jueves, 11 de septiembre de 2025

Literatura, pasión y negocio

 

Juan Cruz Ruiz
Secreto y pasión de la literatura
Tusquets. Barcelona, 2025.

La literatura –incluso la gran literatura-- puede convertirse en un negocio rentable. De la industria editorial, viven un puñado de escritores y una gran cantidad de personas con variados oficios, todos ellos relacionados con la palabra escrita: impresores, correctores, libreros.

En ese mundo, desde hace más de cuarenta años, Juan Cruz ha ocupado uno de los papeles más influyentes como periodista cultural en El País (ahora en Prensa Ibérica) y como editor en Alfaguara. Nunca fue una estrella, pero estuvo cerca de todas las estrellas literarias de las últimas décadas y de todas tiene algo que contar.

 ¿De todas? De todas, no. En Secreto y pasión de la literatura, secuela de un exitoso anecdotario anterior, Egos revueltos, no hay, o no hay apenas, poetas. Podríamos pensar que ello se debe a que el nuevo libro es un encargo de la editorial en que aparece, y a promocionar a los autores de la casa y a glorificar a sus fundadores, Toni López y, sobre todo, Beatriz de Moura, se dedica. Pero Tusquets no es solo la editorial de Landero, Cercas o Almudena Grandes. También publica una colección de poesía que incluye a algunos de los más destacados poetas contemporáneos, de Francisco Brines a Eloy Sánchez Rosillo. Juan Cruz, sin embargo, aunque menciona, como asistentes a una fiesta, a Antonio Colinas y a Juan Luis Panero, no se ocupa de los poetas, que pueden dar prestigio al catálogo de una gran editorial, pero nunca contribuirán a sanear las cuentas.

            Tal limitación, el centrarse en un aspecto del mundo literario, no disminuye el interés de esta miscelánea, más bien lo aumenta para una mayoría de lectores, ya que solo se disfruta con el cotilleo cuando se refiere a autores que nos resultan familiares. Conviene señalar, sin embargo, que la literatura no está hecha únicamente de grandes ventas, contratos millonarios, editores que miman a unos pocos autores –su gallina de los huevos de oro-- organizándoles multitudinarias fiestas de cumpleaños o enviándoles inmensos ramos de flores o, más prosaicamente, “una caja llena de paquetes de fabes de Asturias, productos de categoría, distintas clases de arroces y garbanzos”, como cuenta Fernando Aramburu.

            Juan Cruz no se atiene al encargo, afortunadamente, y junto a la promoción de los autores de Tusquets y al incensario constante y algo agobiante de sus fundadores, vuelve a traer a colación los recuerdos de su etapa en Alfaguara y en El País. Añade además abundantes pasajes autobiográficos: su nacimiento en una casa sin libros, su temprana voracidad lectora, su primer viaje a una Barcelona que le deslumbró, el retrato agradecido de sus primeros maestros, como Domingo Pérez Minik.

            No siempre la generosidad y la capacidad de admiración de Juan Ruiz fue bien recompensada o siquiera agradecida. No faltó quien le viera como una especie de chico para todo del mundo de las letras, de asistente personal de grandes autores, de periodista cultural al servicio de determinadas editoriales. Un recuento de desdenes y malentendidos varios encontramos en “Fe de erratas”, donde no duda en repetir la frase venenosa que le dedicó Antonio Gala (ese autor que pasó, ya en vida, de la cima a la sima): “Todo tú eres una errata”. Y parece que no solo maltrataba con su lengua el endiosado y brillante Gala. Se cuenta que una vez le vieron recriminar a bastonazos a su secretario porque no había atendido con suficiente rapidez a un encargo suyo.

            Este libro de recuerdos es también, y quizá principalmente, un libro de entrevistas. Juan Cruz rescata algunas antiguas entrevistas y les añade otras realizadas especialmente para este libro. De Javier Marías nos encontramos con la primera que concedió, a los diecinueve años, tras la publicación de Los dominios del lobo, y en ella ya está él entero y verdadero. Bastantes de estas entrevistas resultan ejemplares, como las dedicadas a Almudena Grandes, Leonardo Padura o Cristina Fernández Cubas. Por cierto –hago aquí un inciso--, recuerdo que cuando le dieron el premio Príncipe de Asturias a Leonardo Padura uno de los miembros del jurado era Beatriz de Moura, su editora. En el gran mundo editorial nunca se prestó mucha atención a las incompatibilidades.

            De gran valor humano es el cuestionario al que responde Caballero Bonald, son casi sus últimas palabras, el único poeta que tiene un lugar en el libro, aunque más por sus novelas y por sus memorias que por su poesía. Y resultan prescindibles las conversaciones con alguna de las apuestas de Tusquets, que todavía solo son apuestas.

            Se habla varias veces en Secreto y pasión de la literatura de una figura más habitual en otras literaturas que en la nuestra: el “editor de mesa”, así se le llama, la persona que revisa el manuscrito con el autor y no solo sugiere correcciones de estilo, sino incluso supresiones y cambios en la estructura. El buen editor de mesa es figura tan rara como la del buen escritor y a él muchos autores de éxito le deben gran parte de su éxito. Beatriz de Moura, según se repite más de una vez, “era una editora con una gran visión de cómo tenía que ser un libro”. Pero, por tiempo y dedicación, el gran editor de mesa de Tusquets fue, y sigue siendo, Juan Cerezo. Rafael Reig declara al respecto: “A Juan Cerezo le llamo ‘mi coautor’, porque sin sus correcciones, sin lo que ha quitado y puesto en mis novelas, yo no sería nada”.

            Algo indulgente fue, si lo hubo, el editor de mesa de este libro. Un mínimo de rigor habría aconsejado suprimir párrafos en los que el educado autor solicita permiso para hacer esto o aquello: “Le pedí a Tusquets, a Josep María Ventosa, a Juan Cerezo, que para esta edición en la que quise que hubiera grandes de la literatura con los que, a lo largo del tiempo, me situé sobre todo como periodista, a veces como editor, me permitieran publicar en esta nueva versión de los egos una serie de conversaciones o entrevistas con un grupo de aquellos que han hecho la vida con esta editorial”. Dice lo que no importa a los lectores –no es el único caso-- con una redacción manifiestamente mejorable. Pero lo que nadie podrá negar a Juan Cruz es su pasión por la literatura y el cuidado con que nos revela algunos de sus secretos procurando siempre que nadie se sienta ofendido.

viernes, 5 de septiembre de 2025

Relecturas: Volver a Carlos Pujol

 

Esta verdadera historia
Carlos Pujol
Pre-Textos. Valencia, 1999. 

Como crítico minucioso y atento, como prodigioso traductor que convierte en poesía propia la poesía ajena comienza su labor literaria Carlos Pujol, una labor iniciada en los años setenta y que se continúa, con igual dedicación, hasta nuestros días. Ejemplares resultan sus libros divulgativos sobre Balzac o Saint-Simon, sus versiones de Shakespeare, de Verlaine o de Ronsard.

A partir de 1981, con La sombra del tiempo , comienza el ya reconocido crítico su tarea de novelista; desde 1987, con Gian Lorenzo , la de poeta.

Muchas novelas lleva publicadas Carlos Pujol, y todas cortésmente elogiadas por la crítica, pero no falta quien le niegue su categoría de novelista; abundante es su obra poética igualmente, y muy similar la amable indiferencia con que ha solido ser recibida. ¿Injustamente? Tal vez, aunque no faltan razones para ello. Correcto, culto, sin dar nunca una nota discordante, las mismas cualidades que nos hacen apreciar tanto al Carlos Pujol ensayista y traductor le impiden quizás resultar memorable en su trabajo creativo. “Por delicadeza he perdido mi vida”, escribió Rimbaud y podía haberlo escrito, con iguales o mejores razones, Carlos Pujol.

Puede haber dudas sobre si Carlos Pujol es o no un auténtico novelista, pero de lo que no hay dudas después de leer Esta verdadera historia es de que es un poeta, no solo un laborioso y cultivado hombre de letras.

             Como una ambiciosa biografía en verso alejandrino, Gian Lorenzo nos cuenta la vida de Bernini– comenzó Pujol su obra poética, pero poco a poco ha ido aprendiendo a prescindir de pretextos culturalistas. Aunque no del todo: Retrato de París, aparecido este mismo año, es también una curiosa y sincopada biografía en verso, en este caso de la marquesa de Sévigné.

Esta verdadera historia continúa, sin indicarlo expresamente, un libro anterior, Conversación, de 1998. Como Antonio Machado, Pujol conversa en esos dos libros “con el hombre que siempre va consigo", recuerda o imagina retazos del tiempo ido, repasa un álbum de fotos familiares, ensaya posturas para aguardar la muerte. En la nota final a Conversación, nota que vale para los dos libros, leemos: "Versos, pues, quizás reiterativos, acaso monótonos, con una rara insistencia que no es deliberada en las mismas cosas. Se escribieron como dictados por alguien que aún no somos nosotros, aunque ya parezca un desconocido. Es posible que a eso se le pueda llamar poesía automática, no como experiencia verbal, sino como un campo más bien misterioso en el que manda una memoria oscura".

Son poemas, los de estos dos libros, intimistas, menos deliberados, menos conscientemente literarios que los de otros libros suyos, y de ahí sus logros y también sus deficiencias.

En Cuaderno de escritura , colección de aforismos publicada en 1988, afirma Carlos Pujol: "Sólo existe un buen método, el indirecto. Decir las cosas cara a cara es el suicidio del escritor". Pero también se puede abusar del método indirecto. A Pujol, al menos al Pujol poeta, le gusta jugar con la cultura del lector, convertir sus poemas en sofisticadas adivinanzas. En Retrato de París , un libro lleno de nombres propios, únicamente un nombre falta: el de madame de Sévigné, la protagonista (el lector común habría agradecido un pequeño prólogo o al menos una nota editorial). En Esta verdadera historia , entre las sombras de familia evocadas, aparece de pronto –en un poema sin título como todos los del libro– un “poeta joven famoso”, al que se nos describe básicamente “pelo negro y muy corto, bigotito / al uso de los tiempos de posguerra” y del que se nos va dando pequeños datos para que el lector le ponga nombre: José María Valverde. La manera indirecta de escribir de Carlos Pujol, y la manera escueta de publicar su poesía, deja fuera, voluntaria o involuntariamente, a muchos lectores, y no solo a los lectores desatentos. El poema, ya lo sabemos, se salva o se condena por sí mismo, pero son tantas las voces que nos hablan al mismo tiempo que es muy posible que no escuchemos a quien se dirige a nosotros en un educado susurro, lleno de sobreentendidos, aunque lo que diga sea importante.

Poesía fantasmagórica, deshilachada, con anécdotas de infancia, con personajes entrevistos, con alguna que otra música consabida (¿cuántas veces hemos oído eso de que “no había más verdad que la memoria / de lo que nunca habíamos vivido”?), la de Carlos Pujol, pero en la que de vez en cuando se escuchan –dándole peso a todo– “los mudos pasos de la muerte, / que es sabia, fraternal, bella y terrible, / y que espera a la vuelta de una página / para abrirnos la puerta”.

jueves, 21 de agosto de 2025

Relecturas: Españoles en Nueva York

 

Marcelino, muerte y vida de un payaso
Víctor Casanova Abós
Pregunta Ediciones. Zaragoza, 2017.

El payaso triste que protagoniza Candilejas , la película de Charles Chaplin, está inspirada en Marcelino Orbés, un cómic de origen español que hizo famoso el nombre de Marceline en Londres y en Nueva York a finales del siglo XIX y principios del XX. Chaplin, de niño, coincidió con él en un espectáculo londinense, y siempre lo admiró, lo mismo que Buster Keaton, que le tuvo como uno de sus maestros en el arte de hacer reír sin decir una palabra.

Fue, durante años, una estrella en el Hipódromo neoyorquino, el teatro-circo más grande del mundo, pero su último número lo desarrolló sin público. El 5 de noviembre de 1927 se levantó muy temprano, bastante antes del amanecer; colocado sobre la maleta, su único equipaje en aquella habitación de hotel, los recortes que hablaban de sus éxitos; luego se maquilló minuciosamente, como antes de cada actuación, se puso su traje de payaso, cogió una pistola, se arrodilló ante la especie de altar que resumía su vida y se pegó un tiro. Lo encontraron bastantes horas después. En el bullicioso Hotel Mansfield, muy cerca de Time Square, nadie había oído aquel disparo, aunque fuera de madrugada, y nadie se preocupaba de aquel cliente que vivía solo y no recibía visitas.

            En Marcelino, muerte y vida de un payaso, Víctor Casanova Abós reconstruye la historia de esta sombra desvanecida, una de tantas, en el mundo del espectáculo. El libro, como las falsas novelas de Javier Cercas, no nos cuenta solo el resultado de una investigación, sino cómo se lleva a cabo. Podía haberse titulado Marcelino y Víctor, dos españoles en Nueva York. El escritor es tan protagonista como el personaje.

            El procedimiento de contarnos el making off a la vez que la historia presuntamente principal resulta ya un tanto manido, pero Víctor Casanova acierta a darle un aire nuevo. Buena parte del atractivo de estas páginas proviene de la espontaneidad y la frescura con que el autor evoca su interés infantil por el circo, sus estudios, sus relaciones familiares. Nacido en 1987, oscense como Marceline (y de ahí su interés por esta figura recordada en un periódico local), fue a estudiar un máster de relaciones internacionales a la Universidad de Columbia y acabó quedándose en esa ciudad.

            El Nueva York de hace un siglo, cuando triunfaba en ella Marceline, y el de hoy mismo, cuando tantos jóvenes ambiciosos siguen tratando de abrirse camino en ella, es algo más que escenario de buena parte de las páginas del libro: otro de los protagonistas.

            La historia de Marceline se reconstruye a partir de las páginas que los principales diarios le dedicaron y de las alusiones que aparecen en las memorias de algunos que le conocieron, como Charles Chaplin. Pero esa es una historia externa, en la que no faltan las anécdotas inventadas con fines publicitarios. En alguna entrevista, cuenta Marceline que una vez salvó al rey niño Alfonso XIII de morir aplastado por un elefante y en otra que fue la única persona capaz de hacer reír al rey de Inglaterra.

            La historia verdadera apenas si podemos entreverla: una infancia dura, en la que quizá fue vendido a un circo (como era costumbre entonces) y maltratado en los entrenamientos para hacer su cuerpo flexible para las peligrosas acrobacias; un matrimonio fracasado, del que nos queda minuciosa constancia en la demanda de divorcio de los malos tratos que sufrió su esposa; varios negocios –uno de ellos un restaurante neoyorquino dedicado a la comida española–, en los que intentó invertir sin éxito sus ganancias; un resonante fracaso en La Habana, anticipo de la progresiva desatención del público, ganado ya por el cinematógrafo y otras formas de humor; el disparo final.

            El mayor espectáculo del mundo tenía un reverso de explotación y miseria que Víctor Casanova nos va desvelando poco a poco, consciente de que la sensibilidad actual hacia los animales y las leyes sobre la protección de la infancia harían imposibles muchos de los números de entonces.

            Por estas páginas, como en tantos espectáculos, cruza alguna estrella invitada. La más llamativa es la de Houdini, el experto en fugas, cuyo espíritu todavía siguen invocando sus fieles (en una de esas sesiones de espiritismo participó el autor del libro).

            Termina Marcelino, vida y muerte de un payaso con una visita al cementerio de Kensico, a cuarenta kilómetros de Nueva York, donde el payaso triste (valga la redundancia) reposa en una tumba sin nombre. Y ahí reaparece el recuerdo de otro payaso, Lluiset, que Víctor Casanova admiró de niño y al que fue a ver de mayor a Barcelona, donde seguía actuando a pesar del parkinson y de los ochenta años. Esa evocación se cruza con la de otra figura familiar, a la que está dedicado el volumen: “Sentirse vivos implica ser conscientes de nuestra fragilidad, y hay quienes deciden no esconderse ni darles la espalda. La última Navidad que pasamos juntos, mi madre compartió una cita con los más allegados: Estamos vivos hasta el último minuto”.

            Sin trampa ni cartón está escrito este libro, autobiografía e historia, investigación y diario íntimo, junta de sombras y autorretrato con amigos, fascinante novela sin ficción.  

 

miércoles, 20 de agosto de 2025

Relecturas: El café que odiaba Goebbels

 

El café sobre el volcán
Una crónica del Berlín de entreguerras (1922-1933)
Francisco Uzcanga Meinecke
Libros del KO Madrid, 2018.

Mucho se ha escrito sobre el período de la república de Weimar, sobre esos años caóticos en que Berlín era el centro de todas las libertades y todas las audacias estéticas mientras se incubaba el huevo del nazismo. Francisco Uzcanga Meinecke ha sabido contarnos esos años cruciales desde un punto de vista distinto en una crónica ejemplar por su agilidad periodística y por su rigurosa información, que abarca aspectos inéditos o poco conocidos.

            El café sobre el volcán del título es el Romanisches Café, un local berlinés que ya no existe, pero que pervive en infinidad de memorias de la época, novelas, obras de teatro e incluso en alguna película. Estaba situado en el barrio de Charlottenburg, ocupaba el bajo y el primer piso de “una pomposa mole de piedra”, un edificio de finales del XIX construido en estilo neorrománico, “un estilo impulsado por el emperador Guillermo II con objeto de celebrar la unión indisoluble del trono y del altar”.

            Lo que llegó a significar ese café fue algo muy distinto. Joseph Goebbels se refirió a él en los siguientes términos: “Los judíos bolcheviques están sentados en el Romanisches Café y urden ahí sus siniestros planes revolucionarios; y por la noche invaden los locales de esparcimiento de la Kurfürstedamm, se dejan incitar al baile por orquestas de negros y se ríen de las miserias de la época”.

            Todo el mundo que era alguien, o que quería ser alguien, en el mundo cultural de la época paraba en aquel el café: Joseph Roth, Bertolt Brecht, Otto Dix, el director de cine Billy Wilder. Incluso los españoles Josep Pla o Manuel Chaves Nogales dejaron constancia de su paso por aquel ambiente humoso, ruidoso, efervescente.

            Comienza la crónica en 1922 con el asesinato de Walther Rathenau, ministro de Exteriores de la reciente República. No fue difícil encontrar a los culpables. Pocos días antes del atentado, los ultranacionalistas de la Organización Cónsul –todavía Hítler era solo un chillón mequetrefe– habían desfilado por las calles de Berlín al grito de “Pegadle un tiro a Rathenau, el maldito cerdo judío”.

            A  cada año se le dedica un capítulo. 1923 está protagonizado por la gran inflación. De día a día se añadían ceros al precio de las cosas. Se llegaron a imprimir billetes de cien billones de marcos. Un infierno para unos, los más, un paraíso para otros. Ernest Hemingway, que por entonces malvivía en París, hizo una excursión a Berlín y “con solo noventa centavos de dólar pasó un día entero de compras con su mujer y al final le sobraron ciento veinte marcos”.

            El mundo del periodismo protagoniza buena parte de estas páginas. Francisco Uzcanga Meinecke es autor de La eternidad en un día , una selección del período clásico alemán, y de Nada es más asombroso que la verdad , antología de artículos y reportajes de Egon Erwin Kisch, uno de los protagonistas de estas crónicas. El capítulo de 1932, titulado “El cuaderno rojo”, se dedica a glosar Die Weltbühne , la revista más leída y comentada en el Romanisches Café, que funcionaba también como una gran sala de redacción paralela. Antimilitarista, de izquierdas, no es de extrañar que el semanario estuviera desde el comienzo en el punto de mira de los grupos ultraconservadores que acabaron fundiéndose en el nazismo. La prensa, que alentó la carnicería de la Gran Guerra, fue un objetivo frecuente de sus críticas: “¿Existe hoy en día algún periódico capaz de admitir: Nos hemos equivocado, nos hemos dejado engañar? Sería lo mínimo".

            En otro artículo, de 1931, leemos expresiones que pocos se atreverían a escribir incluso hoy en día: "Durante cuatro años había enormes extensiones en las que el asesinato era obligatorio, mientras que a media hora de allí estaba terminantemente prohibido. ¿He dicho asesinato? Por supuesto. Los soldados son asesinos". Al autor, Kurt Tucholsky, le costarían un proceso esas afirmaciones. Contra lo que pudiera esperarse, salió absuelto. Vendrían luego otros, con peor fortuna. La revista –“una soberbia enciclopedia del periodismo”, “una de las cumbres de la literatura alemana del siglo XX”– dejó de publicarse en 1933, como no podía ser de otra manera.

            El autor de esta ágil crónica, de familia alemana y española, es un profesor universitario, autor de numerosas publicaciones académicas, que se declara “cansado de las notas a pie de página”. Por eso prescinde de ellas en este libro, que cuenta sin embargo con una bibliografía final, a la que convendría hacer algunas precisiones. Tal como está, parece más un pegote prescindible que una herramienta útil. Casi todas sus entradas están en alemán, algo comprensible si se tiene en cuenta que buena parte de la bibliografía utilizada no ha sido traducida al español. Pero ¿qué sentido tiene no referirse a las ediciones en español de autores como Elías Canetti, Joseph Roth o Stefan Zweig? Por otra parte, basta una hojeada para darse cuenta de que el rigor no es excesivo. Continuamente se cita, como no podía ser de otra manera, el diario de Joseph Goebbels, pero la única entrada suya que aparece en la bibliografía está fechada en 1934 (el diario apareció póstumamente). Hay más descubiertos. En la página 200, se nos indica que Manuel Chaves Nogales, en un artículo de Ahora titulado “La fauna berlinesa” dio cuenta de su visita al Romanisches Café, pero no se indica la fecha de ese artículo ni el nombre de Chaves Nogales aparece en la bibliografía. Y conviene manejar con cautela un libro que firma Fernando Savater, Las ciudades y los escritores, pero que, como otros suyos, no es más que la transcripción de los guiones de un programa televisivo, en su mayor parte no escritos por él ni parece que revisados ​​por nadie. 

            El rigor en el uso de las citas y la referencia a las fuentes no es solo propio de las publicaciones académicas, sino característico del buen periodismo. El café sobre el volcán , a pesar de estos reparos, lo es: buen periodismo y excelente literatura.

             

viernes, 15 de agosto de 2025

Tertulias de antaño: Proust en viñetas

 

[Portada de la adaptación de Stéphane Heuet y al otro lado los datos sobre el autor y la frase: “Las mujeres guapas son para los hombres sin imaginación”]

JOSÉ HAVEL

No es la primera vez, ni será la última, que una obra literaria se adapta al cómic. Bien conocidas son las versiones dibujadas del Quijote o de La Regenta. ¿Pero se imagina alguien una adaptación al cómic de la Crítica de la razón pura, de Inmanuel Kant? Pues a un imposible semejante se ha enfrentado Stéphane Heuet al pretendiente convertir en viñetas las millas de páginas de En busca del tiempo perdido.

ANA VEGA

Una hazaña ciertamente sorprendente. ¿Pero era necesario? ¿A quién puede ir dirigida una adaptación así?

[Ana Vega comienza a hojear el libro, mientras ella habla la cámara muestra la primera página y va de viñeta en viñeta] 

JOSÉ HAVEL

A todos los públicos. Es un error creer que el comic es un arte para niños. Y también que su prestigio viene de las adaptaciones de otros géneros. Más bien al contrario. De hecho, algunas de las más renovadoras películas actuales tienen su origen en un cómic, o mejor, en una novela gráfica, que es como se prefiere denominar a este género para evitar las connotaciones reduccionistas de la palabra cómic. Me refiero a películas como Camino a la perdición, de Sam Mendes, o Sin City, de Robert Rodríguez y Frank Miller. 

MARCOS TRAMÓN

Una adaptación al cine de En busca del tiempo perdido es lo que uno se esperaría. Creo que ese fue el sueño de Visconti.

JOSÉ HAVEL

Sí, pero se murió sin llegar a hacerlo realidad. Tuvo que conformarse con Muerte en Venecia, que no es poco. Hay una versión de “Un amor de Swan”, dirigida por Volker Schlöndorff, con Alain Delon, Fanny Ardant y Jeremy Irons, que pasó sin pena ni gloria.

CATERINA VALDÉS

Pero ¿para cuántas películas darían los siete tomos de la obra de Proust? Yo creo que casi cada capítulo, desde el primero, cuando moja la madalena en el té, daría para una película.

SILVIA UGIDOS

Stéphane Heuet pretende convertir esos siete tomos en doce. El único publicado en español, no sé si en Francia habrá aparecido alguno más, adapta la primera parte de Por el camino de Swan , titulada “Combray”. Yo no sé si la adaptación es buena o mala. Solo sé que a las dos o tres páginas de dibujitos sentí nostalgia de la prosa de Proust, sin intermediarios, y me fui en busca de los viejos tomos de Alianza.

JAVIER ALMUZARA

Pues a lo mejor eso es lo que pretendía el adaptador. Incitarnos a leer el original. No entiendo mucho de cómics ni de novelas gráficas, pero esta versión no me parece buena. Hay demasiado texto. Cuando uno se enfrenta a un imposible suele resultar vencido. Si Visconti no se atrevió, nadie más debe atreverse. Ni siquiera Sofía Coppola, que parece atreverse a todo, como demuestra en su morosa, y algo pretenciosamente proustiana, María Antonieta .

CATERINA VALDÉS

¿Pero quién es capaz de leerse hoy enteros los siete tomos de En busca del tiempo perdido ? Hace falta una larga enfermedad para encontrar tanto tiempo que perder. 

ANA VEGA

Y no todo tiene el mismo interés. Hay páginas que son como un milagro, que tienen la intensidad del poema, pero otras se pierden en minúsculos detalles, en la descripción de esas reuniones de la alta sociedad que le tenían fascinado. 

MARCOS TRAMÓN

En busca del tiempo perdido no es una novela. Es una biblioteca en la que cabe todo. Un compendio de sabiduría. Yo lo que suelo releer es este conjunto de Máximas y pensamientos extraídos de ella. [Abre el libro y lee] “Una mujer es de mayor utilidad en nuestra vida si está en ella no como un elemento de felicidad, sino como un instrumento de dolor, y no existe una sola mujer cuya posesión resulte tan valiosa como las verdades que ella nos descubre al hacernos sufrir”. 

JAVIER ALMUZARA

Es curiosa la paradoja de Proust. Arremetió contra la crítica biográfica, contra los estudiosos como Sainte-Beuve que pretendía explicar la obra de un autor por su vida. Él afirmaba que un libro es el producto de otro yo que nada tiene que ver con aquel que manifestamos en la vida social. Y sin embargo toda su literatura es autobiográfica. No hay ningún personaje, no hay ningún detalle de En busca del tiempo perdido que no tenga su correspondencia en la vida real, como han puesto de relevo a todos sus biógrafos.

SILVIA UGIDOS

Quizás esas ideas suyas le servían solo para protegerse, para no mostrar en público rasgos de su personalidad, como las preferencias sexuales, que entonces no eran aceptadas socialmente. 

CATERINA VALDÉS

Lo curioso es que el protagonista de En busca del tiempo perdido es heterosexual. Y está fascinado por las mujeres y por el amor entre mujeres. 

JAVIER ALMUZARA

Como todo gran escritor, Proust es inagotable e inexplicable. Decía que no tenía imaginación y por eso tenía que tomar todos los datos para su novela de sí mismo y de la realidad que conoció. Pero transfiguraba esos datos para ofrecernos otra realidad. No copiaba el mundo, lo creaba de nuevo. O nos permitía mirarlo como recién creado. Que es lo que hacen todos los escritores de verdad.

JOSÉ HAVEL

Creo que estaréis de acuerdo conmigo en que este Proust en viñetas es una curiosidad que todos los aficionados al escritor francés hojearán con gusto, pero que ni pretende ni puede sustituir al original inagotable ni a las viejas traducciones de Pedro Salinas o a las más recientes de Carlos Manzano. Un libro quizás más dirigido a fetichistas de Proust que a aficionados al cómic.




viernes, 8 de agosto de 2025

Tertulias de antaño: Juan Ramón, principios y finales

 

 

José Havel

Pocas vidas tan apasionantes como la de Juan Ramón Jiménez. Más de medio siglo de historia literaria de España se entrelaza con ella. Una vida la suya que fue muchas vidas, como toda vida verdadera. Y pocos libros la reflejan mejor que el Epistolario que ha comenzado a publicar la Residencia de Estudiantes.

El primer tomo comienza en 1898, con una ingenua carta en la que se refiere a sí mismo “como un chiquillo” al que le hacen mucha falta “amistades de personas de gran valor literario, pues en ello llevaráé grandes ventajas por sus sanos consejos”. Termina en enero de 1916 cuando el poeta sale de Madrid “camino ya de Zenobia”, esto es, en Nueva York, donde dará comienzo una nueva etapa de su vida y de su literatura.

 

Silvia Ugidos

¡Pobre Zenobia! No sabía lo que la esperaba. A la vez que ese epistolario se ha publicado el tercer tomo de su diario, inédito hasta la fecha, y que abarca los últimos años, los que van de 1951 a 1956. Pocos libros más tristes. Zenobia es una mujer enferma que no puede ocuparse de sí misma porque vive junto a un niño caprichoso que no la deja un minuto en paz. No me explico cómo aguantó tanto. Este diario angustioso, escrito solo para sí misma, le sirvió de válvula de escape.

 

Catalina Valdés

Yo sí me explico por qué aguantó tanto. Había dos razones. Estaba enamorada y además era la mayor admiradora de su marido.

 

Inés Toledo

Lo curioso es que, según se desprende del epistolario, ella dudó bastante antes de aceptarlo. Y la familia no le quería de ninguna manera. Ya intuían que era un inútil para la vida.

 

Javier Almuzara

No tan inútil. Aparte de su propia obra, direcciones editoriales, revistas, dio cursos en universidades americanas. Y todo con un rigor admirable. No creo que se le pudiera pedir más.

 

José Havel

A mí lo que más me divierte de Juan Ramón es la mala leche que tenía. No se andaba con contemplaciones. Cuando quiere romper con su primera novia le escribe dándole algunos “consejitos” –así dice él--, entre ellos que “procure bañarse todos los días y vestir con elegancia”, que se peine bien y que no se ponga, “por Dios, esas batas...”

 

Inés Toledo

Vamos, que era un bruto. Nadie lo diría leyendo sus versos.

 

Silvia Ugidos

No conviene fiarse demasiado de los versos. Ya se sabe que el poeta es un fingidor.

 

Catalina Valdés

El enfermo imaginario que fue el joven Juan Ramón queda muy presente en estas cartas. En 1906, recién llegado a Moguer, le escribe a su mejor amiga de entonces, María Lejárraga: "Los reyes me han traído una lesión de aorta y la idea del suicidio. Ya ve usted qué bonitos juguetes". En otra carta parece que ya ha tomado la decisión: "Ahí van esos papeles –le escribe a Gregorio Martínez Sierra--, son mis últimos papeles. Cuando usted los tenga entre sus manos, yo tendré las mías yertas". Afortunadamente le salvó la literatura. Siempre lo dejaba para más tarde porque le quedaba algún poema por escribir, por corregir.

 

Javier Almuzara

Juan Ramón Jiménez se pasó la vida corrigiendo sus poemas, y yo no sé hasta qué punto eso es bueno. En algún caso creo que los echó a perder. Ahora lo que más se aprecia es su poesía última, la del exilio, con poemas como Espacio . Pero a mí me interesan especialmente poemas de la primera época. Por ejemplo, la estremecedora premonición de “Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando”.

 

Silvia Ugidos

Yo prefiero su visión de Nueva York, esa especie de aguafuerte lírico que nos ofrece en Diario de un poeta recién casado :

Los crepúsculos de Riverside Drive, cuando el mundo entero parece desangrarse sobre el Hudson.

En la barahúnda de las calles enormes, las iglesias que acechan –la puerta abierta de par en par y encendidos los ojos-- como mansos monstruos medievales.

Las escaleras de incendio como andenes perpetuos donde se posan unos gorriones, negros aún del recuerdo de la nieve.

Los silencios en blanco y negro del Central Park bajo la nieve.

El cementerio de Broadway, pobre corral de muertos, con su iglesia de juguete cuyas campanas sueñan al lado de las oficinas, entre los timbres, las bocinas, los silbatos y los martillos de remache.

La luna coloreada de Time Square que no parece la luna sino un anuncio de la luna.

La fuente azul y fresca de Washington Square y el claro cielo sobre el arco de mármol.

La torre gótica del Woolworth y la quilla del Flatiron surcan incansable la mañana.

El tiempo detenido en la enredadera del puente de Brooklyn.

La ciudad, desde el barco, triste y gris en la llovizna, perdiéndose en la lejanía...




 

 

 

jueves, 31 de julio de 2025

Xuan Bello, ensayo de una despedida

 

Este lunes recibí su última llamada. “¿Vas a pasar hoy por Los Porches?”. “Sí, como siempre, voy para allí”. “Pues voy a cortarme el pelo y luego paso para charlar un rato”. Y pasó, como tantas veces, y allí estuvimos hablando de literatura, del asturiano y de todo lo divino y lo humano, como tantas veces desde que, todavía un adolescente, en 1982 o 1983, se presentó en la tertulia con su primer libro recién publicado.

Al final, cuando esperábamos junto al mostrador para pagar, bajo un poco la voz y me dijo: “No estoy llevando muy bien lo de los sesenta años”. Y yo le repetí los versos de Vicente Gaos que siempre me vienen a la memoria en estas ocasiones: “La vida es dura / y no hay consuelo. / Saca el pañuelo, / literatura”.

Pero de qué poco nos sirve la literatura cuando la realidad nos rompe el corazón. Fue Martín López-Vega –que le dedicó un memorable poema: “Yendo a casa de Xuan Bello con unas semillas que le traigo de Portugal” -- quien me dio la noticia. Y yo tardaré en hacerme a la idea de que no volveré a verle.

Recuerdo otra muerte igualmente inesperada, la de Víctor Botas, que todavía nos duele. No eran solo dos escritores admirados, eran parte de mi familia. Y como siempre ocurre cuando se nos va alguien de la familia al dolor le acompaña cierto remordimiento. ¿Le dije lo mucho que le admiraba? ¿Adivinó lo mucho que le quería?

Le leía todos los domingos y no sé si siempre supe elogiarle adecuadamente. Yo soy más de peros que de enhorabuenas. “¿Para cuándo otro libro tuyo? ¿No te estarás durmiendo sobre tus laureles?”, le reproché más de una vez.

 González Ruano se lamentaba de haber despilfarro el oro de su literatura en la calderilla del periodismo, pero Xuan no lo despilfarraba. Cada domingo nos regalaba un nuevo capítulo de la historia universal e interminable de Paniceiros.

Ahora queda agavillar esa prodigiosa cosecha. No lamentamos el cese de su escritura. Pronto comenzará a llegar nuevos libros suyos, los que él no se entretuvo en ordenar porque tenía prisa. Intuía que le podía llamar en cualquier momento, como a cualquiera de nosotros.

Pero de qué sirve el pañuelo de la literatura ante este insoportable desconsuelo. Xuan, querido Xuan, ya eres inmortal como los dioses, ya estás al margen de la miseria de este mundo, ya no pasarás por nuestra tertulia, pero no la echarás de menos, porque ahora compartes un vaso de buen vino e historias prodigiosas con Cunqueiro y con Horacio, con Borges y con Botas (y también, por supuesto, con el padre Galo).

 Te despido con los versos de Manuel Machado, que tantas veces repetimos en otras despedidas y que siempre nos ponían lágrimas en los ojos: “Valiente soldado del arte, / adiós, que pronto nos veremos. / También nosotros nos iremos / con nuestra música a otra parte”.



domingo, 20 de julio de 2025

Tertulias de antaño: Jorge Luis Borges, el otro, el mismo

 

(La mesa con libros. Alguien toma el libro Atlas . Lo abre por las páginas 30-31. La imagen llena la pantalla y luego se centra en el rostro de Borges. Imagen del café Florian visto desde el exterior. Luego foto de la página 22, con Kodama y Borges en el café. Imágenes en color de Buenos Aires. Finaliza con la foto de la página 59. Entretanto se oye la voz de Borges leyendo “Borges y yo”) 

Voz de Borges

“Al otro, a Borges, es al que le ocurren las cosas... Yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica”.

José Havel

Del otro Borges, del que se dejaba vivir para luego ser justificado por la literatura habla este volumen inmenso, escuetamente titulado Borges, en el que Adolfo Bioy Casares fue anotando sus encuentros con el escritor durante casi cuarenta años. Casi siempre se veían en casa de los Bioy. “Come en casa Borges” comienza casi todas las anotaciones.

Catalina Valdés

¿Y tanto tenían que contarse? Porque son casi dos mil páginas, más que la obra completa de Borges.

Javier Almuzara

Sin exageraciones. No llegan a las mil setecientas. Es un libro tedioso, apasionante y en buena parte ilegible. No es para cualquier lector, solo para los apasionados de Borges.

José Havel

Muy apasionados. Porque como carece de índice onomástico y temático no es posible buscar lo que Borges pensaba sobre un tema o sobre un autor concreto.

Javier Almuzara

Es un libro que debe recorrerse al azar, abriéndolo por cualquier página y viendo lo que uno se encuentra. Y se encuentra tantas cosas insignificantes como en cualquier mercadillo. Y, de vez en cuando, alguna maravilla: un rasgo de ingenio, un sarcasmo feroz, una ocurrencia brillante.

Silvia Ugidos

A mí lo que más me ha interesado es el Borges cotidiano que aparece en estas páginas. Un personaje entrañable y grotesco, casi un niño grande, o sin casi. Parece que todos le dominan, empezando por la madre terrible, una especie cruce entre bruja y sargento, pero al final él hace lo que quiere. A veces se quitaba los dientes en público, quiero decir entre amigos, y entonces su cara se deformaba, su boca era como un buzón horrible, todos se asustaban, pero él seguía hablando de la hipálage o de lo que fuera, como si tal cosa. Y era ya un anciano venerable y seguía siendo tan enamoradizo como un adolescente. María Esther Vázquez, que fue una de sus novias, cuenta que era compulsiva, que llamaba continuamente por teléfono, que no daba tregua, siempre encontraba pretextos para una cita. Y casi todo lo tenía que hacer a escondidas de la madre, a la que nunca le gustaban sus novias.

Catalina Valdés

¿Quién no ha conocido a gente así? ¡Y encima no eran poetas!

 Javier Almuzara

Hay un libro famoso, Balzac en zapatillas , de Leon Gozlan, que yo creo que es el primero de esas obras que presentan a un autor en su intimidad. Las Conversaciones con Goethe, de Eckerman, son otra cosa. Ahí Goethe está visto siempre como un ser superior. Bioy, que admiraba mucho a Borges, no siempre nos muestra un personaje admirable. A veces involuntariamente. Sus propios prejuicios políticos y sociales quedan muy patentes en bastantes casos.

Marcos Tramón

Yo he abierto este libro e inmediatamente lo he cerrado y he ido en busca de sus poesías completas. Ahí está el único Borges que a mí me interesa.

Silvia Ugidos

Ese el Borges que más nos interesa a todos. Pero yo me divierto mucho con las páginas de este mamotreto y pienso seguir divirtiéndome. No es un libro, hay muchos libros entremezclados. Es, por ejemplo, una sátira de la clase alta argentina. Las mujeres que aparecen por estas páginas, como esa terrible Bibiloni de Bullrich, ocurren tienenncias desopilantes. Y es también un buen ejemplo de taller literario. Pero de eso sabe más Javier.

Javier Almuzara

 Sí, aquí se hacen muchas observaciones sobre los entresijos de la literatura. Lo que ocurre es que se habla más de las obras que escribieron en colaboración que de las del propio Borges. Salvo las Crónicas de Bustos Domech, esas obras conjuntas a mí me parecen que están demasiado ligadas a la actualidad argentina y muestran un humor en exceso peculiar, una especie de jerga particular entre amigos.

Catalina Valdés

Yo he hojeado el volumen mientras vosotros hablabais y he encontrado, así al azar, una diatriba feroz contra la literatura española, de la que casi solo salvan a Cervantes ya Cansinos; una homofobia muy reiterada; unas opiniones políticas bastante discutibles, sobre todo con sus elogios a los militares, que ya se sabe cómo acabaron; una burla continua de casi todos los escritores argentinos, de Güiraldes a Mallea... Este Borges no solo era un buen escritor, parece que como persona también era una buena pieza. 

Silvia Ugidos

Era un perpetuo adolescente fascinado con los juegos de la inteligencia, un niño grande que no siempre era muy consciente del daño que hacía. A mí no me habría importado conocerle.

José Havel

Se habría enamorado de ti, le gustaban las mujeres inteligentes y un poquito agresivas, siempre con la respuesta ocurrente en la punta de la lengua.

Silvia Ugidos

Pues me vas a permitir que la respuesta que tengo en este momento en la punta de la lengua me la calle.

Marcos Tramón

Volvamos al mejor Borges. Hay un soneto suyo, “Buenos Aires”, que yo me repito en los momentos de desánimo y que siempre me trae a la memoria las imágenes en blanco y negro de Horacio Coppola.

 

Y la ciudad ahora es como un plano

de mis humillaciones y fracasos;

desde esta puerta he visto los ocasos

y ante ese mármol he guardado en vano.

 

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto

me han separado los casos comunes

de toda suerte humana; aquí mis pasos

urden su incalculable laberinto.

 

Aquí la tarde incierta espera

el fruto que le debe la mañana;

aquí mi sombra en la no menos vana

sombra final se perderá ligera.

 

No nos une el amor sino el espanto;

Será por eso que la quiero tanto.