sábado, 4 de mayo de 2019

La falacia de los premios



Resurrecciones y rescates
Ida Vitale
Fondo de Cultura Económica, Universidad de Alcalá. Madrid, 2019.

Hay premios que gozan de una inmerecida mala prensa, como el Planeta, mientras que otros se benefician de un acrítico prestigio, como el Nobel.
            El premio Planeta no engaña a nadie: se trata de una exitosa operación comercial que busca colocar una novela –casi siempre digna, casi nunca memorable– entre los libros más vendidos del año.
            ¿Engañan otros premios más prestigiosos? En buena medida, sí. Y buen ejemplo de ello es el volumen Resurrecciones y rescates que la Universidad de Alcalá acaba de incorporar a su Biblioteca Premios Cervantes. Vaya por delante que buena parte de los artículos que reúne, escritos a lo largo de más de cincuenta años por la poeta Ida Vitale, no merecían ni la resurrección ni el rescate.
            Un ejemplo: “Luis Cernuda: poeta próximo”, escrito en 1963 a raíz de su muerte, meramente circunstancial y con errores de cierta importancia. A propósito del surrealismo,  nos dice que en poetas como “Alberti, por ejemplo, o Diego, será de tal virulencia que determinará el libro inmediato, que no desmiente la fuente”, confundiendo a Gerardo Diego con Aleixandre. ¿Y quién que conozca algo la biografía de Cernuda puede escribir que en su exilio inglés “encuentra el clima espiritual que le es más afín”?
            Otro ejemplo: la prescindible divagación, que no estudio, sobre José Ángel Valente, que no muestra un especial conocimiento ni sobre su poesía ni sobre su obra crítica ni sobre su persona.
            Mayor interés tienen sus artículos sobre José Bergamín, a quien conoció en Montevideo y a quien considera uno de sus maestros, aunque sea un interés más biográfico que crítico. Cita, sin embargo, y por dos veces, de manera incompleta una de sus más famosas frases, haciéndole perder así toda su gracia. Bergamín no se limitó a decir “con los comunistas hasta la muerte”, como afirma Ida Vitale, sino que añadió “pero ni un paso más”, con lo que a la vez afirmaba sus convicciones ideológicas y sus creencias religiosas.
            No resulta muy comprensible que una selección “obviamente muy parcial” y que deja en reserva “una gran parte” de la obra dispersa de la autora, como ella misma dice en la nota inicial, incluya más de una vez repetitivos artículos sobre un mismo tema (el escritor Felisberto Hernández, por ejemplo).
            No sabemos quién ha hecho la selección ni quien ha dispuesto, un tanto arbitrariamente, el original en tres partes. El anónimo editor (quizá el autor del índice onomástico, Javier Rodríguez Ganuza) nos indica en una nota que “los textos no reproducen fielmente la publicación original”, lo que nos produce algún sobresalto. Pero luego aclara que las infidelidades se deben, en su gran mayoría, a que “la autora decidió hacer ligeras modificaciones que, en cualquier caso, no cambian el significado de los mismos” (ni eliminan errores, añadiría yo).
            Los reparos que se le pueden poner a Resurrecciones y rescates no se deben a que se trate de una recopilación de textos publicados previamente. Buena parte de los títulos más atractivos de Octavio Paz, maestro y protector de Ida Vitale, son de ese tipo. Me limitaré a citar uno, Sombras de obras, que tiene relación con la miscelánea que estamos comentando. Una de las partes más atractivas de ese volumen se titula “La vuelta de los días”, como la sección de la revista Vuelta, dedicada a breves glosas –un poco a la manera orsiana– sobre temas de la actualidad cultural y reúne las publicadas por Octavio Paz. En esa sección alternaban varios autores, a veces en el mismo número, también Ida Vitale. Con el atinado título de “La ley de Heisenberg” (“basta que observemos la realidad para que esta se modifique”) reúne las notas publicadas en Vuelta y luego en su sucesora, Letras libres. Están entre lo más atractivo del conjunto.
            La reunión de textos dispersos requiere añadir al inicial trabajo autorial otro que hace que las piezas dispersas cobren un nuevo sentido. Es lo que ha faltado aquí: ni la autora ha sido capaz de releerse a sí misma rescatando solo lo que merecía ser rescatado (y disponiéndolo adecuadamente) ni el anónimo editor ha considerado necesario hacer ese imprescindible trabajo.
            Pero a nadie le importará eso, porque sospecho que nadie más –y no se lo censuro– va a leer este libro capítulo tras capítulo. Para poder elogiarlo –como obligan la edad de la autora y el prestigio oficial del Cervantes–, mejor limitarse a hojearlo, aunque ese rutinario elogio suponga una pequeña estafa al lector común que no está en el secreto.
            Un autor menor (en algún caso muy menor, recordemos a Dulce María Loynaz) no deja de serlo por recibir el premio Cervantes, un galardón de mucho aparato institucional, pero que con cierta frecuencia sirve para avalar textos muy prescindibles o manifiestamente mejorables.
           

2 comentarios:

  1. Nota de un diario adolescente4 de mayo de 2019, 7:40

    Ahora le ha dado por entrar a despedirse,
    al Cerdo.
    Continúa la puesta en escena
    hasta el infinito.

    © María Taibo

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  2. Total que para ese viaje, señor Martín, no hacían falta alforjas.
    Vaya, vaya con los "PREMIOS"...sic transit gloria mundi.

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