José Havel · Ana Vega · Marcos Tramón · José Luis García Martín
José Havel
Poeta, narrador, autor de uno de los diarios más excepcionales de nuestro tiempo, Miguel Torga es quizás el escritor portugués de mayor cercanía a la cultura española. Él se considera un escritor ibérico, combinando en esa palabra las dos grandes naciones peninsulares, que tanto tienen en común. Cambió su nombre civil, Adolfo Rocha, con el que escribió sus primeros libros por el de Miguel Torga, para homenajear a los dos escritores que más admiraba, Miguel de Cervantes y Miguel de Unamuno.
Ana Vega
Si prodigiosa resulta cualquier vida, más prodigiosa resulta la de Miguel Torga porque no fue una vida cualquiera. Nació, pronto hará exactamente cien años, en una aldea perdida de Trás-os-Montes, conoció a los once años la negrura del seminario, a los trece la emigración a América... A los dieciocho vuelve a Portugal para hacerse médico en Coímbra, donde luego ejercerá su profesión durante más de medio siglo.
Marcos Tramón
El triunfo de la voluntad , si no fuera por las pardas resonancias nazis, podría haberse titulado su autobiografía. Él prefirió llamarla La creación del mundo y, eliminando pormenores anecdóticos, darle una dimensión mítica. Su vida la contó de dos maneras. En la novela de ese título, con ayuda del poder creador y transfigurador de la memoria, y en un Diario que sigue con minuciosa paciencia los meandros de la reflexión y la cotidianidad.
Ana Vega
Al olmo inmenso y centenario que crecía en la plaza de su pueblo quiso convertirlo en símbolo de su manera de estar en el mundo: “En la tierra donde nací hay un solo poeta. / Mis versos son hojas de sus ramas”. Quiso ser recio y sobrio como aquel gigante soñador “donde el tiempo y los pájaros hacen nido”.
José Havel
Miguel Torga, entonces un joven estudiante, se enfrentó a las críticas de Pessoa, ya mítico para las gentes de su generación. Pessoa le escribió una larga carta comentando su primer libro, Rampa , publicado en 1930. A la vuelta de muchos elogios, le ponía algunos reparos. Miguel Torga, que entonces todavía firmaba como Adolfo Rocha, le replicó de inmediato no aceptando esos reparos y además atacando a la propia idea de la poesía que tenía Pessoa: "La conciencia de sí mismo en un poeta –le dice--, cuando se da en un sentido tan exagerado como el suyo aniquila toda expresión sincera. Y cualquier elevación en un poeta de tal clase es convencional y flagrantemente postiza".
Marcos Tramón
Miguel Torga conoció luego la cárcel, fue editando sus propios libros, los corrigió una y otra vez, no dejó de atender su consultorio incluso cuando ya era un escritor famoso, siguió siempre su propio camino con tozudez campesina.
José Luis García Martín
Dos o tres veces me lo crucé yo en la Coímbra ensimismada de finales de los setenta. Era un anciano que mantenía intacta su curiosidad. En el Gil Vicente, el teatro de la Asociación Académica, lo encontré un día en que se proyectaba una película de Woody Allen. Le acompañaba su mujer Andrée Crabbé, que era profesora mía en la universidad. También lo vi alguna vez en el café Arcádia, de la rua Ferreira Borges, muy cerca de su consultorio en el Largo da Portagem. Allí había tenido durante años una tertulia. Ahora ya era famoso y no podía sentarse un momento sin que le molestaran los curiosos, a pesar de su cara de pocos amigos. Seguía editando él mismo sus libros, que destacaban por la sobriedad entre las novedades coloristas. Tenía fama de tacaño, de no regalar ni un ejemplar. Pero procuraba que constaran lo menos posible, para que pudiera estar al alcance de todos.
Ana Vega
Nunca dejó a Miguel Torga de vivir en Coímbra y volvió siempre que pudo a su aldea entre montañas: como Anteo necesitaba tocar tierra para recuperar fuerzas. Recorrió también palmo a palmo su país y de ellos nos ha dejado constancia en tantas páginas de su diario y en el libro titulado escuetamente Portugal.
Marcos Tramón
"Todo lo que en mí es instinto y comprensión sabe que los valores auténticos de la vida tienen que ser sólidos como la plaza de la Libertad y altos como la Torre de los Clérigos. Al igual que le ocurre a esas viejas casas solariegas medir nuestras que, al quitarles las telarañas, hacen sonrojar a cualquier rascacielos que se construya al lado, a Oporto solo hay que sacudirle el polvo para poder competir con cualquier tierra que se quiera con él".
"No hay otra ciudad que testimonie tan completamente como Coímbra, en su pobreza arquitectónica, en su gracia hecha de retazos y pintoresquismo, en sus rincones sucios y secretos, los límites de nuestra capacidad creadora, la soledad de nuestra alma y esa maña campesina con que hemos nacido para obtener efectos escenográficos del simple gesto de levantar una viña. Ni la monumentalidad de Oxford ni la severidad de Salamanca. Una modesta medianía risueña, rasgada aquí, cosida allá, de percal estampado”.
"Desde cualquiera de las colinas de Lisboa divisamos pasmados una maravilla ilimitada que abarca el cielo y la tierra en la misma agradecida emoción. Todavía no ha nacido nadie tan insensible que no se extasíe ante la hermosura de un panorama que la naturaleza no puede jactarse de haber repetido jamás".
José Havel
Amaba sobre todo su país, pero no dejó de dar algunas vueltas por el resto del mundo. Al Brasil de su adolescencia añadió pronto la España en guerra civil (y por contar lo que vio le detuvo la Pide), luego vendrían la luz de Italia y el azul de Grecia, el África portuguesa... Muy atento estuvo también al transcurrir de la historia, dentro y fuera de Portugal. De todo nos fue dejando lúcida constancia en los dieciséis tomos de un diario iniciado en 1932 y concluido en 1993, poco antes de su muerte. Ese diario puede considerarse la más minuciosa y exacta autobiografía de un siglo convulso como pocos.
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