sábado, 10 de diciembre de 2016

Buero Vallejo y Vicente Soto, vidas cruzadas


Cartas boca arriba. Correspondencia (1954-2000)
Antonio Buero Vallejo / Vicente Soto
Fundación Banco Santander. Madrid, 2016.

 Los epistolarios entre escritores suelen tener fundamentalmente un valor documental. Son útiles para el biógrafo o el estudioso, pero a menudo carecen de interés para el lector común. No es el caso de Cartas boca arriba, el volumen que contiene la correspondencia intercambiada a lo largo de medio siglo entre el dramaturgo Antonio Buero Vallejo y el narrador Vicente Soto.
            Se conocieron a finales de los cuarenta en una tertulia que se reunía en el Café Lisboa, cercano a la Puerta del Sol. No fueron los únicos integrantes de la tertulia que alcanzaron renombre posterior. El novelista Francisco García Pavón, el lingüista (y poeta) Emilio Alarcos, el editor Arturo del Hoyo o el reciente Premio Nacional de las Letra, Juan Eduardo Zúñiga, el único que sigue vivo, fueron otros de los contertulios. Casi todos ellos eran republicanos que capeaban como podían las exigencias del nuevo régimen. Buero llegó a la tertulia recién salido del penal de Ocaña; tras la guerra civil, había llegado a estar condenado a muerte.
            Las trayectorias literarias del dramaturgo y el narrador fueron muy disímiles. El primero, como es bien sabido, tras el rotundo éxito de Historia de una escalera, no tardó en convertirse en la figura más prestigiosa del teatro español de posguerra; el segundo, estuvo siempre en segundo plano, a pesar del premio Nadal que se le concedió en 1967 a su novela La zancada.
            Vicente Soto se trasladó a vivir a Londres en 1954. Ese alejamiento de la escena literaria española puede explicar que no se le considerara nunca del todo “uno de los nuestros”; este epistolario da buena cuenta de sus constantes esfuerzos por lograr el sitio que creía merecer. 
            Visto de cerca, el éxito creciente de Buero Vallejo –desde el premio Lope de Vega hasta el Cervantes– no fue tal, también tuvo sus altibajos. En las cartas se lamenta con frecuencia del escaso eco de su teatro en el extranjero y de la pronta desatención –luego convertida en rechazo– por parte de los más jóvenes y de la crítica de izquierdas. Pocas cosas le dolían tanto como que se tildara al suyo de teatro burgués, complaciente con el régimen. En una carta de junio del 69, cuenta que “un grupo de gilipollas que despotrican contra la sociedad de consumo mientras consumen con la ayuda de sus acomodados papás”, durante una representación en el Teatro Oficial de Cámara y Ensayo, lanzó unas octavillas en las que se leía: “Estamos hartos de los Casona, los Buero, los Paso”.
            Pero no solo para la historia del teatro tiene interés este libro. Se lee también como una novela de dos personajes muy disímiles, pero complementarios. Vicente Soto está lleno de energía y entusiasmo; se ocupa no solo de promocionar su obra, sino también la de Buero, al que continuamente ofrece ideas para nuevos dramas (a él se debe, entre otros, el germen inicial de El sueño de la razón). Buero Vallejo pasa por continuos estados de desánimo. Comentado una de sus depresiones,  escribe: “Pero, brutalmente dicho, la cosa es grave: no hay ganas de vivir”.
            Una novela psicológica puede considerarse este epistolario y también una novela costumbrista. La primera carta de Vicente Soto –de 1954, cuando lleva tres meses fuera de España– es una loa a Inglaterra, un país del que se ha enamorado a primera vista. Pocos años después lo que le aterra es la posibilidad de que sus hijos y sus nietos sean ingleses. El deslumbrante paraíso se ha convertido en todo lo contrario: “Es horrible la muerte organizada de aquí, las viejas y los clubs de viejas de aquí, los salmos puritanos y las latas de carne vitaminada para los gatos, las herencias que se dejan a gatos, el monólogo de antropólogo que el inglés se pone para juzgar a pueblos que le dan sopas con honda, Bertrand Russell haciendo el idiota y sentándose en las aceras, la propaganda martilleante para forjar todo lo que no tienen (comenzando por la idea de la familia y terminando por la democracia)”.
            El largo análisis que Soto dedica al fenómenos de los Beatles –“cuatro cretinos con flequillo”– es quizá lo más divertido del volumen. Resulta tan desatinado  como cuando advierte al dramaturgo en 1958: “Te supongo enterado de que la televisión se ha cargado del modo más espectacular y catastrófico a la industria del cine. Es ya un hecho”.
            Francisco García Pavón, el creador de la novela policíaca a la española, otro de los integrantes de la vieja tertulia del Lisboa, es presencia contante en estas páginas, pero como antagonista al que ridiculizar (incluso se le cambia el nombre y se le llama “Pavorro”): se le acusa de ambicioso, de adulador, de intrigante.
            Novela costumbrista, novela psicológica, historia e intrahistoria de unos años cruciales de la vida española, todo eso son estas Cartas boca arriba, ejemplarmente editadas por Domingo Ródenas: evita las notas que interrumpen la lectura, las divide en cinco partes que se corresponden con otras tantas etapas, nos da los datos esenciales en un breve prólogo y en la introducción a cada una de esas partes. Hace lo que debe hacer un buen editor y olvidan tan a menudo los críticos académicos: ponerse al servicio del texto y no convertirlo en un pretexto para lucir su erudición.
            El teatro de Buero Vallejo entró muy pronto en la historia del teatro español y muy pronto también, demasiado pronto, comenzó a ser historia antigua, cosa de otro tiempo. Del dolor que tal hecho dejó a su autor deja constancia este libro. Y de muchas cosas más, importantes unas, pequeñeces que dan color a una época otras. No se trata de una miscelánea menor, sino de una obra principal que añadir a la bibliografía de Buero Vallejo, de Vicente Soto y a la más estricta selección de los grandes epistolarios españoles.

1 comentario:

  1. ¿Es su voz? No. Era una moto lejana. Pero está atareado en el salón. Su sombra parece colarse por la rendija de la puerta. ¡Ay, no! Es la luz intermitente del ordenador. ¡Qué escalofrío! Pero ahora amas el escalofrío, la tribulación de Jesús en el huerto. Solo había que dejar pasar al dolor, para llegar al verdadero lado.

    © María Taibo

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