Stamatis Polenakis
Luz oscura
Antología poética
Edición de Virginia López Recio
Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y
Chipriotas. Granada, 2024.
Nacido en Atenas en 1970,
Stamatis Polenakis pertenecería al que su traductora y antóloga, Virginia López
Recio, denomina “Grupo del 2008”, marcado por la crisis económica de ese año,
de alcance mundial, pero que afectó especialmente a su país.
No
hay sin embargo nada en este selección, que abarca tres libros publicados entre
2008 y 2014, que aluda a ello. Aunque abunde la referencia a los mitos
clásicos, faltan las alusiones a la Grecia contemporánea. En el último de los
libros antologados, encontramos una serie de poemas protagonizados por Odiseo,
pero Odiseo o Ulises es tan patrimonio de la Grecia de hoy como de cualquier
otro país occidental. De hecho, el Odiseo de Polenakis viaja a Irlanda y en
Teruel encuentra ecos de una guerra que no tiene que ver con la de de Troya:
“Lo único que recuerdo de aquel breve viaje / son las callejuelas desiertas / y
la tremenda helada que me traspasaba / mientras andaba en las madrugadas
tremendamente solo. / Sé únicamente que llegaba en tren / desde Zaragoza
buscando en vano / los últimos remanentes del ejército / republicano que se
retiró / abandonando definitivamente la ciudad / en una noche de invierno del
38 / bajo una brutal tormenta de nieve”.
Stamatis Polenakis es un poeta culturalista que en
ocasiones recuerda a Juan Luis Panero. Sus protagonistas son a menudo
escritores o personajes literarios. Cito algunos: Henriette, la mujer que se
suicidó junto al poeta Heinrich von Kleist; Raskólnikov, el protagonista de Crimen
y castigo, o Gustav von Aschenbash, el de La muerte en Venecia; Ramón
Mercader, el asesino de Troski; Marina Tsvietáieva, Victor Hugo, Kafka, Mayakovski,
Pessoa… Un índice onomástico resulta copioso. Junto a estos nombres conocidos,
hay otros de personajes que no han pasado a la historia como la Emma Bergman de
“Elegía, 1845”, cuyo nombre encontró el autor en la lápida de un cementerio:
“Que sea leve la nieve que cubrirá / mañana los valles, este cuerpo / que se
hunde lentamente bajo las piedras / y las malas hierbas, / que se eleve ya
libre, sin carga alguna, / como las grises olas del Báltico”.
Muchos de los poemas adoptan la técnica del monólogo
dramático, y nos los imaginamos fácilmente como parte de un espectáculo teatral
(el autor es también dramaturgo); otros, escritos en prosa o en verso, tienen
mucho de microrrelatos. Hay referencias personales, pero la mayor parte de los
poemas aluden a las tragedias del siglo XX: las guerras mundiales, los campos
de concentración, el gulag soviético, la ocupación israelí de Palestina, una
tragedia que pasa de un siglo a otro (el “Encomio” a Rachel Corrie, activista
aplastada por una excavadora israelí en la franja de Gaza el año 2003, podía
haberse escrito hoy).
Se leen con gusto y emoción estos poemas de línea clara,
pero a menudo se echa en falta en ellos esa especial tensión del lenguaje
poético. La traductora nos indica que ha pretendido “trasladar lo más fielmente
posible los poemas originales al español”. No es necesario, sin embargo,
conocer el griego moderno --basta comparar el original con la traducción-- para
comprobar que traduce en verso un poema como “No sé que me deparará el mañana”,
escrito en prosa y que en más de un caso trocea, como si fueran versos más
breves (pero que a menudo no se ajustan a la métrica) los versículos del
original. En el prólogo nos advierte de que solo se ha apartado del texto
griego “cuando la pretendida fidelidad restaba belleza”. Habría sido necesario
entonces que nos ofreciera en nota la traducción literal para que pudiéramos
distinguir entre lo escrito por el autor y lo que leemos. La justificación que
ofrece para esos cambios resulta un tanto sorprendente: “Porque creemos que la
belleza, ante todo, ha de presidir todo poema. La Poesía es Belleza”. Nada más
impreciso que esa afirmación.
Luz oscura se incluye en una “Biblioteca de
Autores Griegos Contemporáneos” que cuenta con una directora, Olga Omatos
Saenz, y con un “comité científico”. El término “científico”, en las
publicaciones académicas (al menos en las que se refieren a la literatura), suele
ser una palabra vacía o, peor aún, indica solo que un texto se edita con el
añadido de prescindibles notas y variantes. Una mínima revisión le habría
indicado a la traductora y editora que no se deben mezclar las notas que
aclaran las referencias del texto (y que, salvo en dos o tres casos, solo son
útiles para los lectores que carezcan de un móvil: las aclara una consulta a la
Wikipedia) con las que nos indican dónde fue publicada antes la traducción del
poema. Las segundas, que carecen de interés para cualquier lector, deberían se
sustituidas por una aclaración final, si la traductora cree pertinente añadir
ese dato. En las notas informativas, no se nos explica –con buen criterio-- quiénes
son Marina Tsvietáieva o Mayakovski, pero sí Wilfred Owen o Camile Claudel. No
sé nos indica en cambio quién es el Mercader que se menciona en un texto,
“Mercader es el destino”, en el que no figura el nombre de Troski. No es que resulte
necesario, mejor dejar que adivinemos quién está hablando, pero habría que
unificar el criterio. Y no distraer al lector con caprichosas notas poco
pertinentes que no ayudan, sino todo lo contrario, a valorar la edición.
Conviene decir estas cosas que a la hora de reseñar un
libro de procedencia académica no se dicen nunca. Y subrayar que si hay un
“comité científico” que avala la edición resulta corresponsable de la calidad
de la misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario