domingo, 18 de agosto de 2019

Baroja, Trapiello y el arte del disparate



Un poco de compañía. Impromptu barojiano
Andrés Trapiello
Ipso Ediciones. Pamplona, 2019.

Cuando un escritor nos cae en gracia, todo lo que escribe –aunque sea el mayor disparate– nos hace gracia. Es el caso de Pío Baroja para los miles de barojianos convictos y confesos; es el caso de Andrés Trapiello, admirado y detestado casi a partes iguales, y a veces por la misma persona.
            Solo a Baroja, ya menos un escritor que un tema literario, se le podría dedicar una colección de libros, que ya lleva publicadas veinticuatro entregas, con el título de “Baroja & yo”; solo Trapiello es capaz de convertir lo que podría ser un aburrido artículo académico –la edición de cinco cartas inéditas del escritor– en una muy barojiana divagación en la que alternan los pasajes hilarantes con las opiniones contundentes, los ajustes de cuentas con algunos escritores y los personajes reales envueltos en un aura de novela.
            Un poco de compañía se lee de un tirón, dejándose se llevar por el ritmo de la prosa, escrita a veces un poco a la diabla, pero en la que no escasean las ocurrencias felices: los dibujos de Julio Caro Baroja “tienen algo de un Bosco pasado por Tintín”.
            Baroja es un escritor de larga decadencia. Hay incluso quien llega a pensar que esa decadencia comienza en fecha tan temprana como 1914. Después se salvan sus escritos autobiográficos y muchos de sus ensayos –los que escribió en el diario Ahora y luego reunió en libros, por ejemplo–, pero pocas de sus novelas.
            Desde el principio tuvo sus detractores. Esos ataques pueden ejemplificarse en dos libros: Mis conversaciones con don Pío Baroja, de los años cuarenta, firmado por un tal D. Benaudalla, pero escrito en realidad por Luis Ruiz Contreras, y Baroja o el miedo, de 2001, la impiadosa biografía no autorizada de Eduardo Gil Bera. El primero se centra en sus presuntos, o tan presuntos, deslices gramaticales; el segundo, en su a veces poco gallarda peripecia vital.
            También Andrés Trapiello, que cuenta con legión de admiradores, tiene sus antagonisas, no siempre por motivos literarios, aunque también. Como Baroja, Trapiello comenzó en un lado del espectro ideológico y se ha ido deslizando hacia el otro extremo: ahora es uno de los más aguerridos defensores de la España una y Cataluña cero.
            Quienes admiramos al escritor, solemos mirar hacia otro lado cuando asoma el panfletista. Es lo que hacemos con Baroja, quien en 1907 –y en el diario El Mundo– escribió: “¿De dónde viene el odio de los catalanes a España? Porque el odio existe, y decir que no es mentir. Hay muchos catalanes que no son separatistas ni regionalistas y sin embargo odian a España. Yo creo que ese odio tiene varias causas; una de ellas es el sentimiento de una nacionalidad frustrada, que es el mismo que hace que los provenzales tengan rencor por los del norte de Francia”. Hasta aquí, se esté o no de acuerdo, nos encontramos en los límites de la sensatez. A partir de aquí, comienza el disparate: “Otra de las causas del odio muy extendido de los catalanes a España es la influencia judía. Los catalanes han tenido la habilidad de lanzar el sambenito de judíos a los demás españoles, cuando precisamente los judíos son ellos”.
            Comunistas, judíos y demás ralea se titula la antología de textos barojianos, publicada en Valladolid por Ediciones Reconquista en 1938, con la que Ernesto Giménez Caballero quiso presentar a Baroja como un precursor del fascismo.
            Pero no solo son motivos políticos los que alejan de Andrés Trapiello a algunos lectores. Buena parte de lo que afirma de Julien Green –mencionado por Baroja en una de las cartas a Terrasa– quizá se le podría aplicar a él con mayor fundamento: “Los diarios de Green, un personaje torturado y católico, homosexual y académico, tienen gran fama, pero lo cierto es que resultan antipáticos y desagradables, y al cabo de unas páginas cansan, pese a su inteligencia y a su mezquindad con casi todo el mundo”.
            Andrés Trapiello no es mezquino con casi todo el mundo. Muy al contrario, pocos escritores tan generosos a la hora de promocionar a otros autores (ahí está su colección “La Veleta”) y con tanta capacidad de admiración y tanta gratitud para sus maestros. A él se debe buena parte del predicamento de que hoy gozan escritores como Manuel Chaves Nogales o Elena Fortún, y su devoción por Juan Ramón Jiménez o Ramón Gaya, bien conocida, ha dejado docenas de páginas ejemplares.
            Pero su inquina no es menos apasionada que su devoción ni menos ciega. En las páginas de Un poco de compañía son Aquilino Duque y Juan Benet (autor de tediosas novelas y de un espléndido Otoño en Madrid hacia 1950, donde incluye algunas de las mejores páginas que se han escrito sobre Baroja) las víctimas de su malquerer. No nos sorprende el segundo caso (esa antipatía viene de lejos), pero sí el primero, entre otras cosas porque Aquilino Duque fue pionero en la defensa, cuando pocos lo hacían, de ciertas posturas ideológicas ahora muy de moda.
            Las cartas que Andrés Trapiello rescata en Un poco de compañía están dirigidas a Juan Terrasa, un diplomático del que apenas tenemos noticia. Las únicas noticias que Trapiello logra reunir de él se las remite Miguel Aguirre de Cárcer, el cónsul general de España en Berna, y terminan con la noticia de que, en 1953, “causa baja en el Escalafón de la Carrera Diplomática”, supuestamente a petición propia.
            Las razones de ese cese las da a entender, de pasada. Aquilino Duque en un artículo dedicado a Juan Prat. Pero Trapiello no se fía demasiado del escritor sevillano: “Con Aquilino Duque y lo que diga hay que ser, no obstante, prudente, pues es de imaginación carbónica, como el sifón”.
            Prudente hay que ser también con los datos eruditos que nos proporciona Andrés Trapiello. Afirma que Aquilino Duque habla de Juan Terrasa en el artículo “Semblanza de Juan Prat”, publicado en Libertad Digital en 2014, pero se publicó el 24 de enero de 2003. Tampoco importa mucho ese error porque hoy los artículos se pueden localizar por el título, no se precisa la fecha.
            Algo más grave resulta que se burle de Aquilino Duque utilizando para ello una cita incompleta: “'Prat era probablemente marxista, pero no creo que espiara para nadie,  dice él’, dando a entender, con esa lógica tan particular suya, que la consecuencia más habitual del marxismo es la de ser espía, o que, si eres marxista y no eres además espía, has hecho un pan con unas tortas”.
            Tiene gracia la observación y Aquilino Duque –antimarxista visceral– queda un poco en ridículo, pero la frase completa dice así: “Prat era probablemente marxista, pero no creo que espiara para nadie, por mucho que las actividades del Organismo Atómico y la proximidad del Telón de Acero se prestaran a ello”.
            Quien queda entonces algo malparado es el propio Trapiello, pero ya sabemos que su rigor, a la hora de citar y de historiar la literatura española (una de sus aficiones) no resulta excesivo.
            En La Estafeta Literaria, una revista a la que muy merecidamente elogia, pero que no era “una publicación mensual”, como él indica, sino quincenal, encuentra un poema de Manuel Machado dedicado a Canciones del suburbio, el pintoresco libro de poemas publicado por Pío Baroja en su vejez. Como no figura “en ninguna de sus obras completas ni en parte alguna –indica Trapiello antes de reproducirlo–, lo voy a dar aquí, para amortizar algo el dinero que el lector se haya gastado ahora”. Pero ese poema –excelente por cierto– se puede encontrar en la página 707 de las Poesías completas de Manuel Machado editadas en 1993 por Antonio Fernández Ferrer en Renacimiento.
            Pero sigamos con Juan Terrasa. Cita Trapiello, esta vez sin cortes, otro párrafo de Aquilino Duque: “En la Unesco tuvo Prat enemigos implacables, entre ellos un tal Gelabert, que era menorquín y no procedía del exilio, sino del gremio de viajantes de comercio de calzado y un tal Terrasa, expulsado del Cuerpo Diplomático al intervenírsele en un paso de frontera un maletín lleno de relojes suizos y que presumía de ser amigo de Otto John, el agente doble que pasó del Berlín Oriental al Occidental al comienzo de la Guerra fría, y de haber colaborado en la conjura del conde Stauffenberg. Ninguno de estos dos, que solían poner a Prat como chupa de dómine, dijo jamás la menor cosa sobre presuntas actividades de espionaje”.
            Ante tal información, Andrés Trapiello se lleva las manos a la cabeza: “Decía antes que estas son afirmaciones sin importancia. Quiero rectificar. Sin importancia para muchos, desde luego, pero no, por ejemplo, para los hijos o los nietos de ese Terrasa, si los tuvo. No debe ser agradable ver difamar la memoria de un ser querido, aunque sea lejano, tan a la ligera; claro que será difícil que esos hijos o nietos de Terrasa hayan leído nada de Aquilino Duque ni tengan la menor idea de él”.
            Sonreímos al ver a Trapiello salir en defensa de unos hijos o nietos que ni siquiera sabe si existen, él que ha dicho bastantes cosas poco gratas –y sin más prueba que su palabra– de tantos escritores en su diario. Una incoherencia muy barojiana, por cierto.
            Pero sigamos. Primero una serie de preguntas retóricas: “¿Conoció Aquilino Duque a Juan Terrasa? ¿Le dijo este, presumió acaso de que era amigo de John Otton? ¿Supo lo del contrabando de relojes y su expulsión de la carrera por el propio Terrasa o se lo contó algún otro chismoso como él? ¿Le dijo Terrasa: ‘Sabe, Duque, yo tuve que dejar la carrera porque me pillaron con las manos en la masa’?”
            Preguntas retóricas todas ellas porque él mismo se responde: “No lo creo. Podría ponerse uno ahora en contacto con el escritor sevillano, y esperar de él las respuestas a esos interrogantes, pero no me parece necesario. Además, todos los implicados están ya muertos, lo que desde un punto de vista procesal es como decir: Áteme usted esa mosca por el rabo”.
            Hombre, Andrés, no todos los implicados están muertes. No lo está Aquilino Duque, a quien tan alegremente acabas de acusar de difamador y de chismoso.
            Yo sí tuve la curiosidad de ponerme en contacto con Aquilino Duque y esta fue su respuesta, recibida a vuelta de correo electrónico, o esa, al instante: “Lo que yo hago es salir al paso de comentarios gratuitos oídos en Viena. De Terrasa fui bastante amigo en sus últimos años, y lo de la valija con relojes se lo oí a los viejos de la OMS, Ortega Costa, Xammar o Mendizábal. Lo de Otto John y lo de Stauffenberg me lo refirió el propio Terrasa y creo recordar que me prestó un libro en que se aludía confusamente a esas conspiraciones en las que metía a alguien de la familia del Kaiser. Algo también me refirió su excolega, expulsado también de la Carrera, Fernando Aguirre de Cárcer, de quien logré hacer publicar sus excelentes traducciones de poesía francesa en la editorial Dos Soles. Espero haber sido tan claro como discreto”.
            No se limita Andrés Trapiello en Un poco de compañía a reproducir las cinco cartas a Juan Terrasa y a glosarlas de magistral manera, dándonos una imagen muy precisa de aquella España y del escritor en los últimos años. También nos ofrece otra primicia: fragmentos de la correspondencia de Baroja con el escritor y diplomático uruguayo Pablo Minelli González y de una insólita entrevista, inédita al parecer, que Baroja se hace a sí mismo.
            Bromea Trapiello, desde la primera línea de su libro, con la peculiar sintaxis barojiana, pero casi todas las citas que de ella hace son apócrifas. “Yo no creo que es una buena idea el nombre de esta colección, Baroja y yo”, comienza el libro. Y añade: “Así hubiera escrito Baroja esta frase”. Luego se enreda en el comentario. Al contrario de lo que él piensa, no son incorrectos el tiempo verbal y el adverbio “no”, o no lo son al mismo tiempo.
            Lo mismo que se inventa las frases incorrectas y juguetea con ellas, podría haberse inventado todas estas cartas inéditas y ser el conjunto una divagatoria novela corta. No por ello tendría menos valor este libro que, si flaquea en lo erudito –no cita el reciente Baroja en París, de Francisco Fuster, ni alude a El último Baroja, de Luis S. Granjel, de 1992, anterior por tanto a Las armas y las letras–, no pierde nunca la casi hipnótica capacidad de sugerencia que caracteriza al prosista Andrés Trapiello, a quien –como a Baroja–, aunque a veces nos irrite, nunca nos cansamos de leer.
           
           

18 comentarios:

  1. Con qué arte mezcla JLGM en sus artículos bofetadas y caricias...

    ResponderEliminar
  2. ¡Socorro, más Baroja!

    Son tantos y tan cualificados los literatos que han explicado por qué Baroja es una nulidad como escritor, lo han hecho con tanta reiteración y tanto detalle, que lo único que queda por descifrar es el curioso proceso histórico de Lavado de Cara que ha conseguido meter con horma al novelista/desastre en los libros de texto de literatura. Baroja exhibe una sintaxis como de la ESO, es incapaz de construir un carácter o personaje mínimamente consistente (todo lo más produce borrosos esquemas sumarios), toma el pelo a sus posibles lectores con sus olvidos o repeticiones, porque ni siquiera relee lo que malamente ha trazado con prisas, y tiene muy escaso respeto por su propia palabra y su obra, en definitiva, muy escaso respeto por su propia persona como autor. En lenguaje grosero y pandillero, "se la pela" su coherencia y la calidad de su prosa. ¿Por qué está en los libros el no-escritor Baroja y no, digamos, Marcial Lafuente Estefanía? ¿Qué gigantesca confabulación de miles de malos lectores, acumulados durante décadas, ha sido necesaria para que tal yuxtaposición de renglones descabalados y caóticos haya conseguido pasar como "literatura"?
    Con esta nueva vuelta de tuerca al escritor incurioso y astroso, Trapiello deja por los suelos sus criterios estéticos y un poco también sus "afinidades electivas".

    ResponderEliminar
  3. ¿Baroja es una nulidad de escritor? Qué cosas. Y que sorpresa se va a llevar esta exasperada lectora cuando descubra que en el Quijote hay más "errores" sintácticos que en cualquier novela de Baroja, bastantes más.

    ResponderEliminar
  4. M.Acosta olvida lo esencial en un escritor: "le charme." Hay escritores que escriben y "construyen" muy bien y son plúmbeos, porque no tienen el mìnimo encanto. Y hay otros que, digan lo que digan, son interesantes, como Montaigne o Stendhal en Francia, o como Baroja, Pla, Ramón Gómez de la Serna o Unamuno en España. Cualquier página de ellos, se abran por donde se abran sus libros, es interesante.

    Y el encanto viene de la personalidad (con frecuencia atrabilaria) del escritor, de su visión original, "décalée", de la vida.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Baltasar, yo no afirmo que Baroja carezca de "charme" ni que pueda resultar "interesante" en algunos momentos puntuales. Sostengo sólo que es un pésimo escritor, un escritor torpe, desastrado, desgalichado y, por cierto, también con frecuencia plúmbeo, cómo no va a serlo quien no muestra el menor respeto por el lector y le entrega una mercancía tan averiada.
      Al igual que otros lectores curiosos, yo también me he preguntado unas cuantas veces cómo es posible que una escritura tan mazorral como la de Baroja haya conseguido "charmer" a semejante cantidad de lectores, hasta hacerse un hueco a codazos entre las verdaderas obras maestras. Aún no he terminado de responderme del todo, pero sé que tiene mucho que ver con la enigmática (todavía) cultura vasca, con el recóndito mundo vasco en el que suelen moverse los personajes barojianos. La curiosidad que tal ámbito despierta le ha atraído muchos lectores que tal vez perdonan la calidad a cambio de ilustrarse. No es mi caso.

      Eliminar
    2. Marion, lea a Baroja. Un escritor excepcional que tuvo una larga decadencia (en la que se convirtió en un personaje). y que no solo habló del mundo vasco, ni mucho menos. Lea su primer libro, de 1900, y continúe asombrándose, emocionándose y maravillándose. O no lo lea, no es obligatorio. Pero acepte --como hago yo con el Ulises de Joyce-- que la razón no siempre la tiene uno frente a tantos estudiosos e historiadores de la literatura.

      Eliminar
    3. "Sostengo sólo que es un pésimo escritor, un escritor torpe, desastrado, desgalichado..." Para empezar confundes "escritor" con "estilista" y a Baroja con un novelista (cuando es mucho más que un novelista - a mí lo que menos me interesa de él son sus novelas, sobre todo las vascas). Y para continuar, y JLGM te lo ha dicho ya, eso mismo que dices de Baroja se puede decir de Cervantes.

      En cuanto al encanto de Baroja, no tiene nada que ver con una "enigmática (todavía) cultura vasca", sino con su manera de ver el mundo, cazurra y lúcida a la vez, muy bruta y muy fina al mismo tiempo, siempre independiente de toda moda y toda ideología. Y era alguien en el fondo muy cultivado, que lo había leído todo, alguien con una curiosidad literaria rara en su época en España.

      Eliminar
    4. Desde luego que no, Baltasar, cómo se puede sostener con un mínimo de verosimilitud que lo dicho de Baroja sea aplicable a Cervantes. Sólo pensar en una de las pláticas o argumentos de don Quijote, o de Sancho, que ocupan media página, sólo pensarla traducida a Baroja dan escalofríos. Menudo enredo sintáctico se armaría el pobre don Pío, tan incapaz de subordinar oraciones sin trompicarse. Pero bueno, ya es un paso admitir que carece de estilo; y sin estilo ¿qué nos queda de un escritor? (por muchas que sean sus lecturas, que no prueban nada).
      Admito que el limitado "encanto" de Baroja puede tener varios orígenes. Su vasquismo, su cazurrería (una cualidad no muy literaria, verdad?), su nihilismo y virulencia (esa ametralladora que imagina, abatiendo a todos los que salen de la corrida de toros), su anarquismo y radicalismo...
      Todo eso es muy llamativo, muy pintoresco para hacerse una leyenda personal, pero tiene tanto que ver con la buena literatura como pueda tenerlo la ideología de Pol Pot o del KuKluxKlan. (Muy pintorescas y estrafalarias, también).

      Eliminar
    5. Se nota que Marlon tiene ganas de no entender y de perder el tiempo. En Baroja hay páginas y páginas de espléndida literatura, que están en todas las antologías (también en las antologías de poemas en prosa). El Baroja de los tropezones sintácticos que no son un rasgo estilístico (porque muchos de esos aparentes errores sí que lo son) es el Baroja final, el de posguerra, y el encanto del personaje le ha ganado muchos admiradores, pero no le ha convertido en uno de los escritores fundamentales de la literatura española. ¿Marlon no lo cree así? Pues qué bien., allá él. Baroja está en todos las historias de la literatura española; Ricardo León (gran estilista, el Juan Manuel de Prada de su tiempo), no. Y eso es un hecho, no una opinión.
      ¡Y qué cosas lo de tradudir Cervantes a Baroja! No sé yo si será un imposible, pero Baroja podría haber hecho una versión del Quijote al español contemporáneo por lo menos tan buena como la de Andrés Trapiello.
      El Quijote apareció lleno de erratas y de frases sin sentido. Francisco Rico se ha ganado muy bien la vida corrigiendo su texto.Un buen editor es el que es capaz de mejorar una página que no es capaz de escribir.
      En fin... cosas del aburrido verano.

      Eliminar
  5. en una hora de excusado me lo leo

    ResponderEliminar
  6. En cuanto a las "bofetadas y caricias" de Martín, que usted, Baltasar, había mencionado, podrá comprobar en entradas anteriores (p.ej. López-Vega o Prada) que no siempre es Martín tan cuidadoso con la alternancia de cal y arena.
    Me da la impresión de que ante Trapiello sufre un cierto grado de "síndrome de Estocolmo". Más que respeto por una amistad extinta, yo diría crudamente que le tiene miedo, que teme un reventón de la conocida acrimonia del leonés, un destemplado impredecible que ya demostró su intolerancia a la crítica con motivo del afeitado taurino que practicó al Quijote.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues hombre yo el miedo no lo he visto por ninguna parte. Lo que sí he oído muy bien en el texto de JLGM son los bofetones, más abundantes que las caricias.

      Yo, más que el Síndrome de Estocolmo, lo que veo en su texto es el tan conocido para sus lectores y sus "víctimas" Síndrome de Oviedo, que hace que sus críticas sean tan reconocibles aun sin firma y que consiste en una alternancia implacable entre verdades desagradables bien dichas y argumentadas, y elogios a priori sinceros.

      Eliminar
  7. Como con Baroja, Marion acierta de pleno: a Trapiello le tengo miedo, mucho miedo, y él lo sabe bien.
    Qué cosas. ¿No será simplemente que la admiración no está reñida con la discrepancia?

    ResponderEliminar
  8. Puesto que lo admiro a usted, Martín, mucho como poeta, realmente no es de mi agrado tener que escribirle estos comentarios.
    Pero es que hay cosas que son objetivas, que no dependen del gusto, del capricho o de la sensibilidad particular del lector. Suele exclamar usted "¡qué cosas!" y en efecto Baroja es el escribidor que escribe "cosas" como estas:
    «A mí, cuando me hablan de republicanos entusiastas, recuerdo siempre al conserje del hotel donde viví en París».
    «Menos el sentido religioso, del que muchos carecían y no les preocupaba gran cosa la religión, los estudiantes...».
    Si usted es capaz de disfrutar de "cosas" como estas, pues adelante, está en su derecho, faltaría más. Sólo que algunos buscamos en la literatura algo que sobrevuele el habla o la escritura callejera, textos mejor hilvanados que el habla de mi tía la de Elgoibar. Y no solo en relación con los anacolutos, sino más aún con la creación narrativa y la de personajes sólidos y verosímiles.
    Atentamente, MARLON (no Marion, perdón por no ser una mujer).

    ResponderEliminar
  9. Textos troceados no definen a un escritor. Y si usted no disfruta con Baroja, pues muy bien. Está en su derecho. No necesita justificarlo.

    ResponderEliminar
  10. ¿Pero de dónde sale que tengo ganas de no entender y de perder el tiempo? Precisamente en mis comentarios se palpa el esfuerzo por entender cómo es posible que un inmérito (sustantivo) como Baroja esté en las historias de la literatura. Dar la vuelta al razonamiento, defender que, puesto que está en los libros de literatura, ha de ser gran escritor no lleva a nada bueno, porque hay cada pieza en esos elencos... Como en las listas de premiados Planeta o Goncourt.
    Pero en definitiva, es verdad que se trata de estética, no de Matemáticas, y el que se sienta capaz de abordar a Baroja, más aún, de disfrutar de su prosa, pues tonto sería si dejara pasar la ocasión. Yo, como no disfruto con ello, pues ni me acerco. Más bien lo conjuro con un Vade Retro. (Y somos muchos, cuidado, los del cordón sanitario antibarojiano).

    ResponderEliminar
  11. Creo que M.Acosta tiene un problema con la lectura, no sólo con la de Baroja (a la que no parece muy asiduo) sino con la lectura en general. No comprende los argumentos y las objeciones que se le hacen. Cuando se le objeta que en Don Quijote hay párrafos más confusos que los más confusos de Baroja, responde, con lógica muy extraña: "Sólo pensar en una de las pláticas o argumentos de don Quijote, o de Sancho, que ocupan media página, sólo pensarla traducida a Baroja dan escalofríos."

    Sospecho que detrás de las críticas de Acosta a Baroja hay cosas que no se atreve a decirnos. La incoherencia lógica de sus ataques a la literatura de don Pío deja entrever que detrás de ella hay una fuerte razón inconfesable y poco literaria. Pongamos un ejemplo para aclarar lo que digo: si aprendiéramos que Acosta es del Opus (o Testigo de Jehová) - es un decir - sus ataques se volverían de repente mucho más claros.

    ResponderEliminar
  12. "No comprende los argumentos y las objeciones que se le hacen"
    Eso sí que es tener un problema con la lectura, monsieur Baltasar. Sustituye esa frase por "no comulga con ruedas de molino" o bien "no engulle aquello que no se le demuestra", y habrás empezado a hablar con algún sentido.
    Por lo demás, todos tenemos una trastienda psíquica con muchos secretos. ¿O crees que tú estás libre de ella?

    ResponderEliminar