martes, 2 de julio de 2019

Miguel d'Ors, a pesar de todo



Poesías completas 2019
Miguel d’Ors
Renacimiento. Sevilla, 2019.

Es fácil discrepar de Miguel d’Ors, es imposible no admirarle. En el prólogo a Poesías completas 2019, se mete en mil y un jardines, tratando de justificar ciertas obsesiones injustificables y desprenderse de la etiqueta de “poeta autobiográfico”, como si eso fuera un baldón. Más atinadamente, en las palabras previas a Sol de noviembre, tras indicar que “el poeta se aproxima al pálido umbral de la vejez”, añade “digo ‘el poeta’ y no ‘el personaje poético’, como ahora parece obligado por la moda. Ya se sabe: una ficción, una creación, una máscara… ¡Un cuerno! Como si esa máscara, caso de que se la quisiera uno fabricar, no tuviera que ser inevitablemente fabricada con pedazos arrancados del propio rostro. ¿Dónde, si no en la vida vivida, podrían encontrarse los materiales para esa construcción? A fin de cuentas, si ‘o poeta é um fingidor’, no es menos cierto que finge que es dolor… el dolor que de veras siente”.
            Un “poeta autobiográfico” no refleja con fidelidad notarial los acontecimientos de su vida; en el poema aparecerán, como suelen aparecérsenos en la memoria, “seleccionados, modificados e incluso imaginados” con verosimilitud. Pero si en un poema que se titula “Respuesta a mi hija Laura” encontramos una cita en la que se lee: “¿Y por qué te hago falta? (Laura, 3 años)” no se nos ocurre pensar que esa cita sea un invento del poeta, como tampoco el verso de Berceo que encontramos al comienzo del poema siguiente: “Reina de los cielos, madre del pan de trigo”. En uno y otro caso pueden ser falsas, pero esas falsedades no están amparadas por el dictum pessoano de “el poeta es un fingidor”: son textos que están fuera del poema –como las dedicatorias-- y por tanto con presunción de verdad. Nos enteramos ahora, por los preliminares a estas Poesías completas, que tal pregunta de su hija fue una invención, una falsedad como la nota biográfica que colocó al frente de un libro de edición restringida e interminable título: Canciones, oraciones, panfletos, impoemas, epigramas y ripios o Cajón de sastre donde hallará todo cuanto deseare el lector amigo, y el no tanto sobradas razones para seguir en sus trece: “Miguel d’Ors nació en Santiago de Compostela el 25 de diciembre de 1946. Licenciado en Filosofía y Letras (Sección de Filología Románica) por la Universidad de Navarra, en 1969 se trasladó a Grenoble (Francia), en cuya Universidad fue lector de español hasta 1971, año en que pasó a Chamonix (Haute-Savoie) para, tras el examen obligatorio correspondiente, profesionalizarse como guía de alta montaña en la ‘Compagnie des Guides’. Posee la doble nacionalidad hispano-francesa. Su actividad profesional le llevó a recorrer asiduamente los Alpes y los Pirineos, realizando más de 100 ascensiones al Mont-Blanc, y a participar en diversas expediciones extraeuropeas (Nanga Parbat, Dhaulagiri, Cho-Oyu, Annaparna, Mac Kinley, Aconcagua, Fitz Roy, Carstensz, etc). Retirado del alpinismo a los 42 años, se estableció con su mujer y sus siete hijos en la región del Alto Xirgú, en el estado de Pará (Amazonía brasileña), donde colabora en una misión católica y participa intensamente en los movimientos de defensa del ecosistema amazónico y los valores positivos de las culturas indígenas”.
            El que esos datos (salvo los iniciales) sean falsos no hace que la nota en tercera persona resulte menos autobiográfica, simplemente convierte al autor en un mentiroso, en alguien poco fiable.
            Insiste mucho en los antipáticos y prescindibles “Preliminares” en que no ha prescindido, al recopilar sus libros, de eliminar los primeros, que ahora le disgustan, o se ha decidido a corregir algún poema manifiestamente mejorable, porque sería inútil: más pronto o más tarde, alguien incorporaría esas supresiones a una nueva edición de sus poesías completas.
            ¿Está seguro de ello? Dámaso Alonso nos explicó en un conocido ensayo las supresiones y adiciones de Antonio Machado a su primer libro y, sin embargo, sus poesías completas siguen editándose como él quiso que se editaran. Y lo mismo ocurre con La realidad y el deseo de Luis Cernuda que incluye un primer libro bastante corregido y hasta cambiado de título. Miguel d’Ors confunde el interés de los eruditos, que pueden tener en cuenta borradores y arrepentimientos, con el del lector de poesía, al que esas laboriosas tareas académicas no le importan nada. Y por eso sobra la fecha precisa en que se escribió cada poema obsesivamente impresa en cada edición, imprescindible al parecer, según explica el autor, para que pueda “documentarse la aparición y desaparición de temas, de tonos, de motivos, de recursos de estilo, de influencias…” Algo que quizá entretenga a algún doctorando, pero de nulo interés para los muchos admiradores de su poesía.
            Demasiado fácil, ya digo, discrepar de Miguel d’Ors. Por eso no voy a insistir en la parte de su obra en que asoma, no el gran poeta religioso que es, sino el doctrinario de unas particulares creencias. Un gran poeta puede ser comunista y cantar los ideales del comunismo, pero resulta difícil que escriba un buen poema encomiando los logros de Stalin. Un gran poeta, un poeta verdadero, puede ser católico o mormón, pero resulta difícil que escriba un buen poema cantando al ángel Moroni y las planchas de oro que vio Josep Smith o las excelencias del celibato. Tampoco voy a detenerme en ciertas expresiones chirriantes que quizá podrían haber sido corregidas o eliminadas si la sensibilidad de Miguel d’Ors hubiera sido capaz de evolucionar: “Y Rock Hudson (…) / mariquita perdido, que quién lo hubiera dicho, / más de un metro noventa de marica”.
            Todas estas prescindibles minucias son verdad, pero no menos verdad es que Miguel d’Ors es uno de los grandes poetas de este tiempo. En su generación, el único que ha ido creciendo libro a libro. El más reciente, Manzanas robadas, publicado en 2017, a los setenta años, contiene poemas que están a la altura de los mejores suyos.
            A nadie como a Miguel d’Ors se le puede aplicar aquella expresión, tan citada, que Eliot tomó de Dante para elogiar a Pound: “il miglior fabbro”. Miguel d’Ors es el mejor artesano de la poesía española contemporánea, el que mejor conoce el oficio. Sus poemas podrían, deberían utilizarse en los talleres literarios para enseñar los secretos de una tarea que requiere precisión de cirujano a la hora de utilizar el lenguaje. Y a la artesanía se le añade en los mejores momentos, que son los más, ese “no sé qué” de que hablaba Feijoo.
            En “La mujer 10” nos dice cómo debería ser para él un buen poema: “inteligente, tierno y divertido”.
            Divertidos son muchos de sus poemas (Miguel d’Ors puede irritarnos, pero nunca aburrirnos, al menos cuando escribe en verso), y no solo aquellos en los que toma a sí mismo como objeto de burla, sino también esos otros, entre Catulo y Marcial, en que pone en solfa el mundo contemporáneo. Algunos de ellos se refieren a la sociedad literaria; en los que alude a las guerras poéticas de los años ochenta, levanta un poco menos el vuelo, quizá sean los que más han envejecido.
            Miguel d’Ors escribe con la inteligencia, no solo con el corazón. El poema responde a una estrategia, es un artefacto perfectamente construido para lograr su efecto, nunca un mero desahogo sentimental. Pocos placeres intelectuales mayores que escucharle explicar el “making of” de un poema suyo, el cómo se hizo.
            A Miguel d’Ors le gusta reescribir poemas ajenos, darle nueva vida a un tópico clásico y, como en los poetas del Siglo de Oro, conocer la fuente no hace desmerecer el resultado, sino que acrecienta nuestra admiración. Baste un ejemplo. El poema “Aunque no lo parezca” reescribe “Preguntas de un obrero ante un libro”, uno de los más conocidos textos de Bertolt Brecht: “César venció a los galos. / ¿No llevaba consigo siquiera un cocinero? / Felipe II lloró al hundirse / su flota. ¿No lloró nadie más?”. Miguel d’Ors, tras las semblanzas de Mommsen y de Rilke, continúa: “Y ahora que ya los hemos admirado, / pregunto: ¿quién compraba las patatas / que sostenían el saber de Mommsen?, / ¿quién se las cocinaba, y le ponía / mantel, platos, cubiertos, copas y servilletas, / sin olvidar el pan en su cestita?, / ¿quién le hacía la cama a Rilke, quién / planchaba sus camisas?, / ¿quién, cuando él ya llevaba media tarde, / ganando un poco más de admiración futura, / aún seguía fregando los cacharros?”
            Un buen poema debería ser “tierno” afirma. Yo preferiría decir “emocionante”. ¡Y cuántos poemas emocionantes –de los que nos ponen lágrimas en los ojos, sin incurrir jamás en la sensiblería– hay en Miguel d’Ors!
            Entre las ocurrencias aparentemente caprichosas de Miguel d’Ors a la hora de editar estas poesías completas (colocar la fecha de edición en el título, disponer los libros en orden cronológico inverso), está una que finalmente resulta un acierto: incluir, además de un índice de títulos y primeros versos, otro de nombres propios y referencias. Blas de Otero tituló una antología de su obra Poesía con nombres y ese título podía servir perfectamente para titular toda la poesía de Miguel d’Ors: sus poemas están llenos de nombres de familiares y amigos, de referencias a lugares geográficos conocidos o soñados, a personajes literarios. Y esos nombres se repiten en una recurrencia significativa, son un leitmotiv. Este índice –frecuente en los libros de ensayo, inédito en los de poesía– resulta muy útil no solo para los estudiosos, sino para el común de los lectores, que puede así preparar sus propias selecciones del poeta.
            Cuántas antologías temáticas se podrían hacer con la poesía de Miguel d’Ors, que tanto gusta de las referencias concretas: nadie cómo él ha evocado la emoción de la escalada, la Galicia rural, la intrahistoria de su familia (qué espléndida galería de retratos hay en sus versos), el amor de todos los días, el misterio y el asombro de vivir… Incluso es autor de poemas, como “Made in Pakistán”, que podrían entrar en la mejor antología de poesía social.
            Más cerca del plural Quevedo que del esteticista Góngora, del impuro Neruda que del depurado Juan Ramón, pocos poetas ha habido con tanta “variedad temática, tonal y estilística”, pocos tan polifacéticos, como él mismo indica en el prólogo.
            Miguel d’Ors sabe que no es posible ser sublime sin interrupción y por eso gusta de los poemas deliberadamente menores, de los poemas de circunstancias, de los que parecen meros juegos de ingenio (pocos autores tan ingeniosos y tan inteligentes como este poeta que conoce tan bien las limitaciones del ingenio y de la inteligencia). Muchos de esos poemas menores y de métrica tradicional se nos quedan para siempre en la memoria, mientras olvidamos las borrosas audacias experimentales de buena parte de la poesía contemporánea.
            El poema “Avecedario”, puede servir de ejemplo: “La golondrina, aguzada / como un flechazo de Amor; / el mirlo madrugador, / gayarre de la enramada; / la tórtola que, enlutada, / borbota su desconsuelo / en Fontefrida; el mochuelo / dando ejemplo de atención. / Y los gorriones, que son / la calderilla del cielo”.
            Miguel d’Ors, uno de los grandes. No de su generación, de la historia de la poesía española. Y este volumen –que tantas maravillas encierra, inagotable fuente de felicidad– da cumplida cuenta de ello.
           

6 comentarios:

  1. A man of sovereign beauty, like a flowery forest and a chant...

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    1. https://www.youtube.com/watch?v=GBexfwe-9j0

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  2. Su crítica es interesante en líneas generales, pero me gustaría señalar algunas precisiones respecto a ella.
    La expresión “obsesiones injustificables” en las que en su opinión incurriría el poeta, me parece un poco extraña. No tengo nada claro hasta qué punto un crítico puede permitirse el evaluar -en este caso como “injustificables”- las obsesiones de nadie, y menos las de un poeta. Las obsesiones pueden ser calificadas de muchas formas, pero no de “injustificables”.
    La comparación que, a modo de ejemplo, establece entre los “logros de Stalin” con “el angel Moroni, las planchas de oro de Josep Smith o las excelencias del celibato”, no parece demasiado afortunada.
    “Tierno” y “emocionante” son concepciones del poema muy diferentes. La ternura es algo positivo, que se relaciona con la bondad; lo emocionante puede tener muchos significados, no todos positivos ni bondadosos; hay emociones que más bien son repugnantes. Para algunas personas la ternura no tiene emoción, pero, lo que es seguro es que muchas emociones no tienen nada de tiernas. Usted concibe el poema de una forma; Miguel d´Ors de otra. No hay debate.
    El título que ha puesto a su crítica, “Miguel d´Ors, a pesar de todo”, es quizá lo más desafortunado de todo. En primer lugar porque, a efectos críticos, lo que usted tenga o deje de tener con el poeta d´Ors no viene a cuento. Y, además, la expresión es peyorativa, y no se corresponde con el contenido de la crítica en la que abundan los elogios.
    Me pregunto si no va a resultar que, al final, el “doctrinario de unas particulares creencias” es usted mismo.

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  3. Agradezco estos comentarios, que me permiten aclarar alguna cosa. Mis reparos, los de la primera parte, no se refieren a los poemas de d'Ors, sino a las reflexiones que expone en su prólogo, donde trata de justificar una obsesiones que a mí me parecen injustificables: la necesidad de poner la fecha al final de cada poema y su lamento por haber autorizado una edición (la hecha por Andrés Trapiello) en que esas fechas iban al final o la imposibilidad de eliminar, en las poesías completas, libros o poemas con los que no está de acuerdo porque alguien los incorporaría en otras ediciones, etc, etc. Sería bueno debatir en público todas y cada una de las afirmaciones de Miguel d'Ors en su prólogo (por ejemplo, esa de que la verdadera lectura solo es la que se hace en papel y cuando este está encuadernado). Son opiniones, sí, pero inadecuadamente razonadas.
    Y por cierto yo no comparo los poemas a Stalin con los dedicados al ángel Moroni; comparo los poemas a Stalin con los poemas a Franco; los poemas al ángel Moroni (y a las planchas de oro) los comparo con los dedicados a los ángeles del catecismo (que a d'Ors le parecen menos disparatados que otros ángeles) o a ciertas milagrerías.
    Lamento haberme explicado mal.
    En sus "Poesías completas", Miguel d'Ors no se limita a publicar sus poemas; también sienta cátedra sobre diversos asuntos. En mi crítica, no me limito a elogiar su prodigioso talento poético; también pongo algunos puntos sobre las íes en sus elucubraciones.
    Mis posibles simpatías o antipatías por la persona del poeta (con el que tuve algún contacto literario hace tiempo, pero muy escasa relación personal) no tienen que ver con el asunto.

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  4. Los prólogos y comentarios adicionales a la obra están de más, o sea, es algo que resta (no suma), sobre todo porque proceden del propio autor y pueden alterar la sustancia misma de la obra. Que ahora ya es "la" obra, no "su" obra. Digamos que son un añadido, un colgajo, una protuberancia que lastra y perjudica a la obra. El poeta -el escritor en general- debe ser como Dios: primero crear y después callarse (Flaubert).

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  5. No necesariamente. Véase los prólogos de Borges, de Cervantes, los muchos comentarios de Pessoa, etc.

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