viernes, 31 de agosto de 2018

El café que odiaba Goebbels



El café sobre el volcán
Una crónica del Berlín de entreguerras (1922-1933)
Francisco Uzcanga Meinecke
Libros del K. O. Madrid, 2018.

Mucho se ha escrito sobre el periodo de la república de Weimar, sobre esos años caóticos en que Berlín era el centro de todas las libertades y todas las audacias estéticas mientras se incubaba el huevo del nazismo. Francisco Uzcanga Meinecke ha sabido contarnos esos años cruciales desde un punto de vista de distinto en una crónica ejemplar por su agilidad periodística y por su rigurosa información, que abarca aspectos inéditos o poco conocidos.
            El café sobre el volcán del título es el Romanisches Café, un local berlinés que ya no existe, pero que pervive en infinidad de memorias de la época, novelas, obras de teatro e incluso en alguna película. Estaba situado en el barrio de Charlottenburg, ocupaba el bajo y el primer piso de “una pomposa mole de piedra”, un edificio de finales del XIX construido en estilo neorrománico, “un estilo impulsado por el emperador Guillermo II con objeto de celebrar la unión indisoluble del trono y del altar”.
            Lo que llegó a significar ese café fue algo muy distinto. Joseph Goebbels se refirió a él en los siguientes términos: “Los judíos bolcheviques están sentados en el Romanisches Café y urden ahí sus siniestros planes revolucionarios; y por la noche invaden los locales de esparcimiento de la Kurfürstedamm, se dejan incitar al baila por orquestas de negros y se ríen de las miserias de la época”.
            Todo el mundo que era alguien, o que quería ser alguien, en el mundo cultural de la época paraba en aquel el café: Joseph Roth, Bertolt Brecht, Otto Dix, el director de cine Billy Wilder. Incluso los españoles Josep Pla o Manuel Chaves Nogales dejaron constancia de su paso por aquel humoso, ruidoso, efervescente ambiente.
            Comienza la crónica en 1922 con el asesinato de Walther Rathenau, ministro de Exteriores de la reciente República. No fue difícil encontrar a los culpables. Pocos días antes del atentado, los ultranacionalistas de la Organización Cónsul –todavía Hítler era solo un chillón mequetrefe– habían desfilado por las calles de Berlín al grito de “Pegadle un tiro a Rathenau, el maldito cerdo judío”.
            A cada año se le dedica un capítulo. 1923 está protagonizado por la gran inflación. De día a día se añadían ceros al precio de las cosas. Se llegaron a imprimir billetes de cien billones de marcos. Un infierno para unos, los más, un paraíso para otros. Ernest Hemingway, que por entonces malvivía en París, hizo una excursión a Berlín y “con solo noventa centavos de dólar pasó un día entero de compras con su mujer y al final le sobraron ciento veinte marcos”.
            El mundo del periodismo protagoniza buena parte de estas páginas. Francisco Uzcanga Meinecke es autor de La eternidad en un día, una selección del periodismo clásico alemán, y de Nada es más asombroso que la verdad, antología de artículos y reportajes de Egon Erwin Kisch, uno de los protagonistas de estas crónicas. El capítulo de 1932, titulado “El cuaderno rojo”, se dedica a glosar Die Weltbühne, la revista más leída y comentada en el Romanisches Café, que funcionaba también como una gran sala de redacción paralela. Antimilitarista, de izquierdas, no extraña que el semanario estuviera desde el comienzo en el punto de mira de los grupos ultraconservadores que acabaron fundiéndose en el nazismo. La prensa, que alentó la carnicería de la Gran Guerra, fue uno de objetivo frecuente de sus criticas: “¿Existe hoy en día algún periódico capaz de admitir: Nos hemos equivocado, nos hemos dejado engañar? Sería lo mínimo. ¿Hay ni tan siquiera uno que se haya atrevido a aleccionar machaconamente a sus lectores sobre la verdadera faz de la guerra, del mismo modo que antes los martilleaba en sus páginas, año tras año, con ese repugnante entusiasmo por el crimen?”
            En otro artículo, de 1931, leemos expresiones que pocos se atreverían a escribir incluso hoy en día: “Durante cuatro años había enormes extensiones en las que el asesinato era obligatorio, mientras que a media hora de allí estaba terminantemente prohibido. ¿He dicho asesinato? Por supuesto. Los soldados son asesinos”. Al autor, Kurt Tucholsky, le costarían un proceso esas afirmaciones. Contra lo que pudiera esperarse, salió absuelto. Vendrían luego otros, con peor fortuna. La revista –“una soberbia enciclopedia del periodismo”, “una de las cumbres de la literatura alemana del siglo XX”– dejó de publicarse en 1933, como no podía ser de otra manera.
            El autor de esta ágil crónica, de familia alemana y española, es un profesor universitario, autor de numerosas publicaciones académicas, que se declara “cansado de las notas a pie de página”. Por eso prescinde de ellas en este libro, que cuenta sin embargo con una bibliografía final, a la que convendría hacer algunas precisiones. Tal como está, parece más un prescindible pegote que una herramienta útil. Casi todas sus entradas están en alemán, algo comprensible si se tiene en cuenta que buena parte de la bibliografía utilizada no ha sido traducida al español. Pero ¿qué sentido tiene no referirse a las ediciones en español de autores como Elías Canetti, Joseph Roth o Stefan Zweig? Por otra parte, basta una hojeada para darse cuenta de que el rigor no es excesivo. Continuamente se cita, como no podía ser de otra manera, el diario de Joseph Goebbels, pero la única entrada suya que aparece en la bibliografía está fechada en 1934 (el diario apareció póstumamente). Hay más descuidos. En la página 200, se nos indica que Manuel Chaves Nogales, en un artículo de Ahora titulado “La fauna berlinesa” dio cuenta de su visita al Romanisches Café, pero no se indica la fecha de ese artículo ni el nombre de Chaves Nogales aparece en la bibliografía. Y conviene manejar con cautela un libro que firma Fernando Savater, Las ciudades y los escritores, pero que, como otros suyos,  no es más que la transcripción de los guiones de un programa televisivo, en su mayor parte no escritos por él ni parece que revisados por nadie.
            El rigor en el uso de las citas y la referencia a las fuentes no es solo propio de las publicaciones académicas, sino característica del buen periodismo. El café sobre el volcán, a pesar de estos reparos, lo es: buen periodismo y excelente literatura.
             

8 comentarios:

  1. Era tan poco materialista que no diferenciaba una silla de la mujer con la que se había casado.

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  2. El lentejero se declara4 de septiembre de 2018, 19:09

    ¡No puedo obligarte a comer lentejas!

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  3. Hacía puré los corazones de lenteja.

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  4. Convertirán tu sangre en puré de lentejas.

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  5. El Aleph es una lenteja.

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  6. Hay algunos a los que les basta ponerse una máscara, o utilizar un pseudónimo, para mostrar su curioso sentido del humor o su afición a las tonterías.

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