jueves, 22 de diciembre de 2022

Vida y delirio

 

 

En tierra de nadie
Gabriel Albiac
La Esfera de los Libros. Madrid, 2022.

Ningún hombre es de una pieza, como es bien sabido, y menos que ninguno Gabriel Albiac, catedrático de filosofía, estudioso de Spinoza, activo periodista, contundente panfletista. En tierra de nadie ha titulado su autobiografía, escrita con brillantez y brío literario, pero él no parece que estuviera mucho tiempo en tierra de nadie, siempre supo de qué lado ponerse y a quién defender con todas sus fuerzas.

            En 2003, según nos cuenta, decidió abandonar el diario El Mundo, que había contribuido a fundar y en el que había llevado a cabo una eficaz campaña para desenmascarar a los GAL, porque le censuraron uno de sus artículos. En ese artículo —que reproduce— afirmaba cosas muy sensatas: “Nunca dejes que la realidad te arruine un buen titular. Todo estudiante aprende en la facultad que ese es el pilar del periodismo que vende. Nunca dejes que unas declaraciones aburridas te arruinen un titular en letras gordas”. Eso fue lo que al parecer le ocurrió con unas declaraciones sobre la guerra de Irak, manipuladas en el diario. Tras un titular que las presenta como “argumentos a favor de la guerra”, se reproducen sus palabras que “dicen exactamente lo contrario de lo que el titular dice que dicen”. Y añade: “A mí me pagan por razonar. No por dar doctrina”.

            Veamos cómo razona Gabriel Albiac: “Mi habitación en la Maison de Cuba parecía un horno: bendita calefacción francesa: son las ventajas de no haber fulminado las centrales nucleares por la pura cobardía de Felipe González tras el asesinato por ETA del ingeniero jefe Ryan en Lemóniz”; Fidel Castro fue un “subnormal barbudo”; comparado con el islamismo “Adolf Hitler sería un avanzado de las libertades públicas”.

            Pero En tierra de nadie es algo más, bastante más, que un vehemente panfleto, que una crónica de la lucha entre la bestia —el islam— y el ángel, el estado de Israel, “la sola Europa que nos queda”, el único territorio no invadido por la barbarie.

            Gabriel Albiac, con un estilo sincopado y una alternancia de tiempos muy cinematográfica, comienza hablándonos de su ingreso en la universidad, el año 1967, y en la militancia política. Cuenta con eficacia las ilusiones del 68, su descubrimiento de la filosofía y de París, su admiración por Althusser, al que seguiría fiel hasta el final. Y se refiere, con emotiva sobriedad, a sus orígenes familiares: el padre fue uno de los sublevados en Jaca, represaliado del franquismo. Hay mucho de novela en la vida de Albiac. Su primera pareja era hija de Julián Grimau, fue testigo de algunos acontecimientos cruciales del siglo XX, como la caída del muro de Berlín o el hundimiento del régimen de Ceaucescu, pasó un temporada de vagabundeo solitario en Grecia, se dedicó a callejear por París durante un año sabático. Vivió intensamente los años ochenta y nos deja precisos testimonios de algunos de los conciertos a los que asistió entonces, inolvidables hitos generacionales, y de otras heridoras anécdotas como aquella vez que le visitó Eduardo Haro de madrugada acompañado de una oronda mujer que acentúa su escualidez: “Perdona que te dé el coñazo a estas horas, Gabriel. Ando fatal. ¿Podrías prestarme unas pelas para el caballo…?”. Eduardo Haro había escrito “algunos de los más lúcidos alegatos contra el imperio letal de la heroína en el Madrid de los ochenta”, pero él mismo no podría contra ella.

            La autobiografía de Albiac es también un retrato generacional. Y muchos se reconocerán, nos reconoceremos en ella, hasta en mínimos detalles, como aquella sorpresa al enterarse por la mañana de los últimos fusilamientos del franquismo, en septiembre de 1975, tras la información del día anterior sobre el Consejo de Ministros, que daba a entender que se habían concedido los indultos.

            Pasamos de la admiración a la indignación varias veces a lo largo de estas páginas. También hay lugar para cierta burlesca incredulidad. Al ingresar en el partido comunista, en 1971, “tras una larga deriva por partidos maoístas”, quiso dejar claro ante los responsables sus ideas al respecto; reproduce “los términos literales” de sus palabras: “Pido la entrada por riguroso pragmatismo. La línea del Partido me parece errónea de arriba abajo: todo acabará mal si no se modifica esencialmente”. La respuesta que le dan es todavía más inverosímil: “No es problema. Muchos en la organización piensan lo mismo”. ¡Y ese era el partido férreamente estalinista que no dejaba margen para la discrepancia! Y por si fuera poco, añade el que aspira a ser nuevo militante: “Santiago Carrillo me parece un personaje siniestro. Vendería a su madre —y, por supuesto, al Partido— por una pizca de poder. Y los vendería a quien fuese. Siempre que pagara al contado, claro”.

            Con lo que gana Albiac como catedrático de universidad no tiene, nos dice, ni para pagar el carísimo colegio privado de sus hijas. No puede por eso abandonar el periodismo. Tras pasar por La Razón, acaba recalando en el ABC. Cuando recibe el premio Mariano de Cavia, que para él es como ingresar en el Olimpo, dedica una enfervorizada crónica a describir el acto de entrega y parece poner los ojos en blanco al ingresar en una nómina en la que están Pérez de Ayala, Chaves Nogales, Julio Camba y todos los grandes del periodismo español. Olvida que entre los galardonados se encuentran también José Cuartero, José Andrés Vázquez, Horacio Sáez Guerrero y otra porción de ilustres desconocidos o de conocidos no demasiado prestigiosos, como Ricardo de la Cierva.

            El fervor comunista que un tiempo tuvo Albiac se ha convertido, como el de tantos, en visceral anticomunismo. Pero el anticomunismo ya es casi tan reliquia, como el comunismo. El odio de Albiac se ha trasladado a la izquierda española —primero a los gobiernos de González y Zapatero, luego al actual “contubernio bolivariano”— y sobre todo al islam, en guerra desde 2001 contra el mundo civilizado. La irracional islamofobia de Albiac no parece tener límites: el Islam es “mil veces más exterminador que el nazismo”. Algunas muestras de su paranoia nos harían sonreír si no sirvieran para justificar el terrorismo de Estado de ciertos países. Él y su pareja pasan unos días felices en un rincón paradisíaco de las Islas Mauricio, con playas “salvajemente inaccesibles “para los que no han pagado las cuotas, para los de aquí impensables, que pagamos los europeos”, y deciden visitar el cercano puerto indígena. De pronto, alzan los ojos y ven “un batallón de hombres solos, con túnica, chilaba y atavío capilar inequívocamente musulmanes” que los contemplan “con un odio frío”. Y escapan a su refugio: habían olvidado que Mauricio es tierra islámica. Todavía no había ocurrido el atentado de las Torres Gemelas, pero el perspicaz turista de lujo —unas vacaciones en la miseria de los demás, diría Julián Rodríguez—  ya lo vio en los ojos de aquellos hombres “inequívocamente musulmanes”, esto es, malvados.

            Frente a la figura diabólica de los musulmanes, Albiac ha creado un identidad angélica: Israel. La menor insinuación —y hay más que insinuaciones en Naciones Unidas— de que pueda estar cometiendo crímenes de guerra contra los palestinos es una muestra de antisemitismo. Gabriel Albiac, que afirmaba que le pagaban por pensar, no por impartir doctrina, ha abdicado de pensar. No sabemos la razón. Podemos quizá suponerla recordando que, como catedrático de universidad, apenas si ganaba para pagar el carísimo colegio privado de sus hijas; el periodismo —cierto periodismo— parece estar mejor remunerado.

15 comentarios:

  1. Ciertamente la deriva de Albiac nos es familiar. No hacía falta hacerles demasiado caso entonces: maoistas, troskistas, euro comunistas, colgados de la movida (tipo Berlanga Jr. o Álvaro Urquijo o Michi Panero)...y, si supervivientes, fachas.
    Como tú sabes, a mi me aburrian y aburren. De Albiac ni me acordaba. Tengo para mi que es un infeliz, en el más preciso sentido.
    Con lo que se está de acuerdo, ¿a qué abundar? Sus paranoias no me interesan.
    Ay, que bajo ha caído la "intelectual idad".
    Salud

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  2. ¡Qué vergüenza, José Luis, con lo que tú has sido! Te estás convirtiendo en el Padre Ladrón de Guevara (y sus “NOVELISTAS -o escritores- BUENOS Y MALOS”) del siglo XXI. Has dejado atrás la crítica literaria y te dedicas ya a la crítica visceralmente “religiosa”, es decir, ideológica. Tras Andrés Trapiello, Jon Juaristi, Fernando Savater, Félix de Azúa, Gustavo Bueno, entre otros “impresentables”, le toca ahora a Gabriel Albiac. El próximo de tu “colección” debiera ser Antonio Escohotado. Te leeremos. ¡Ánimo!

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  3. José Luis, ¿Cómo que “ningún hombre es de una pieza”? Tú sí. Un tarugo intelectual, cada vez más a menudo (aunque sea mucho resumir). Pero de una sola pieza.

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  4. José Luis, tú eres más de los Constantinos Bértolo que de los Gabrieles Albiac. Los Bértolo te provocan lecturas apacibles y tienen en ti efectos relajantes, reconstituyentes, incluso diuréticos. Los albiac, sin embargo, si los lees, abundan en efectos crispantes e inflamatorios y te desbaratan el colesterol, te suben la presión arterial y te producen cortacircuitos en las mismísimas neuronas cerebrales (quizás por la mucha indignación acumulada). Reduce el consumo de los Albiac al mínimo y ponte morado (¡morado! fíjate) de Constantinos Bértolo, que en tu caso no tienen contraindicación ninguna. ¡Cuida tus lecturas!

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  5. Je, je, admirado Abelardo. No seas impaciente. Lee las memorias de Albiac (tiene muchos capítulos apasionantes) y luego hablamos.

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  6. Soy todo paciencia, admirado José Luis. Por eso te sigo leyendo y por si me llega algo de tu luz.

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  7. Pero no es lo mismo, paciente amigo, leer los dos folios de mi reseña que las cuatrocientas páginas del libro que comento.

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  8. Pues debiera ser lo mismo. Una de las virtudes del buen crítico es que sus dos folios de reseña equivalgan, aproximadamente, a las cuatrocientas páginas del libro reseñado.

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  9. Ya veo que tu revista favorita era "Selecciones del Reader's Digest", Abelardo. Ciertamente así se gana mucho tiempo.

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  10. ¿Cuáles son para ti, Martín, los capítulos más interesantes? En mi caso prescindiria de su adolescencia troskista, de su paso por el PCE, de su esnobismo ochentero con el gay-glam, de sus amistades peligrosas (tipo Haro Ibars), aunque compartidas con Luis Antonio de Villena y el inefable Mariano Antolin Rato.
    "La sinagoga vacía " tiene interés, aunque Spinoza da bastante juego. En la Universidad de Oviedo teníamos a otro gran especialista,Vidal Peña, al que tú conoces, pero no sé si habrás leído.
    ¿Son amenas las aventuras de Albiac por Ámsterdam y Grecia? Quizá.
    "Adversus socialistas" es la obra a la que le debo cierta simpatía. Corre el año 1989 y, en algunos sectores educativos y universitarios, se muestra el hastío del "rodillo socialista". Por entonces el MECD (o como se llamase), había descatalogado el "Simploke" de Gustavo Bueno como libro de texto.
    Giro a la derecha, quedaban años para la fundación de la Alianza Para la Defensa de Nación Española, la charla de Bueno en Bilbao a la que asiste un jovencito del PP llamado Santiago Abascal y la aparición de Vox. Pronto se unen juristas altos funcionarios, etc.
    Hasta ahora.
    Salud.

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  11. ¡Cómo se ve que me conoces bien, José Luis! No se te puede ocultar nada

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  12. Bueno, no es el único caso de oxidación. Savater, sin ir más lejos, se ha convertido en alguien que a veces da vergüenza leer. Es frecuente con la edad. Podrían renunciar a sus lamentables maoismos sin convertirse en la versión actual no menos lamentable. Pero no. A qué medias tintas, hombre...

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    1. El caso de Albiac es distinto. No es que se haya vuelto muy de derechas, que eso es tan legítimo como lo contrario, es que parece haberse convertido en un propagandista a sueldo del estado de Israel, en un enemigo acérrimo de todo lo que tenga que ver con el Islam. Dan un poco de miedo sus declaraciones.

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    2. Sus declaraciones u opiniones (sic) ya daban miedo cuando escribía en El Mundo, libelo que como nadie es perfecto yo leía en aquella época. Miedo, a veces risa o indignación. Y lo peor de todo es que no era un indocumentado. Hay una cosa que hizo bien Aznar: captar a intelectuales de izquierda para paliar la "pertinaz sequía" neuronal de la derecha.

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  13. Lo que yo me temo de Albiac es que, ebrio de tantos estudios hebreicos, se ha vuelto sionista, que no es lo mismo que filojudio.
    El Islam, entendido como un todo, es el gran enemigo de occidente.
    Templanza cristiana nunca le ha sobrado.

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