jueves, 7 de abril de 2022

La lección de Maquiavelo

 

El poder
Pedro Baños
Rosamerón. Barcelona, 2022.

¿Puede sernos útil en el complejo mundo de hoy un libro escrito a comienzos del siglo XVI ? ¿Nos enseñarán algo las alianzas y los conflictos entre aquellos pequeños estados de la Italia del renacimiento y los reinos de Francia y España? ¿Qué podemos aprender de la trágica peripecia de César Borgia o de aquel Oliverotto da Fermo que inspiró un memorable poema a Manuel Machado? Cuando Maquiavelo escribió El príncipe, se encontraba desterrado en San Casciano, tras el retorno al poder de los Medici. Se lo dedicó a Lorenzo II de Medici, a quien insta en el epílogo a convertirse en el unificador y liberador de Italia: “La ocasión que se presenta es demasiado excelente para dejarla escapar y ya ha llegado el momento de que Italia vea rotas sus cadenas. ¿Con qué muestras de alegría y admiración no recibirán a su libertador estas desgraciadas provincias que gimen desde hace tanto tiempo bajo el yugo de una dominación odiosa?”

            Aunque no se imprimió hasta 1532, ya muerto su autor, comenzó a divulgarse a poco de su escritura, en 1513, y de inmediato fue motivo de escándalo. La intención de Maquiavelo era hablar “de cómo las cosas son en realidad y no como el vulgo se las imagina”. Su nombre ha dado lugar a un adjetivo peyorativo, maquiavélico, y sus lúcidas reflexiones se han simplificado en “el fin justifica los medios”. Maquiavelo, por primera vez, nos habla de cómo conseguir el poder político, y cómo mantenerse en él, sin las veladuras éticas y cosméticas habituales. Trata de contar las cosas como son, no como las presenta la propaganda de cada una de las partes.

            Pedro Baños, militar en la reserva, discutido analista político, ha leído atentamente a Maquiavelo y nos ofrece el resultado de sus reflexiones en El poder.  Las acompaña de una reedición de El príncipe en traducción de Daniel Tubau. Una traducción, por cierto, en la que encontramos algunos errores de bulto. El capítulo XXI está dedicado a Fernando el Católico y comienza así en esta versión: “A Fernando VI, que hoy es rey de España, se le puede considerar como un nuevo príncipe, porque de simple rey de un Estado pequeño se ha convertido en el primer rey de la cristiandad”. Podemos pensar que lo de Fernando VI en lugar de Fernando V de Castilla (Fernando fue rey de Aragón y de Castilla, pero Isabel, en contra de lo que se cree, lo fue solo de Castilla) es una errata, pero en realidad se trata de un desafortunado arreglo. El capítulo comienza de la siguiente manera: “Ninguna cosa hace estimar tanto a un príncipe como las grandes empresas y el dar ejemplos fuera de lo común. Nosotros tenemos en nuestro tiempo a Fernando, rey de Aragón, actual rey de España. Se le puede considerar un príncipe nuevo porque de ser un rey débil ha llegado a ser por fama y por gloria el primer rey de la cristiandad”. Más adelante leemos en la versión de Tubau que “de una manera bárbara y cruel expulsó a los moros de sus Estados”. Pero Maquiavelo no habla de los moros, que serían expulsados por Felipe III, sino de los “Marrani”, que es el nombre que él da a los judíos. Ya la dedicatoria “al magnífico Lorenzo de Medicis” incluye una errata que lleva a confusión al lector, al hacerle pensar —como probablemente pensó el traductor— que va dirigida a Lorenzo el Magnífico, que había muerto en 1492 y al que por ello difícilmente se le podía animar a la unificación de Italia. El original está dedicado “al magnifico Lorenzo di Piero de’Medici”, esto es, a Lorenzo II.

            El descuido de esta nueva edición de El príncipe hace que leamos al mediático Pedro Baños —hoy en el ostracismo por haberse atrevido a matizar la versión oficial del conflicto entre Rusia y la OTAN— con ciertas prevenciones. Pero su resumen de las ideas de Maquiavelo resulta sensato, didáctico y muy ajustado a nuestro tiempo y a cualquier tiempo, aunque en ocasiones suene quizá a libro de autoayuda. “Saber qué se debe hacer no implica saber cómo hacerlo”, “Que la suerte te encuentre trabajando”, “Los privilegios deben corresponderse a los méritos”, “Las prisas son malas consejeras” titula alguna de las subdivisiones de los capítulos. Echamos en falta esos ejemplos concretos tan abundantes en Maquiavelo. Ejemplos de cómo tanto ayer como hoy mismo idénticos hechos son considerados disculpables “daños colaterales” si los comenten los de un bando (el nuestro) e imperdonables “crímenes de guerra” si son atribuidos al otro bando. Fácil resulta imaginar muy recientes casos de líderes que podrían ejemplificar el capitulillo “Nunca desperdicies una crisis grave”, en el que se glosa una oportuna cita de Maquiavelo: “A un príncipe le conviene buscar enemigos que le obliguen a salir de una peligrosa inercia y le den ocasiones para ser admirado y querido por sus súbditos, tanto los leales como los rebeldes”.

            Al final de cada capítulo, suele dedicar Pedro Baños unas líneas al “mundo virtual”, a los efectos de Internet en las relaciones políticas, y ahí suele dar muestras de una cierta ingenuidad: “Hoy no solo los vencedores escriben la historia. Una imagen de métodos atroces puede servir para desacreditar a los vencedores y perder el apoyo de la opinión pública. Por eso debemos luchar para conseguir una geopolítica humana, para que la opinión pública sea precisamente eso: más pública que nunca”.

            Hace falta algo más que una imagen para perder el apoyo de la opinión pública, hace falta que los medios de comunicación reiteren esa imagen en las portadas y la reproduzcan una y otra vez los noticiarios televisivos. Y nunca lo hacen con las imágenes que dañan a quienes los controlan en cada momento.  Siempre, en cualquier conflicto, la razón está de nuestra parte, y pobre del que se atreva a poner algún reparo y concederle, aunque solo sea parcialmente, alguna razón al “enemigo”. Pedro Baños sabe de ello, como lo sabe cualquiera que se atreva a llevar la contraria a la verdad oficial. Maquiavelo lo vio claro y por eso sigue tan vigente hoy como ayer.

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