jueves, 26 de agosto de 2021

Con diez cañones por banda

  

Editor para toda la vida
Conversaciones con Juan Cruz Ruiz
Mario Muchnik
Trama Editorial. Madrid, 2021.

La mejor literatura es la conversación escrita, se ha dicho. ¿Qué son los ensayos de Montaigne sino una larga conversación con el lector? Una conversación escrita por el que habla o por el oyente, que hace de intermediario para los lectores.

            Escuchar al que tiene algo que contar es el origen de buena parte de la literatura y también del periodismo. El periodista es alguien que hace preguntas, las preguntas pertinentes a la gente adecuada.

            El libro de Mario Muchnik Editor para toda la vida lleva el subtítulo de “Conversaciones con Juan Cruz Ruiz”. El primero es uno de los pocos editores a la antigua usanza –la de los Gallimard y los Einaudi y los Barral-- que quedan todavía vivos; el otro, un hombre para todo en el grupo Prisa, un maestro en el arte de la entrevista. La conjunción de ambos, sin embargo, resulta frustrante. No parece difícil averiguar por qué.

            Desde Juan Belmonte, matador de toros, de Chaves Nogales, hasta el reciente Hecho y dicho, conversaciones con José Manuel Feito transcritas por Saúl Fernández, abundan los libros en que “desde la última vuelta del camino” un personaje destacado cuenta su vida a un periodista, que a veces, como en los dos libros anteriores, juega a desaparecer del escenario para que escuchemos solo las palabras del protagonista.

            Juan Cruz, por el contrario, está muy presente en este libro. No se limita a preguntar. Sus intervenciones son a veces más extensas que las del entrevistado. Un ejemplo: “Para una serie que estoy escribiendo encontré Por qué leer a los clásicos, de Italo Calvino, Cómo leer y por qué, y tu edición del diálogo de Primo Levi con Ferdinando Camon, que termina cuando Camon dice: ‘Auschwitz es la prueba de la no existencia de Dios’. Camon continúa: ‘No encuenro una solución al dilema, la busco pero no la encuentro’. Otro libro, Escribir en la oscuridad,  de David Grossman, narra cómo fue el Holocausto, sabiendo él como fue. Me parece que una conversación contigo no puede excluir esa persecución de los judíos. ¿Cómo te afectó, como la fuiste conociendo y cómo viviste ese conocimiento del horror?”

La respuesta de Mario Muchnik es la siguiente, quizá irónica: “Tus preguntas son siempre tan agudas y tan percutantes…”. Pero Juan Cruz no ve ninguna ironía y responde: “No me halagues, que me matan”. Ante otra pregunta, Muchnik exclama: “¡Qué secretario tan sabihondo tengo!”

            El problema de este libro es que el entrevistado ya ha escrito varias obras autobiográficos: Lo peor no son los autores (Autobiografía editorial). Banco de pruebas (Memorias de trabajo), Oficio editor, A propósito (Del recuerdo a la memoria), El otro día (Una infancia en Buenos Aires). Todo lo que ahora dice ya lo había dicho antes, y mejor. Y además en buena medida lo repite en los artículos que se recogen en la sección final del libro titulada precisamente “Mario, en sus palabras”.

            Alguna anécdota, como la de Ernesto Sabato deprimiéndose porque en una conversación que dura ya más de media hora aún no se ha hablado de él, se cuenta incluso en Egos revueltos, las memorias de Juan Cruz sobre su vida literaria.

            Fue Ortega quien afirmó que el mal novelista repite una y otra vez lo inteligente o lo gracioso que es un personaje sin que nos dé muestras de esa inteligencia o de esa gracia. Juan Cruz insiste desde el prólogo hasta la última línea en lo excepcional de la figura de Mario Muchnik como editor y como persona, pero si le conociéramos solo por este libro deberíamos aceptar esas afirmaciones como un acto de fe.

            Veamos lo que dice de Jaime Gil de Biedma: “Era capaz de hacer un poema como le había dicho Chejov a su editor una vez: ‘Mire, yo escribo lo que usted me diga. ¿Quiere que le escriba una historia sobre este cenicero? Yo se la escribo y usted va a llorar’. Hizo la prueba y el editor lloró. Jaime era uno de estos tipos. Sabía hacer un poema con nada, le bastaba con que un coche doblara la esquina y tocara un claxon… Eso ya le daba materia para un poema”.

            ¿Seguro? ¿No confundirá Mario Muchnik a Gil de Biedma con José García Nieto, quien en una entrevista presumió de que, si a él le proponían como reto escribir un soneto sobre los gemelos de una camisa, a los quince minutos ya estaba hecho.

            Pero más estupenda aún es la respuesta de Juan Cruz: “¡Como Borges!”. Y lo que sigue, a cargo del entrevistado: “¡Claro, pero Jaime veía y Borges no! (‘Así cualquiera’, hubiera exclamado Borges, que tenía sentido del humor)”.

            No extrañan esas afirmaciones en quien declara, y no parece falsa modestia: “No tengo ninguna cultura de literatura en español”. Quizá por eso, cuando el entrevistador le pregunta si no tiene “algún verso o poema con el que le gustaría terminar este libro”, recurre al “Con diez cañones por banda”, etcétera, de Espronceda.

            Editor para toda la vida es un libro alargado, engordado, con anécdotas sobre Canetti, Cortázar, Calvino, Barral y otros escritores, muchas de ellas contadas mejor en otra parte, y en el que toda la sabiduría del editor parece que se reduce a la habilidad para corregir erratas.

El entusiasmo del entrevistador, acentúa la inanidad del conjunto. Así termina el prólogo: “Si yo no hubiera estado en medio de esta conversación, agitándola, la hubiera querido leer. Una regla de oro para publicar un libro es querer leerlo. Eso es lo que me ha pasado (me sigue pasando) con este que estoy proponiendo a la lectura de aquellos que quieran comprobar, como agua fresca, cuánta sangre editorial corre por las venas de este muchacho que cumplió 89 mientras hablábamos. Ríanse con él, que el devuelve la risa como quien da la mano a un nuevo amigo que se encontrara en la barra de un bar o en cualquiera de los paseos de las ciudades o de las miradas que retrató”. Literatura, solo literatura, en el mal sentido de la palabra, o publicidad engañosa..

9 comentarios:

  1. Disculpe, pero es difícil coincidir con su apreciación sobre Juan Cruz: ¿maestro de la entrevista? Bueno, no, es preciso leer con atención el resto de la reseña.
    Sobre Muchnik y su labor editora hay, como suele ser habitual, matices: léase Diario de un hombre pálido.
    Sobre Juan Cruz hay incontables testimonios sobre sus capacidades. ¿Más experto en ascensores que periodista? En fin, prudencia, cautela, elegancia...

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  2. Te empeñas en colocar al prócer canario como entrevistador. En este caso hace de conversador. El libro se titula Conversaciones, no Entrevistas. Es normal que el canario quiera hacer oír su trino. Que desafine o no es otro cantar. Egos revueltos no era un mal libro. Se podía leer. Aunque sin ganas de releerlo. A veces me pregunto cómo Juan Cruz cogió fama con Crónica de la nada hecha pedazos, una novela tibia, ni fría ni caliente. Aquí en las islas es una autoridad con mando en un premio importante de novelas. Dios mío.

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  3. Me encanta Juan Cruz.

    Buen pots. Un abrazo

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  5. Recuerdo que Rosa Montero y alguno más hacían este tipo de entrevistas "literarias", en "El País semanal". En los 80 me interesaban, ya no.
    En "La Nueva España" recuerdo las "Entrevistas en la historia" de Gracia Noriega. Pura ficción, claro. "Entrevistaba" a Pelayo, a Jovellanos, etc sobre el bable, el socialismo, el feminismo, y temas de la actualidad. Creo que está publicado en libro.
    Pasa mal el tiempo por ellas.
    Víctor Menéndez

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  6. No se... pero lo mismo pones demasiado bien a Juan Cruz. ¡Cuánto lees y qué paciencia tienes!

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  7. Escucho la publicidad que se hace de Fernando Aramburu, autor de "Patria". Mediocre hasta hasta la saciedad.
    Su nueva novela trata de un profesor de filosofía, que piensa en suicidarse.
    Ni Chanquete nos había hecho recapacitar tanto.
    En fin, no viene a cuento, pero si cuela ya está.
    ¿Esta quincalla la leen ociosos y ociosas? Eso sí, tiene muchas páginas.
    Dios nos coja confesados. No es literatura, al menos no es buena literatura.
    En la actualidad el lector traga, a la espera del avión. Menos en Kabul.
    Nunca se ha leído tanto y tan mal.
    Yo ya me confesé y apago la televisión.Muchos pecados veniales se convierten en pecado capital, por promiscuidad.
    A descansar. Victor Menéndez

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  8. Con cien cañones por banda, no cruza el mar sino vuela, nuestro querido Aramburu, publicado en Alfaguara.
    Durante el franquismo sufrimos la misma imposición. Por eso me cae bien Agustín García Calvo, al que no me canso de reivindicar.
    JLGM, en la época de "Jugar con fuego", también se gastó sus cuartos.
    Calidad y honestidad suelen ir de la mano, Victor Hugo no escribió "Los miserables" como cínico entretenimiento.
    Ni Dickens, ni Galdós, ni Balzac, ni Faulkner...escribieron a favor de la corriente. Podría citar muchos más.
    Pero para ser un perfecto cultureta, un poetastro, o un "iniciado",basta con leer lo que te muestran.
    Victor Menéndez

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  9. Juan Cruz es maestro en escribir sin ton ni son; acumula una palabrería insufrible en donde lo único que brilla es un ego de tamaño familiar. Por lo demás, es autor que a mi modo de ver necesita traducción, o mejor simplificación, de vacío y retórico que es. Claro que si se resumen sus centones, Juan Cruz se queda en nada, debido a que realmente no tiene nada que decir. Me parece completamente prescindible este producto de la factoría Prisa.

    Aramburu en cambio es un buen escritor. Tiene una larga trayectoria profesional que avala su buena pluma. Sus cuentos de "Los peces de la amargura", me parecen excelentes en lo ético y en lo estético. Y su novela "Patria" no será una maravilla, pero se lee de un tirón, y expone un cuadro serio y sólido de la barbarie del nacionalismo vasco radical, cierto es que con alguna concesión al tópico. Pero el mundo que retrata es tan bajuno que resulta difícil hacer literatura con semejante porqueriza. Ahora, que para tópicos, los de Alfaguara Atxaga, por ejemplo, una especie de Juan Cruz vasco y en vasco. Este señor llegó a decir que el conflicto vasco se solucionaría cuando los vascos aprendieran a volar. A volar, sí. No algunos vascos a no matar, no, sino todos a volar. Apaga y vámonos. Ante esto, Aramburu es Tolstói.

    Saludos.

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