Lutz Hachmeister
Entrevistando a Hitler. El dictador y los periodistas.
Traducción de Pedro Argudo Buenacasa
Libros del KO Madrid, 2025.
La historia aspira a contar las cosas como fueron, pero las cosas cambian según se cuentan y según el momento en que se cuentan. “Si Hitler hubiera sido víctima de un atentado a finales de 1938 --afirmó Joachim C. Fest--, pocos dudarían en considerarlo uno de los más grandes estadistas alemanes, quizás el culmen de su historia”. Exagera, sin duda. Pero de lo que no hay duda es de que, entre 1933 y 1939, Hitler fue el árbitro de la política europea, y no solo, detestado por unos pocos, admirado por los más dentro y fuera de Alemania.
Lutz Hachmeister (1959-1924), muerto poco antes de que apareciera este libro, además de historiador, fue productor cinematográfico y periodista. Esas tres facetas se unen de algún modo en Entrevistando a Hitler, que podría servir como guion para una serie documental sobre la figura histórica que más sigue fascinando a todos los públicos.
Desde muy pronto, Hitler fue un personaje popular al que periodistas de todo el mundo buscaban para entrevistarle. Al principio, les parecía solo un tipo pintoresco, una caricatura de Mussolini, pero a partir de 1930 comenzó a mirarsela de otra manera. Hoy nos puede sorprender que no adulara ni buscara a los periodistas, sino que al contrario cobrara por las entrevistas: esa era una de las maneras de financiar su partido.
El libro de Hachmeister pretende ser una obra de tesis “sobre el sentido que tienen las entrevistas periodísticas con autócratas y dictadores”. La mayor parte de la obra se dedica a Hitler, pero también se ocupa de otros políticos, especialmente de Putin, a quien parece considerar su reencarnación contemporánea.
Hitler, que tenía en la oratoria una de sus armas principales, no era sin embargo un buen conversador: monologaba obsesivamente sin tener en cuenta a los interlocutores, o sin aparentar tenerlos en cuenta, porque en sus entrevistas con periodistas extranjeros, que son de las que se ocupan esta obra, sabía bien qué ideas quería transmitir.
Hachmeister rescata la biografía de los entrevistadores de Hitler y entre ellos nos encontramos con personajes fascinantes que podrían ser protagonistas de una película o de una novela. Y alguno lo ha sido, como Bertrand de Jouvenel, que lo entrevistó en 1936. Hijastro de Colette, a los dieciséis años se convirtió en su amante. Esa versión contemporánea y con final feliz de la historia de Fedra e Hipólito, apenas disimulada con toques de ficción, se cuenta en Querido , en El trigo tierno y en algunas otras páginas de la escritora.
No menos novelera es la historia de Inga Arvard, quien en 1931 había obtenido el título de miss Dinamarca. Hitler, a quien entrevistó en 1935, dijo de ella que era “el ejemplo más perfecto de la belleza nórdica”. Antes de dedicarse al periodismo, fue actriz. Una de sus amigas, la actriz también Emmy Sonnemann se casaría con Herman Göring. Ella fue invitada a esa boda, en la que Hitler era el padrino. La entrevista fue dura y media y fue muy distinta de todas las otras. Más que un encuentro periodístico pareció una cita. Así la recordaba Inga: "Poco a poco, nos fuimos sintiendo a gusto y nos recostamos cómodamente en nuestros asientos. Se volvió muy humano, amable y encantador, como si no tuviera nada más importante que hacer en la vida que convencerme de que el nacionalismo era la salvación del mundo". Por esas fechas, la entrevistadora estaba convencida de ello y prefería hablar de otras cosas. Le preguntó por qué era vegetariano y por qué no estaba casado. Le encontré “tierno y bondadoso”.
No sería el único “gran hombre” por el que Inga se sintió atraída. En 1941, conoció a John F. Kennedy y en la columna diaria que por entonces escribía en el Times-Herald dijo que era “un chico con futuro”. Más tarde, agregaría: “cuando entraba en una habitación, sabías que estaba allí, irradiando una especie de magnetismo animal”.
El último periodista que entrevistó a Hitler, John Cudahy, es también un personaje con historia. Así comienza Hachmeister el capítulo que le dedica: "A principios de septiembre de 1943, en Brown Deer, cerca de Milwaukee (Wisconsin); un ranchero salió despedido por los aires mientras cabalgaba a lomo de uno de sus caballos favoritos, el cual se había asustado al llegar a una zanja. Un vecino vio al animal galopar sin jinete y se alarmó. Al poco rato, el ranchero fue encontrado muerto: tenía el cuello roto". Ese ranchero era John Cudahy, que había sido embajador en Bélgica cuando la invasión nazi y al que Hitler utilizó en un último intento de evitar que los Estados Unidos entraran en la guerra.
Lutz Hachmeister –contando con un buen equipo de asesores, como si solo fuera el director del documental-- ha escrito un libro lleno de pequeños detalles exactos que nos permite entrever las cosas como fueron siendo en cada momento, antes de que el horror final del holocausto lo tiñera todo de negro.
¿Buscaba Hitler de verdad la paz cuando decía buscar la paz? Así lo afirma una y otra vez en sus entrevistas con periodistas extranjeros y muchos le creyeron y quizás él también lo creía.
No sabemos si había leído Psicología de las masas, de Gustave le Bon, publicada en fecha tan temprana como 1895, pero lo cierto es que supo aplicar como nadie su doctrina principal: "Las masas nunca estuvieron sedientas de verdades. Se alejan de la evidencia que no es de su gusto y prefieren deificar el error si el error les seduce. Quienquiera que sea capaz de proveerlas de ilusiones será fácilmente su amo; quien quiera que intente destruir sus ilusiones será siempre su víctima”.
Lutz Hachmeister considera a Putin la versión actual de Hitler y quizás lo sea, pero del Hitler posterior al comienzo de la guerra mundial, convertido en una personificación del mal. Al Hitler anterior se parece más Donald Trump, que también suscitó al principio la burla y cuando alcanzó el poder tuvo a la mayor parte de los líderes mundiales, comenzando por los de la democrática Europa, riéndole las gracias y desviviéndose por complacerle. Lo que la radio, entonces novedosa, fue para Hitler son para Trump los mensajes en su red social, que, al contrario que a Hitler, le han librado del enojoso intermedio de los periodistas.
