Luis García Jambrina
El primer caso de Unamuno
Alfaguara. Barcelona, 2024.
Luis
García Jambrina, después de convertir a Fernando de Rojas, el autor de La
Celestina, en protagonista de una serie de enigmas policiales en la
Salamanca del Renacimiento, inicia un nuevo ciclo con Miguel de Unamuno
convertido en émulo de Sherlock Holmes.
Profesor de la Universidad de
Salamanca, autor de numerosas publicaciones académicas, director de la revista Cuadernos
de la Cátedra Miguel de Unamuno, García Jambrina es un buen conocedor del
escritor que convierte en protagonista de un relato de ficción y de la ciudad
que sirve de escenario.
Aunque
en la primera línea del capítulo inicial, nos encontramos con un implícito homenaje
a La Regenta (“La levítica ciudad dormía el sueño de los justos”), no
hay ningún exceso de pedantesca erudición en el texto. A Unamuno le sentimos
revivir en estas páginas que tienen el acierto de comenzar con una polémica
real, la que en 1905 le enfrentó con Ramiro de Maeztu cuando los habitantes de
un pueblo salmantino expresaron su deseo de emigrar colectivamente a Argentina.
El descontento de los campesinos con la expropiación y venta de los bienes
comunales, la crisis de la España rural, que viene de lejos está muy bien
recogido en estas páginas. Y el crimen que resolverá Unamuno, inspirado en otro
que tuvo lugar en un pueblo cercano, Matilla de los Caños, resulta
adecuadamente intrigante.
Un acierto el personaje de la
anarquista catalana, vagamente inspirada en la protagonista del libro de
Unamuno que lleva su mismo nombre, Teresa, quizá el menos valorado de
los suyos, rimas de amor, al modo becqueriano, publicadas en 1924 como un modo
de contrarrestar el vanguardismo de la nueva literatura. Más interesante que
los poemas resultan la introducción, las notas finales y el epílogo, donde
Unamuno divaga a su manera sobre esto y lo otro y termina arremetiendo –el
libro se concluyó en septiembre de 1923-- contra la recién instaurada dictadura
militar. El presunto autor de los poemas de Teresa, Rafael, es un
exfuturo de Unamuno, alguien que habría podido ser él si la vida no le hubiera
llevado por otro camino. La Teresa de los años veinte sería, en una no
demasiado forzada hipótesis de García Jambrina, la transfiguración de la Teresa
que Unamuno conoció en 1905 y por la que a punto estuvo de romper su militante
monogamia. Es un personaje de ficción, como nos aclara la nota final, pero eso
no impide que resulte atractivamente verdadero.
El primer caso de Unamuno habría
sido mejor novela si García Jambrina hubiera resistido la tentación de
acercarse demasiado en algunos pasajes a la literatura popular o a las series
televisivas. Un poco forzada resulta la comparación con Sherlock Holmes, del
que el propio Unamuno se declara secreto admirador. Al tratar de descubrir a
los autores de un crimen para salvar a unos campesinos acusados injustamente,
sin importarle los problemas que eso le acarrea, Unamuno se comporta más como
don Quijote que como el detective inglés. La acción transcurre además en 1905,
el año del centenario, el de la publicación de Vida de don Quijote y Sancho,
y es un buen momento para iniciar las aventuras de Unamuno como caballero
andante, algo que de alguna manera siempre fue.
Pero ese es un reparo menor
comparado con la liberación de Unamuno y Teresa, secuestrados por un empresario
que pretende asesinarlos fingiendo un crimen pasional: “De repente, se oyó cómo
la puerta de metal que daba a la calle se abría con gran estrépito y dejaba
libre el paso a varios agentes de policía, que en seguida tomaron posiciones en
el interior de la nave sin que Daniel Llorente ni sus hombres tuvieran tiempo
de reaccionar”. Es esa una escena que seguramente habrá visto García Jambrina
en muchos telefilmes de sobremesa, pero que resulta completamente inverosímil
en la Salamanca de 1905, sobre todo si tenemos en cuenta las circunstancias en
que se produjo el secuestro y la denuncia (las dos cosas, por cierto, en la
misma mañana del día de la liberación: eso es eficacia policial).
La detención del asesino también nos
hace sonreír y es como un descosido, incluso estilístico, en esta por lo demás bien
urdida historia. Unamuno le persigue “a grandes zancadas”, le disparan y “no le
quedó más remedido que arrojarse al suelo mientras el otro emprendía la huida”.
Luego se pone en pie y corre con más energía: “Una vez que lo tuvo a su
alcance, le lanzó el bastón a los pies para que tropezara y rodara por el
fango. A continuación, se enzarzaron en un forcejeo cuerpo a cuerpo y, tras
varios intercambios de golpes, Unamuno logró inmovilizarlo en el suelo. Con
cuidado, se quitó el cinturón y le ató las manos por detrás de la espalda”. Y
mientras llega la Guardia Civil convence con buenas palabras al asesino para
que le cuente todo (aunque luego quien termine de contarlo, rompiendo la lógica
narrativa, sea un narrador en tercera persona): “Yo no soy agente ni juez; de
modo que su declaración no servirá para inculparlo ni tendrá ningún valor
jurídico si no hay pruebas materiales de ello. Tan solo quiero saber lo que
pasó; creo que me lo merezco –argumentó don Miguel jadeando”.
Lo que nos merecemos los lectores,
después de un comienzo tan prometedor y de un protagonista tan fascinante, es
que García Jambrina no termine su historia como una apresurada novela de
quiosco, incluso en la simplona redacción. En las siguientes entregas de la
serie debería tener claro a qué tipo de público se dirige y esforzarse por no
defraudar a ese lector ilustrado de principio a fin.
No sé dónde habrá visto eso de quitarse el cinturón para maniatar al malo, se te caen los pantalones. Y lo del bastón muy bueno.
ResponderEliminarPoner un literato o artista de detective está de moda, pero creo que ningún lector maduro e ilustrado va a leerlo. En la playa por el verano.
Un saludo
Ah sí, Chuck Norris.
ResponderEliminarAbraham Lincoln cazador de vampiros.
ResponderEliminarPues en tan filantropica tarea se le ha unido La Regenta, el personaje clariniano. "La Rexenta contra Dracula", en asturiano, se titula un cómic que acabó de ver por ahí.
EliminarEs una novela, perdón.
EliminarSe lee bien, sobre todo por la fotografía que hace de esa España corrupta del reinado de Alfonso XIII y la cuestión agraria. Pero está llena de peripecias inverosímiles (como las que reseña JLGM y varias más) y personajes de cartón piedra. Lo mejor, el retrato de Unamuno. Para fans del rector salmantino.
ResponderEliminarYo lo soy, por eso no me perderé las futuras entregas de la serie (si la edición se vende, que diría Espronceda).
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