Juan Cruz Ruiz
Secreto y pasión de la literatura
Tusquets. Barcelona, 2025.
La
literatura –incluso la gran literatura-- puede convertirse en un negocio
rentable. De la industria editorial, viven un puñado de escritores y una gran
cantidad de personas con variados oficios, todos ellos relacionados con la
palabra escrita: impresores, correctores, libreros.
En
ese mundo, desde hace más de cuarenta años, Juan Cruz ha ocupado uno de los
papeles más influyentes como periodista cultural en El País (ahora en
Prensa Ibérica) y como editor en Alfaguara. Nunca fue una estrella, pero estuvo
cerca de todas las estrellas literarias de las últimas décadas y de todas tiene
algo que contar.
¿De todas? De todas, no. En Secreto y
pasión de la literatura, secuela de un exitoso anecdotario anterior, Egos
revueltos, no hay, o no hay apenas, poetas. Podríamos pensar que ello se
debe a que el nuevo libro es un encargo de la editorial en que aparece, y a
promocionar a los autores de la casa y a glorificar a sus fundadores, Toni López
y, sobre todo, Beatriz de Moura, se dedica. Pero Tusquets no es solo la
editorial de Landero, Cercas o Almudena Grandes. También publica una colección
de poesía que incluye a algunos de los más destacados poetas contemporáneos, de
Francisco Brines a Eloy Sánchez Rosillo. Juan Cruz, sin embargo, aunque
menciona, como asistentes a una fiesta, a Antonio Colinas y a Juan Luis Panero,
no se ocupa de los poetas, que pueden dar prestigio al catálogo de una gran
editorial, pero nunca contribuirán a sanear las cuentas.
Tal limitación, el centrarse en un
aspecto del mundo literario, no disminuye el interés de esta miscelánea, más
bien lo aumenta para una mayoría de lectores, ya que solo se disfruta con el
cotilleo cuando se refiere a autores que nos resultan familiares. Conviene
señalar, sin embargo, que la literatura no está hecha únicamente de grandes
ventas, contratos millonarios, editores que miman a unos pocos autores –su
gallina de los huevos de oro-- organizándoles multitudinarias fiestas de
cumpleaños o enviándoles inmensos ramos de flores o, más prosaicamente, “una
caja llena de paquetes de fabes de Asturias, productos de categoría,
distintas clases de arroces y garbanzos”, como cuenta Fernando Aramburu.
Juan Cruz no se atiene al encargo,
afortunadamente, y junto a la promoción de los autores de Tusquets y al
incensario constante y algo agobiante de sus fundadores, vuelve a traer a
colación los recuerdos de su etapa en Alfaguara y en El País. Añade
además abundantes pasajes autobiográficos: su nacimiento en una casa sin
libros, su temprana voracidad lectora, su primer viaje a una Barcelona que le
deslumbró, el retrato agradecido de sus primeros maestros, como Domingo Pérez
Minik.
No siempre la generosidad y la
capacidad de admiración de Juan Ruiz fue bien recompensada o siquiera
agradecida. No faltó quien le viera como una especie de chico para todo del
mundo de las letras, de asistente personal de grandes autores, de periodista
cultural al servicio de determinadas editoriales. Un recuento de desdenes y
malentendidos varios encontramos en “Fe de erratas”, donde no duda en repetir
la frase venenosa que le dedicó Antonio Gala (ese autor que pasó, ya en vida,
de la cima a la sima): “Todo tú eres una errata”. Y parece que no solo
maltrataba con su lengua el endiosado y brillante Gala. Se cuenta que una vez
le vieron recriminar a bastonazos a su secretario porque no había atendido con
suficiente rapidez a un encargo suyo.
Este libro de recuerdos es también,
y quizá principalmente, un libro de entrevistas. Juan Cruz rescata algunas
antiguas entrevistas y les añade otras realizadas especialmente para este
libro. De Javier Marías nos encontramos con la primera que concedió, a los
diecinueve años, tras la publicación de Los dominios del lobo, y en ella
ya está él entero y verdadero. Bastantes de estas entrevistas resultan
ejemplares, como las dedicadas a Almudena Grandes, Leonardo Padura o Cristina
Fernández Cubas. Por cierto –hago aquí un inciso--, recuerdo que cuando le
dieron el premio Príncipe de Asturias a Leonardo Padura uno de los miembros del
jurado era Beatriz de Moura, su editora. En el gran mundo editorial nunca se
prestó mucha atención a las incompatibilidades.
De gran valor humano es el
cuestionario al que responde Caballero Bonald, son casi sus últimas palabras,
el único poeta que tiene un lugar en el libro, aunque más por sus novelas y por
sus memorias que por su poesía. Y resultan prescindibles las conversaciones con
alguna de las apuestas de Tusquets, que todavía solo son apuestas.
Se habla varias veces en Secreto
y pasión de la literatura de una figura más habitual en otras literaturas
que en la nuestra: el “editor de mesa”, así se le llama, la persona que revisa
el manuscrito con el autor y no solo sugiere correcciones de estilo, sino
incluso supresiones y cambios en la estructura. El buen editor de mesa es
figura tan rara como la del buen escritor y a él muchos autores de éxito le
deben gran parte de su éxito. Beatriz de Moura, según se repite más de una vez,
“era una editora con una gran visión de cómo tenía que ser un libro”. Pero, por
tiempo y dedicación, el gran editor de mesa de Tusquets fue, y sigue siendo,
Juan Cerezo. Rafael Reig declara al respecto: “A Juan Cerezo le llamo ‘mi
coautor’, porque sin sus correcciones, sin lo que ha quitado y puesto en mis
novelas, yo no sería nada”.
Algo indulgente fue, si lo hubo, el
editor de mesa de este libro. Un mínimo de rigor habría aconsejado suprimir
párrafos en los que el educado autor solicita permiso para hacer esto o
aquello: “Le pedí a Tusquets, a Josep María Ventosa, a Juan Cerezo, que para
esta edición en la que quise que hubiera grandes de la literatura con los que,
a lo largo del tiempo, me situé sobre todo como periodista, a veces como editor,
me permitieran publicar en esta nueva versión de los egos una serie de
conversaciones o entrevistas con un grupo de aquellos que han hecho la vida con
esta editorial”. Dice lo que no importa a los lectores –no es el único caso--
con una redacción manifiestamente mejorable. Pero lo que nadie podrá negar a
Juan Cruz es su pasión por la literatura y el cuidado con que nos revela
algunos de sus secretos procurando siempre que nadie se sienta ofendido.