jueves, 20 de noviembre de 2025

Novela y novelerías

 

Felipe Benítez Reyes
La gente. Novela
Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2025.

A veces el propio autor no es el mejor gestor de su talento literario. Un talento que, en el caso de Felipe Benítez Reyes, resulta excepcional: tan imaginativo y presente como Ramón Gómez de la Serna, de tanta brillantez estilística como Valle-Inclán, sin que se le pueda considerar epígono de ninguno de los dos. Como poeta, como ensayista, como narrador ocupa uno de los primeros lugares en la literatura contemporánea, aunque los suplementos literarios y la industria editorial no siempre parecen reconocerlo así.

            Dedicado profesionalmente a la literatura, ha cultivado con empeño un género que no parecía en principio acomodarse a su genio, la novela. Con El novio del mundo consiguió casi un best seller y con Mercado de espejismos el premio Nadal, pero era demasiado buen escritor para seguir apostando por él y por eso han prescindido de uno de los grandes narradores de hoy las editoriales que dominan el mercado. 

            La gente lleva en cubierta el subtítulo de “novela”, anticipándose a las dudas que puedan plantearse sobre el género del libro. Y lo es, por supuesto, pero solo en el sentido amplio del término, no en el del lector habitual de novelas ni en el que hace que sea el género preferido de los editores: un relato de más de cien páginas, a ser posible de bastantes más, con un principio y un final, que no se pueda empezar a leer por cualquier parte y en el que la acción que se cuenta en cada capítulo continúa en el siguiente. Una novela es El perro de los Baskerville, pero no El archivo de Sherlock Holmes , aunque ambos libros tengan los mismos protagonistas. La adscripción de una obra a un género literario no es cosa solo de los estudiosos de la literatura. Orienta nuestra lectura, crea unas expectativas, que pueden resultar frustradas cuando por motivos editoriales se aplica un membrete inadecuado.

            En La gente nos encontramos con tres autores ficticios: el autor de la novela propiamente dicha, subtitulada “Galería de espectros”, y los autores del prólogo y de la “Nota y envío” que encontramos al comienzo de los Apéndices, unos apéndices que quizás alarguen innecesariamente el número de páginas.

            La novela atribuida a Miguel Rancés Olivares, de quien incluso se reproduce un retrato al óleo, es y no es una novela, pero eso no impide —todo lo contrario— que resulte una obra maestra. Pocos meses antes de que apareciera La gente se publicó otro libro —también un manuscrito encontrado, aunque en este caso no se trata de un recurso literario—, con el que guarda relación: Pueblo, de Julio Mariscal Montes, conjunto de estampas líricas que reflejan el vivir de una pequeña localidad andaluza, Paterna de Rivera, a mediados del siglo pasado.

Felipe Benítez recrea la vida de Rota, su pueblo natal y donde ha residido casi toda su vida, en los años de la guerra civil y durante la larga posguerra. No lo hace mediante una minuciosa crónica, a la manera del galdosiano Ignacio Martínez de Pisón, sino con teselas de varia extensión, pero por lo general breves, protagonizadas por pintorescos personajes que van formando el mosaico de un tiempo sombrío. A ratos, el humor negro y un tanto cruel, con insistencia en los ápodos casi siempre crueles, nos recuerda al Cela de los apuntes carpetovetónicos y en la estructura general a la de La colmena . También podríamos pensar en la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, ese conjunto de epitafios que podría ser considerado una novela en verso con múltiples personajes.

            Junto a Miguel Rancés Olivares hay otros dos narradores ficticios, uno de ellos su sobrino y el otro un amigo del sobrino. Curiosamente, ambos tienen intención de editar el manuscrito inédito de Rancés Olivares, pero ninguno llega a hacerlo y al autor no ficticio considera innecesario indicarnos cómo llegó a sus manos, agregando más novela a la novela.

Al contrario que la colección de estampas, que incluye algún poema en prosa como el que aparece entre paréntesis en la página 127, el marco que les ha preparado el autor es un juego literario que incurre en abundantes incoherencias y que no beneficia al conjunto (de ahí lo que decíamos al principio: a veces el autor no es el mejor gestor de su talento). Comienza el prologuista afirmando que no existe un recurso narrativo que le resulta “más ineficiente y fullero que el manuscrito narrativo, al considerarlo una fórmula casi infalible para que el lector entre con mal pie en una ficción… o para que sencillamente no entre: el ingreso en ella se convierte a menudo en una puerta de fuga”.

Palabras muy atinadas, como todas las que siguen, si el prologuista fuera Felipe Benítez Reyes (su estilo se nota en cada frase), pero resulta que es un sobrino del presunto autor que tiene la intención de poner esas palabras al frente de una edición privada solo para familiares y amigos, lo que hace innecesarias todas esas excusas. 

Más adelante, a propósito de Rancés Olivares, nos dice que “nadie de su familia le sospechaba unas veleidades literarias que estaban más allá de sus lecturas”. Pero luego nos enteramos de que colaboraba con artículos en la revista Brisas, con poemas en Los lamentos de Apolo (se reproduce la portada de uno de los números de esa inexistente publicación, junto a varios poemas aparecidos en distintos años) y que se carteaba con buena parte de los escritores de su tiempo.

            La coherencia no le preocupa demasiado a Benítez Reyes en los tan ocurridos como prescindibles añadidos a sus peculiares “crónicas de un pueblo”. El tercer autor ficticio, Vicente Ruiz de Lara, ha recibido el original de La gente del sobrino de Ransés Olivares, que murió antes de publicarla, y como él también ha fracasado en su intento (por aplicación de la Ley de Memoria Histórica, a pesar de que no se enaltece a los sublevados en la guerra civil, sino todo lo contrario), se la envía al director del Archivo Municipal. Aprovecha la nota que acompaña al manuscrito para contar diversas anécdotas (que contradicen al prologuista) e ir intercalando en ella abundantes ejemplos de otros textos inéditos de Ransés Olivares, algunos ciertamente notables, como escritos por un Benítez Reyes que no se esfuerza en fingir un estilo distinto para su ficticio novelista. 

            ¿Habría ganado La gente sin esta doble albarda, sin necesidad de indicar si se adscribe a un género oa otro – excusatio non petita… -- y con los breves capitulillos comenzando en página independiente, aunque alguien pudiera tomarlos por cuentos enlazados? Probablemente sí. Pero estos son quisquillosos reparadores menores. Los admiradores de Felipe Benítez Reyes y quienes buscan en la literatura sobre toda excelente literatura no deben perderse La gente . Una fiesta inagotable.




martes, 11 de noviembre de 2025

El amor en siete lecciones

 

Víctor Colden
La cinta verde
Abada Editores. Madrid, 2025.

En la industria editorial, el cuento tiene mala prensa: no se vende. Y es cierto que rara vez aparece una colección de relatos en la lista de libros más vendidos. ¿Se debe eso al desinterés de los lectores o a que el prejuicio lleva a una menor promoción?

Quizás la razón se encuentre en que el libro, la manera más habitual de comercializar la literatura (las revistas literarias hace tiempo que dejaron de ser negocio, si alguna vez lo fueron), es el contenedor adecuado para la novela, pero le queda grande al relato breve y por eso ha de compartirlo con otros relatos, del mismo o de distinto autor.

            Una novela y un conjunto de relatos no se leen de la misma manera. La novela, por muchas páginas que tenga, es un único viaje, aunque cada lector haga las paradas intermedias que crea convenientes. Un libro de cuentos son tantos viajes como relatos que contiene. Al final de cada relato, hemos llegado a nuestro destino y no necesitamos seguir leyendo. Por eso, con la misma extensión e idéntica dificultad estilística, una novela se lee antes que un libro de relatos o que una antología poética. La novela rara vez admite otras lecturas intermedias; los libros de cuentos o de poemas, casi las exigen.

            Víctor Colden ha publicado un libro de relatos, La cinta verde, que en mi opinión le convierte en uno de los grandes narradores de la literatura española contemporánea. Bastaría para ello, en realidad, con el primero de los relatos, “Queda el río”, apenas veinte páginas, pero con tanto tiempo dentro que salimos de ellas conmovidos y enriquecidos, más sabios y más lúcidos. Quizás no hicieran falta más para hacerle un sitio a su autor en la historia de la literatura, al igual que a Julián Ayesta le bastaron las breves prosas de Helena o el mar del verano.

El amor perdido y encontrado, encontrado y perdido, como en el poema de Gil de Biedma, es el asunto de esas páginas, lo mismo que de las que siguen. Pero conviene no apresurarse, no pasar de inmediato a la historia que viene a continuación. No es un final de capítulo. Convine cerrar el libro y dedicarse a otras cosas antes de continuar.

            Los dos relatos que siguen, “Lo inexplicable” y “Camanances”, bajan un tanto el diapasón, como para hacernos descansar de la intensidad lírica del anterior. “Lo inexplicable” está dedicado a Felipe Benítez Reyes, otro de los escritores de la misma estirpe que Víctor Colden. Juega al relato dentro del relato, en un esquema muy en la tradición decimonónica y en el origen oral del cuento: un grupo de amigos se reúnen en grata sobremesa y uno de ellos cuenta una historia. Es el único relato que incluye un elemento fantástico, aunque el narrador es un narrador no confiable y nos queda la duda de la veracidad de sus palabras. Pero la magia de “Lo inexplicable” no está en ese camarero misterioso y algo diabólico, sino en la evocación de un París invernal en el que el protagonista se siente como dentro de esos papeles de cristal con un paisaje dentro en el que nieva al darle la vuelta.

            “Camanances” también juega con la estructura narrativa, en este caso un largo mensaje de audio y con el macguffin que le da título, pero el divertido autorretrato femenino que nos ofrece esconde un secreto que se entrevé al final.

            Tras dos divertimentos, que son algo más que eso, el autor nos vuelve a demostrar en “Húsavík” que es algo más que un narrador que conoce bien el oficio y un brillante prosista, y en poco más de veinte páginas nos cuenta una historia, ambientada en Islandia, que habría podido dar para un novelón de muchas páginas si hubiera cedido a las presiones editoriales. Los paisajes de Islandia están descritos –sugeridos, más bien-- con mano maestra y la sutileza con que se nos muestran las perplejidades del personaje principal nada tienen que envidiar al gran maestro en estos menesteres, Henry James.

            Al relato policíaco se aproxima “El año nuevo”, un ejemplo más de la maestría con que Víctor Colden, cuando parece contarnos una historia, está en realidad contándonos otra. No es el afán de recuperar unos sellos, para él muy valiosos, que quedaron en casa de su exmujer, lo que lleva al protagonista a efectuar un arriesgado allanamiento de morada, sino la nostalgia de un amor que sigue latiendo por debajo del odio en que parece haberse convertido.

            Prosa lírica, al igual que la de Umbral (otro de sus maestros, aunque él prefiere citar a Cunqueiro), la de Víctor Colden y en ningún relato se muestra tan claramente como en “Azul Lorena”, donde el autor escribe en tercera persona, pero adoptando el punto de vista de uno de los personajes (el recurso lo inventó el autor de Otra vuelta de tuerca ), ese Manu fascinado por Lorena al que tantas veces han llamado “alelado” y “pasmarote” desde niño.

            “La cinta verde”, el último relato, da título al libro, y de algún modo enlaza con el primero, donde el río Omaña es también una cinta verde y un perenne recuerdo de la felicidad encontrada y perdida, perdida y encontrada: “Dice Omaña y es una orla de plata y de oro, ve una mañana de julio, ve la gozosa libertad de cinco o seis amigos en bicicleta”.

            Estos siete relatos son otras tantas lecciones sobre el amor, lecciones magistrales, ciertamente, pero que no aclaran el misterio de ese sentimiento “que mueve el sol y las demás estrellas”, que tanta felicidad y tanto dolor trae consigo, y que resulta al final de todas las experiencias y de todas las elucubraciones, como nos recuerda el título de uno de los relatos, inexplicable.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

La lección de Hitler

 

 

Lutz Hachmeister
Entrevistando a Hitler. El dictador y los periodistas.
Traducción de Pedro Argudo Buenacasa
Libros del KO Madrid, 2025.

La historia aspira a contar las cosas como fueron, pero las cosas cambian según se cuentan y según el momento en que se cuentan. “Si Hitler hubiera sido víctima de un atentado a finales de 1938 --afirmó Joachim C. Fest--, pocos dudarían en considerarlo uno de los más grandes estadistas alemanes, quizás el culmen de su historia”. Exagera, sin duda. Pero de lo que no hay duda es de que, entre 1933 y 1939, Hitler fue el árbitro de la política europea, y no solo, detestado por unos pocos, admirado por los más dentro y fuera de Alemania.

            Lutz Hachmeister (1959-2024), muerto poco antes de que apareciera este libro, además de historiador, fue productor cinematográfico y periodista. Esas tres facetas se unen de algún modo en Entrevistando a Hitler, que podría servir como guion para una serie documental sobre la figura histórica que más sigue fascinando a todos los públicos.

            Desde muy pronto, Hitler fue un personaje popular al que periodistas de todo el mundo buscaban para entrevistarle. Al principio, les parecía solo un tipo pintoresco, una caricatura de Mussolini, pero a partir de 1930 comenzó a mirarsela de otra manera. Hoy nos puede sorprender que no adulara ni buscara a los periodistas, sino que al contrario cobrara por las entrevistas: esa era una de las maneras de financiar su partido.

            El libro de Hachmeister pretende ser una obra de tesis “sobre el sentido que tienen las entrevistas periodísticas con autócratas y dictadores”. La mayor parte de la obra se dedica a Hitler, pero también se ocupa de otros políticos, especialmente de Putin, a quien parece considerar su reencarnación contemporánea.

            Hitler, que tenía en la oratoria una de sus armas principales, no era sin embargo un buen conversador: monologaba obsesivamente sin tener en cuenta a los interlocutores, o sin aparentar tenerlos en cuenta, porque en sus entrevistas con periodistas extranjeros, que son de las que se ocupan esta obra, sabía bien qué ideas quería transmitir.

            Hachmeister rescata la biografía de los entrevistadores de Hitler y entre ellos nos encontramos con personajes fascinantes que podrían ser protagonistas de una película o de una novela. Y alguno lo ha sido, como Bertrand de Jouvenel, que lo entrevistó en 1936. Hijastro de Colette, a los dieciséis años se convirtió en su amante. Esa versión contemporánea y con final feliz de la historia de Fedra e Hipólito, apenas disimulada con toques de ficción, se cuenta en Querido , en El trigo tierno y en algunas otras páginas de la escritora.

            No menos novelera es la historia de Inga Arvard, quien en 1931 había obtenido el título de miss Dinamarca. Hitler, a quien entrevistó en 1935, dijo de ella que era “el ejemplo más perfecto de la belleza nórdica”. Antes de dedicarse al periodismo, fue actriz. Una de sus amigas, la actriz también Emmy Sonnemann se casaría con Herman Göring. Ella fue invitada a esa boda, en la que Hitler era el padrino. La entrevista fue dura y media y fue muy distinta de todas las otras. Más que un encuentro periodístico pareció una cita. Así la recordaba Inga: "Poco a poco, nos fuimos sintiendo a gusto y nos recostamos cómodamente en nuestros asientos. Se volvió muy humano, amable y encantador, como si no tuviera nada más importante que hacer en la vida que convencerme de que el nacionalismo era la salvación del mundo". Por esas fechas, la entrevistadora estaba convencida de ello y prefería hablar de otras cosas. Le preguntó por qué era vegetariano y por qué no estaba casado. Le encontré “tierno y bondadoso”.

No sería el único “gran hombre” por el que Inga se sintió atraída. En 1941, conoció a John F. Kennedy y en la columna diaria que por entonces escribía en el Times-Herald dijo que era “un chico con futuro”. Más tarde, agregaría: “cuando entraba en una habitación, sabías que estaba allí, irradiando una especie de magnetismo animal”.

            El último periodista que entrevistó a Hitler, John Cudahy, es también un personaje con historia. Así comienza Hachmeister el capítulo que le dedica: "A principios de septiembre de 1943, en Brown Deer, cerca de Milwaukee (Wisconsin); un ranchero salió despedido por los aires mientras cabalgaba a lomo de uno de sus caballos favoritos, el cual se había asustado al llegar a una zanja. Un vecino vio al animal galopar sin jinete y se alarmó. Al poco rato, el ranchero fue encontrado muerto: tenía el cuello roto". Ese ranchero era John Cudahy, que había sido embajador en Bélgica cuando la invasión nazi y al que Hitler utilizó en un último intento de evitar que los Estados Unidos entraran en la guerra.

            Lutz Hachmeister –contando con un buen equipo de asesores, como si solo fuera el director del documental-- ha escrito un libro lleno de pequeños detalles exactos que nos permite entrever las cosas como fueron siendo en cada momento, antes de que el horror final del holocausto lo tiñera todo de negro.

¿Buscaba Hitler de verdad la paz cuando decía buscar la paz? Así lo afirma una y otra vez en sus entrevistas con periodistas extranjeros y muchos le creyeron y quizás él también lo creía.

            No sabemos si había leído Psicología de las masas, de Gustave le Bon, publicada en fecha tan temprana como 1895, pero lo cierto es que supo aplicar como nadie su doctrina principal: "Las masas nunca estuvieron sedientas de verdades. Se alejan de la evidencia que no es de su gusto y prefieren deificar el error si el error les seduce. Quienquiera que sea capaz de proveerlas de ilusiones será fácilmente su amo; quien quiera que intente destruir sus ilusiones será siempre su víctima”.

            Lutz Hachmeister considera a Putin la versión actual de Hitler y quizás lo sea, pero del Hitler posterior al comienzo de la guerra mundial, convertido en una personificación del mal. Al Hitler anterior se parece más Donald Trump, que también suscitó al principio la burla y cuando alcanzó el poder tuvo a la mayor parte de los líderes mundiales, comenzando por los de la democrática Europa, riéndole las gracias y desviviéndose por complacerle. Lo que la radio, entonces novedosa, fue para Hitler son para Trump los mensajes en su red social, que, al contrario que a Hitler, le han librado del enojoso intermedio de los periodistas.

jueves, 30 de octubre de 2025

Vida y novela de Victorina Durán

 

Eva Moreno-Lago
Victorina Durán, una vida llamada teatro
Renacimiento. Sevilla, 2025.

Victorina Durán (1899-1993) fue una de las figuras más destacadas de la renovación intelectual de los años veinte. Hija de una bailarina y de un militar, que antes ya se había casado dos veces y tenido otras hijas, desde pequeña se movió en los ambientes relacionados con el teatro. Quiso ser actriz, algo no bien visto por la familia paterna, estudió en la Escuela de Bellas Artes, se inició en la pintura y en las artes decorativas, obtuvo la cátedra de Indumentaria en el Conservatorio de Madrid y acabaría dedicando la mayor parte de su vida al teatro como figurinista, aunque no solo.

            Eva Moreno-Lago conoce bien su trayectoria (le dedicó su tesis doctoral), pero en Victorina Durán, una vida llamada teatro no parece ser lo que más le importa, aunque nos rescate con méritos minucia su labor profesional y la renovación teatral llevada a cabo por figuras como Cipriano Rivas Cherif y Margarita Xirgu en los años veinte y treinta. En la historia de la literatura quedan los nombres de Lorca, Casona, pero el teatro es algo más que texto. Y en ese algo más está no solo la dirección (que antes estaba a cargo del primer actor), sino en la escenografía y el vestuario. En ese algo más, destaca el nombre de Victorina Durán, activa durante más de medio siglo, primero en España, luego en Argentina y posteriormente otra vez en España.

            Lo que más parece importarle a Moreno-Lago es la vida afectiva y sexual de Victorina Durán. Quiere convertirla en un icono gay, en un ejemplo de vida en libertad, en un modelo para las nuevas generaciones. Alterna así en este libro la investigación con la enfadosa moralina, el rigor con un tono de libro de autoayuda. ¿Un ejemplo? A Victorina "le cambiaron su rumbo, y aun así supo disfrutar cada etapa, transformarse una y otra vez en el plano profesional. Esa capacidad de adaptarse y volver a empezar la convierte en una mujer ejemplar y en un referente para nosotras". Y continúa, dirigiéndose no al común de los lectores, sino a ese cómplice “nosotras”: “¿Cuántas veces nos hemos sentido frustrados porque las cosas no resultaron como esperábamos? Quizás, lo que Vic nos enseña es a confiar en el proceso, en las oportunidades, reconocer que nuestras cualidades pueden llevarnos a lugares impensados, que no estaban en nuestros planos, pero que nos muestran otros, quizás más maravillosos”.

            Pero la vida de Victorina Durán no parece ejemplarizar muy adecuadamente la doctrina que su biografía quiere impartir. Su orientación sexual no supuso ninguna limitación en su carrera, entre otras cosas porque la vivió privadamente, sin referirse nunca a ella en sus actividades públicas.

En 1937, marchó de España a trabajar con Margarita Xirgu, que había iniciado una gira americana poco antes de comenzar la guerra. Marchó como marcharon Juan Ramón Jiménez o Alejandro Casona, para buscar una vida mejor lejos de esa España que se había convertido en un sangriento caos, aunque siguieran apoyando a la causa republicana. Pero Moreno-Lago no opina así. Incluye la experiencia de Durán dentro de lo que llama “sexilio”, esto es, de aquellas formas de exilio motivadas por la orientación sexual y no por razones políticas. La muerte de Lorca habría sido un aviso para todas las personas que no se ajustaban a la norma: "Ninguna disidencia sexual se iba a permitir en la España gobernada por las tropas del general Franco. Por ese motivo, eligieron a una persona conocida, sin una afiliación política definida, pero que había manifestado sus preferencias sexuales".

Lorca, sin embargo, no había manifestado públicamente sus preferencias sexuales, al contrario que Cernuda en varios poemas de La realidad y el deseo . Hasta los años ochenta no se le reconoció como homosexual. Antes, los que sabían, callaban. Solo hay que pensar en lo que tardaron en publicarse sus Sonetos del amor oscuro a pesar de que en ellos sigue teniendo buen cuidado de no utilizar adjetivos masculinos para referirse al destinatario. A Lorca le mataron porque era una de las figuras literarias más populares y destacadas en la España del Frente Popular, aparte de los rencores añadidos que pudiera haber en Granada, “en su Granada”.

            La represión sexual en la España de Franco es innegable, pero referirse a las numerosas personas fusiladas por ser homosexuales es una gruesa inexactitud. La Ley de Vagos y Maleantes no implicaba la pena de muerte y menos por fusilamiento. Esa represión, más que a las mujeres que amaban a otras mujeres, afectó especialmente a travestis y trans, a quienes les era más difícil, por razones obvias, la entonces necesaria discreción. El lesbianismo, por el contrario, al apartar a algunas mujeres del matrimonio y permitirlas enfocarse en su carrera, les ayudó a destacar en su trayectoria profesional. Fue el caso de Victoria Kent o de Celia Gámez, dos mujeres muy distintas, pero ligadas para siempre por un chotis.

            Lo cierto es que Victorina Durán, por lo que se deduce de sus escritos, publicados póstumamente o aún inéditos, no tuvo mayores problemas para vivir una vida sexual a su manera, sin demasiadas cortapisas, tanto en la España anterior a la guerra, como en la Argentina del exilio (que fue, en gran parte, la Argentina de Perón) o en la España franquista a partir de los años sesenta. Ayudó a ello el medio en que se desenvolvió, la burguesía ilustrada y el teatro, siempre más propenso a ciertas libertades y por eso mal visto por la gente de bien, además de la tendencia a la invisibilidad, casi hasta ayer mismo, del amor entre mujeres: las muestras de afecto entre amigas, besos y abrazos, siempre llamaron menos la atención que cuando se daban entre hombres.

            Moreno-Lago gusta de fantasear sobre los amores de Victorina Durán. El caso más notable es el de sus supuestas relaciones eróticas, además de profesionales y amigables, con Margarita Xirgu. Cierto que no hay constancia del lesbianismo de la actriz, pero en la época hubo rumores y “cuando el río suena, agua lleva”; Además, la actriz “era amiga cercana de figuras abiertamente homosexuales, tanto hombres como mujeres, y se movía con naturalidad en ambientes donde la diversidad sexual era aceptada”. Y ya se sabe –añade Moreno-Lago, que en su afán de sacar a Margarita Xirgu póstumamente del armario elude cualquier rigor conceptual-- “dime con quién andas y te diré quién eres”.

El capítulo titulado “Amores lésbicos al proscenio” es una novelita de tesis LGBTIQ , una especie de ensoñación erótica que está fuera de lugar. Más interesante el capítulo siguiente, “Una trama difícil: su gran amor”, en el que se nos cuenta la historia de Miguel Durán Terry, que nació en Lugones en 1901, que estudió con los jesuitas en Gijón, que marchó a Madrid para estudiar ingeniería y pronto se convertiría en uno de los jugadores más destacados del Atletic Club. Murió durante la revolución del 34 mientras se desplazaba al cuartel de Pelayo. Esa historia, o la más conocida del empresario argentino Natalio Botana, uno de sus mecenas argentinos, son bastante más interesantes que las fantasías sobre cómo supuestamente Victorina Durán y Margarita Xirgu se abrazaban secretamente en la parte de atrás de un coche.



           

miércoles, 22 de octubre de 2025

Sin perdón

 

José Luis Piquero
Todo va a salir bien
(Antología poética 1989-2024)
Edición de Rodrigo Olay
Renacimiento. Sevilla, 2025.

En la poesía española actual, pocos poetas tan inconfundibles como José Luis Piquero. Desde sus primeros poemas, los de Las ruinas , le gustó adentrarse por terrenos poco frecuentados y, a pesar de los muy evidentes primeros maestros (Cernuda, Gil de Biedma entre los más reconocibles), pronto encontró una manera de decir, a la vez conversacional y enigmática, hiriente y lúcida, absolutamente inconfundible.

            Con el título, llamativo por inesperado, de Todo va a salir bien y la colaboración de Rodrigo Olay, autor del prólogo, reúne una amplia selección de su obra. Aquí están algunos de los poemas más impactantes. Es difícil salir indemne de esta antología.

            El título, según se nos explica en una breve nota, procede de “telefilms norteamericanos de los domingos por la tarde” donde, en los momentos más dramáticos, siempre habría un optimista que anunciaba “todo va a salir bien”. Siguiendo con el mismo campo de referencias, podríamos decir que una de las más llamativas características de la poesía de Piquero es que en ella nos habla “el malo de la película”. Un niño maltratado (recordamos el espléndido “Apunte biográfico”) que se convierte en un adulto maltratador, sobre todo de sí mismo. Caín y Judas son sus personajes bíblicos favoritos, especialmente el primero, que parece convertirse en su alter ego. “Gracias, odio; gracias, resentimiento; / gracias, envidia: / os debo cuando soy. / Lo peor de nosotros mantiene el mundo en marcha / y la ira es un don: estamos vivos”. Desde el humor, Fernández Flórez expresó una tesis semejante en su novela Las siete columnas.

            José Luis Piquero es un poeta que no gusta de engañarse ni de engañarnos sobre la condición humana. Las mentiras piadosas no son lo suyo. Desdeña la mentirosa moralina para adolescentes (véase su “Mensaje a los adolescentes”, escrito con la falsilla del “Discurso a los jóvenes” de Ángel González) o su “Intervalo de la Rosa”, diatriba contra el tópico símbolo de la belleza poética convencional, que para él está en las antípodas de la verdadera poesía.

            Pero junto a ese poeta “oscuro, atormentado” hay otro, el autor de un puñado de poemas memorables que hablan de los amores, las melancolías y los apasionamientos de la adolescencia. Es el caso de “Romeo en el internado” o “En el camping”, tan cinematográficos, tan Erick Rohmer. O de mi preferido, “Iván y Arancha en Praga”, que canta una fascinación por la andrógina belleza adolescente, por la inalcanzable felicidad que promete.

            No es el José Luis Piquero hímnico y jubiloso el más habitual. En los poemas inéditos que añaden a la antología, hay uno, “Luna de miel”, que parece querer resucitar ese tono. Pero ahora el poema muestra todos sus descosidos, incluso para el lector más desatento: quiere narrar un feliz viaje de novios, pero se pierde en detalles de un viaje anterior (incluso se narra un encuentro con el poeta Nuno Júdice); añade precisiones redundantes: “Yo quiero / ver pasar a los curas ya los novios / guapos como nosotros (sobre todo los novios)”; termina afirmando que en el poema no aparece “ni un solo monumento” porque siempre estuvo en los hombros, las piernas, las caderas de la mujer amada, siempre dentro de ella, sin ojos para otra cosa. Pero termina –un final anticlimático convertido en tic-- señalando que el hotel “no era muy allá”. O sea que el amor no le permitía fijarse en el Panteón ni en el Foro, pero sí en que el hotel no era precisamente un cinco estrellas.

            A la poesía le sienta bien una cierta oscuridad. Por eso José Luis Piquero tiende cada vez más al poema-enigma, aquel que parte de una situación concreta (sigue siendo un poeta realista) a la que ocultan audaces elipsis. Algunos poemas son así como adivinanzas de las que no acertamos a encontrar la solución. ¿De qué nos habla “Amenazando con hacerlo”? El título parece aludir a quienes practican el chantaje de la amenaza de suicidio. Los versos insinúan sin aclarar demasiado y eso –en algunos casos, no en todos-- les vuelve más eficaces: “Tú, pequeña hijaputa, debes ser muy feliz / compartiendo tu muerte con nosotros. / Gracias por tu regalo, recoger los pedazos y comer de tu cuerpo y beber de tu sangre, en una alianza nueva y eterna. Para redimir / el gran pecado de sobrevivirte no basta una vida”.

            Aviso para lectores sensibles: la poesía de José Luis Piquero a menudo hace daño. Tras los primeros poemas, que cantan la promiscuidad sexual a veces sin eliminar precisiones innecesarias (llamativas entonces) y otras de muy gozosa manera (“Cuatro” me parece uno de los más hermosos poemas eróticos que se hayan escrito en lengua española), se centra en las experiencias de pareja. Imposible leer “Historia de G.”, en la que toma la palabra la víctima, sin sentirse acongojado. En “Quemaduras” el poema, sin dejar de ser poema, se aproxima al análisis psiquiátrico: pocas veces se han elucidado mejor los gozos y las sombras del masoquismo.

            El prólogo de Rodrigo Olay –un poeta cuyo mundo está en las antípodas del de José Luis Piquero (si uno es “el malo de la película”, el otro es “el primero de la clase”), está escrito desde un entusiasmo crítico que no impide aciertos parciales, pero que le lleva a incluir textos menores y aceptar elogiosamente reflexiones más que discutibles sobre métrica. No hay que fiarse demasiado de lo que afirman los escritores acerca de su obra. El poeta, si lo es de verdad, no sabe lo que hace, aunque sepa hacerlo muy bien. Y el crítico está para explicárnoslo, no para parafrasear las buenas ideas del poeta sobre sí mismo. 





jueves, 16 de octubre de 2025

Así fue el fin del mundo

 

Manuel Moyano
El mundo acabará en viernes
Menoscuarto. Palencia, 2025.

La narrativa de Manuel Moyano, autor además de excelentes libros de viajes, gusta de adentrarse en terrenos que no suelen frecuentar, o al menos de la manera en que él lo hace, los autores considerados serios: el terror, lo fantástico, la ciencia ficción.

            El mundo acabará en viernes comienza de la manera más intrigante y en diversos escenarios –Idaho, Londres, Tel Aviv-- y con personajes bien caracterizados: la psiquiatra que sueña con ser novelista de éxito, el paparazzi que acecha a los famosos, la solitaria y deprimida empleada en una cadena de televisión. Empezamos a leer la novela con la misma curiosidad con que nos disponemos a ver una serie de Netflix. El estilo, sin florituras retóricas, muy dialogado, más cercano a cierta tradición de la literatura norteamericana que a la española, resulta de gran eficacia para mantener el suspenso.

            A esas tres intrigas entrelazadas, pronto se les irán añadiendo otras. Algunas con un cierto desarrollo como las de Ronia Sharabi, ensayista israelí de fama mundial, y Boris Woon, el “todopoderoso”, dueño del Grupo Babylon, mientras que otras viñetas carecen de desarrollo posterior y parecen insertos de los que se podrían prescindir o que podrían multiplicarse.

            Durante la primera mitad, el libro se mueve en ese terreno intermedio entre lo natural y lo sobrenatural, tan bien estudiado por Todorov, y que ha dado tantas obras maestras, entre ellas los mejores cuentos de fantasmas. Luego se inclina por lo fantástico y la novela de intriga se convierte en parábola sobre lo que ocurriría si las profecías bíblicas sobre el fin del mundo se hicieran realidad.

            Para algunos lectores, a partir de entonces El mundo acabará en viernes perderá interés; para otros, entre los que me cuento, lo acrecienta. Deja de ser un grato pasatiempo para convertirse en un bienhumorado análisis de las contradicciones de la teología a la hora de satisfacer nuestro deseo de inmortalidad.

            El Mesías que regresa para anunciar la llegada del fin del mundo, la resurrección de los muertos y el juicio final, aprovecha para difundir mejor su mensaje el festival de Eurovisión que se celebra en Tel Aviv. Y el autor lo aprovecha para resumirnos la historia y caricaturizar semejante evento.

Los primeros muertos que resucitan no son muertos anónimos, sino Hemingway, Lady Di y Leonardo da Vinci. El tono unas veces se aproxima a la farsa y otras se acerca al enumerativo Borges: "Se levantó del polvo todos los egipcios e hititas caídos tres mil años atrás en la batalla de Kadesh. Se levantó del polvo Pauline Koch, madre de Albert Einstein, quien había educado a su hijo para la música, la paciencia y la perseverancia. Se levantó del polvo la primera persona que oyó predicar a Siddartha Gautama en las llanuras del Ganges..."

Y sigue así durante dos páginas hasta terminar con el poeta chino Li Bai (“Suspiro en la larga noche solitaria y las lágrimas humedecen mi ropa”) y con Lázaro de Betania, que resucita por segunda vez. Disuena también del tono del conjunto algún otro pasaje lírico: “Allí abajo, en aquel lacrimarum valle, en aquella tierra devastada y poblada solo por réprobos, quedaban los logros, las pasiones, los placeres, las historias, las infinitas obras humanas. Las pirámides de Egipto, Yentl, las ruinas de Disneylandia, las pinturas de Chagall, el olor a sal de la playa de Tel Aviv en las mañanas de verano, el vino de Ribera, la imagen de Armstrong hollando la superficie lunar, la imagen del otro Armstrong blandiendo la trompeta, el recuerdo de su abuelo contándole la historia de Moisés, esa misma historia contada por Cecil B. de Mille…”. Borges entremezclado con Bradbury, Miguel d’Ors y el replicante de Blade Runner.

            El Dios padre de esta singular historia tiene menos que ver, con el bíblico Yahvé que con los monstruos de Lovecraft. Y el enfrentamiento entre Yeshua, el mesías, y el dueño de Grupo Babylon, que recuerda algo al demonio y mucho a los genios del mal de las películas de superhéroes, podría compararse con la opa hostil entre el BBVA y el Banco de Sabadell, aunque el libro fuera escrito antes de esa fantástica historia verdadera.

            El desajuste entre los primeros capítulos del libro, más atenidos a la lógica de la narración de intriga, y los siguientes, algo embarullados y de contradictorios enfoques, es muy posible que resulte intencionado: refleja el caos en que se convierte el mundo cuando se anuncia, para el séptimo día, el fin del mundo.

            Entre burlas y veras, irreverencias y contradicciones, El mundo acabará en viernes acaba planteando arduas cuestiones teológicas. Los muertos, si pudieran elegir, ¿querrían resucitar? ¿La otra vida en el cielo resulta más apetecible que esta vida con todas sus desdichas? Los bienaventurados que vuelven a la vida parecen solo desganados zombis.

Manuel Moyano, tras desarrollar muy imaginativamente la idea de qué pasaría si las profecías bíblicas se hicieran realidad, no nos da ninguna respuesta. Nos deja tan perplejos a los lectores con esa opa hostil entre Yeshua, el mesías, y Boris Woon, como esa otra opa hostil entre dos corporaciones bancarias que se ha desarrollado, a golpe de publicitarias e incomprensibles razones, ante nuestras narices. La realidad no es menos inverosímil que la ficción más inverosímil. Ni la ficción menos verdadera.