jueves, 7 de julio de 2022

Jardín de Oriente y Occidente

 

Galería de arte primitivo
Martín López-Vega
Mixtura. Barcelona, 2022.

Un poema traducido, si el resultado sigue siendo un poema, tiene siempre dos autores: el autor del original y el traductor. Las odas de Horacio o las églogas de Virgilio traducidas por fray Luis de León son de Fray Luis de León sin dejar de ser de Horacio y de Virgilio. ¿De quién son los poemas, tan inconfundiblemente suyos, que Martín López-Vega incluye en Galería de arte primitivo? Algunos solo suyos. En el prólogo reconoce dos, uno de los cuales, el que dedica a Nacho Vegas, que lo utilizó en una canción, es de los más sugerentes de la colectánea: “No te extrañes si cada mañana / despiertas con los pies cansados. / has estado toda la noche / caminando descalza por mis sueños”. El lector atento sospecha que hay alguno más. Cuesta creer que el erotismo juguetón de “El pez dorado”, por citar un ejemplo, corresponda efectivamente al antiguo Egipto.

            Los poemas que se incluyen en Galería de arte primitivo (un título más adecuado sería Galería de arte antiguo) se escribieron en más de una docena de lenguas, de ninguna de las cuales hay constancia de que sea conocida por Martín López-Vega. ¿Desmerece ello el volumen? En absoluto, pero obliga a considerarlo más como obra propia elaborada con múltiples fuentes que como traducción. Explica eso los sorprendentes parecidos entre poemas escritos en lugares distantes y con tantos siglos de diferencia.

            La primera sección del libro, “Cantos a la orilla del agua”, incluye textos anónimos de los pueblos llamados “primitivos” (un término que hoy se pone en cuestión), como los esquimales o los nativos americanos. Varios de ellos tratan de mitos fundacionales: “En los primeros tiempos, al inicio de todo, / cuando hombres y animales vivían juntos en la tierra, / una persona podía convertirse en animal si quería / y un animal podía convertirse en persona”.

            La poesía china ocupa dos secciones, una dedicada a varios autores y otra solo a Li Bai, con una selección de los textos publicados recientemente en Recostado sobre las nubes. En el epílogo a ese volumen, nos permite Martín López-Vega asomarnos a su taller de traductor indirecto. El más célebre poema de Li Bai (antes conocido como Li Po), “Bebiendo solo bajo la luna”, se nos ofrece traducido al italiano, al inglés, al francés y también en varias versiones al español. Todas ellas le sirven para elaborar la suya.

            A los poemas chinos, les sigue “Luna de papel”, subtitulado “Abanico de poesía japonesa”. En la selección de López-Vega no se distinguen demasiado los poemas japoneses de los chinos: abundan los lamentos por la ausencia de la tierra natal, las quejas de la enamorada, las despedidas; también la niebla, los caminos solitarios y las barcas que dejan una estela que no tardará en borrarse. Incluyen estas lunas de papel un puñado de haikus, alguno bien conocido, como el de Arakida Morikate: “¿Qué es eso? ¿Una flor / que vuelve volando al árbol? / ¡No! ¡Una mariposa!”

            La atmósfera sentimental y melancólica de estos poemas está bien conseguida, pero a veces el lector atento tropieza con alguna incoherencia y le gustaría saber si ya se encuentra en el remoto original o si se debe a algún despiste del autor de la versión. Un ejemplo puede ser el poema “Como lo viste por última vez”, que se atribuye a Somo No Omi Ikuha: “Todo el mundo dice / que mi cabello está ya demasiado largo. / Lo he dejado / como lo viste la última vez / desenredado por tus dedos”. En otra versión, que parece más lógica (los poemas tienen su lógica interna), puede leerse: “Todo el mundo me reprocha / que no peine mis cabellos. / Los he dejado / como los viste por última vez / desenredados por tus dedos”. El cabello, si no se corta, no permanece igual.

            La sección siguiente, “Una casa sin paredes”, reúne poemas de la India. A algunos lectores puede sorprenderles encontrarse, como en las secciones anteriores, con el horaciano “carpe diem”, pero es un tópico universal que no falta en la poesía de cualquier tiempo: “Entrégate a todo amor, hermosa joven, / pues día a día huye la juventud”.

            Termina el plural volumen con “Los dones de las musas”, dedicado a los poetas de las Grecia clásica, de Safo (los versos que se le atribuyen no figuran en las ediciones habituales de su poesía) a Calímaco. A veces encontramos algún coloquialismo sorpresivo (“Conozco dos hermanos que me adoran, / pero no sé por cuál decidirme. / Uno es muy tímido; el otro, un lanzado”) o un insólito eco borgiano: “Solo por un tortuoso camino / llegamos los hombres a la mansión de las sombras. / Cuando más rápido lo recorramos / antes llegaremos a nuestra meta, el olvido” (en “A un poeta menor”, Borges escribió: “La meta es el olvido. / Yo he llegado antes”). Pero ya se sabe que un autor crea a sus precursores.

            En la estela de Jorge de Sena, Octavio Paz, José Emilio Pacheco y tantos otros poetas, Martín López-Vega comienza a poner orden —hasta donde eso es posible— a sus innumerables versiones de poemas ajenos con esta Galería de arte primitivo, primer volumen de una serie que llevará el título, tan apropiado, de La biblioteca de Alejandría. Son libros a la vez muy personales y colectivos a los que nunca nos cansamos de volver.

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