lunes, 3 de septiembre de 2012

El enigma Ehrenburg


Joshua Rubenstein
Lealtades enmarañadas
Vida y obra de Iliá Ehrenburg
Siglo XXI. Madrid, 2012


La historia no se escribe en blanco y negro, pero pocos periodos tan próximos al negro absoluto como la época de Stalin. Y pocos más inexplicables. En la Rusia de Stalin, donde nadie se sentía seguro, la amenaza mayor era precisamente para los miembros del partido comunista, para sus militantes más idealistas y fieles, muchos de los cuales morían con el nombre del verdugo en los labios, entonando loas al dictador. Los historiadores deben ir acompañados de psiquiatras si quieren entender ese tiempo.
            El escritor Iliá Ehrenburg (1891-1967) lo tenía todo para ser una de las primeras víctimas del estalinismo: era judío con un pasado juvenil antibolchevique (incluso de había burlado de Lenin en algún escrito), era amigo y protegido de Bujarin, había vivido en Francia y siempre defendió la renovación vanguardista de los años veinte, nunca fue capaz de someterse, aunque lo intentara, a los estrictos códigos estéticos que el partido comunista propugnaba en cada momento… Pero Stalin siempre le protegió y él correspondió a esos favores siendo la cara ilustrada y amable del régimen en los más polémicos momentos de la guerra fría. Sus mejores amigos desaparecían sin juicio o eran condenados en esperpénticos procesos mientras él elogiaba a Stalin o negaba en la prensa occidental que tales crímenes, que en algunos casos le tocaban muy de cerca, estuvieran sucediendo.
            Pero si la historia no se escribe en blanco y negro, tampoco la biografía de nadie. La vida de Iliá Ehrenburg está llena de claroscuros y quizá finalmente, contra lo que muchos pensábamos, haya en ella más luces que sombras. Él mismo, en constante lucha con la censura, fue escribiendo y publicando en la Rusia soviética unas monumentales memorias, Gente, años, vida, que constituyen una crónica ejemplar de buena parte del siglo XX, con sus grandezas y sus miserias.
            La biografía que Joshua Rubenstein le dedicó en 1996, y que solo ahora se traduce al español, resulta ejemplar. Bien documentada, escrita con claridad, no se pierde en minucias, aunque procura no dejar fuera ningún detalle significativo. Todas las facetas del contradictorio personaje que fue Iliá Ehrenburg quedan puestas de relieve en ella. Nacido en Kiev en una familia de judíos asimilados nunca supo yiddish ni practicó el judaísmo, pero fue uno de sus mayores defensores en un siglo profundamente antisemita.
La Alemania de Hitler aplicó eficaces procedimientos industriales para la eliminación de los judíos, pero el antisemitismo no era mucho menor en Polonia, en Ucrania, en la Rusia zarista o soviética. De no haber muerto oportunamente, a punto estuvo Stalin de poner en marcha un plan para acabar con el problema judío que no tenía mucho que envidiar al de Hitler. En enero de 1953 se anunció la detención de nueve médicos judíos que conspiraba para acabar con los personajes públicos más significativos mediante el uso de tratamientos médicos manipulados. Todos los médicos judíos se convirtieron automáticamente en sospechosos, lo mismo que los enfermeros o cualquier otro trabajador en la sanidad. Algún médico tuvo incluso que probar los medicamentos que recetaba para demostrar que no estaban envenenados. El rechazo y el odio se extendieron rápidamente hacia todos los judíos. Ehrenburg comenzó a recibir cientos de cartas solicitando ayuda. Joshua Rubenstein reproduce una especialmente significativa: “Tengo treinta y dos años y nací y me crié en Moscú; no conozco otra patria ni otro régimen. Ni siquiera he salido nunca de Moscú. Mis padres, que habían ido a ver a mi hermana a Minsk un mes antes de la guerra, fueron brutalmente asesinados allí. Mi esposo cayó cerca de Stalingrado. En ese momento, yo estaba embarazada y no abandoné Moscú durante la guerra, sino que trabajé y colaboré todo lo que pude. Tengo un hijo de once años al que estoy criando sola. Hace unos días en la escuela otros alumnos le encerraron en el baño y empezaron a pegarle gritando: ‘¡Así es como hay que tratar a los judíos!’. ¿Qué está pasando? ¿Es posible que no sepa usted nada de esto? ¿Es posible que no cuente usted estas cosas a las autoridades competentes?”. Lo que la mujer ignoraba es que “las autoridades competentes” ya habían ideado la mejor manera de “salvar” a los judíos de la ira del pueblo: nada menos que enviarlos a todos a Siberia. Pero esa deportación no podía aparecer como una ocurrencia del régimen, sino como una solicitud de los propios judíos. Ehrenburg recibió múltiples presiones para que firmara una carta en ese sentido que iba a ser publicada en el Pravda. No solo no firmó, sino que se atrevió a escribir directamente a Stalin –no era la primera vez que lo hacía– para oponerse sin parecer que se oponía, tratando solo de explicarle lo negativo que podía ser para la Unión Soviética una actitud semejante.
            Contradictorio Ehremburg: estalinista que atenuó en lo posible los crímenes de Stalin y que hizo más que nadie por reivindicar a las víctimas; afrancesado, cosmopolita y a la vez profundamente ruso; pacifista y el más feroz periodista combativo durante la Segunda guerra mundial (incitaba a los soldados rusos a no tener piedad con Alemania, a no dejar un alemán con vida).
El personaje es fascinante, digno de Dostoyeski, y Rubenstein resulta un cronista a su altura. ¿Y el escritor? ¿Qué queda hoy de uno de los escritores más prolíficos y conocidos de su tiempo, abundantemente traducido al español en los años treinta? Queda, sobre todo, su primera novela Las extraordinarias aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos, disparada sátira del mundo desquiciado que surgió tras la Gran Guerra, y Gentes, años, vidas, el titánico empeño al que dedicó sus últimos años, más que biografía personal memoria de un siglo (pronto aparecerán por primera vez completas en español). Y algún gran reportaje –novelado o no, recordemos La fábrica de sueños, sobre el mundo del cine–  que destaca entre la inabarcable hojarasca ideológica.

1 comentario:

  1. Verdaderamente una época negra como pocas y siloenciada como un borrón de carmín sobre los labios.

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