martes, 11 de marzo de 2025

Caleidoscopio culturalista

 

Stamatis Polenakis
Luz oscura
Antología poética
Edición de Virginia López Recio
Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas. Granada, 2024.

Nacido en Atenas en 1970, Stamatis Polenakis pertenecería al que su traductora y antóloga, Virginia López Recio, denomina “Grupo del 2008”, marcado por la crisis económica de ese año, de alcance mundial, pero que afectó especialmente a su país.

No hay sin embargo nada en este selección, que abarca tres libros publicados entre 2008 y 2014, que aluda a ello. Aunque abunde la referencia a los mitos clásicos, faltan las alusiones a la Grecia contemporánea. En el último de los libros antologados, encontramos una serie de poemas protagonizados por Odiseo, pero Odiseo o Ulises es tan patrimonio de la Grecia de hoy como de cualquier otro país occidental. De hecho, el Odiseo de Polenakis viaja a Irlanda y en Teruel encuentra ecos de una guerra que no tiene que ver con la de de Troya: “Lo único que recuerdo de aquel breve viaje / son las callejuelas desiertas / y la tremenda helada que me traspasaba / mientras andaba en las madrugadas tremendamente solo. / Sé únicamente que llegaba en tren / desde Zaragoza buscando en vano / los últimos remanentes del ejército / republicano que se retiró / abandonando definitivamente la ciudad / en una noche de invierno del 38 / bajo una brutal tormenta de nieve”.

            Stamatis Polenakis es un poeta culturalista que en ocasiones recuerda a Juan Luis Panero. Sus protagonistas son a menudo escritores o personajes literarios. Cito algunos: Henriette, la mujer que se suicidó junto al poeta Heinrich von Kleist; Raskólnikov, el protagonista de Crimen y castigo, o Gustav von Aschenbash, el de La muerte en Venecia; Ramón Mercader, el asesino de Troski; Marina Tsvietáieva, Victor Hugo, Kafka, Mayakovski, Pessoa… Un índice onomástico resulta copioso. Junto a estos nombres conocidos, hay otros de personajes que no han pasado a la historia como la Emma Bergman de “Elegía, 1845”, cuyo nombre encontró el autor en la lápida de un cementerio: “Que sea leve la nieve que cubrirá / mañana los valles, este cuerpo / que se hunde lentamente bajo las piedras / y las malas hierbas, / que se eleve ya libre, sin carga alguna, / como las grises olas del Báltico”.

            Muchos de los poemas  adoptan la técnica del monólogo dramático, y nos los imaginamos fácilmente como parte de un espectáculo teatral (el autor es también dramaturgo); otros, escritos en prosa o en verso, tienen mucho de microrrelatos. Hay referencias personales, pero la mayor parte de los poemas aluden a las tragedias del siglo XX: las guerras mundiales, los campos de concentración, el gulag soviético, la ocupación israelí de Palestina, una tragedia que pasa de un siglo a otro (el “Encomio” a Rachel Corrie, activista aplastada por una excavadora israelí en la franja de Gaza el año 2003, podía haberse escrito hoy).

            Se leen con gusto y emoción estos poemas de línea clara, pero a menudo se echa en falta en ellos esa especial tensión del lenguaje poético. La traductora nos indica que ha pretendido “trasladar lo más fielmente posible los poemas originales al español”. No es necesario, sin embargo, conocer el griego moderno --basta comparar el original con la traducción-- para comprobar que traduce en verso un poema como “No sé que me deparará el mañana”, escrito en prosa y que en más de un caso trocea, como si fueran versos más breves (pero que a menudo no se ajustan a la métrica) los versículos del original. En el prólogo nos advierte de que solo se ha apartado del texto griego “cuando la pretendida fidelidad restaba belleza”. Habría sido necesario entonces que nos ofreciera en nota la traducción literal para que pudiéramos distinguir entre lo escrito por el autor y lo que leemos. La justificación que ofrece para esos cambios resulta un tanto sorprendente: “Porque creemos que la belleza, ante todo, ha de presidir todo poema. La Poesía es Belleza”. Nada más impreciso que esa afirmación.

            Luz oscura se incluye en una “Biblioteca de Autores Griegos Contemporáneos” que cuenta con una directora, Olga Omatos Saenz, y con un “comité científico”. El término “científico”, en las publicaciones académicas (al menos en las que se refieren a la literatura), suele ser una palabra vacía o, peor aún, indica solo que un texto se edita con el añadido de prescindibles notas y variantes. Una mínima revisión le habría indicado a la traductora y editora que no se deben mezclar las notas que aclaran las referencias del texto (y que, salvo en dos o tres casos, solo son útiles para los lectores que carezcan de un móvil: las aclara una consulta a la Wikipedia) con las que nos indican dónde fue publicada antes la traducción del poema. Las segundas, que carecen de interés para cualquier lector, deberían se sustituidas por una aclaración final, si la traductora cree pertinente añadir ese dato. En las notas informativas, no se nos explica –con buen criterio-- quiénes son Marina Tsvietáieva o Mayakovski, pero sí Wilfred Owen o Camile Claudel. No sé nos indica en cambio quién es el Mercader que se menciona en un texto, “Mercader es el destino”, en el que no figura el nombre de Troski. No es que resulte necesario, mejor dejar que adivinemos quién está hablando, pero habría que unificar el criterio. Y no distraer al lector con caprichosas notas poco pertinentes que no ayudan, sino todo lo contrario, a valorar la edición.

            Conviene decir estas cosas que a la hora de reseñar un libro de procedencia académica no se dicen nunca. Y subrayar que si hay un “comité científico” que avala la edición resulta corresponsable de la calidad de la misma.  

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