sábado, 21 de noviembre de 2015

José Cereijo, celebración y elegía


Los dones del otoño
José Cereijo
Pre-Textos. Valencia, 2015.

Como Eloy Sánchez Rosillo, con quien tanto tiene en común, José Cereijo es poeta que no le teme a la reiteración ni a la insistencia, que gusta de darles vuelta a unos pocos temas, mostrando todos sus perfiles, ahondando cada vez más en ellos. Su técnica es la de las variaciones musicales, un ir y venir sobre unas pocas y siempre bien reconocibles melodías a las que, sin embargo, nunca nos cansamos de escuchar.
            Una elegía en la muerte de un ser querido, una meditación sobre las postrimerías, una celebración de la vida que pasa casi de puntillas y una reflexión sobre la escritura son los principales temas que se entrelazan en Los dones del otoño.
            El tono es a menudo sapiencial y en algunas ocasiones se inclina incluso a lo didáctico. Es el caso del poema “Poesía de la experiencia”, que quizá podría haberse desarrollado mejor en un texto ensayístico, pero que no sobra porque ayuda a distender el tono del libro con su toque de ironía: “Lo demás es asunto de la crítica, / a la que no hay que hacer demasiado caso; salvo que uno prefiera / escuchar no a las sirenas, sino al guía del museo, que va explicándonos / lo que son las sirenas, según las últimas y más acreditadas teorías”.
            Antonio Machado, otro poeta muy afín a Cereijo (especialmente el Machado de Soledades) definió la poesía como “unas pocas palabras verdaderas”. Del mismo modo Cereijo habla de “unas pocas palabras / en la frontera misma del silencio / como las que se retiran, discretas, cuando es hora / de que los cuerpos hablen”.
            De frente le miran estos poemas de otoño a la muerte, no le tienen miedo, en la mejor tradición estoica: “Así, / lo mismo que la hoja se desprende del árbol, / tan desnuda, tan leve, / como quien cumple un íntimo destino. / Así, sencillamente, a la hora justa, / sin miedo ni esperanza”. Y en otro poema, el que cierra el libro, los primeros versos formulan un deseo: “Que la muerte te sea / persuasiva, no hostil, / como una compañía largo tiempo esperada”.
            Y junto a la serena meditación sobre las postrimerías, la continua celebración de la vida, de la “pura perfección” de la realidad cotidiana, de las cosas “lentas y fieles”, que vuelven a su sitio con cada amanecer.
            El momento de la escritura forma a veces parte del poema: “Lector, estas palabras / que ahora miran tus ojos / fueron escritas en una mañana / de agosto, ligeramente fresca”. Otros poemas, la mayoría, están escritos por la tarde, escuchando música, frente a la ventana, y alguno de ellos se limita a dejarnos constancia de lo que en ese momento ve. Es el caso del que comienza con una interrogación (“¿Habrá en verdad quien tenga / en cuenta cada una de las cosas / que muestra tu ventana?”) y que continúa con una serie de interrogaciones que nos recuerdan, sin ningún mimetismo formal, a alguna de las odas de Fray Luis. Los versos finales formulan la poética, una de las poéticas, del libro: “Así vas anotando cada una de las cosas / que muestra tu ventana, / no vaya a ser que Dios, finalmente, no exista, / o por si se distrae”.
            Quien busque novedades, rupturas, disonancias, no debe acercarse a la poesía de José Cereijo. Él se sabe parte de una tradición, no duda en mostrar sus maestros. Uno de los poemas menciona a Pessoa. Y un doble magisterio pessoano, el de Alberto Caeiro y el de Ricardo Reis, está muy presente en estos versos. De Caeiro ha aprendido que el misterio de la realidad es no tener misterio ninguno. Preguntarse que hay detrás de lo que vemos es “una pregunta inútil: lo real / –así lo quiso un dios, o su vacío–, / no conoce reversos; / tampoco le hacen falta”.
            Del horaciano Ricardo Reis toma Cereijo el tono de consejo sapiencial que a veces adoptan sus poemas: “Sé paciente. La vida / no entrega su secreto / a los que la tratan con brutalidad, a los que se jactan, / a los que no saben escucharla, / demasiado ocupados de sí mismos”. Un tono que corre el riesgo de aproximarse al de los libros de autoayuda.
            Los dones del otoño es un libro que solo podía haberse escrito a cierta altura de la vida, cuando lo leído y lo vivido forman un todo inextricable, lo mismo que la claridad y el misterio, la elegía y la celebración.

5 comentarios:

  1. ¡Estupendo libro y estupenda crítica! ¡Mil gracias!

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  2. Apuntadísimo!!
    Gracias por la reseña José Luis.
    Sandra.

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  3. buen libro, esperado, de un gran poeta. Lo sereno en la contemplación interesada de las cosas, de los días.

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    Respuestas
    1. Este cerezo
      da frutos otoñales.
      Exótico don.

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    2. Si se riega con silencio
      cualquier árbol da cerezas
      hasta en enero o febrero.

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