jueves, 20 de julio de 2023

Obsolescencia no programada

 

Gabriel Zaid
Los demasiados libros 1972-2022
Debate. Barcelona, ​​2023.

Gabriel Zaid publicó en 1972 un libro sobre el libro que se hizo inmediatamente famoso: Los demasiados libros. Múltiples veces reeditado, convertido a muchas lenguas, medio siglo aparece después en edición conmemorativa. ¿Sigue conservando interés o se ha convertido, a pesar de sus continuas revisiones, en mera arqueología?

            Gabriel Zaid, nacido en 1934, no ha estudiado humanidades, sino ingeniería y administración de empresas. Al hablar de los libros, tenía un enfoque distinto del habitual, aparentemente más científico, con muchos números y tantos por ciento, y a eso se debe en parte su éxito. Veamos como ejemplo una de sus llamativas paradojas: “Los libros se publican a tal velocidad que nos vuelven cada día más incultos. Si alguien lee un libro diario (cinco por semana), deja de leer 4000 libros publicados el mismo día. Sus libros no leídos aumentan 4000 veces más que sus libros leídos. Su incultura, 4000 veces más que su cultura”. Pero ¿desde cuándo tiene que ver la cultura con el número de libros leídos, sean estos del tipo que sean, novelas de espías, poesías, manuales o devocionarios?

            De un capitulo a otro, insiste Zaid en esas falaces estadísticas: “Si en el momento de sentarse a leer, se suspendiera la publicación de libros, necesitaríamos 300.000 años para leer los ya publicados. Si nos limitáramos a leer la lista de libros y autores, se necesitaría casi veinte años. Cuando pensamos que los libros deberían ser leídos por todos, no pensamos. La simple capacidad física de lectura hace imposible esto para más del 99'99 % de los libros que se escriben”.

            Gabriel Zaid pierde el tiempo rebatiendo con buenos argumentos matemáticos, un disparate que a nadie se le ha ocurrido jamás: que el ideal sería que todos los lectores leyeran todos los libros publicados.

            Para contradecir a los profetas que hablan de la desaparición del libro, nos ofrece peregrinos argumentos. Así, los libros podrían ser “hojeados”, pero no el cine ni la televisión: “En una pantalla de cine o televisión no es posible ver lo que sigue, o volver atrás para comprender mejor, o parar un momento para reflexionar. Algo de esto es posible en un devedé, pero no 'hojear' la película”.

            Dejando aparte que ya es posible parar una película o cualquier programa televisivo para reflexionar o ir al baño, y avanzar rápidamente para descubrir quién es el asesino en un filme policíaco demasiado largo, ¿qué sentido tiene comparar los libros con el cine o la televisión? ¿Y por qué no con los conciertos o el boxeo? Son cosas distintas, aunque pueden a veces servir para lo mismo: informar, entretener.

            Incluso encuentra ventajas Zaid en las tradicionales enciclopedias impresas frente a las virtuales: “En la práctica, para una consulta rápida, tomar el disco, llevarlo a la máquina (si está desocupada), encenderla o cambiar de un programa a otro, puede ser más trabajoso que tomar el volumen impreso y consultarlo directamente. Además, en una biblioteca, dos o más personas pueden usar la misma enciclopedia (en tomos diferentes) al mismo tiempo, cosa imposible con el disco”.

            Qué rápido se han convertido en arqueología todas esas modernidades frente a las cuales defiende Zaid la superioridad del libro. Son anteriores a la aparición de los ordenadores portátiles y de los teléfonos inteligentes que permiten la consulta al instante y desde cualquier lugar.

            Resulta un poco cruel seguir enumerando antiguallas en un volumen presuntamente puesto al día. “Los libros no requieren cita”, escribe Zaid. En cambio, “para ver un programa de televisión, hay que estar disponible a cierta hora o dejar disponible la videograbadora. En cambio, el libro se somete a la agenda del lector: puede estar disponible donde quiera y cuando quiera”. Exactamente igual que la televisión bajo demanda en las diversas plataformas.

            Otra ventaja de los libros es que son baratos: “Millones de lectores pueden comprar una colección de libros clásicos, pero no una colección de cuadros equivalentes”. Desde luego, comprar una colección de cuadros de Velázquez, Rubens o Tiziano no está al alcance de cualquiera. Salvo que se trate de reproducciones, claro. Pero Zaid no entra en esos detalles.

            De los libros electrónicos habla poco, parece que el invento le llegó demasiado tarde. Y son ellos el rival del libro en papel, no el cine o la televisión, tan rivales como el fútbol o las excursiones al campo o el trabajo. Una cosa es que el tiempo que podemos dedicar a leer lo dediquemos a otra cosa que nos apetece más (o que nos resulta obligatoria) y otra que aquellos contenidos que encontramos en el libro impreso (que solo es un contenedor de obras literarias, filosóficas o de otro tipo) se nos ofrezcan por otros medios. Zaid –cosas de la edad, supongo-- encuentra una gran ventaja en los libros digitales: “el tamaño de la letra en la pantalla puede aumentar si el lector lo necesita”.

            Pero no todo es obsolescencia no programada, y algo maquillada, en este libro que nos sorprendió en 1972 y que hoy tiene un encanto “vintage”. También abundan las buenas ideas sobre la edición, sobre la complementariedad entre las grandes y las pequeñas tiradas. No todos los libros tienen que llegar a miles o millones de lectores. Algunos cumplen su función con llegar a unos pocos cientos. Si se ajustan la oferta y la demanda, lo minoritario puede ser rentable, además de imprescindible.

            Para Zaid la cultura es conversación, “una conversación que nace, como debe ser, de la tertulia local; pero que se abre, como debe ser, a todos los lugares y a todos los tiempos”. Publicar –dice el mejor Zaid, el que no se entretiene en paradojas numéricas-- es poner un libro en medio de una conversación y organizar una editorial, una librería, una biblioteca “es organizar una conversación”.

            No conviene, sin embargo, confundir el continente, el libro en papel, con el contenido, sea la Iliada, la Odisea o un manual de agricultura. Importa lo segundo; lo primero solo en tanto que es útil y cómodo. Si algún día desaparece el libro en papel, como desaparecieron las tablillas sumerias y el fax, será solo porque se encontró un medio mejor de difundir los textos y de facilitar su lectura.

           

4 comentarios:

  1. Visto lo visto, leído lo leído, por lo que dices, una reseña absolutamente prescindible. Pero no menos prescindible que el libro reseñado.

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  2. Con la de libros que hay de los que merece la pena hablar

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  3. ¿Y por qué no merece la pena hablar de un libro que se ha editado numerosas veces y traducido a varias lenguas? Su autor, en uno de los ensayistas mexicanos más destacados, colaborador de Vuelta y Letras Libres.

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