,
    en este instante azul agazaparme
    pequeño entre tus brazos,
    pequeño entre tus labios y decirte:
    escucha mi silencio.
    Escucha mi silencio y mi alegría.

    (El mundo es nuestro lecho y nuestra casa.
    Despierta, amor. Despunta una mañana
    de campos de algodón tímido y albo.
    Da cuerda a la ilusión.
    Volvamos al principio a cada instante.
    No es tarde para nada. Nunca es tarde.
    No tengas miedo nunca.
    Ven.
    Escucha.)

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  3. Uno de sus mejores poemas, ciertamente. Un gran poema.

    JLGM

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  4. Qué difícil es, o qué difícil me parece a mí, escribir una nota como ésta, con el peso cercano de la muerte, y dar lo justo al lector y, al mismo tiempo, a la memoria del autor. Y qué magníficamente se logra aquí. No sé si se advertirá cuánta sabiduría, literaria y humana, hace falta para escribirla. Gracias.

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  5. Aplausos anónimos, mas no por ello menos sonoros, por lo que muy atentamente señala el anónimo anterior. Ya el muy capaz José Luis García Martín realizó algo parecido en otras ocasiones. La más reciente, si la memoria no me falla, con José Luis Parra. Y por cierto, el poema expuesto en los comentarios a punto ha estado de arrancarme una lagrimilla. Uno tiene olfato para saber donde hay, además de un poeta, una buena persona. Y creo que Vicente Sabido lo fue.
    Pero todos estos factores no niegan la posibilidad de señalar aquello con lo que uno no se queda plenamente contento. Cuando el crítico dice: "Le benefició al ayudarle a librarse de las vaguedades de su primer libro y al subrayar la importancia de la cuestiones técnicas, de las minucias formales, tan desdeñadas por algunos vates inspirados, sin las cuales no hay verdadero poeta". De acuerdo, obviamente es necesario conocer el oficio, pero qué ideal sería saber cuáles son esos vates inspirados que desdeñan, pasada ya la etapa de los poemas primerizos, las cuestiones técnicas o minucias formales. Tal vez Vicente Sabido fuera demasiado buena gente, pues mal discípulo a la larga es el dócil, el obediente que no "traiciona" al maestro, el que no deja de verlo como tal, el que no tiene fe en su propia originalidad, el que no se inventa sus propias reglas. Aquel que no se la juega nunca pasará de ser un epígono.
    Y tampoco parece muy coherente José Luis García Martín cuando comenta que "No es Vicente Sabido un poeta que guste de levantar la voz, de subrayar sus aciertos, que a menudo solo se descubren en una segunda o tercera lectura". Levantar la voz, ¿en qué sentido?, ¿en el de subrayar sus aciertos, en el de presumir? Si sustituimos "levantar" por "alzar", cambia el sentido por completo.
    Por no mencionar, en fin, eso de "En ese libro, comentando el póstumo Las rosas de Babilonia, de Víctor Botas, escribe: “Creo que Botas, como algunos excelentes poetas, ha escrito media docena de buenos poemas y un par de docenas de excelentes versos. Y eso es mucho”. Hablaba Vicente Sabido también –y sobre todo– de sí mismo". ¿Quiere el crítico decir ahí que subrayaba el poeta, calladamente, sus propios aciertos? ¿Y media docena de buenos poemas son muchos poemas? Media docena de buenos poemas los escribe cualquiera, pues en verdad, para ser lo que José Luis García Martín llama un poeta verdadero, hay que escribir más de media docena. Otro cantar es que pocos poemas se recuerden.
    Por último, ¿qué sucede con la editorial Renacimiento? ¿No se publican libros de poesía dignos de destacar en otras editoriales del país? Un poco maliciosamente encuentro relación con ello en "El crítico y la margarita", un antiguo poema del anteriormente recordado Roger Wolfe.
    Saludos.

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  6. Una única apreciación respecto al comentario de este último anónimo: media docena de buenos poemas NO los escriben en toda su vida muchos poetas conceptuados como buenos. "Los escribe cualquiera", dice. Pues no. Correctos, puede. Así que media docena de buenos poemas es mucho.

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  7. Ni muchos ni pocos, José Luis Piquero. Ese último anónimo prefiere calificar de "relativa" la referida media docena de buenos poemas. Se esté o no de acuerdo con él, es su opinión y en esto no da su brazo a torcer. Tampoco hay que ofenderse por ello. Ya que ambos somos de izquierdas, o al menos tolerantes, respetemos nuestros distintos puntos de vista. Que yo sepa, en ningún sitio pone que tu verdad o la mía sean la verdad. Pero yo te doy la libertad de creerte en posesión de la verdad, así que a cambio te pediría que me dejaras creer que también yo la poseo.
    La mera corrección en poesía no rara vez se queda corta; más aún, si cabe, en estos tiempos en los que para componer poemas correctos, o incluso "buenos", parece que baste saber contar hasta once dando el golpe de voz en el seis y en el diez, cuando no en el cuatro y el ocho. Tanta corrección y monotonía, opino, cansa y se aleja mucho de mi manera de entender la poesía. Y esto último que digo no tiene que ver nada con Vicente Sabido, que descansa en paz, como es debido.
    Saludos.

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  8. Diré de paso, para entendernos bien, donde yo veo un "poeta verdadero", esa expresión que empieza a resultarme molesta de tan imprecisa y gratuitamente utilizada. Poetas verdaderos hay muchos. Pero gente que escribe poesía correctamente, e incluso más que correctamente, parece que haya muchos más. El poeta verdadero, dejémonos ya de tanto cuento con la técnica, es aquel que tiene el no sé qué, el algo especial. La técnica poética es cosa que está al alcance de cualquier persona medianamente inteligente y aplicada: se trata de estudiar, de investigar, de fijarse lo que han hecho otros antes. Lo otro, el no sé qué, el algo especial, se tiene o no se tiene. Luego podemos hablar de poetas mayores, de poetas menores, de poetas buenos, de poetas malos...Sí, el adjetivo que se quiera añadir al sustantivo, pero poeta verdadero, que es lo mismo que decir poeta a secas, es todo aquel que lo es por naturaleza, así entendido como digo yo, independientemente de si en toda su vida lega más o menos de media docena de buenos poemas.
    Esa media docena de poemas, como digo, está al alcance de cualquiera, pues buen poema es todo poema correcto. Al menos así es desde mi punto de vista, que como ya he dicho es el punto de vista del que está en posesión de la verdad. Pero el poeta verdadero, o lo que es lo mismo, el a secas poeta, es reconocible entre el resto por alguna que otra genialidad de cuando en cuando.

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  9. Decía Bashô, el poeta de haiku, que "quien escribe de tres a cinco haikus durante su vida es un poeta de haiku. El que llega a diez es un maestro". El problema es sólo, a mi parecer, que el nivel de exigencia del anónimo es bajo, más bajo que el de Piquero, o el mío. La poesía verdadera es bien rara; la que es además memorable y merece serlo, rarísima. Escribir un solo poema de esta segunda clase justifica ampliamente una vida. Intentarlo sin éxito, pero en serio y con todo lo que uno da, seguramente también. ¿De cuántos poetas españoles del siglo XIX se recuerdan algo más que sus nombres (quien los recuerde)? ¿Y del XVIII? ¿Y del XIII, del XIV, del XV? ¿Y de los mismos "Siglos de Oro"? Es cierto que, recordando cosas como éstas, uno corre el riesgo de hacer pocos amigos. Pero tampoco hay que confundir la diplomacia con la verdad.

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  10. Qué complicado entenderse con gente que no firma y se confunde así la opinión de uno con la de otro. Es una mala costumbre (yo diría una maleducada costumbre) que nunca acabaré de comprender. Pero hay gente para todo.

    JLGM

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  11. Anónimo y anónimo y otro anónimo: era una mera sugerencia. No voy a discutir. Cada cual debe hacer (y pensar) lo que cree que le gusta.

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  12. El otro anónimo, José Luis Piquero, es el que habla de mi bajo nivel de exigencia. Yo soy el que dice que buen poema es el poema correcto. Sin entrar a valorar el nivel de exigencia de ese anónimo, que sospecho es el que escribe cohibido por los lugares comunes, te comento que de esta manera, desde mi punto de vista, toda la obra de Vicente Sabido, del que lamento manchar estos quince minutos de atención mediática con estas exposiciones, toda su obra es buena. Y seguramente (o cambiad este adverbio por otro que os guste más) buena también sea, en líneas generales, la tuya, la del otro anónimo y la mía. Buena, al menos, en el sentido de correcta. Aunque me temo que para lo que mí es corrección en ocasiones para el anónimo puede ser ruptura. Y me parece muy bien: las palabras no significan lo mismo para cada uno de nosotros.
    A ese anónimo puedo responderle algunos puntos: la verdadera poesía es la verdadera poesía, pero siempre detecto en tus exposiciones ciertas posiciones caducas que revelan un grave problema de percepción. Hablas de la verdadera poesía como de un ídolo. Y no hay que justificar la vida con un poema. La vida se justifica por sí misma, como todo lo maravilloso y carente de una explicación racional. Y Bashô puede decir lo que quiera. Inútil sería, tal vez, animarte a dejar de tomar apuntes en primera fila de la clase. A ciertas edades, es muy conveniente ir desarrollando un proyecto de vida, o de poesía, si tanto te toca la fibra el asunto, verdaderamente personal, sin necesidad del tacatá de la cita con autoridad artística.

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  13. Soy el anterior, si no se me adelanta el otro. Si hago más comentarios, firmaré con "Y". El otro anónimo, si lo desea, puede firmar con "X".
    Y ahora me dirijo a José Luis García Martín: no me puedo creer que con tu edad y tu experiencia no hayas descubierto quiénes somos los dos anónimos. Llámame incrédulo, si quieres, para esto. Y ahora permíteme creer que eres un santo que no quiere revelar nuestras identidades. Reconozco lo maleducado del gesto, sobre todo por el aprecio que te tengo, pero creo que no faltado nadie al respeto. Y sobre todo reconozco la manifestación de tu categoría, más que educación, al no revelar nuestros nombres.
    Y por último, al anónimo se me olvidó decirle lo que pienso acerca de la poesía memorable. Si yo te digo que me sé algún poema tuyo de memoria, ¿por qué será? ¿por qué tu poesía se lo merece o por qué he releído algunos de ellos? A la memoria se le engaña, pero también hay despistes y eso que llaman recuerdo selectivo. Ahora bien, si empapelamos todas las paredes de España, con tus poemas transcritos en letra grande, ten por seguro que serás el poeta del pueblo, mucha gente se aprenderá tus poemas e irán de boca en boca. En fin, lo de dejar huella es una cuestión de difusión y no sólo de merecimientos.
    "Y".

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  14. Como remate final, estimado "X", te diré que no todo son los clásicos. No sé si te lo habrán dicho alguna vez: si tú quieres, algún día serás un clásico. Lo creas o no, yo releo a los clásicos tanto como tú, aunque parece ser que no con tanto fervor. Sin embargo, no hago alardes de ello y no me mueve, pienso que muy coherentemente, el empeño de ser un clásico del siglo de oro ni un maestro japonés del diecisiete. Ni tampoco un clásico de éste tiempo, ojo. No nos confundamos. Mi ambición es mucho más alta que todo eso y tiene mucho que ver con una pasión a la que ni tú ni nadie está en condiciones de nombrar exactamente. Por tanto, jugamos en ligas diferentes. Y el nivel de exigencia de la mía es muy otro al de la tuya. Ni más bajo ni más alto. Dejémoslo en "distinto", para llamar a las cosas por su nombre. De todos modos, como siempre digo, te dejo creerte en posesión de la verdad. Yo descreí de ella y mira tú qué cosas que hasta me ha pedido la mano.
    "Y".

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  15. Lamento haber producido al otro anónimo el desasosiego y la mal disimulada irritación que muestra en sus comentarios. No le acompaño en sus afirmaciones sobre cosas que no puede conocer. Yo no sé quién es él, y en consecuencia ignoro si relee o no a los clásicos tanto como yo, o como cualquiera; del mismo modo que él no puede conocer mis lecturas, o relecturas.

    Por lo demás, y en contra de lo que él cree, o dice creer, una cita, o muchas, no son prueba de que uno no acierte a pensar por sí mismo. Borges hace muchísimas, siempre oportunas, y no es porque le falte el pensamiento propio que el anónimo "Y" se atribuye a sí mismo, aunque pienso que sí su arrogancia.

    Y sí, es posible (aunque raro) que una campaña de publicidad suficientemente machacona haga recordados algunos versos; que sean memorables es otra cosa muy distinta, y tiene poco que ver con altavoces o machaconerías.

    En todo caso, es cierto que vemos las cosas de modo diferente; no, en cambio, lo de "jugar en ligas distintas", puesto que yo no tengo intención de jugar en liga alguna; mi visión de la vida, o de la poesía, no es competitiva.
    Esa diferencia en los modos de ver puede advertirse, por ejemplo, en que yo (sin duda con poca fortuna) hablo aquí de lo que él dice, y lo rebato o lo comento como mejor sé. No me verá, en cambio, descalificarle a él (ni a nadie) con generalidades vacías como lo de las "posiciones caducas" (?). A mí me parece eso, sobre perfectamente inapropiado (se supone que discutimos sobre ciertas ideas, no acerca de los méritos o deméritos personales de cada uno, siempre difíciles de juzgar, y más tratándose de una persona a la que ni siquiera se conoce), indicio de que uno carece de argumentos concretos.

    En todo caso, si que el yo haya dicho que su nivel de exigencia es más bajo (lo que me parece perfectamente demostrado por lo que decía y dice) le molesta tanto, délo por no dicho: su nivel de exigencia será altísimo. Feliz él, que siendo tan exigente encuentra tan fácil al mismo tiempo satisfacer esas exigencias. Yo tiendo más bien a procurar que mi gusto se parezca al que (y lamento irritarle con otra cita) definía alguno como deseable: "fácil de contentar, difícil de satisfacer".

    Por lo demás, cálmese un poco. No sólo es conveniente procurar tener razón, sino no perderla por el camino. Y se puede decir lo mismo (y ser más convincente, añadiría yo) sin tanta acritud.

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  16. Siempre me ha gustado la palabra acritud, pero acritud ninguna, querido "X". Qué pena que no puedas ver mi cara de pichón respondiéndote. En mis exposiciones no hay más que verdad y razón, tolerancia hacia las otras posturas aparte. Eso no me quita el derecho de derribar el prejuicio tuyo de juzgar mi nivel de exigencia, ya que intentaste llevar a tu terreno a José Luis Piquero, triste actitud humana -esa de intentar dejar, aliándose con otros, por debajo al diferente-, triste actitud humana a la que yo no he recurrido. Con los conocimientos acumulados, en fin, yo he concluido que la exigencia de un poeta hacia sí no ha de ser otra que la de escribir correctamente, entendido esto como el escribir aquello que tenga que escribir como sea que tenga que escribirlos. Esto, evidentemente, es muy difícil, pues yo no hablo de media docena de poemas, sino de una auténtica estampida. Dicho esto, me trae sin cuidado que retires o no lo dicho. Tampoco te descalifico, buen hombre. Solamente me parece equivocada, por su excesivo sacralizar, esa actitud de idolatrar a la poesía y a los clásicos. A la poesía hay que tenerle un poco de respeto, como el que un hombre de bien le tiene a su señora. Pero, sin perderla el respeto, ese mismo hombre de bien le mete mano a su señora y se deja meter mano por ella.
    Otro día me cuentas cómo va, en fin, esa novela noruega tuya que llamas humildad. Si en ella quieres darme el personaje de arrogante, trataré de hacerlo cómo buenamente pueda.

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  17. Querido "X", algo se me queda en el tintero. Tema competitividad. Obviamente, la poesía no es una competición, pero a ti, pillín pillín, lo reconozcas o no, te gustaría ser mejor que yo. Claro que yo, el arrogante, no quiero ser mejor que tú, porque, ¿desde cuándo el mejor quiere ser mejor que otros?
    Bromas aparte -sí, a partir del segundo punto y seguido del párrafo de arriba hablo de broma-, este menda juega la liga del rellano de su escalera. No en soledad como pueda parecer, sino con un ángel -terrible o no, según se mire, pero un ángel, uno con el que ese amigo del merengue de las marquesas llamado Rilke no tuvo el gusto de tratar-; un ángel que es, en fin, como mi hermano gemelo.
    Por último, no quiero despedirme sin un sentido ¡Viva Borges!
    "Y".

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  18. Bien, sea, tocayo, lo que usted mande. Sólo precisar que yo no quiero ser mejor que otros, en esto de escribir, sino lo mejor que yo pueda; mi competición es sólo contra mí mismo.

    Y me parece lo natural, además. Si uno hubiese escrito versos, un suponer, en la primera mitad del siglo XVII, hubiera tenido que "competir" con Lope, Góngora, Quevedo, etcétera. En cambio, nacido cien años después, sus "competidores" serían Eugenio Gerardo Lobo, el conde de Torrepalma o, a todo tirar, Torres Villarroel, que no tiene en la poesía su mejor trabajo. No depende de uno el cuándo nazca; ni la calidad poética de sus contemporáneos. Yo bien hubiera querido ser, digamos, Andrés Fernández de Andrada (el de la "Epístola Moral"), y no ser (en opinión general) el mejor poeta de mi tiempo, y no ser en cambio ninguno de los que he recordado en el XVIII, y sí pasar por "el mejor". Y como la calidad poética de los demás no depende de uno, me parece inútil dedicarse a esa competición; creo más sensato, y más útil, dedicarse a mejorar uno mismo en lo que pueda.

    Y, por fin, la humildad no es ninguna "novela noruega". Si mi tocayo (anónimo) cree poseerla, o si por el contrario no quiere tener nada que ver con ella, es cosa suya, y no discutiremos por eso tampoco.

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  19. Puñetero de mí, me apetece seguir dando un poco de vida al foro. Si quieren expulsarme del mismo, apresúrense antes de que sea demasiado tarde: quizá me haya ido antes por mi cuenta a conversar con los saltamontes. Ruego entretanto a todos los aquí presentes me visualicen con cara de buen chico. Sé que mi sentido del humor puede ser tan dañino a veces como algunas verdades que no quieren oírse, pero soy de veras persona cariñosa y con marcada tendencia a los nobles sentimientos. Sí; soy tan bueno, tan inmaculado, tengo el corazón tan a salvo de convertirse en erizo que hasta las ardillas me invitan algunas tardes a sus arbóreos universos.
    Sin más preámbulo, me dirijo a "X": como sé quién eres -se te reconoce a leguas-, pienso que tú sabes quién soy, pues tampoco hago esfuerzo por ocultar mis peculiaridades. Y, hablando en serio, ni en esto reconozco presunción alguna en mí: muy tonto sería si no te reconociera. Si te pones las gafas, tienes aire de párroco, pero intelectualmente yo te veo como un marciano cuando te da por viajar al mundo de las ideas. Puede que tú no lo fueras tanto -tan tonto, digo- en caso de no reconocerme, ya que yo soy (y no hablo de quién es mejor o peor ni de quién tiene o deja de tener la razón) más imprevisible y loco que tú con mucha diferencia. No obstante, quiero poner tu inteligencia intuitiva por delante y, por ello, detecto cierto tono de falsedad en no echarme un guiño al no querer reconocer mi identidad. Esto no me irrita, pero sería una decepción más que apuntar a la lista si uno llevara esa clase de recuentos. Otra cosa: cierto que vivimos en galaxias muy lejanas la una de la otra, mas por eso mismo me resulta fascinante discutir contigo. Yo creo que de algún modo me hipnotizas. Sí, me admira escucharte la cantinela de siempre y con el corazón en la mano te digo que respeto profundamente tu pensar tan tópico y poco trabajado, pero es mi obligación denunciar su poca altura y animar a los otros a salirse de ese coto. A todo esto, no deja de ser curiosísimo que, siendo intelectual y poéticamente tan distintos, en algunos conceptos hayamos estado de acuerdo días atrás, porque eres tan sensato que la razón poética sólo se toma un helado contigo dos o tres días al año. No sé si eso será mucho o poco, si de maestro o de aprendiz, pero algo es algo.
    Un abrazo.
    "Y".

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  20. Parece ser, querido "X", que en algo no me he hecho entender. Digo "parece", mas por si acaso lo aclaro. Mi competición es en el rellano de mi escalera. De lo que se deduce que sólo juego yo. Y me voy superando. El ángel que me marca el paso sabe lo que me conviene.
    Vuelves a fascinarme. Ahora dices que hubieras querido ser Fernández de Andrada. Una persona que define su visión de la vida como no competitiva declara que le hubiera gustado ser capitán de un ejército, sólo con tal de escribir la citada serie de tercetos encadenados. En fin, archifascinante tu pensamiento.
    Voy a saludar a mis hermanos los saltamontes.
    Otro abrazo bien apretado.
    "Y".

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  21. El pavo gluglutea. Pero a mí el pavo real me enseñó otro graznido.

    Z.

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  22. Honestamente, no puedo comprender que te "fascine" alguien "intelectualmente marciano", "tan tonto" y con un pensar "tan tópico y poco trabajado". Yo, amigo Y, (o F, si eres quien imagino) no juzgo así a la gente; no abandono el terreno de la discusión de ideas para trasladarme brutalmente al de la descalificación personal.

    Por lo demás, a mí tu pensar (en lo que te animas a manifestarlo, ya que prefieres con mucho la agresión o el escape lírico sin compromiso) no me produce una reacción tan urticante; a veces estoy de acuerdo, a veces no lo estoy, y a veces simplemente no lo entiendo. Pero supongo que una consideración de las cosas tan poco dada a la irritación te aburriría mucho.

    Como tú mismo dices, somos tan distintos que la discusión se hace imposible. Yo prefiero (más mal que bien, sin duda) razonar, o intentarlo. A ti te gustan más otras cosas. Para gustos...

    En cualquier caso, no me importaría haber escrito la Epístola, sin que eso implique mi atracción por la milicia (no es el caso), como admiro la obra de Garcilaso (idem), o la de San Juan de la Cruz (y soy agnóstico). Nada tiene que ver una cosa con otra. Hasta admiro de veras la de Emily Dickinson, y no tengo intención ni de cambiarme de sexo ni de recluirme. Raro que es uno, sin duda.

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  23. Creo que no pudo resultar tan determinante la influencia de Miguel d´Ors en la obra de Sabido dado qeu cuandova a Pamplona y hace ese curso con d´Ors Vicente ya tiene dos libros publicados; difícilmenteun maestro puede influir en un discípulo que lleva dos libros editados cuando lo conoce. Después publicaría otros dos más (tres si contamos Adagio para una diosa muerta de 1988). Cuando llega d´Ors a Granada como profesor en 1979 se encuentran de nuevo, traban una sólida amistad y le dirige la tesis doctoral sobre una obra de Manuel machado. En paseos, cafés, despachos... hablaban, comentaban, leían su tercer y cuarto libro respectivamente que fueron escribiéndose al calor de esos comentarios y discusiones. De manera que Chronica y Sylva se podría decir que son libros hermanos y si hay alguna influencia mutua es fruto de esa hermandad (el de Sabido se publicó en 1981 y el de d´Ors al año siguiente en la Diputación provincial de Granada ambos).
    Siendo Sabido uno de los poetas mejor dotados y con mayor talento para la poesía, sin embargo era muy indolente, tanto que dejó de escribir (hay una estirpe de indolentes digna de estudio, no solo Gil de Biedma, también Bejarano) comentaba que ya no tenía nada que decir, pero fue esa desgana y despreocupación la causante de que su nombre se perdiera para los lectores de poesía.
    Ahora bien, no se entiende cómo viviendo en Granada (Zumo) alguien mínimamente aficionado a la poesía no conozca la de Sabido o, pongamos otro caso, la de Rafael Juárez, otro que tal.

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    1. Perdona pero Gil de Biedma, de indolente, nada. Era un escritor que sabía muy bien lo que hacía. No se entiende que alguien que sabe de poesía diga eso.

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  24. Disculpa, "X", que responda tarde. No pude hacerlo antes. Seré breve, sin detenerme en asuntos ya tratados: mi fascinación tiene que ver con la admiración hacia la persistencia de lo inexplicable en las personas, mas para nada con el juicio a éstas. Tú puedes ser una bellísima persona y tener un punto de vista totalmente opuesto al mío que, como digo, es el punto de vista del poseedor de la verdad. No un pavo ni un zorro, no, un hombretón que se sabe poseedor de la verdad. La cuestión es que si no hubiera puntos de vista contrarios entre sí no habría ningún punto de vista. Y hace mucho, una mañana decidí admirar y tolerar en lugar de censurar, y en ello estamos. Por lo demás, me tomo todo esto muy a broma y le hablo a "X" como habla la incógnita "Y". No pasa nada, hombre, por confundirme con la "F". Por mi parte no pierdo el tiempo con conjeturas y pesquisas acerca de estas incógnitas. Disculpas, no obstante, si esto te hiciera sufrir. En tal caso, retiro todo lo dicho. Vale.

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  25. Puede mi anónimo amigo tranqulizarse: nada ha de retirar, puesto que no sufro.

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  26. Yo fui alumno de este hombre y quiero decir que fue una persona buena de verdad, me acuerdo de su sonrisa triste y humilde; me acuerdo de su amor a Larra; le recuerdo andando por los pasillos vacíos de la facultad lentamente; le recuerdo hablándonos de Ignacio Aldecoa y de su cuento del boxeador Young Sánchez; de que nos leía un poema siempre al principio de cada clase de Literatura II; puede que nunca olvide aquella clase sobre el cuervo de Allan Poe que me hizo amar más la literatura; me acuerdo de que al final de un curso se vino a tomar una cerveza con los alumnos a la terraza de la cafetería; me acuerdo también de que era muy amigo de Miguel d'Ors; he alucinado con este poema "andabas por las calles del otoño"; se me quedó profundamente grabado también un cuento suyo que empezaba así: "El cielo de noviembre iba tornando su color de perla a plomo"; creo que dejó grabado en muchos de sus alumnos una huella más profunda de lo que él llegó a creer y lo sé por conversaciones vagas con compañeros en las que se intuye un aprecio similar al que yo le tengo; siento no poder decir nada más; sé que quedará en quien lo conoció y me alegro de que también quedará en todo aquél que lo lea en un futuro; creo que he aprendido de él más cosas de las que soy consciente y cosas más allá de obras literarias y autores y creo que puedo reconocerle en versos suyos en los que describe de manera humilde una calle o rincón de Granada, un recuerdo de su adolescencia, o el color del cielo y la atmósfera de un momento del día.

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  27. No tengo ni idea de quién es X o Y. Sólo creo que, cualquiera que esté en el mundo literario, conoce todas las triquiñuelas que hay detrás de él. Los clásicos son clásicos por ser buenos escritores, pero también por pertenecer a determinados círculos literarios y tomar una pose determinada. Así que, al Perico de los Palotes que veladamente critica a Sabido, le recomiendo que relea bien su poesía.
    Una gran persona y un gran amigo. Maldito cáncer. Un fuerte abrazo, desde aquí.

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  28. Solo añadir que a mí Pamplona me recuerda al chorizo que compraba mi madre para los bocadillos.

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