sábado, 9 de julio de 2016

Julio Martínez Mesanza y la última cruzada


Gloria
Julio Martínez Mesanza
Rialp. Madrid, 2016.

Hay poetas que parecen escribir para todos y otros solo para unos pocos elegidos. En este último caso podría incluirse Julio Martínez Mesanza desde la aparición de su obra inicial, Europa (la primera edición es de 1983; la definitiva, muy aumentada, de 1990).
            Su poesía fue calificada por los críticos de épica porque hablaba de espadas y de héroes y de enfrentamientos entre la cristiandad y el Islam, pero es fundamentalmente lírica: no cuenta historias de otro tiempo, las evoca desde la nostalgia y la derrota.
            Cabría una lectura política de la obra de Martínez Mesanza –como de la de Cirlot–, pero sería una lectura equivocada, aunque no sabemos si esa es la opinión del autor. Martínez Mesanza parece predicar una nueva cruzada y por eso llena sus versos de referencias medievales y de idealizadas batallas antiguas que enfrentaban civilización y barbarie, la luz del cristianismo contra las tinieblas del Islam. Pero en realidad está hablando de otra cosa y por eso nos habla a todos, aunque parezca escribir solo para los ideológicamente afines.
            Su mundo siempre ha estado muy próximo al de otro poeta nostálgico del viejo orden, Luis Alberto de Cuenca. Pero Martínez Mesanza carece de su versatilidad, de su gusto por la cultura popular, de su sentido del humor. Uno de los poemas de “Les ombrelles” alude a esa relación: “Si yo supiera, como Luis Alberto, / hacer poemas con los nombres propios…”
            Otra diferencia: Luis Alberto de Cuenca es autor prolífico, su poesía abarca todos los tonos; Julio Martínez Mesanza, poeta monocorde, ha necesitado once años para completar su último libro, Gloria, de poco más de treinta poemas, la mayoría muy breves y algunos acaso prescindibles.
            Son años en los que la ocupación laboral del autor, directivo en el Instituto Cervantes, le ha llevado a residir en Túnez, Tel Aviv, en Estocolmo. Otro poeta habría aprovechado para dejarnos abundantes muestras de lírica viajera. Pero los paisajes de Martínez Mesanza son sobre todo interiores y nunca condescienden con el pintoresquismo y la postal. Veamos un ejemplo, que lleva el nombre de un puerto del norte de Túnez, “Ghar El Melh”: “Los barcos empujados a la playa. / Los cargueros enormes encallados. / Las olas paralelas a la costa. / Las olas más extrañas de tu vida. / El viento enajenado del sureste / que podría arrastrar consigo el alma. / Y la luz para ver tanto desorden, / la luz sin culpa del primer segundo”.
            Una nostalgia del mundo sin culpa, anterior al hombre y al pecado original, recorre toda la poesía de Martínez Mesanza, un poeta cuyo imaginario religioso puede y debe, como en San Juan de la Cruz, interpretarse en clave simbólica, al margen de las intenciones (que en poesía cuentan poco) del autor.
            Otro poema, “Mar Saba”, lleva también el título de un determinado lugar (un monasterio ortodoxo en Cisjordania), pero pocas referencias a él hay en el poema: “Dame palabras fáciles y claras / para explicar la sencillez del alma / antes de ser rozada por las cosas, / cuando el alma no amaba equivocarse. / Pues al desierto voy, dame lo extraño, / que es ver por vez primera lo sencillo. / la tiniebla y la luz se separaron; / la noche vino y vino la mañana”.
            El mundo que añora Martínez Mesanza es el del origen del mundo, anterior al pecado original, aunque su imaginario nos lleve con frecuencia al de las guerras entre el cristianismo y el Islam que forjaron la vieja Europa que ahora parece desmoronarse. Uno de los poemas más hermosos del libro (pero de más discutible ideología) se titula “Jan Sobieski”, rey de los polacos (“por su mérito rey, no por su sangre”): “Aunque a la muchedumbre no le importe / que Europa valga poco y crea en nada, / o se hiele eclipsada por la luna, / yo quiero recordar a quien importa”.
            Como en todos sus libros, también en Gloria aparece “el dulce nombre de María”, pero sus letanías marianas tienen más que ver con los mitos ancestrales: “niña de las montañas deslumbrantes; / niña de las montañas transparentes; / niña de los azules imposibles; / niña de los azules que más valen; / niña de los comienzos diminutos; / niña de la humildad recompensada; / lluvia fuerte que arrastra la miseria; / lluvia limpia que lava nuestras almas”.
            Varios poemas de este libro, escritos todos ellos en endecasílabos rara vez asonantados, como es habitual en el autor, remiten a las baladas medievales; son quizá los más sugerentes y memorables. Otro reescribe un fragmento de Safo.
            Gloria es un libro que habla de batallas, pero no de victorias (a no ser remotas y olvidadas), sino de derrotas, de “símbolos cansados”, como leemos en el título de uno de los poemas.
            Hay poetas que ensayan distintos tonos y añaden un libro tras otro a su bibliografía; otros escriben un solo libro al que van añadiendo unos pocos poemas cada muchos años. Julio Martínez Mesanza es de estos últimos. No faltan en Gloria –quizá para alcanzar las páginas precisas– los borrosos borradores. A veces, como en el poema “Gino”, se nos escamotea la anécdota que está en su origen: “Quien una vida salva, salva el mundo. / Y muchas van a ser las rescatadas. / Gino lo mantendrá siempre en secreto, / porque el bien se hace, pero no se dice”.  Gracias a la nota final, que nos dice que se trata de Gino Bartali, y a la Wikipedia, podemos entender el poema, pero la historia del ciclista italiano contada por la enciclopedia colectiva resulta más emocionante que esos vagos versos.
            Pero son suficientes media docena de poemas para justificar, no ya a un libro, sino a un autor. Julio Martínez Mesanza, poeta de la noche oscura del alma, del crepúsculo de un mundo y de los largos desiertos interiores, los ha escrito. Eso basta.

            

3 comentarios:

  1. Yo a Cuenca lo veo como un hombre de una cultura de otra época pero no creo defienda ningún viejo orden, ahora el escritor que no escribe contra el status quo no deja de ser el cable de la marioneta, Cirlot era mucho más que un poeta, tenia lo mejor de un catalán y lo mejor del español, una fusión que hoy no se da

    ResponderEliminar
  2. Dos problemas tengo: que no sé en qué consiste ahora mismo el status quo y que no entiendo la oposición de catalán y español, pues de momento todos los catalanes son españoles.

    ResponderEliminar
  3. He leído todo Luis Alberto de Cuenca y nada Martinez Mesanza y por lo citado aquí no veo mucha similitud ni tampoco la necesidad de leerlo (que me disculpe el autor). Afortunadamente no tengo que leerlo todo como JLGM

    ResponderEliminar