martes, 12 de marzo de 2013

Miguel d’Ors: Carpintería y no sé qué


Miguel d’Ors
Átomos y galaxias
Renacimiento. Sevilla, 2013


Los lectores habituales de Miguel d’Ors, abrimos con cierto temor su último libro, el más extenso de los que lleva publicados. Lo más frecuente es que la abundancia de la producción juvenil vaya disminuyendo, incluso que se llegue al silencio poético décadas antes que al silencio vital. Claro que hay ejemplos de lo contrario, como el del exigente Jorge Guillén de Cántico metamorfoseado luego en el profuso autor de Final, pero no son ejemplos muy recomendables.
            Comenzamos a leer el centenar de poemas, ordenados alfabéticamente, de Átomos y galaxias con un cierto prejuicio. ¿Se tratará solo de un cuaderno de ejercicios en que entretiene sus ocios un profesor jubilado? Nos tememos lo peor, y eso acrecienta nuestro asombro.
            El mejor Miguel d’Ors está en estas páginas, que no quieren ser novedosas, pero que lo son de la más auténtica manera. Cierto que se trata de la obra de un minucioso artesano, que el libro ha sido escrito por alguien que conoce a la perfección su oficio y que quiere demostrar que la versificación tradicional –hay sonetos, décimas, romances, pareados alejandrinos de resonancia modernista– está lejos de haber agotado sus posibilidades. Cierto que es un cuaderno de ejercicios que puede dar mucho juego en cualquier taller literario. Igualmente cierto que está lleno de personales rasgos de estilo próximos al manierismo y que cualquier lector suyo reconoce de inmediato.
            Todo eso es cierto. Y sin embargo “el no qué” de que hablaba Feijoo (y que d’Ors glosa en uno de sus poemas) aparece con inusitada frecuencia, cuando menos lo esperamos. Lo traen la abubilla y el arrendajo, las numerosas aves que pueblan estos versos; el canto del mirlo que se escucha una y otra vez; la luz que ilumina de pronto los carballos tras los largos días oscuros; la nieve de las cumbres; los reiterados recuerdos de la infancia.
            Miguel d’Ors es un poeta paradójico. Nada le gusta más que darle la vuelta a un tema muy manido, que llenar de sorpresas e inventiva un lenguaje aparentemente prosaico y conversacional. La técnica, el artificio retórico está siempre en él al servicio de la emoción. O del humor.
            Sabe que no es posible ser sublime sin interrupción, y por eso de vez en cuando rebaja el tono y se permite alguna broma. En primer lugar, consigo mismo, quitándole las mayúsculas a su nombre y jugando a la autocompasión. La sátira social, y de la sociedad literaria, aparece también en este libro, aunque con menos frecuencia que en otros suyos. El lector aprecia más su ingenio juguetón, próximo a la greguería: el arco iris, nos dice al final de un poema, “es la cinta que la Naturaleza se pone en el pelo / después de haberse lavado la cabeza”; y en la décima “Avecedario” (la uve del título forma parte del juego) se califica a los gorriones como “la calderilla del cielo”.
            Momentos para la sonrisa, e incluso para el disentimiento (aunque menos que en otros libros suyos) hay en Átomos y galaxias, pero también –y sobre todo– para la emoción y la admiración. Pocos libros recientes (pocos libros en general) encontraremos con más poemas memorables, de esos que parecen escritos desde siempre y para siempre. Citaré algunos, aunque cada lector encontrará los suyos.
            El poema “Chet Baker” (“de esta trompeta salen niebla y noche”)  y “Winter Sky”, sobre la canción de ese título de Judy Collins (“cielo de invierno. / gran diamante estremecido / de misterios”).
            La poesía paisajística, la que Antonio Machado practicó en Campos de Castilla, alcanza cumbres poco frecuentadas por los poetas españoles –y nunca mejor dicho lo de “cumbres”– en “Laderas” y “Nieves”. En estos poemas demuestra Miguel d’Ors (y en otros como en el espléndido “Pan”) que es un maestro en el arte de la enumeración y en el uso de los pequeños detalles exactos; nada más lejano a su manera de entender la poesía que la sonora vaguedad o las nebulosas imprecisiones. Como el antepasado carpintero al que le dedica uno de los sonetos, “Francisco Lois”, d’Ors es un aplicado artesano, procura darles siempre un buen acabado a sus poemas, no dejar ningún cabo suelto, pero sabe que la poesía es algo más que artesanía, “ese no sé qué” que siempre es un regalo de no sabemos quién.
            Abundan los ecos en Átomos y galaxias, siempre deliberados. Al leer “Epitafio” (con su final anticlimático) recordamos los que escribió Manuel Machado (un poeta del que es uno de los primeros especialistas), pero eso no lo invalida, sino todo lo contrario: “No le tocaron buenas cartas, pero / no rehuyó la suerte que le cupo: / sin llantos ni protestas las jugó / todo lo bien que supo”.
            Miguel d’Ors no les teme a los temas más proclives al ternurismo o a la falacia patética. Dos poemas dedica a sus nietos. En uno, “Columpio”, juega al caligrama; en otro, “Olivia”, le da una vuelta de tuerca a uno de sus grandes obsesiones, el instante detenido en el poema y sin embargo fluyente y cambiante como cualquier tiempo. Otro poema, “Torla”, está dedicado a un perro; pocos habrá escritos con más gratitud y comprensiva inteligencia.
            No podían faltar los poemas religiosos, quizá menos confesionales en este que en otros libros, más atentos a reflejar el misterio del mundo que a defender una determinada ortodoxia. Uno de ellos, “Ritmos”, es un canto a la creación especialmente memorable.
            ¿Arte menor en muchos casos? Ciertamente, pero también poesía mayor. Sin ninguno asomo de decadencia, Miguel d’Ors es en este libro más Miguel d’Ors que nunca. Hace lo mismo de siempre, pero nos sigue asombrando y emocionando como la primera vez. Hace lo mismo, pero cada vez mejor.

9 comentarios:

  1. Podía Vd. habernos puesto algún poema entero, para hacernos una idea, a modo de "cata y cala" (ya lo dije otra vez).

    Y un pequeño tirón de orejas, Sr. García Martín. Escribe Vd "Miguel d’Ors no le teme a los temas más proclives". A ese "le" le falta una s (o sea, que debería ser "les"), por aquello de la concordancia.

    PD.: Ha dado mucho juego su crítica de "Todo lo que era sólido". Reconforta que el Sr. Muñoz Molina despierte tantas pasiones, aunque por desgracia es, sobre todo, entre gente que ni siquiera ha leído el libro.

    Buenas noches y buena suerte.

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    1. Señalar un lapsus no es dar un tirón de orejas, sino hacer un favor. Corrijo. Gracias.
      Copiar poemas del libro no es mi trabajo ni va de eso este blog, quizá en la página de la editorial. Pero lo mejor es pasarse por una librería y hojear antes de comprar.

      JLGM

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  2. Leído por aquí tiene muy buena pinta el libro. Habrá que empezar a ojearlo. Un saludo.

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  3. En el facebook de la editorial pueden leerse una pequeña muestra de estos poemas:

    https://es-es.facebook.com/notes/editorial-renacimiento-sa/%C3%A1tomos-y-galaxias-de-miguel-dors/495073617196799

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  4. La buena crítica invita a la lectura del libro.

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  5. Una hermosa crítica que sin duda d'Ors se merece. A mí este poeta me ha gustado muy especialmente desde la primera vez que leí poemas suyos. Así que me merco ya este libro. Don josé Luis... ¡muchas gracias por todo... lo que nos escribe... y nos fotografía!

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  6. He leído este y todos los anteriores libros de d'Ors, y comparto plenamente su opinión. Quizá se podría agregar la aparición de nuevos temas, como la vejez o la muerte, que apenas estaban representados en anteriores obras del autor. Aprovecho para saludarle muy cordialmente y felicitarle por su magnífica labor como crítico y escritor, rectificando juicios juveniles muy contundentes y poco justos que escribí en su día en la pequeña revista "Ciudadela". Eduardo Gil Sáenz.

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  7. Muchas gracias por tus palabras.

    JLGM

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