viernes, 30 de noviembre de 2018

Susana Benet, cotidianidad y magia




Don de la noche
Susana Benet
Pre-Textos. Valencia, 2018.

 Susana Benet es conocida principalmente por sus libros de haikus, ese poema-estrofa de origen japonés que ha invadido todas las lenguas occidentales y al que tan propensos son, por su facilidad engañosa, tantos aprendices de poeta, tantos poetas ocasionales.
            El haiku se muestra más propenso a la mixtificación que cualquier otro género poético. Incluso al lector experimentado le cuesta a veces distinguir (recordemos el tan citado haiku de Basho sobre el salto de la rana) entre una nadería y una obra maestra.
            Susana Benet ha conseguido el milagro de que sus haikus resulten inconfundibles. No hay en ellos ningún pastiche orientalizante: se limitan a reflejar su cotidianidad con una mirada distinta; a ver, como quería Blake, el universo en un grano de arena, toda la belleza del mundo en un tiesto con flores.
            Cuando no escribe haikus, Susana Benet conserva el espíritu sugerente y minimalista de sus diecisiete sílabas. No hay apenas anécdota en los breves poemas de Don de la noche, solo una mirada asombrada y sabia sobre la realidad de todos los días.
            Leves acuarelas paisajísticas parecen muchos de estos poemas. “Impresión de la mañana” se titula el primero de ellos: “Están rotas las nubes. / Un manto desgarrado cubre el cielo. / Las ramas de los árboles desnudos / atraviesan los pálidos jirones. / Una dulce quietud invade el aire / tras semanas de viento enloquecido. / Las plantas en sus tiestos / parecen dormitar agradecidas / por esa amable tregua / que sumerge las hojas y las flores / en luz apaciguada”.
            Ese “viento enloquecido” lo volvemos a encontrar en el poema “Vientos”, en el que la autora explicita lo que el lector ya había adivinado:  que todo paisaje, como afirmó Amiel, es un estado del alma: “Cerradas las ventanas / se agita en mi interior / otro viento que agita y acelera / el paso silencioso de las horas”.
            Lo mismo podemos comprobar en “Otro día” (“Otro día en que el viento / zarandea las ramas de los árboles…”), cuya segunda parte contrasta con la objetividad descriptiva de la primera: “Parece que ese viento / arranque de mi mente las ideas, / las agite en furioso torbellino / y las aleje de mí como los pétalos / que no llegan jamás a despuntar”.
            La terraza de su casa, ese ámbito a la vez interior y exterior, constituye el escenario de la mayor parte de los poemas de Susana Benet. En el que se titula precisamente “La terraza” nos describe ese pequeño universo, con su “hondo silencio vegetal”, el gato que dormita, las nubes que van cubriendo el cielo, y donde ella, “una mente que observa”, se siente de pronto “un cuerpo extraño”.
            Ese gato que dormita reaparece en varios poemas, acentuando la sensación de interior doméstico. En “Sonora mañana”, poema construido todo él sobre la sinestesia, “traza sobre el aire / la nota musical de su maullido”; en “Gato cazador” –otra mínima maravilla– vigila agazapado la mano que escribe “como si / pudiese alguna letra / saltamontes / alzar de pronto el vuelo”.
            No podía faltar la presencia de la muerte en este doméstico paraíso. “Chaqueta” y “Adormecida” evocan a seres queridos en la ropa que aún les sobrevive o en el recuerdo de una costumbre familiar. Menos anecdótico, pero no menos memorable, resulta “Ausencia”.
            Muchos de lo poemas de Susana Benet parecen hechos de nada, de palabras cotidianas, se resisten al análisis, no acertamos a encontrar dónde está su misterio. El lector apresurado puede ver solo una banalidad, una enumeración de consabidos tópicos en “El día”: “Qué pronto la mañana / se ha convertido en tarde. / En los cercanos árboles / ya palidece el sol. / Llega la noche. / Otro día que pasa / rozándome los ojos, / donde dura un instante / el brillo de la luna”. No hace falta ni una palabra más para reflejan toda la fugacidad y la belleza de la vida, de cualquier vida.
            Hay libros de poemas que no necesitan recomendación ni exégesis, que funcionan –al contrario que tanto arte contemporáneo– sin prospecto, sin excipiente teóricos. Basta abrir Don de la noche por cualquier página  –“Llegada”, “Tu mano entre las flores”– para sentirse seducido por una poesía que acierta a reflejar sin énfasis retórico ni rebuscamientos léxicos, con las menos palabras posibles, la magia, el misterio, el asombro de la cotidianidad.





3 comentarios:

  1. Parece una autora excelente. A ver si la encuentro y la leo.

    Gracias por compartir. Un abrazo

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  2. Una excelente reseña que da fe de la calidad poética del libro. Doy fe.

    J.A.

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  3. Muchas gracias Susana por dejarmos ver una vez más la realidad a través de tu excepcional mirada que convierte en poesía las cosas sencillas. Sabes lo mucho que te admiro desde hace tanto tiempo.

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